En Bolivia mueren cuatro personas y hay trescientos heridos. La mayoría oficialista aprobó arbitrariamente la Constitución que prácticamente daría plenos poderes a Evo Morales. En un año no se logró nada en la Asamblea Constituyente boliviana, pero eso no impidió que el gobierno pretenda imponer al final su Constitución. Hay disturbios en las calles, represión policial y muerte. ¡Ay, Bolivia!
En Venezuela Hugo Chávez pretende gobernar eternamente. Este domingo será el referéndum que le daría aún más atribuciones al Poder Ejecutivo, como si Chávez no tuviera ya suficientes poderes para hacer y deshacer su país. La maquinaria estatal y los petrodólares están al servicio de la campaña por el Sí. Propaganda chavista hasta en la sopa. Hay manifestaciones de estudiantes contra el abuso del gobierno. Ya murió un joven de dos disparos en una protesta. ¡Ay, Venezuela!
Y más arribita en el mapa, en Nicaragua, Daniel Ortega, el otro integrante de ese escuadrón político dispuesto a enterrar a sus países con tal de alcanzar el poder total, amenaza ahora con gobernar por decreto si la oposición del Parlamento continúa bloqueando sus proyectos de ley. Son todos tan parecidos. Ya podemos imaginar los disturbios y los gases lacrimógenos también en su país. ¡Ay, Nicaragua!
No es coincidencia que las noticias más vergonzosas de estos días vengan justamente de los países latinoamericanos con gobiernos para los que la libertad y la democracia son obstáculos en sus caminos al poder absoluto. Latinoamérica retrocede cada vez que alguno de estos políticos grita a un micrófono “revolución” mientras sueña con más poder; y una mayoría ilusa, seducida y desesperada aplaude.
Hoy nuestros presidentes Rafael Correa y Alberto Acosta asumen –desde ya con arbitrariedades al irse contra el Estatuto– el poder total en la Asamblea Constituyente. Ojalá tengan presente lo que pasa en Venezuela y Bolivia. Sobre todo en Venezuela, donde la raíz de los males está en la atribución que toma su Presidente para imponer su voluntad sobre un país entero, con la excusa de contar con el voto de una mayoría manipulada.
Aquí no viviremos el relajo boliviano. La mayoría de Alianza PAIS garantiza una Asamblea sin mayores debates ni trabas. Avanzarán con vía libre. Pero esa tranquilidad trae otro peligro más grande: crear una Constitución a su medida, o a la medida de Acosta o Correa. Si eso sucede podemos esperar, aquí también, protestas de un país que saldrá a las calles a exigir que se respete su deseo de cambios positivos, cambios para mejor, no cambios personalizados para dar más poder a unos cuantos.
Hoy es un día de optimismo para quienes confiaron sus esperanzas de cambio al proyecto presidencial. Para quienes miramos con desconfianza el uso del poder absoluto es un día de preocupación. Solo esperamos que quienes ahora tienen el poder de hacer los cambios, no olviden que sus plenos poderes nunca estarán por encima de nuestros derechos y libertades. Si no entienden eso, vendrán tiempos lacrimógenos como los que viven nuestros vecinos con gobiernos “revolucionarios”.
No queremos unirnos a esa Latinoamérica que grita desesperada por un cambio para salir del mal cambio en el que se metió. Que el grito de ¡ay, Ecuador! muera con el éxito de esta Asamblea.
jueves, noviembre 29, 2007
jueves, noviembre 22, 2007
Conociendo a Alberto
Estos días cercanos a la Asamblea Constituyente, los medios han puesto su atención en Alberto Acosta: futuro presidente de la Asamblea, cinturón negro en kárate, o como lo llama Carlos Vera, “el hombre más poderoso del país”. Las ideas de Alberto Acosta sobre su modelo ideal de país nos pueden decir mucho sobre el camino que tomará la Asamblea y lo que podemos esperar para el Ecuador en los próximos años.
A mí me han quedado dos impresiones principales de quien llevará las riendas de los plenos poderes.
