* Desde este mes escribiré una columna en la revista SOHO. Aquí va la primera entrega.
Ser padre te cambia la vida. Pero sobre todo te cambia el canal de televisión.
Antes que naciera Sofía yo era el amo y rey del control remoto en mi cuarto. Bueno, para ser sincero, en la práctica le cedía constantemente mi reinado a Luisa, mi esposa. Pero digamos que compartíamos pacíficamente el control sobre el control. Existía un feliz consenso televisivo conyugal sobre qué programas ver y cuándo verlos.
En aquellos tiempos, antes que nuestro poder televisivo se viera amenazado, Luisa y yo disfrutábamos de esos programas en Cable donde la inteligencia todavía es un factor que se considera. Aprendíamos con Megaconstrucciones y MythBusters en el Discovery Channel. Degustábamos el mundo y sus culturas con los viajes gastronómicos de Anthony Bourdain. Planeábamos la decoración de nuestro apartamento con los programas en Discovery Travel & Living. Reíamos con Two and a Half Men. Recordábamos nuestros años niuyorkinos con las ironías de Seinfeld. Nos quedábamos boquiabiertos y desconcertados con cada nuevo capítulo de Lost.
Y como no solo de Cable vive el hombre, en las mañanas poníamos los noticieros nacionales para enterarnos de la última ridiculez de este gobierno “altivo i soberano”, el último crimen en la ciudad, los chismes de nuestra escotada farándula, o las últimas ocurrencias salidas de ese horrible edificio en Montecristi donde escriben nuestra infinita y poética Constitución.
Al llegar el fin de semana, siempre había tiempo para el último estreno cinematográfico en DVD pirata comprado al vendedor del semáforo de la esquina. Y cuando no había nada que ver o no llegábamos a un consenso sobre qué canal poner, terminábamos en ese fantástico invento televisivo que ha logrado conciliar batallas conyugales en colchones alrededor del mundo: FTV. Ellas ven las últimas tendencias de la moda; nosotros nos deleitamos con los cuerpos que vienen debajo de la moda.
Esa era nuestra vida televisiva. Hasta que llegó Sofía. Y con sus sonrisas, sus llantos, y sus pañales premiados, tomó posesión física, moral y emocional del control remoto. Así, sin avisar, ni pedir permiso.
Pasé sin darme cuenta del Discovery Channel a Discovery Kids. Los viajes de Anthony Bourdain se transformaron en las lecciones de geometría del perrito Doki. Y la espectacular modelo argentina de FTV fue destronada por Uniqua, ese extraño “animal” rosado (¿qué diablos será?) que forma parte de los Backyardigans, una serie sobre cinco amigos que con su imaginación transforman su patio trasero en mundos llenos de aventuras. Todo por una sonrisa de Sofía. Todo por evitar sus llantos.
Pero aquí viene lo más grave y vergonzoso. Hemos sido hipnotizados por estos muñequitos que pueblan el mundo de Discovery Kids. Los desgraciados parecen tener algún poder escondido. El otro día, mientras Sofía dormía plácidamente en su cuarto y Luisa y yo teníamos finalmente la televisión para nosotros, nos descubrimos viendo inconcientemente un nuevo capítulo de Backyardigans. Estábamos tan entretenidos con las nuevas aventuras de Uniqua y sus amigos que nos tomó varios minutos salir de ese estado hipnótico en el que habíamos caído. Al darnos cuenta de la situación cambiamos de canal de inmediato. Pusimos un noticiero local que nos lleve a temas más serios y adultos. Rafael Correa aparecía en ese momento hablando – vociferando— sobre nacionalismo, socialismo, patriotismo y otros absurdismos más.
Volvimos a Uniqua. Sus aventuras son más divertidas y reales.
* Publicado en revista SOHO de mayo
1 comentario:
Que tal, dejeme decir que su caso es el exacto a de mi familia, mi esposo y yo ya no podemos permitirnos ver los programas que querramos, primero esta mi hijo Mateo de casi 1 año igualmente hiptizado por los backyardigans... los hijos realmente cambian nuestras vidas, gracias a Dios para bien... felicidades por su nena, esta hermosa!
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