Nos llamó llorando desde el hospital. Su esposo luchaba por su vida. Un ladrón lo había apuñalado después de asaltarlos en un bus. Solo días antes estaba tan contenta mientras cocinaba el almuerzo. Había conseguido un préstamo para una casa. No había sido fácil con sus ingresos de trabajo doméstico. Ahora su esposo agoniza y un criminal camina libre con su dinero.
Mientras ella nos cuenta su tragedia, el noticiario pasa un discurso de Rafael Correa. “¡Angostura, nunca más!”, dice el Presidente exaltado. Anuncia que el país se está armando y equipando para evitar una nueva “agresión” del gobierno colombiano. Dice que “con profundo dolor nos veremos obligados a restringir la entrada y permanencia de ciudadanos colombianos en nuestro país”. Ya estamos acostumbrados: anticuados gritos nacionalistas, enemigos extranjeros imaginarios, amenazas de guerra con un país hermano. El agresor huye tranquilo del bus con un fajo de billetes y su cuchillo ensangrentado, mientras el Presidente habla de soberanía territorial.
¿No ven acaso que el enemigo no está en el país vecino sino en la violencia interna? Bastante tiempo les tomó aceptar que la violencia no era invento de los medios de comunicación o de la oposición. Es real y asusta.
Hace poco conocí la central de emergencias y monitoreo de la Corporación para la Seguridad Ciudadana de Guayaquil. Impresionante. La última tecnología al servicio de la seguridad. Todo está diseñado para que cualquier llamada de emergencia sea dirigida y atendida de forma inmediata. Están listos los equipos. El personal está capacitado. Pero falta algo. La Policía que siempre fue pieza integral de este proyecto ahora decidió no colaborar. Es que la Policía de un Gobierno socialista no trabaja con un Municipio capitalista. Las víctimas de asaltos y violencia que tomen su tique y esperen su turno.
El ladrón no mira los stickers en tu carro a la hora de robarte. Le da igual el color, o que diga vota Sí o No. El asesino no pregunta por quién votamos antes de dispararnos. Tratan a todos por igual. Pero el Gobierno sí basa irresponsablemente su decisión de colaborar y trabajar por la seguridad en banderas políticas y pugnas personales. Esta central de emergencias de la Corporación para la Seguridad Ciudadana no acabará con la delincuencia, pero sí haría una gran diferencia si trabajara con todas las instituciones unidas. Si solo la Policía dejara su absurda postura de no colaborar, se contarían menos historias de horror y lágrimas todos los días.
Aquí los intereses políticos están por encima de los intereses de los ciudadanos. Enfrentamos a enemigos extranjeros ficticios, antes que a enemigos locales reales.
Pero no se preocupen, mediante decreto ejecutivo número 1407 emitido por el Gobierno se ha oficializado al último viernes del mes de octubre como el “Día Nacional de la Alegría y la Solidaridad”. Sonriamos entonces. Aquí no pasa nada. La crisis mundial apenas nos afectará. Nuestra Policía es tan eficiente que no necesita la ayuda Municipal. Esos colombianos que invaden nuestra soberanía serán expulsados y todo quedará solucionado.
Y mientras tanto, ella llora junto a su esposo que se le va. Y no hay bono, ni “Patria ya es de todos”, ni gritos nacionalistas, ni sonrisitas que la puedan consolar.
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