Primero: Acosta es un hombre serio, honesto, que dice lo que piensa. Esto tranquiliza. Si bien el presidente Rafael Correa será el jefe supremo de esta Asamblea, con el constante peligro de convertirla en su instrumento para saltarse todas las instituciones y leyes a favor de sus planes inmediatos de gobierno, tranquiliza que los plenos poderes estén en manos de alguien que refleja seriedad y vocación democrática.
Segundo: Acosta desconfía profundamente de todo lo que huela a sector privado. Su ideología pone al Estado como principal y único actor en la vida de los ecuatorianos. Parecería que para Acosta si el Estado no está presente, algo anda mal. Y que una acción social es válida y legítima solo si el Estado interviene en ella. Esto preocupa.
Sus recientes declaraciones en relación a la Junta de Beneficencia de Guayaquil reflejan que en lugar de querer imitar y reproducir la gran labor social de esta institución, a Acosta le incomoda que no sea el Estado el que presta los servicios de la Junta. Como si un servicio social fuese menos legítimo porque lo realiza un grupo o institución privada. La visión de Acosta supone la profundización de la estatización del país, con todo el retroceso, ineficiencia y corrupción que eso significa.
Es posible que ese mundo que sueña Acosta, con un Estado eficiente, libre de corrupción, y con burócratas pensando solo en servir y no en los términos de su contrato colectivo o en los viáticos que recibirán por el último viaje, exista en algún lugar, pero no aquí. Todas las leyes y decretos que se den en la Asamblea Constituyente no cambiarán la realidad del sector público.
Si la visión de Acosta se impone sobre el grupo de Asambleístas vamos inevitablemente hacia el Estado omnipotente, omnipresente y todopoderoso. Los avances logrados a través de colaboraciones con el sector privado, concesiones o la gran obra social de instituciones privadas sin fines de lucro peligrarían para dar paso a este dios Estado, donde se privilegia siempre el manejo público, incluso cuando este sea ineficiente. La torta pública se agrandará más. Es decir, podemos esperar más corrupción por el reparto de esta torta.
Acosta debe recordar que la nueva Constitución no transformará de repente al sector público. Los servicios públicos seguirán en su gran mayoría igual de ineficientes, pero con más funciones y más dinero que malgastar. Solo incorporando la iniciativa privada, no marginándola, se podrá servir mejor a los ecuatorianos.
Las buenas cualidades que Acosta transmite lastimosamente se opacan por una ideología que ha fracasado demasiadas veces en el mundo, y esta no será la excepción.
A mí me han quedado dos impresiones principales de quien llevará las riendas de los plenos poderes.
Primero: Acosta es un hombre serio, honesto, que dice lo que piensa. Esto tranquiliza. Si bien el presidente Rafael Correa será el jefe supremo de esta Asamblea, con el constante peligro de convertirla en su instrumento para saltarse todas las instituciones y leyes a favor de sus planes inmediatos de gobierno, tranquiliza que los plenos poderes estén en manos de alguien que refleja seriedad y vocación democrática.
Segundo: Acosta desconfía profundamente de todo lo que huela a sector privado. Su ideología pone al Estado como principal y único actor en la vida de los ecuatorianos. Parecería que para Acosta si el Estado no está presente, algo anda mal. Y que una acción social es válida y legítima solo si el Estado interviene en ella. Esto preocupa.
Sus recientes declaraciones en relación a la Junta de Beneficencia de Guayaquil reflejan que en lugar de querer imitar y reproducir la gran labor social de esta institución, a Acosta le incomoda que no sea el Estado el que presta los servicios de la Junta. Como si un servicio social fuese menos legítimo porque lo realiza un grupo o institución privada. La visión de Acosta supone la profundización de la estatización del país, con todo el retroceso, ineficiencia y corrupción que eso significa.
Es posible que ese mundo que sueña Acosta, con un Estado eficiente, libre de corrupción, y con burócratas pensando solo en servir y no en los términos de su contrato colectivo o en los viáticos que recibirán por el último viaje, exista en algún lugar, pero no aquí. Todas las leyes y decretos que se den en la Asamblea Constituyente no cambiarán la realidad del sector público.
