En este casi primer año de gobierno la alta popularidad de Rafael Correa no se ha basado en obras, más empleo, o el progreso del país. Se ha basado en su constante campaña, promesas de cambio y confrontación. Con eso logró el apoyo masivo que buscaba.
Ahora, sin Congreso ni oposición, y con vía libre para llevar adelante sus proyectos, uno pensaría que el Presidente se dedicaría finalmente a gobernar sin necesidad de abrir frentes de batalla por donde pasa.
Pero no. Parece que eso de gobernar, administrar, concretar proyectos, como que no va con su personalidad altiva y soberana. Prefiere continuar de candidato, buscarse enemigos por todos lados, insultar, polemizar, polarizar al país.
Esto lo hemos visto claramente en dos recientes declaraciones de Correa. Por un lado amenazó irresponsablemente con renunciar si la Asamblea no lo apoyaba 100%. Por otro, atacó nuevamente el progreso de Guayaquil.

Y los ataques a Guayaquil. Con tantos problemas que tiene el país, tantos asuntos

Aquí no hay corazón ardiente, ni mente lúcida, ni amor por el país ni Guayaquil. Tenemos un Presidente que busca aumentar su popularidad midiendo fuerzas y minando los logros de los demás, en lugar de demostrar logros propios. ¿Quién dijo que la vieja política había muerto? Sigue vivita y coleando, solo que ha rejuvenecido y no usa corbata.
¿Dejará a un lado la confrontación? ¿Lo veremos finalmente transformar ese apoyo popular en acciones para impulsar este país adelante en lugar de buscarse peleas de barrio? Tristemente ya conocemos las respuestas. Los guayaquileños, y con el tiempo todos los ecuatorianos, tendremos que defendernos de quien debía apoyarnos.
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