jueves, diciembre 25, 2008

Flaca Navidad

Esta Navidad se siente distinta. Las últimas semanas toda noticia y análisis económico, de aquí o cualquier lugar, nos repite que se acercan tiempos duros.

Crisis, desdolarización, recortes, desempleo… duras palabras repetidas por todos lados. Y aunque nos juren desde Carondelet que nadie cambiará los billetes en nuestras billeteras, y nos confirmen que nuestros depósitos no corren peligro, lo creemos a medias.

Papá Noel baja con su saco más liviano a los pocos lugares que visita. El mundo entero comparte el pesimismo. La crisis es de todos.

Malos tiempos para tener a un socialista y populista en el poder. Este Gobierno que basa su existencia en el control estatal, en el repartir antes que producir, en el rechazo a la inversión privada para favorecer lo público, en el extraer del empresario antes que incentivarlo a generar más ingresos y trabajos, en el aumento de la burocracia, y en el despilfarro, necesita plata para mantener su ritmo. Y mucha plata.

Pero ahora que el dinero empieza a escasear, nos preguntamos ¿quién podrá defendernos? No será un Gobierno que espanta los créditos decidiendo sin mayores fundamentos cuáles deudas pagar y cuáles ignorar. No será un Gobierno que continúa confrontando al sector privado. No será un Gobierno que mientras dice que va ahorrar, crea un nuevo Ministerio, continúa el inmenso gasto publicitario, y habla de controles al sector productivo.

Toda crisis presenta oportunidades. Esta es la oportunidad del Gobierno para invitar a todos a trabajar, invertir y confiar en el país. Pero eso no se dará con más impuestos, peleas con otros gobiernos, y confrontaciones internas. Las inversiones no vendrán porque el Presidente visite países como Irán, declare la deuda ilegal, amenace con cárcel a los banqueros que critican sus errores o descalifique a los empresarios que solo buscan aconsejarlo. Las inversiones vendrán cuando exista un cambio de actitud real.

Es positivo que el Presidente hable ahora de disminuir los gastos. Pero esas palabras deben venir acompañadas de acciones. ¿Qué tal empezar eliminando esas “cadenas” ilegales de televisión con dedicatoria, que no informan, solo envenenan, y así ahorrar esa plata gastada en insultos? ¿Será que al menos por ser Navidad puede el gobierno no dañar nuestras mañanas con sus interrupciones de mal gusto? ¿Qué tal cerrar unos cuantos ministerios improductivos y sin sentido, con funciones repetidas en otros ministerios? ¿Que tal intentar vender tantas empresas hoy en manos del Estado?

Esta Navidad nos agarra preocupados. Antes ya nos preocupaba el Gobierno y sus políticas estatistas y de escasa visión. Pero al menos había plata para malgastar y mantener a todos contentos.

Ahora que la fiesta del petróleo se acabó, la preocupación va en serio. ¿Puede este Gobierno socialista y heterodoxo tomar las medidas responsables y austeras que no nos lleven del todo a la quiebra? ¿Está en capacidad de ajustarse la correa? ¿Puede generar la confianza para que las inversiones privadas no salgan ahuyentadas?

No basta el mensaje navideño del Gobierno de que vienen tiempos difíciles. Toca actuar y tomar las medidas prácticas.

Que el próximo año la Navidad llegue menos flaca y pesimista. Y que en el 2009 el Gobierno le devuelva el disfraz a Papá Noel.

lunes, diciembre 22, 2008

Navidad tropical

De chico siempre me gustaron los Papás Noeles, renos, muñecos de nieve y todo ese ambiente invernal decorando mi casa cada diciembre, bajo el sol radiante y los ardientes 35 grados de Guayaquil. Se veían tan llenos de espíritu navideño.

Hasta que Woody Allen ridiculizó mi Navidad tropical y me dañó la fantasía.

En su clásica película Annie Hall, el personaje de Allen viaja en un descapotable por las calles de Beverly Hills en plena época navideña. Va observando ese plástico paisaje californiano tan distinto al de su adorado New York, donde seguro está nevando y los niños hacen muñecos de nieve. Con villancicos de fondo, como para musicalizar la ironía, se ve una enorme figura de Papá Noel en su trineo, desorientado y perdido, bajo el calor y ardiente sol de Los Ángeles en el patio delantero de una mansión.