Si la visión de Acosta se impone sobre el grupo de Asambleístas vamos inevitablemente hacia el Estado omnipotente, omnipresente y todopoderoso. Los avances logrados a través de colaboraciones con el sector privado, concesiones o la gran obra social de instituciones privadas sin fines de lucro peligrarían para dar paso a este dios Estado, donde se privilegia siempre el manejo público, incluso cuando este sea ineficiente. La torta pública se agrandará más. Es decir, podemos esperar más corrupción por el reparto de esta torta.
Acosta debe recordar que la nueva Constitución no transformará de repente al sector público. Los servicios públicos seguirán en su gran mayoría igual de ineficientes, pero con más funciones y más dinero que malgastar. Solo incorporando la iniciativa privada, no marginándola, se podrá servir mejor a los ecuatorianos.
Las buenas cualidades que Acosta transmite lastimosamente se opacan por una ideología que ha fracasado demasiadas veces en el mundo, y esta no será la excepción.
jueves, noviembre 15, 2007
Y sigue hablando
El ya célebre “¿Por qué no te callas?” del Rey de España dirigido al dictador –camuflado de presidente democrático– Hugo Chávez en la última Cumbre Iberoamericana, resumió en una frase lo que muchísimos latinoamericanos sentimos.
Chávez, que representa la peor tradición caudillista, dictatorial y populista de la región, se ha convertido en vocero de Latinoamérica. Y ante este protagonismo, los latinoamericanos, y en particular nuestros líderes, tranquilamente lo abrazan y lo dejan hablar a nuestro nombre.
Sin duda, los millones de petrodólares que Chávez tiene para despilfarrar le abren las puertas de las casas de gobierno latinoamericanas. El dinero compra apoyos, abrazos y silencios ante sus atropellos a las libertades y su proyecto totalitario.
Chávez habla lo que le da la gana. Esta vez se dedicó a llamar fascista al ex presidente español José María Aznar, de quien podría aprender mucho sobre democracia y libertades. Aunque la actitud del rey Juan Carlos no fue la más apropiada para este tipo de Cumbres, dio en el clavo ante un insolente Chávez y expresó lo que los líderes latinoamericanos no se atreven a decirle.
Chávez debería verse en el espejo cuando habla de fascismo, ideología política de la que presenta varias características: pone a la nación por encima del individuo, centraliza todo, concentra poder, crea constantemente enemigos internos y externos, incrementa exageradamente su poderío militar, y basa su gobierno no en leyes ni instituciones sino en su figura carismática. Y con la nueva reforma constitucional podrá ir más lejos, reeligiéndose eternamente y declarando estados de excepción sin límite de tiempo, en los que podrá detener a ciudadanos sin cargos e imponer la censura de prensa.
Y claro, esta reforma, al igual que su gobierno, se disfrazarán de democráticos con los votos de ese pueblo al que tiene seducido con bonos, dádivas y políticas paternalistas. Pero en un país donde su palabra es ley, se cierran canales de televisión y ni Alejandro Sanz puede ir a cantar por atreverse a criticarlo, hablar de democracia es una broma.
Chávez sigue hablando. Y una embobada Latinoamérica lo sigue escuchando. Chávez habla porque lo dejamos hablar. Porque nuestros presidentes y nuestras masas seducidas lo reciben con brazos abiertos y le celebran sus caducos cantos contra el progreso.
¿Seguirá Latinoamérica permitiendo que Chávez hable a nombre de la región? ¿O ignorarán finalmente nuestros gobernantes su demagogia? Nuestro Presidente, a pesar de su pública identificación con el gobierno de Chávez, hizo bien en distanciarse de él en esta Cumbre y expresar su desacuerdo con la reelección indefinida. Ojalá no se quede ahí y se aleje completamente de las destructivas y dictatoriales políticas y estrategias de este personaje.
Chávez dejó de ser una broma. ¿Seguirá Latinoamérica celebrándolo? ¿Continuaremos alabándole, como a Fidel, sus insultos y delirios, mientras hunde a su país en la pobreza y acaba con sus libertades?
Chávez no se calla porque muchos ilusos todavía lo quieren escuchar. Solo los venezolanos podrán callarlo de verdad en las urnas. Mientras tanto, el resto de latinoamericanos podemos empezar por ignorarlo. De lo contrario, como su maestro Fidel, seguirá hablando por muchos años. Y por favor, no queremos que nuestros hijos tengan que aguantarlo.
