El otro día veía tranquilamente un noticiario en la tele. Luego de ser interrumpido por otra cadena nacional –¿podremos algún día volver a ver un noticiario completo sin que este Gobierno invada nuestro tiempo?– presentaban un reportaje sobre el reciente paro de transportes en Quito. De repente, aparece un señor subiéndose al balde de una camioneta a falta de transporte público. El hombre mira la cámara y dice “por culpa de los pelucones”.
En ese hombre, esa escena, esa frase, está de alguna forma ilustrado el mal que este Gobierno y este Presidente le hacen al país contagiando su odio a la riqueza y sus resentimientos. ¿Qué tienen que ver los pelucones de Correa con este paro de transportistas? Obviamente nada. Y de eso se trata para el Gobierno. Tener siempre a quien echar la culpa.
Si antes los culpables de todos los males eran los políticos, hoy este Gobierno conduce todas las frustraciones nacionales contra los ricos. No es coincidencia que estos días Rafael Correa mencione en sus discursos a los “hijos de papá” de la Universidad Católica. En una época en la que cada quien responde por sus propios actos, no por los actos de parientes o antepasados, el Presidente descarga sus odios contra un grupo de jóvenes acusándolos no de sus actos, sino de sus apellidos y parentelas. Y claro, el país que todavía le cree a su Presidente, absorbe esos resentimientos y se contagia de esta lucha de clases, como el hombre en el balde de la camioneta.
Tan perjudicial como este discurso que confronta en vez de unir a ecuatorianos, es ese excesivo énfasis en todo lo que el Gobierno hará por solucionar los problemas de los ecuatorianos, en lugar de motivar a cada individuo a construir su propio camino. El discurso oficial se basa en los subsidios, los bonos, la condonación de deudas y todos los programas que nos harán felices. Lo importante es mantenernos pasivamente satisfechos.
Correa se convierte en la antítesis de Kennedy. Contrario al ex presidente de Estados Unidos, su discurso nos dice “no preguntes lo que puedes hacer por el país, pregunta lo que PAIS puede hacer por ti”.
El Gobierno no cree en la capacidad de cada ecuatoriano para tomar las riendas de su vida. Cree en la capacidad del Gobierno para tomar las riendas de la vida de los ecuatorianos. Y este proyecto de Constitución, con su marcada planificación estatal, centralización, concentración de poder, y pérdida de libertad individual, va perfecto con esa ideología que pone al Estado por encima del individuo.
Montecristi olvidó –o pretendió olvidar– que el papel de la Constitución es proteger al individuo de los abusos del Gobierno, no aumentar las facultades del Gobierno para controlar al individuo.
Mientras tanto, el hombre de la camioneta votará Sí, esperando que el Gobierno le subsidie el transporte público, el gas, la comida y le dé un puestito público, quitándole la plata a esos pelucones culpables de todo. Allá otros con eso del esfuerzo, el trabajo duro y la ambición personal para progresar.
Y el Gobierno ganará no solo el referéndum, una nueva Constitución y más años en Carondelet, sino, sobre todo, el poder sobre la vida de ese hombre que no sabe en lo que se metió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario