Está de más decir que en el próximo referéndum muy pocos ecuatorianos votaremos a favor o en contra de la nueva Constitución. En la práctica, votaremos a favor o en contra de Rafael Correa, su gobierno, y lo que representa. Para muchos la decisión del voto será más básica aun. Se limitarán a seguir lo que les digan con más insistencia en la televisión. Que con el infinito bolsillo publicitario del Gobierno ya sabemos para dónde apunta.
Analistas, periodistas y grupos políticos y ciudadanos podrán quemarse las pestañas analizando con lupa los textos del proyecto de Constitución. Discutiendo si tal palabra puesta en tal lugar significa esto o aquello. Argumentando lo que esta Constitución nos da y nos quita. Que no malgasten sus horas de sueño. Nadie está escuchando. Al final del día la gente votará en función de su simpatía o antipatía hacia Correa. Lo que diga la Constitución será secundario.
Hay otro criterio conduciendo esta votación, que he escuchado en más de una conversación. Se trata del voto miedoso. Ese que lleva a la gente a votar por el Sí para evitar un supuesto caos en el país. Existe miedo e incertidumbre ante lo que la derrota del Sí pueda significar para la actual supuesta estabilidad política del país.
¿Sería todo un relajo? ¿Colapsaríamos en una gravísima crisis existencial nacional y de incertidumbre institucional?
En realidad no hay que temer. De no ganar el Sí, tenemos ya una Constitución vigente, bastante mejor y sensata que la propuesta. De no ganar el Sí, tenemos ya un Presidente que deberá concluir su período de cuatro años. De no ganar el Sí, tenemos ya cortes, jueces, tribunales, alcaldes, prefectos, y todo lo demás en orden.
Posibles problemas? Habría un período de desorden entre voces promoviendo la elección de nuevos diputados, otros argumentando que deben volver los anteriores, y otros armando relajo sobre cuáles diputados deben volver. El otro problema se daría alrededor de los mandatos constituyentes que entraron ilegalmente en vigencia. Al no ser aprobada la Constitución se generaría un vacío. Imagino, por ejemplo, a las empresas tercerizadoras peleando su derecho por volver al haber sido eliminadas con un mandato ilegal, que además no fue aprobado por el voto popular.
La campaña por el Sí sabrá aprovechar y promover estos miedos, esperando que muchos al estar frente a la papeleta terminen moviendo su mano y su pluma, por si las moscas, hacia la izquierda. Las campañas por el No o el Nulo tendrán un gran reto en convencer al país que su postura no es volver a un pasado oscuro, sino salvarnos de este presente y futuro aun más oscuros que propone este Gobierno y su Constitución.
Entre tantas cosas que debemos considerar al votar, lo que suceda en el plazo inmediato es lo que menos nos debe preocupar. El Gobierno acaparará cada centímetro de los medios para hacernos temer sobre este supuesto caos si no apoyamos su propuesta. Pero es en los peligros de esta nueva Constitución, que consolida un poder excesivo en los salones de Carondelet, nos enreda con una falsa participación ciudadana y echa a la basura nuestros sueños de un país más libre, emprendedor y con autonomías, donde debería estar nuestro verdadero miedo.
1 comentario:
Esa es la "desventaja" del voto obligatorio.
Aún así, me seguiré "quemando las pestañas" analizando el proyecto de constitución para seguir fundamentando mi voto.
Basta un solo motivo para votar NO. Personalmente ya tengo varios y los seguiré buscando.
Publicar un comentario