Y sucedió lo que ya se anticipaba. Llegó la ruptura. La Asamblea dejó de ser de Alberto Acosta y Rafael Correa. Ahora es solo de Correa.
Más allá de los entretelones, con la renuncia de Acosta a la presidencia de la Asamblea algo queda claro. En un mes nos entregarán –si terminan– una Constitución hecha al apuro. ¡Qué papelón para Alianza PAIS y el Gobierno!
¿En qué estaban pensando? Si la principal promesa de la campaña presidencial de Correa se basó en la mágica y grandiosa Constitución para resolver todos nuestros problemas y sepultar los malos políticos del pasado, uno esperaría como mínimo que se aseguraría en cumplir esa promesa. Que su bloque de mayoría haría bien su trabajo. Que el país tendría a tiempo esa genial nueva Constitución que en tantos mítines, entrevistas y discursos prometió.
Pero no. La promesa de la nueva Constitución parece que estaba tan bien sustentada como las trescientas mil casas al año que prometía el otro candidato. Puro blof. Pura estrategia electoral.
Acosta es el culpable directo de que la Constitución esté tan atrasada. Como cabeza responsable de la Asamblea le tocaba dirigirla, fijar tiempos, armar cronogramas y metas. Teniendo una mayoría es inadmisible que no haya cumplido los plazos previstos.
Pero el fracaso de Acosta tiene su principal cómplice en Correa, aunque este último trate de echarle el muerto a su amigo. Dice Correa que tanto atraso se debió a que el presidente de la Asamblea se dejó imponer agendas de “sus enemigos”, “de los perdedores”, como llama –siempre tan respetuoso nuestro Presidente– a la oposición. Pero esa no es la razón. El problema es que Acosta se dejó imponer la agenda del ganador, del mismo Correa, que se dedicó a enviar mandatos para que sean tramitados de urgencia en la Asamblea.
Al fin y al cabo la nueva Constitución era secundaria para el Gobierno. Lo importante era deshacerse del Congreso opositor y tener su propio Congreso obediente para que le apruebe sus mandatos.
¿Terminarán la Constitución en el mes que queda? Seguramente terminarán un borrador que al final el “Congresillo” se encargará de corregir, editar, quitar y aumentar.
Todo esto que debilita a la Asamblea y al Gobierno, es un doble triunfo para la oposición. Por un lado el triunfo de ver al Presidente y su Asamblea debilitarse y desprestigiarse. Por otro lado, ahora que pesará más que antes la voz de Correa en la Asamblea por encima de la de Acosta, se presume el mal menor: la ideología de izquierda más pragmática de Correa en lugar de la de extrema izquierda y peligrosa de Acosta.
Pero claro, llegado el referéndum, lo que diga la Constitución será secundario. Como siempre sucede, el país votará en función de la aprobación o rechazo del gobierno de turno. Hasta eso, tocará esperar la avalancha de leyes aprobadas al apuro, los textos escritos a última hora, y un Correa viendo a quién le echa la culpa para evitar otro papelón si no está lista en un mes esa Constitución.
“Nadie es imprescindible y ojalá pronto muchos jóvenes aquí presentes nos pongan a un lado por inútiles y tomen la posta…”, dijo Correa. Ojalá.
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