Chávez, que representa la peor tradición caudillista, dictatorial y populista de la región, se ha convertido en vocero de Latinoamérica. Y ante este protagonismo, los latinoamericanos, y en particular nuestros líderes, tranquilamente lo abrazan y lo dejan hablar a nuestro nombre.
Sin duda, los millones de petrodólares que Chávez tiene para despilfarrar le abren las puertas de las casas de gobierno latinoamericanas. El dinero compra apoyos, abrazos y silencios ante sus atropellos a las libertades y su proyecto totalitario.
Chávez habla lo que le da la gana. Esta vez se dedicó a llamar fascista al ex presidente español José María Aznar, de quien podría aprender mucho sobre democracia y libertades. Aunque la actitud del rey Juan Carlos no fue la más apropiada para este tipo de Cumbres, dio en el clavo ante un insolente Chávez y expresó lo que los líderes latinoamericanos no se atreven a decirle.
Chávez debería verse en el espejo cuando habla de fascismo, ideología política de la que presenta varias características: pone a la nación por encima del individuo, centraliza todo, concentra poder, crea constantemente enemigos internos y externos, incrementa exageradamente su poderío militar, y basa su gobierno no en leyes ni instituciones sino en su figura carismática. Y con la nueva reforma constitucional podrá ir más lejos, reeligiéndose eternamente y declarando estados de excepción sin límite de tiempo, en los que podrá detener a ciudadanos sin cargos e imponer la censura de prensa.
Y claro, esta reforma, al igual que su gobierno, se disfrazarán de democráticos con los votos de ese pueblo al que tiene seducido con bonos, dádivas y políticas paternalistas. Pero en un país donde su palabra es ley, se cierran canales de televisión y ni Alejandro Sanz puede ir a cantar por atreverse a criticarlo, hablar de democracia es una broma.
Chávez sigue hablando. Y una embobada Latinoamérica lo sigue escuchando. Chávez habla porque lo dejamos hablar. Porque nuestros presidentes y nuestras masas seducidas lo reciben con brazos abiertos y le celebran sus caducos cantos contra el progreso.
¿Seguirá Latinoamérica permitiendo que Chávez hable a nombre de la región? ¿O ignorarán finalmente nuestros gobernantes su demagogia? Nuestro Presidente, a pesar de su pública identificación con el gobierno de Chávez, hizo bien en distanciarse de él en esta Cumbre y expresar su desacuerdo con la reelección indefinida. Ojalá no se quede ahí y se aleje completamente de las destructivas y dictatoriales políticas y estrategias de este personaje.
Chávez dejó de ser una broma. ¿Seguirá Latinoamérica celebrándolo? ¿Continuaremos alabándole, como a Fidel, sus insultos y delirios, mientras hunde a su país en la pobreza y acaba con sus libertades?
Chávez no se calla porque muchos ilusos todavía lo quieren escuchar. Solo los venezolanos podrán callarlo de verdad en las urnas. Mientras tanto, el resto de latinoamericanos podemos empezar por ignorarlo. De lo contrario, como su maestro Fidel, seguirá hablando por muchos años. Y por favor, no queremos que nuestros hijos tengan que aguantarlo.
jueves, noviembre 08, 2007
Nuestra lucha
Que este Gobierno busca desprestigiar y acabar lo bueno que se ha hecho en Guayaquil está clarísimo. Al Presidente no le importa ir contra su propia gente atacando una gestión municipal ejemplar que ha mejorado la vida de los guayaquileños. El fin es causar la polémica que se transforma en votos. La actitud civilizada del Presidente el pasado 9 de octubre, por lo visto, fue pura pantalla.
El enemigo de Guayaquil no ha cambiado. Es el mismo de siempre. Se llama centralismo. Solo ha cambiado su disfraz. Hoy viste verde, es socialista, se hace llamar altivo y soberano, y lo más triste de todo, es guayaquileño. El enemigo sigue siendo ese político centralista de ayer y hoy, que pretende controlarlo todo y ataca toda gestión local exitosa que signifique menos plata y poder para su cargo.