Esa imagen, de un falso invierno californiano, sin nieve, ni chimeneas, ni bufandas, me hizo regresar a mis navidades en las que los adornos del Polo Norte convivían alegremente con el calor y sudor de la ciudad. Y convivían también con las túnicas y el polvo del pesebre de Belén.

Papá Noel, abrigado hasta la barba blanca, ríe junto a los pastorcitos, la vaca, el burro, los reyes magos, José, María y el niño Jesús. Y Rodolfo el Reno mira su reflejo junto a un cisne blanco de plástico en el laguito oficial del pesebre, recreado con un espejo ovalado. Junto a ellos, se ha colado un J.I. Joe que camufla con éxito su uniforme y metralleta en el musgo café y verde que cubre el mini pueblo bíblico. Aquí no se sienten las diferencias de clima. La nieve del Polo Norte no se derrite junto al musgo del pesebre.

Otra extraña mezcla de tradiciones navideñas que debí enfrentar tenía que ver con la identidad de quien me traía los regalos la mañana del 25. Desde siempre mis papás me dijeron que era el Niño Dios. ¿Y todas esas películas que mostraban clarito como Papa Noel repartía los regalos a todos los niños del mundo viajando en su trineo? ¿Y la historia que me contó Andresito de cuando vio a Papá Noel a media noche en su casa? “Eso es puro cuento”, me dijeron mis papás, “en la Navidad nace el niño Dios y por eso él trae los regalos.”

Alguna vez intentaron hacer un combo interesante que les daba un papel a ambos personajes: el Niños Dios hacía los regalos y Papá Noel los distribuía. Por eso mis cartas iban siempre dirigidas al fabricante antes que al distribuidor: “Querido Niño Dios”. Esta versión de la alianza estratégica entre personajes navideños sonaba bien, pero al final me quedé con la historia de que el Niño Dios fabricaba y repartía los juguetes. Era mucho más creíble. Papa Noel era solo un invento de las películas, como Superman. Solo los niños tontos se creían ese cuento del trineo y los renos. Los niños inteligentes sabíamos que solo un Dios puede repartir millones de regalos en una noche.

Además, lo bueno de tener al Niño Dios como mi fabricante y repartidor de regalos es que se resolvía el problema de la chimenea. Mis amigos debatían intensamente cómo hacía Papá Noel para entrar a sus casas sin chimenea. Yo no participaba en ese debate. Mi distribuidor de regalos era mucho más eficiente. Mi Niño Dios era invisible y atravesaba paredes. Así de fácil. Un día me pusieron a prueba: “¿Y cómo hace para que los regalos pasen por las paredes, si esos no son invisibles?”. “Sencillo, una vez que entra a mi casa abre la puerta y por ahí mete los regalos”.

Pronto me tocará contarle una historia navideña a mi hija que hoy apenas camina. Aunque la historia del Niño Dios tuvo sus ventajas en mis navidades, creo que me iré con Papa Noel. Es una fantasía más emocionante. No hay películas sobre el Niño Dios atravesando paredes. En cambio, Papá Noel y su trineo existen en el cine, en la tele, en la música, en los adornos del patio sudando bajo el sol.

Aunque se burle Woody Allen, tendré para mi hija a Papá Noel con sus duendes, renos, muñecos de nieve y todo el Polo Norte decorando mi casa junto al árbol de Navidad. En cuanto al pesebre, ya veremos si los burros, magos y pastorcitos aguantan el frío polar.

* Publicado en revista SoHo de Diciembre

viernes, diciembre 19, 2008

Entrevista con Jorge Ortiz

Presentación de libro "De Forajidos a Majaderos" en programa Hora 7.

jueves, diciembre 18, 2008

El León que se queda

Mis primeros recuerdos políticos están ligados a León Febres-Cordero. Era el año 84. Yo tenía ocho años. Me acuerdo estar en Salinas con mi abuelo Carlos que tenía su carro empapelado de calcomanías amarillas de “León Presidente”. Recuerdo la emoción de mi abuelo.

Han pasado varios presidentes desde León. Y a pesar de ello, la única canción de campaña que aún recuerdo bien es la de esa época, que cantábamos con mis primos. Esa que decía “Hay que tomar la decisión, para poder levantar al Ecuador, y el hombre que puede hacerlo, es León Febres-Cordero. Unidos en un abrazo, con León sí se puede”.

Estos días, en que nos despedimos de León, he regresado a esa época de varios años atrás. Época de emoción en mi casa por el nuevo presidente, que entendía la importancia de la libre empresa como motor que impulsa un país. Pero de sus años de gobierno casi no me acuerdo. Solo que la emoción fue cayendo a medida que avanzaba su mandato presidencial. Y que sus opositores eran cada vez más.

