El presidente Rafael Correa cumplió su primer año de gobierno con un discurso que dejó una sensación optimista, más allá de que la realidad del país no sea tan bonita como él la pinta. Si Correa mantuviera siempre este tono conciliador, su relación con la oposición sería muy distinta.
Uno puede estar en desacuerdo con los planes de Correa. Uno puede no aceptar su interpretación de las cifras económicas. De hecho, cuando no hay inversión ni crecimiento, difícilmente se pueden maquillar desalentadoras realidades. Uno puede no creerle cuando dice que su gobierno no es estatista y centralista. En fin, uno puede estar en total desacuerdo ideológico con este gobierno. Pero cuando un Presidente explica civilizadamente sus planes y acciones sin atacar a contradictores, no hay motivos para ir más allá de una oposición ideológica.
El problema y lo triste para el país es que estos discursos civilizados han sido la excepción. Correa se queja que la oposición intenta dividir al país, que quieren desprestigiar su gobierno, que conspiran en su contra. Pero Correa olvida que esa oposición extrema y visceral la creó él, de palabra y obra. La creó, desde los primeros días de su gobierno, con sus insultos, ataques y resentimientos. La creó con sus acciones contra Guayaquil, como su irresponsable y populista apoyo a la provincialización de Santa Elena, o su obsesión por quitarle poder y atribuciones a un Municipio exitoso, que bien podría ser su mejor aliado en el camino al progreso.
Si no fuera por esta actitud del Presidente, la oposición sería diminuta y débil. No habría necesidad de una oposición fuerte. Nebot continuaría trabajando tranquilo, sin pensar en marchas o protestas. Cada quien se concentraría en lo suyo.
Obviamente, una actitud seria y conciliadora del Presidente no significaría el silencio de la oposición. La oposición es importante y sana en democracia. Pero la oposición radical es peligrosa. Ha sido la actitud destructiva del Presidente, la que provocó que muchos pasen de una oposición ideológica sana a esa oposición visceral extrema que hoy se siente en varios sectores.
El Presidente debe enfrentarse ahora con grupos que él mismo ha fortalecido con sus ataques constantes. Que tenga claro Correa que esas voces que gritan apasionadas en su contra son su propia creación. Y que solo él puede calmar los ánimos con un cambio de actitud.
Todavía está a tiempo. Si mantiene el tono de su informe a la nación y sus acciones apuntan solo a planes constructivos de gobierno, verá Correa cómo pierde intensidad esa oposición que hoy se fortalece. Pero si continúa atacando y apuntando sus misiles contra Guayaquil o todo el que le haga sombra sentirá a esa oposición en toda su magnitud.
Lastimosamente esta no es la primera vez que el Presidente nos da esperanzas de un cambio de actitud. Hace poco tiempo, por las fiestas de Octubre en Guayaquil, con su conciliador discurso también nos hizo creer que dejaría a un lado los ataques y la confrontación. Pero todo quedó en palabras vacías.
“Por el diálogo todo, por la fuerza nada”, dijo este martes el Presidente. ¿Podemos creerle esta vez? En el 2008 todo será cuestión de actitud.
No hay comentarios:
Publicar un comentario