La existencia de un enemigo común suele unir a la gente. El centralismo ha unido a los guayaquileños en su lucha por la autonomía. Pero hoy, que la amenaza es mayor, en lugar de unirnos peleamos entre nosotros o en luchas equivocadas.
La lucha no es contra la Junta Cívica. Más allá de diferencia de criterios, los guayaquileños debemos apoyar su misión cívica, uniendo fuerzas. La lucha aquí es contra los centralistas que atacan la labor de esta Junta Cívica y de otras instituciones locales buscando su desprestigio.
La lucha no es contra los habitantes de la provincia de Santa Elena. Más allá de la rabia que nos cause la división, la provincialización no convierte a los peninsulares en nuestros enemigos. La gran mayoría de ellos son hombres y mujeres honestos que solo quieren trabajar y nada tienen que ver con estos actos políticos. La lucha aquí es contra el apoyo irresponsable del Gobierno a la provincialización por fines políticos, incluso estando en contra de ella.
La lucha no es contra quienes quemaron la bandera de Guayaquil. Más allá del rechazo que este acto nos causó, como bien lo escribió hace poco Carlos Jijón, “los hombres que amamos la libertad, y que pretendemos defenderla, no podemos caer en la incoherencia de perseguir la prisión de alguien, o de un grupo social, que finalmente solo ha expresado públicamente lo que piensa”. La lucha aquí es contra el comportamiento confrontacional y antiguayaquileño del Gobierno, que incitó estos actos de los peninsulares.
La lucha ni siquiera es contra el Gobierno o su Presidente. Más allá de que ha hecho los méritos para tener nuestro rechazo, como ciudad democrática debemos respetar su mandato y apoyar sus buenas acciones. La lucha frontal aquí es contra los planes centralistas del Gobierno y del Presidente y cualquier ataque a Guayaquil que atente contra nuestra libertad y progreso.
La lucha de Guayaquil sigue siendo contra el mismo enemigo: el centralismo. El objetivo sigue siendo el mismo: buscar el progreso de Guayaquil a través de su autonomía y evitar que modelos centralistas, y peor aún planes socialistas fracasados, nos hundan.
Entonces, dejémonos de peleas entre nosotros y contra enemigos creados. Si queremos tener la fuerza para enfrentar lo que se viene, lo primero es estar juntos. Y luchar juntos por un Guayaquil con libertad para trabajar, progresar y liderar su propio destino.
El enemigo de Guayaquil no ha cambiado. Es el mismo de siempre. Se llama centralismo. Solo ha cambiado su disfraz. Hoy viste verde, es socialista, se hace llamar altivo y soberano, y lo más triste de todo, es guayaquileño. El enemigo sigue siendo ese político centralista de ayer y hoy, que pretende controlarlo todo y ataca toda gestión local exitosa que signifique menos plata y poder para su cargo.
La existencia de un enemigo común suele unir a la gente. El centralismo ha unido a los guayaquileños en su lucha por la autonomía. Pero hoy, que la amenaza es mayor, en lugar de unirnos peleamos entre nosotros o en luchas equivocadas.
La lucha no es contra la Junta Cívica. Más allá de diferencia de criterios, los guayaquileños debemos apoyar su misión cívica, uniendo fuerzas. La lucha aquí es contra los centralistas que atacan la labor de esta Junta Cívica y de otras instituciones locales buscando su desprestigio.
La lucha no es contra los habitantes de la provincia de Santa Elena. Más allá de la rabia que nos cause la división, la provincialización no convierte a los peninsulares en nuestros enemigos. La gran mayoría de ellos son hombres y mujeres honestos que solo quieren trabajar y nada tienen que ver con estos actos políticos. La lucha aquí es contra el apoyo irresponsable del Gobierno a la provincialización por fines políticos, incluso estando en contra de ella.
La lucha no es contra quienes quemaron la bandera de Guayaquil. Más allá del rechazo que este acto nos causó, como bien lo escribió hace poco Carlos Jijón, “los hombres que amamos la libertad, y que pretendemos defenderla, no podemos caer en la incoherencia de perseguir la prisión de alguien, o de un grupo social, que finalmente solo ha expresado públicamente lo que piensa”. La lucha aquí es contra el comportamiento confrontacional y antiguayaquileño del Gobierno, que incitó estos actos de los peninsulares.
