Estoy echado en la playa. El sol brilla. Las olas del mar revientan en la arena. Y el sabor amargo y refrescante de una cerveza helada baja por mi garganta. Me he traído el periódico. Los problemas del mundo duelen un poco menos con los pies en la arena.
Me detengo en la nieve y el frío del noreste de Estados Unidos. Nueva York, Washington y Filadelfia están congelados bajo una montaña de nieve. En la foto se ve a gente con nieve hasta las orejas. Pienso: que rico estar aquí, en pleno invierno costeño, bajo el sol, el calor y esta biela refrescante. Pero luego lo vuelvo a pensar: ¿no sería mejor congelarme en la nieve del primer mundo en lugar de broncearme en esta arena del tercer mundo?
Alguna vez escuché en una conferencia que muchos países ricos habían alcanzado su alto nivel de desarrollo gracias, en parte, a que deben soportar el crudo y frío invierno. El duro clima obligó a sus habitantes, desde los antepasados de sus antepasados, a trabajar más durante las estaciones cálidas para cultivar y reunir alimentos, cazar animales que les den abrigo, y hacer todo lo necesario para sobrevivir los meses de invierno. Además, debieron construir casas fuertes con materiales resistentes que soporten las peores nevadas. Confeccionar sus abrigos. En fin, estar listos. La llegada del mal clima los obligó a desarrollar ese sentido de trabajo duro, previsión, ahorro y todas esas cualidades que contribuyen al crecimiento de un país.
En nuestras cálidas tierras, en cambio, nuestros antepasados la tuvieron más fácil. Verano eterno. La canción “Don’t worry, be happy” de Bobby McFerrin encabezaba la banda sonora de nuestras primeras civilizaciones. Buen clima. Frutas caída del cielo. Durante el año entero sobraban los alimentos. Podían andar desnudos sin problema. No había necesidad de complicarse inventando nuevas armas y sacarse la madre matando animales peludos para confeccionarse abrigos. Una chozita y una hamaca bastaban para cubrirse del sol y pegarse una siesta. Nada de casas complicadas y resistentes para protegerse. Eso de ahorrar y prepararse para el mal clima no lo conocían. Se acostumbraron a tomarse la vida con calma. Y hemos heredado esa actitud con el paso de las generaciones.
No se que tan válidas sean estas teorías, pero tienen sentido. Tuvimos demasiado sencilla la cosa. Y como todo lo que viene fácil, lo hemos desaprovechado. Nos sucede en especial a los países petroleros. Vivimos la paradoja de ser los más pobres a pesar toda esa riqueza que nos llega solita del subsuelo, sin que hagamos gran cosa para ganarla. Nos volvemos pasivos esperando que nos mantengan, nos den de comer y que mañana, como hoy, brille el sol y haga calor. Ponernos a trabajar de verdad está fuera de lugar.
No se por qué todo esto me da vueltas por la cabeza mientras me tomo mi cerveza en la arena. De repente no puedo disfrutar tanto el momento. El sol, el mar, la playa están bien. Pero la nieve me atrae. El mal clima me llama. Quiero caminar con nieve hasta el cuello, rodeado del desarrollo y el trabajo de ese primer mundo. Esta playa y sol nos terminan pasando la factura de una sociedad estancada.
Se me acerca un vendedor de cocos y rompe mi reflexión. ¡Qué maravilla! Te traen el coco a tu silla en la playa, tomas esa agua refrescante, y aquí mismo te lo parten a machetazo limpio. Delicioso coco. Delicioso sol. Delicioso clima. Y mañana es feriado con puente obligado. La buena vida. ¿La buena vida?
* Publicado en revista SoHo de Abril.
1 comentario:
"Me detengo en la nieve y el frío del noreste de Estados Unidos. Nueva York, Washington y Filadelfia están congelados bajo una montaña de nieve. En la foto se ve a gente con nieve hasta las orejas"
Los estragos del calentamiento global... ES ALGO VERÍDICO!!!!
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