Al candidato perfecto se le acabó su tiempo de candidatura. Ganó. Tiene todo lo que necesita para gobernar. ¿Y qué hace? Sigue en lo mismo.
En este casi primer año de gobierno la alta popularidad de Rafael Correa no se ha basado en obras, más empleo, o el progreso del país. Se ha basado en su constante campaña, promesas de cambio y confrontación. Con eso logró el apoyo masivo que buscaba.
Ahora, sin Congreso ni oposición, y con vía libre para llevar adelante sus proyectos, uno pensaría que el Presidente se dedicaría finalmente a gobernar sin necesidad de abrir frentes de batalla por donde pasa.
Pero no. Parece que eso de gobernar, administrar, concretar proyectos, como que no va con su personalidad altiva y soberana. Prefiere continuar de candidato, buscarse enemigos por todos lados, insultar, polemizar, polarizar al país.
Esto lo hemos visto claramente en dos recientes declaraciones de Correa. Por un lado amenazó irresponsablemente con renunciar si la Asamblea no lo apoyaba 100%. Por otro, atacó nuevamente el progreso de Guayaquil.
Su nada creíble amenaza de renunciar si la Asamblea no dejaba a un lado la polémica de Dayuma nos dio a probar cómo será la relación con la Asamblea: o hacen lo que yo digo o me pongo bravo. ¿Será que extraña tener un Congreso con quien pelear? Esta vez la mayoría de gobierno siguió las órdenes del gran jefe Correa, pero mañana podrían levantarse contra él, y ahí sí se armará la grande. Por lo visto, si Correa no encuentra enemigos, los crea. Ahora les tocó a sus propios asambleístas. Confrontar antes que gobernar parece ser el lema presidencial. Medir fuerzas antes que unir fuerzas es la estrategia.
Y los ataques a Guayaquil. Con tantos problemas que tiene el país, tantos asuntos por resolver, el Presidente no ve nada mejor que criticar a la ciudad que más ha progresado y que solo pide que la dejen tranquila para seguir avanzando. A Correa puede no gustarle el bigote de Nebot, disgustarle que el éxito de Guayaquil se deba a alcaldes de derecha, en fin, puede tener sus razones para no ser el fan número uno de este Municipio. Pero no puede negar el progreso de Guayaquil. ¿Y qué hace nuestro Presidente ante una ciudad que es ejemplo de desarrollo? La ataca, la intenta hundir, solo porque le molesta que el gobierno central no sea parte de este éxito, porque no aguanta no ser el favorito en su ciudad natal. El éxito de Guayaquil es una cachetada al modelo de Estado centralista y planificador predicado por este Gobierno, y eso le molesta al Presidente.
Aquí no hay corazón ardiente, ni mente lúcida, ni amor por el país ni Guayaquil. Tenemos un Presidente que busca aumentar su popularidad midiendo fuerzas y minando los logros de los demás, en lugar de demostrar logros propios. ¿Quién dijo que la vieja política había muerto? Sigue vivita y coleando, solo que ha rejuvenecido y no usa corbata.
¿Dejará a un lado la confrontación? ¿Lo veremos finalmente transformar ese apoyo popular en acciones para impulsar este país adelante en lugar de buscarse peleas de barrio? Tristemente ya conocemos las respuestas. Los guayaquileños, y con el tiempo todos los ecuatorianos, tendremos que defendernos de quien debía apoyarnos.
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