El Senado colombiano aprobó un referéndum que permitiría la segunda reelección inmediata de Álvaro Uribe. Ojalá, por el bien de la región, este referéndum no se dé. Y de darse que gane el No o que Uribe decida no lanzarse a otra reelección.
En nuestra Latinoamérica, y en particular nuestra región andina, inundada de ideas caducas, caudillos patrioteros y mentes ajenas al progreso y la libertad individual, Uribe es una de las pocas voces cuerdas y pragmáticas que suenan con fuerza. Y por eso mismo, Uribe debe dar el ejemplo, no lanzarse a un nuevo periodo, y permitir que la democracia y alternabilidad en su país se fortalezcan.
Hasta ahora Uribe ha dado señales de que no buscará otro periodo. En un reciente foro, ante la pregunta sobre su interés en reelegirse, respondió: “Lo veo inconveniente por esto: por perpetuar al Presidente, porque el país tiene muchos buenos líderes”. Pero a pesar de estas palabras, Uribe no ha negado oficialmente su deseo de ser candidato en el 2010.
Hay quienes creen necesaria la reelección y permanencia de Uribe en el poder para así crear un contrapeso en nuestra región andina, tan contaminada de populismos socialistas que acabarán con lo poco que tenemos. Si al trío andino-socialista-bolivariano de boina roja, camisa con dibujitos y chompa rayada le añadimos la posibilidad de convertirse en cuarteto junto al peligroso Ollanta Humala –cuya candidatura Vargas Llosa acaba de comparar con el sida– la presencia de Uribe se torna aún más importante. Sería una voz solitaria. Pero una voz poderosa.
Pero por muy importante que pueda ser la presencia de un presidente que contradiga esta línea estatista y empobrecedora en la región, no justifica romper con el principio democrático de alternabilidad. Una reelección de Uribe daría más fuerza a esta potencial tendencia iniciada por Chávez en la región, de jefes que utilizan la maquinaria estatal para comprar popularidad y votos que los perpetúe en el poder. Con la ventaja de poder llamarse “democráticos” al ser elegidos en las urnas, aunque sus gobiernos sean lo contrario.
La alternabilidad permite renovar. Impide que unos pocos acumulen demasiado poder. Mantiene a la sociedad políticamente activa, evitando caer en la pasividad del que se acostumbra a ser siempre gobernado por los mismos. Esto aplica no solo a presidentes. Autoridades locales, parlamentarias y hasta las del club de la esquina deben renovarse, continuando lo bueno, aprendiendo de sus antecesores, pero sobre todo, inyectando los cambios e innovaciones necesarias que se le escapan a quien lleva demasiado tiempo en el poder.
Por eso, suenan refrescantes y esperanzadoras las recientes declaraciones de Lula, el presidente más importante en la región, al negar estar interesado en un tercer mandato: “Yo no juego con la democracia porque cada vez que se juega con la democracia uno se estrella… La alternabilidad del poder es importante. Cada vez que un dirigente político se cree imprescindible e insustituible está comenzando a nacer un pequeño dictadorcito dentro de él. Y soy demócrata”.
Para su vecino del norte ya es tarde. El dictadorcito nació y crece fuerte. El resto aún está a tiempo de no jugar con la democracia. Uribe debe dar el ejemplo.
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