La lucha ni siquiera es contra el Gobierno o su Presidente. Más allá de que ha hecho los méritos para tener nuestro rechazo, como ciudad democrática debemos respetar su mandato y apoyar sus buenas acciones. La lucha frontal aquí es contra los planes centralistas del Gobierno y del Presidente y cualquier ataque a Guayaquil que atente contra nuestra libertad y progreso.
La lucha de Guayaquil sigue siendo contra el mismo enemigo: el centralismo. El objetivo sigue siendo el mismo: buscar el progreso de Guayaquil a través de su autonomía y evitar que modelos centralistas, y peor aún planes socialistas fracasados, nos hundan.
Entonces, dejémonos de peleas entre nosotros y contra enemigos creados. Si queremos tener la fuerza para enfrentar lo que se viene, lo primero es estar juntos. Y luchar juntos por un Guayaquil con libertad para trabajar, progresar y liderar su propio destino.
miércoles, noviembre 07, 2007
Revista la U. - Noviembre 2007
Ya está circulando la U. de noviembre en tu universidad!!!
Para pautar en revista la U. escribe a revistalau@yahoo.com (tarifario adjunto). Envíanos tus artículos, fotos, ideas o comentarios a revistalau@yahoo.com.
Para pautar en revista la U. escribe a revistalau@yahoo.com (tarifario adjunto). Envíanos tus artículos, fotos, ideas o comentarios a revistalau@yahoo.com.
jueves, noviembre 01, 2007
El bobo nacionalismo
Anoche, las brujas, los fantasmas y las calabazas nos pasaron de largo. Por exigencia del Ministro de Educación los niños no pudieron celebrar Halloween en sus escuelas.
En un comunicado, de esos que deben colgarse en la galería de nuestros absurdos nacionalismos, el ministro Vallejo indicó que “es importante que en el sistema educativo, se evite la organización del festejo de Halloween, costumbre de origen celta extraña a nuestra tradición cultural…”. En su lugar, el Ministerio solicitó que se realicen actos cívicos para conmemorar el Día del Escudo Nacional.
En otras palabras, olvídense niños de estimular su imaginación y creatividad disfrazándose y decorando sus escuelas con brujas y calabazas. Mejor prepárense para marchar bajo el sol del mediodía como soldados, cantar el himno y aguantarse un discurso de su director.
Parece algo secundario, pero son estas actitudes las que sientan las bases de una sociedad que camina para atrás, aislada del mundo. Al decirles a los niños que no celebren Halloween por no ser ecuatoriano, le están creando un rechazo a lo extranjero. Les meten la idea de que solo lo nuestro es bueno y lo de afuera es malo. Y que debemos defender al país de influencias extranjeras (salvo, claro está, si lo extranjero usa boina roja o fuma un habano).
¿Acaso hay algo 100% ecuatoriano, que no haya tomado algo de otras culturas y tradiciones? ¿Acaso la “cultura ecuatoriana” se formó aislada del mundo? Las manifestaciones culturales del mundo son una mezcla de tradiciones que olvidan su origen.
El bobo nacionalismo está de moda en nuestro país. Nuestro Presidente lleva la bandera. Este Gobierno que ha calificado de “bobo aperturismo” la integración de mercados, camina en dirección contraria cerrándonos al mundo.
Y lo más triste es que la gente compra el discurso nacionalista. Ayer, en un programa de la mañana, una presentadora dijo que, siguiendo el llamado del Gobierno a no celebrar Halloween, decidieron no disfrazarse ni decorar el set, para así “hacer patria”. El desayuno se me revolvió en el estómago al escuchar tal ridiculez. ¡No celebrar Halloween se convierte ahora en hacer patria! Les aseguro que más patria hacemos moviendo el comercio local al comprar máscaras y disfraces de brujas.