Del que sí tengo recuerdos más claros es del León Alcalde. Ese es el León de mi generación. Y con ese me quedo. Como guayaquileños siempre reconoceremos lo que hizo León por la ciudad. La sacó de la pocilga en la que la habían convertido los Bucaram y compañía. Nos devolvió el orgullo de vivir aquí.

Lo que vino después de la alcaldía fue una etapa que algo opacó la obra anterior de León. No estuvimos de acuerdo con su actitud como diputado. Con ese León que en lugar de construir y unir, utilizó la política para perseguir. Un mal de muchos políticos es no retirarse a tiempo para dar espacio a nuevos líderes. Tal vez todo hubiera sido mejor si León se hubiese despedido de la política al dejar la alcaldía.

Hoy, en las pantallas de televisión, radios, diarios y páginas webs se unen voces, incluso de enemigos y adversarios, que lo elogian. Y es que con cada nuevo politiquero que aparece en la escena nacional, León se engrandece.

Estos días el país, y sobre todo Guayaquil, está lleno de emociones por ese líder
que se ha ido. Por eso nos enfocamos sobre todo en lo positivo. La historia se encargará de hacer un balance final de la vida y obra del político. Saldrán páginas controversiales, páginas grandes, páginas para olvidar. Pero creo que al final quedará la imagen de un líder que transformó su ciudad y fue fiel a sus ideales.

Nunca conocí a León. Hace pocos años me tocó bajar junto a él varios pisos en un ascensor. Iba callado, flaco y viejo. Me dije a mí mismo “este es el dueño del país”. Al salir, todos se despedían de él con cariño. Estos días hemos vuelto a vivir ese cariño y respeto de la gente por León. Eso no viene gratis. Hay que ganárselo.

La historia lo juzgará en su momento en detalle y sin afectos, como debe ser. Por ahora, mientras nos despedimos de León, escogemos recordar lo bueno. Y esperar que la integridad, inteligencia, valor y visión de los líderes de hoy y mañana supere a la de sus antecesores, para no tener que extrañarlo tanto.

miércoles, diciembre 17, 2008

Entrevista con Carlos Vera

Presentación de libro "De Forajidos a Majaderos" en programa Contacto Directo.

jueves, diciembre 11, 2008

Buitres al acecho

El bicho del abuso y la censura que ronda los pasillos de este gobierno es contagioso.

Es una lástima. Ricardo Antón, director de la Comisión de Tránsito del Guayas, venía haciendo un buen papel. A diferencia de otras autoridades de este Gobierno, que han tenido una actitud tan conflictiva y destructiva hacia Guayaquil y Guayas (o lo que queda de la provincia), Antón ha reflejado una postura de colaboración y servicio, alejado de odios y ridiculeces partidistas.

Pero debe ser contagioso esto de ser parte de un gobierno donde unos se creen dueños del circo y otros dueños de nuestras vidas. Así que Antón decidió entrar, como Pedro en su casa, a una exposición de arte en la Universidad Católica de Guayaquil para reclamar al artista por un cuadro de un vigilante de tránsito con cara de buitre. Antón sintió que el cuadro era una falta de respeto a la CTG (¡como si muchos vigilantes no le hicieran honor a ese apodo!). Y sin derecho alguno, confrontó al artista, quien terminó retirando el cuadro.

Linda cosa. De ahora en adelante, cualquier autoridad pública de lo que sea, puede entrar donde quiera, y decir, como dijo Antón “no lo aceptaré”. El reclamo de Antón al artista es un abuso por donde se lo mire, más allá de que, como él dijo, “la CTG no dio ninguna orden para que se retire este cuadro”. ¿Y desde cuándo la CTG es curadora de arte?

Lo más triste es que a la Universidad Católica no le hemos escuchado decir ni pío. Se ha dejado abofetear. En lugar de defender a sus estudiantes y su independencia académica como lo haría cualquier universidad que se respete, se ha puesto del otro lado, permitiendo que violen su libertad. Si restringen la libertad de nuestros estudiantes para expresarse, crear, debatir, criticar, ser originales, ¿qué podemos esperar de la libertad en otras instituciones?

