Cuatro días. Eso duró el cambio de actitud en Rafael Correa. Eso nos duró la esperanza de que el arrepentimiento fuera sincero y el cambio posible.
En mi artículo de la semana pasada comenté la buena impresión que nos había dejado el tono conciliador del mensaje a la nación de Rafael Correa en Montecristi. Terminé el artículo preguntando si podríamos realmente creerle que esta vez sí existiría un cambio hacia un Correa que nos permita avanzar sin insultos, odios y peleas. Tenía esperanzas que así sea. ¡Qué iluso!
Solo cuatro días después, Correa nos dejó claro en Guayaquil que no piensa actuar como Presidente. Que lo de Montecristi fue puro show. Que no podemos esperar de él una actitud distinta a la que nos tiene acostumbrados. Que no estamos ante un Presidente que busca acuerdos, sino más divisiones.
Su triste y afónico discurso en Guayaquil nos aclaró, más que nunca, el panorama. La supuesta cita para celebrar se transformó desde el primer momento en otra excusa para atacar. El mensaje fue claro: este Gobierno acabará con todo el que se le cruce en su camino para consolidar su todopoderoso proyecto. Los acuerdos son cosa de tontos demócratas que no sirven a los propósitos de este proyecto socialista.
Lo irónico es que todavía nos traten de vender la imagen de que este es un gobierno abierto, incluyente y justo. La Asamblea Constituyente tendrá que trabajar muy duro haciendo el papel de Academia de Lengua para redefinir estos términos si quiere que se apliquen a esta presidencia. La fantasía de ese gobierno ideal, empaquetado en campañas publicitarias con cantos, música y sonrisas, termina al chocar contra la realidad del discurso presidencial.
“Por el diálogo todo, por la fuerza nada” había dicho Correa en Montecristi. Cuatro días después nos dice que debemos “prepararnos a seguir confrontando, es inevitable”. ¿En qué quedamos entonces? O sufre de mala memoria. O hay una faceta bromista en Correa que todavía no conocemos bien. Ya la semana pasada nos demostró su fino humor al ponerse la banda que dice “Mi poder en la Constitución”.
Correa le vendió al país un gobierno de cambio. Pero no pensó el país que era un cambio hacia una política más burda y tercermundista. Le vendió al país juventud. Pero no pensó el país que esa juventud significaría falta de criterio y experiencia. Le vendió al país corazones ardientes. Pero no pensó el país que esos corazones ardían contra la libertad de la gente.
El cambio para bien tendrá que esperar. Por lo pronto la política no ha cambiado. Ha empeorado. Este Gobierno la ha ensuciado aún más. La sucia campaña oficialista, al peor estilo de plena campaña electoral, ataca desde tarimas, radio y televisión. Esos comerciales dedicados a enlodar y atacar opositores que solo habíamos visto en época de elecciones y pagados con fondos privados de campaña, este Gobierno los ha convertido en práctica regular, pagados con la plata de todos los ecuatorianos. ¿O será que creen que siguen en elecciones?
Hoy marchará Guayaquil por convencimiento y por necesidad. Hoy tal vez entenderán que la seducción de un gobierno publicitario sí puede acabar.
1 comentario:
Me recuerda a las marchas y contra marchas de la época Gutierrez y la habilidad de en la tarima del populista Bucarám.
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