El otro día, en medio aguacero, me tocó usar el primer taxi amarillo que se me cruzó en el camino. Grave error.

Me he acordado de esta anécdota, mientras leo las declaraciones del Presidente de la

Esto de los taxis apunta al corazón de los debates y decisiones que finalmente se están dando en esta Asamblea Constituyente. Aquí, como en los demás temas que discute la Asamblea, la palabra clave debe ser la misma: libertad. Libertad para competir con reglas claras. Libertad para dejar al consumidor elegir. Libertad que no impone criterios empujados por grupos de presión, sino que considera lo que es mejor para cada uno de nosotros. Libertad de cada individuo para hacer y escoger lo que más le conviene: dónde y bajo qué modalidad trabajar o contratar, en qué creer o no creer, con quién andar, qué opiniones dar, por quién votar (o la libertad para no votar), dónde invertir, qué negocios tener, y claro, qué tipo de taxi tomar.
Mientras los taxis “ilegales” sigan dando un mejor servicio que los taxis “legales” yo seguiré con gusto rompiendo la ley. Los taxistas reclaman que los taxi amigos no cumplen las mismas exigencias que ellos. Eso se soluciona con reglas claras para que todos puedan competir en igualdad de condiciones.

Como siempre, la oferta y la demanda en un mercado con libertad y reglas claras terminará beneficiando a la mayoría. Solo le toca a la Asamblea tomar la decisión de meterse lo menos posible en nuestras decisiones. Los asambleístas pueden dedicarse a seguir creando leyes e imposiciones que limiten nuestras opciones. O pueden entender que no le corresponde al Estado limitar nuestra libertad, sino protegerla y garantizarla.
De eso dependerá, en buena medida, qué tan destartalado o seguro sea el camino que tomemos como país.