Está de moda en este Gobierno meterse en nuestras vidas. Decirnos lo que podemos hacer, cuándo y dónde. Por ejemplo, ahora el Intendente del Guayas ha impuesto horarios de funcionamiento para los establecimientos nocturnos de diversión y hasta para los minimarkets y tiendas de gasolineras donde se venden licores. Todo esto con la excusa de que exista mayor unidad familiar. ¿Por qué mejor no deja que cada uno se preocupe por su familia mientras él se dedica a lo suyo?

Ya sabemos cómo terminará esto. Más regulaciones y controles solo dan espacio a más abusos, coimas, palanqueos. Recuerdo la época de Bucaram en que se implementó algo similar. Obligaban a los bares y discotecas a cerrar temprano, salvo que se pase un billetito, o que Jacobito esté farreando en ese lugar. El control como herramienta de abuso y corrupción.

Lástima por el director de la CTG que iba bien. Nunca es tarde para disculparse con el artista y la Universidad. Lástima por la Católica. Nunca es tarde para denunciar este abuso y exigir respeto. Lástima por la actividad nocturna y comercial en la ciudad. Ya no depende de nosotros, sino de un funcionario lo que podemos hacer con nuestras noches.

Lástima, sobre todo, por nuestra libertad: disminuida y atropellada por unos gritos dizque revolucionarios, pero tan parecidos a la actitud politiquera de siempre.

miércoles, diciembre 10, 2008

Revista la U. - Diciembre 2008

Ya está circulando la U. de diciembre en tu universidad!!!



Para pautar en revista la U. escribe a revistalau@yahoo.com. Envíanos tus artículos, fotos, ideas o comentarios a revistalau@yahoo.com.

jueves, diciembre 04, 2008

La culpa es de la prensa

El Presidente debe sentirse orgulloso. Tiene una sucesora en esa costumbre suya de desprestigiar a la prensa. Es nuestra Ministra de Vivienda.

A la Ministra le molestó que la prensa haya publicado que algunas casas construidas con el bono del Miduvi tienen daños en su construcción por utilizar materiales de mala calidad.

No solo se quejó de este atrevimiento de la prensa, sino que fue más lejos al puro estilo del Gobierno. Lanzó fuertes acusaciones contra la prensa. Dijo, por ejemplo, que los periodistas les pagan a las personas para que se quejen por los daños de sus casas.

Es una acusación grave. De ser cierta dejaría en descubierto a periodistas que merecen ser sancionados y expulsados de sus medios. Si la Ministra es seria, sustentará sus acusaciones con pruebas. No creemos que una Ministra lance una acusación de ese tipo sin conocer los hechos de primera mano. O pensándolo mejor, ¿no es eso lo que hace este Gobierno a cada rato? Generalizar y acusar a otros para cubrir errores propios.

Llama la atención la capacidad de este Gobierno para encontrar fusibles que quemar antes que aceptar responsabilidades. El Presidente es un experto en el arte de no quemarse y echarle la pelotita a otro. Nunca es su culpa. Siempre es la culpa de algún funcionario incompetente (que él mismo escogió). O de enemigos creados, como la “larga noche neoliberal” repetida al infinito. Y si eso no convence, la culpa es de la prensa corrupta.

Hasta que pasará el tiempo y llegará el momento en que no pueda seguir culpando a otros. La gente entenderá que los errores de los ministros o funcionarios son errores del Gobierno, por los que su líder debe responder. Y que ni esa “noche neoliberal”, ni los medios, ni ninguno de esos cucos creados, tienen que ver con los resultados del Gobierno.

La Ministra de Vivienda ha seguido ese ejemplo tan presidencial de echar la papa caliente. También prefirió acusar a otros en lugar de asumir su responsabilidad. Y no es que los daños en las casas sean su culpa. Seguramente las constructoras trataron de ahorrarse una platita utilizando materiales de mala calidad sin que el ministerio lo sepa. También es verdad que no son muchas las casas con daños. Pero como Ministra debe dar la cara.

¿Era tan difícil para la Ministra, en lugar de armar un show atacando a la prensa, agradecerle por sacar a la luz estas fallas de construcción, asumir su responsabilidad y pedir disculpas por los inconvenientes y comprometerse a solucionar el problema? Hubiera sonado mejor, ¿no? Más civilizado. Más ministerial. Más real. Los medios le hubieran tomado la palabra.

Pero no. Prefirió, en cambio, criticar el plan de vivienda Mucho Lote, del Municipio de Guayaquil. Que revisemos esas casas que también tienen fallas. Mal de muchos…

Lo positivo de todo esto es que la Ministra ha indicado que están realizando las inspecciones para sancionar a los contratistas que cometieron los errores en la construcción de las viviendas. Las casas dañadas tendrán que ser reparadas.