El bobo nacionalismo pretende imponernos una solo cultura, una sola tradición, una sola mentalidad. Ignora la riqueza cultural y artística de este planeta, que como ciudadanos libres del mundo tenemos todo el derecho a celebrar o incluso elegir sobre nuestras tradiciones locales. Impone la mentalidad aldeana como estandarte patriotero. Muy bien que prefiramos y celebremos lo local. Pero la opción por lo local debe nacer en cada individuo, no imponerse o “recomendarse” desde arriba.
Espero que cuando mi hija vaya a la escuela le incentiven la aventura del conocimiento, mostrándole que el mundo no termina en nuestro país, que hay cosas buenas en todos lados, incluso brujas y calabazas venidas del norte. Que aprenda de lo local y lo extranjero. No de lo local contra lo extranjero. Que entienda que somos parte de un mundo diverso e interesante, del que podemos escoger la música, tradiciones, cultura que más nos guste.
Empieza la era del bobo nacionalismo y del bobo proteccionismo. ¿Cuánto tiempo durarán? Ojalá alguna bruja nos libre del hechizo.
En un comunicado, de esos que deben colgarse en la galería de nuestros absurdos nacionalismos, el ministro Vallejo indicó que “es importante que en el sistema educativo, se evite la organización del festejo de Halloween, costumbre de origen celta extraña a nuestra tradición cultural…”. En su lugar, el Ministerio solicitó que se realicen actos cívicos para conmemorar el Día del Escudo Nacional.
En otras palabras, olvídense niños de estimular su imaginación y creatividad disfrazándose y decorando sus escuelas con brujas y calabazas. Mejor prepárense para marchar bajo el sol del mediodía como soldados, cantar el himno y aguantarse un discurso de su director.
Parece algo secundario, pero son estas actitudes las que sientan las bases de una sociedad que camina para atrás, aislada del mundo. Al decirles a los niños que no celebren Halloween por no ser ecuatoriano, le están creando un rechazo a lo extranjero. Les meten la idea de que solo lo nuestro es bueno y lo de afuera es malo. Y que debemos defender al país de influencias extranjeras (salvo, claro está, si lo extranjero usa boina roja o fuma un habano).
¿Acaso hay algo 100% ecuatoriano, que no haya tomado algo de otras culturas y tradiciones? ¿Acaso la “cultura ecuatoriana” se formó aislada del mundo? Las manifestaciones culturales del mundo son una mezcla de tradiciones que olvidan su origen.
El bobo nacionalismo está de moda en nuestro país. Nuestro Presidente lleva la bandera. Este Gobierno que ha calificado de “bobo aperturismo” la integración de mercados, camina en dirección contraria cerrándonos al mundo.
Y lo más triste es que la gente compra el discurso nacionalista. Ayer, en un programa de la mañana, una presentadora dijo que, siguiendo el llamado del Gobierno a no celebrar Halloween, decidieron no disfrazarse ni decorar el set, para así “hacer patria”. El desayuno se me revolvió en el estómago al escuchar tal ridiculez. ¡No celebrar Halloween se convierte ahora en hacer patria! Les aseguro que más patria hacemos moviendo el comercio local al comprar máscaras y disfraces de brujas.
El bobo nacionalismo pretende imponernos una solo cultura, una sola tradición, una sola mentalidad. Ignora la riqueza cultural y artística de este planeta, que como ciudadanos libres del mundo tenemos todo el derecho a celebrar o incluso elegir sobre nuestras tradiciones locales. Impone la mentalidad aldeana como estandarte patriotero. Muy bien que prefiramos y celebremos lo local. Pero la opción por lo local debe nacer en cada individuo, no imponerse o “recomendarse” desde arriba.
Espero que cuando mi hija vaya a la escuela le incentiven la aventura del conocimiento, mostrándole que el mundo no termina en nuestro país, que hay cosas buenas en todos lados, incluso brujas y calabazas venidas del norte. Que aprenda de lo local y lo extranjero. No de lo local contra lo extranjero. Que entienda que somos parte de un mundo diverso e interesante, del que podemos escoger la música, tradiciones, cultura que más nos guste.
Empieza la era del bobo nacionalismo y del bobo proteccionismo. ¿Cuánto tiempo durarán? Ojalá alguna bruja nos libre del hechizo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)