Las recientes charlas en Guayaquil de los ex presidentes españoles Felipe González y José María Aznar me dejaron cierto sabor a esperanza, a pesar de los tiempos que vivimos.
González y Aznar contaron cómo España dejó atrás esa oscura historia como el patito feo de Europa en quien nadie creía, transformándose en una democracia liberal, estable y avanzada. Se puede cambiar. Ningún país está condenado al fracaso.
Según Aznar, el mayor éxito de los españoles fue que la transición democrática con la Constitución de 1978 se logró llegando a acuerdos. Sin imponer una sola visión o modelo. “Con el acuerdo de todos, todos ganaban más que si hubiera prevalecido la pretensión de solo alguna de las partes”. Importante lección para nuestra Asamblea, a la que lastimosamente el Presidente se refiere como una batalla y no un llamado al consenso. ¿Buscará, quien domine la Asamblea, otra Constitución pasajera hecha a su medida, o una que, como la de España, sirva a todos y siga fuerte treinta años después?
Aznar y González resaltaron también algo básico, que el Gobierno ecuatoriano parece no entender: la importancia de crear las condiciones para generar riqueza y empleo. “Solo los países que cuentan con instituciones sólidas y con seguridad jurídica obtienen un crecimiento económico y un desarrollo sostenible en el tiempo”, dijo Aznar. “El gran poder del Estado moderno no es el poder de producir directamente la riqueza, sino el poder de crear el marco regulatorio que haga previsible y segura la generación de riqueza”, dijo González. Rivales políticos, liberal y socialista, coinciden en que el Gobierno genere el clima para que el sector privado cumpla su rol generando riqueza y empleo. Muy distinto al clima antiempresa y de inseguridad que transmite nuestro Gobierno actual.
Aznar alertó sobre el peligro del socialismo del siglo XXI y el populismo revolucionario que atentan contra esta estabilidad, seguridad y libertad necesarias para generar producción y empleo. Y advirtió: “El objetivo común de imponerse democráticamente al proyecto del socialismo del siglo XXI reclama de quienes queremos que triunfe un orden de libertad, amplitud de miras, sentido de la responsabilidad y énfasis en lo mucho que nos une y no en lo que nos separa”.
Esto es clave. Solo con una oposición unida, inteligente y constructiva de quienes creemos en la libertad como principio y objetivo básico, evitaremos estar mañana como la débil oposición venezolana que mira y sufre impotente la destrucción de las libertades de su gente.
Tal vez es muy temprano para que la mayoría de ecuatorianos entienda y reaccione frente a los peligros del socialismo del siglo XXI, maquillado hoy a base de subsidios y politiquería. Pero mañana, cuando se rompa ese sueño, ojalá recordemos lo que escuchamos de estos líderes españoles. Y apoyemos políticas que brinden estabilidad, no aventuras; consensos, no divisiones; y que luchen por las libertades individuales, la apertura, la real democracia, las reglas claras, que los gobiernos socialistas y liberales de González y Aznar supieron defender en España.
España sorprendió a Europa. ¿Podremos algún día sorprender a Latinoamérica?
Por lo pronto, nos toca esperar. Este Gobierno camina para atrás. Cuando, como dijo González, midamos la política “por los resultados, no por las proclamas”, habremos dado un primer paso al frente.
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