¿Culpa de la prensa? Más bien debemos agradecer a los periodistas que sacaron a la luz estos problemas en las viviendas. Que no se detenga ni detengan el trabajo de la prensa.

martes, diciembre 02, 2008

Un par de tragos

La otra noche me paró un vigilante de tránsito en una batida. Hizo bien en detenerme. Eran las 3 de la madrugada y yo iba vestido de esmokin saliendo de un matrimonio. Digamos que había una buena posibilidad de que tuviera unos tragos de más encima.

De hecho me había tomado un par de tragos durante la noche. Muy pocos como para afectar mi capacidad para manejar. Suficientes como para no pasar la prueba de alcohol.

El oficial me pidió la licencia. Me pidió que soplara. Lo refresqué con mi aliento sabor al Listerine que me había pegado antes de salir. Me preguntó si había tomado algo. Le dije que sí, que un par de tragos.

“Uyy” me dijo, “usted sabe que basta un trago para no pasar la prueba de alcohol”. “¿No tiene problema en acompañarme a soplar en el detector de alcohol?, preguntó en tono irónico.

“Prefiero no soplar, si usted me dice que con un trago ya no paso”, le dije.

“Chuta, no se pana, pero es que todos tienen que hacer la prueba con el detector, ¿cómo arreglamos eso?”

Y entonces empezó el clásico bailecito del buitre. El oficial se llevó mi licencia y se fue a dar una vuelta esperando que yo me baje tras él para arreglar el asunto. Pasaron un par de minutos, y como yo seguía en mi carro regresó. “¿Entonces, me acompaña a hacer la prueba?” y se fue nuevamente con mi licencia. Me tocó ir detrás de él, donde su superior le preguntaba la situación.

Para no alargar el cuento, yo me negaba a hacer una prueba que podía indicar que mi nivel de alcohol estaba por encima del límite. Ellos insistían en que tenía que hacer la prueba. Decían que no importaba que ellos me vieran en buenas condiciones y totalmente sobrio, que lo único que valía era lo que decía la maquinita.

Negándome a pasarle plata, me tocó rebajarme a “hacerme amigo” del oficial y pedirle –rogarle—que por favor me deje ir; que tenía que recoger a mi hija de un año que dormía donde mis suegros; que usted también debe ser padre de familia y sabe lo que sería pasar la noche en la cárcel por culpa de lo que diga una maquinita; que no sea malito; que el país espera de oficiales serios como usted las decisiones correctas y aquí sabemos cual es esa decisión.

Pasaron veinte minutos de desgastante y humillante negociación hasta que finalmente me dejaron ir. En el transcurso, seguro que más de veinte borrachos se salvaron de ser detenidos por el oficial empeñado en hacerme soplar el aparato. Todo por no haber “arreglado” en un principio.

En cualquier país civilizado, este encuentro no hubiera pasado de un minuto. El oficial hubiera tenido la inteligencia, preparación y decencia suficiente para dejarme ir una vez que hubiera constatado que yo estaba en condiciones de conducir. Hubiera entendido que su criterio está por encima del numerito que marque la maquinita. Hubiera seguido su misión de servir a los ciudadanos y brindarles seguridad en las calles, en lugar de servirse de los ciudadanos.

Las leyes pocos cambios pueden lograr en el país mientras las personas no cambiemos. De nada me sirve una ley de tránsito ejemplar, si no tenemos oficiales preparados para implementarla en beneficio de los ciudadanos, no contra ellos. Por eso desconfío de este supuesto cambio en el país basado en lo que diga la nueva Constitución. Aunque fuera perfecto el librito salido de Montecristi –y sabemos que está lejísimos de serlo-- de poco o nada sirve si no tenemos los funcionarios con el nivel para cumplirlo. Ya hemos visto como empiezan a violar la Constitución desde sus primeros días de gateo.

Esta escena con el vigilante no pasó a mayores. Fue una anécdota más de las muchas que nos toca vivir y lidiar en la calle, en la política, en los negocios, en la vida. El cambio no vendrá escrito en un papel. El cambio se lo enseña y aprende en las escuelas y colegios. Se transmite con el ejemplo. Es un proceso que toma tiempo. Hasta eso, toca seguir jugando el triste juego.


* Publicado en revista Clubes de diciembre.