domingo, febrero 22, 2009

Pollas

Escribo este artículo mientras mis alumnos de la universidad toman examen. Antes de entregarles la hoja que deberán resolver, les hago una advertencia: “al que intente copiar o saque una polla le pongo cero”. Así de simple.

Mientras los estudiantes escriben sus respuestas en silencio, recuerdo a mis profesores del colegio. Tenían un sistema bastante elástico en relación a la copia: “La primera vez que los vea copiando les quito dos puntos. La segunda les quito cinco. A la tercera les quito el examen y les corrijo sólo lo que tengan contestado”. ¡Y así y todo tenía amigos que se quedaban de año!

La trampa en el colegio es algo que se asumía desde el primer día. Los profesores se resignaban a simplemente mantenerla a un nivel moderado. No faltaba el profesor que se unía de frente al sistema. “Si van a copiar háganlo en silencio sin que yo me de cuenta”, nos decía el descarado.

Vivimos en un país y una cultura copiona, plagiadora, llena de pollas escondidas bajo el pupitre o el hilván de la falda. Nuestros colegios son centros especializados en la copia. Nuestros profesores no se alarman. Nuestros padres hasta se divierten cuando les contamos nuestras estrategias de copia empleadas en clase. O comparten sus propias estrategias para que las intentemos en la próxima lección.

“¿Qué tal te fue en el examen mijito?”, pregunta la mamá. “Bien, con ese profesor es facilito copiar. Yo le copié todo a Pedro que es el más aplicado de la clase”, contesta el mijito. La mamá se enorgullece de su hijo tan sabido y respira tranquila al saber que no le dañarán sus vacaciones con otro supletorio.

Siempre me he preguntado si la corrupción de políticos, contrabandistas, y mafiosos criollos en nuestro país se inicia la primera vez que le copian al compañero de la banca de al lado. ¿Existe alguna relación entre las trampas en clase con las trampas en la política y los negocios? ¿Son los más copiones de clase quienes luego se convierten en los más corruptos en la vida?

Difícil saberlo con precisión. Tengo amigos que fueron expertos en la copia y hoy son ciudadanos honestos. Pero en general, parecería que como sociedad sí hay cierta relación. Mientras más corrupto es un país, más copiones son sus estudiantes.

Yo nunca fui muy copión. Pero recuerdo claramente tener una super polla detrás de mi calculadora con todas las fórmulas de física. Simplemente me era imposible memorizar tantas fórmulas.

Cuando llegué a la universidad en Estados Unidos no se me ocurría intentar copiar por nada en el mundo. El riesgo era muy alto. A más de uno habían expulsado por copiar o plagiar. Nada de cinco puntitos menos o te quito el examen. La copia era algo serio.

En la universidad nos hicieron firmar un compromiso de que actuaríamos siempre con honestidad académica. Eso incluía nada de plagio. En el colegio, mis trabajos de “investigación” consistían en copiar al pie de la letra lo que decía la enciclopedia Salvat o las láminas que vendían en la papelería. Cuando nos mandaban a investigar sobre la Batalla del Pichincha, por ejemplo, bastaba esperar que salga el suplemento en el diario y copiar hasta la última coma. En la universidad me enseñaron que eso se llama plagiar, va en contra de la honestidad académica y es causa de expulsión. Aprendí entonces a citar autores, consultar varias fuentes, utilizar mis propias palabras e ideas, y llegar a mis propias conclusiones cada vez que escribía un paper.

Un día, muy ingenuamente, mandé a mis alumnos un trabajo de investigación. Todos, salvo un par de excepciones, le hicieron copy-paste a lo que decía Wikipedia sobre el tema. Tuve que dedicar media clase a explicarles sobre el plagio. Ese día se acabaron los trabajos de investigación en mi clase.

La hora del examen está terminando. Me he dado una vueltitas por la clase y no he descubierto ni media polla ni a nadie copiando. Parece que me ha tocado un grupo de alumnos de los buenos. O se están riendo en mi cara con pollas muy avanzadas que no puedo descubrir.



* Publicado en revista SoHo de Febrero.

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