Lo confieso. El otro día me descubrí tarareando “Patria, tierra sagrada”. Traté de autojustificarme diciéndome que esa canción ya la cantaba en el colegio. Pero, a quién engaño. Todos sabemos lo que pasa. La maquinaria comunicacional de este Gobierno me está atrapando. Empieza con una inocente canción. Hasta que sin darme cuenta llamaré a mis amigos “compañeros”. Y no me puedo quitar la cancioncita de la cabeza.
Ahora una cadena nacional me interrumpe el noticiario de la noche. Rafael Correa aparece sonriente. Nos dice que las elecciones de este domingo serán las más democráticas de la historia porque, entre otras cosas, por primera vez los migrantes podrán escoger a sus representantes y todos los candidatos se han dado a conocer en igualdad de condiciones. El Presidente procede a exaltar por varios minutos todas las maravillas que su Gobierno ha hecho por los ecuatorianos estos ocho meses. Y finaliza motivando a que votemos “con infinito amor” en contra de los “lobos vestidos de ovejas”.
Contra los impulsos de mi dedo pulgar, que luchaba por cambiar de canal, me vi toda la cadena. Y es que no podía creer la manera cómo este Gobierno a veces nos quiere ver la cara de tontos, por no usar otro término más apropiado.
Sí, ya estamos acostumbrados a que los gobiernos de turno utilicen recursos públicos (cadenas nacionales, transporte, viajes, funcionarios, horas de trabajo, etcétera) para hacer campaña por su partido. Pero lo que va más allá con este Gobierno es que aparte nos quieran meter el cuento de que estas elecciones son muy justas y democráticas. Y para decirnos eso, utilizan convenientemente una cadena nacional en horario estelar, para luego hacer un recuento de lo maravilloso que es este Gobierno –pura coincidencia que sea la semana de elecciones– y motivarnos a votar con las mismas frases que utiliza el partido de Gobierno en su campaña –otra coincidencia–.
Esta no fue una cadena nacional de “acudamos todos a votar”. Esta fue una cadena de “acudamos todos a votar por mi partido”.
El hecho es que esta campaña ha sido una de las más desiguales que podamos recordar. El partido de Gobierno ha contado con toda una artillería publicitaria disfrazada de cadenas nacionales, viajes oficiales y campañas de Gobierno. El voto migrante suena muy bonito y democrático, pero en nada lo es cuando solo el representante de un partido tiene los recursos –estatales– para visitar a los migrantes y presentarles sus propuestas.
Estas elecciones no serán otra cosa que la ratificación de la popularidad –o rechazo– que tiene este Gobierno. Con una efectiva y constante campaña en medios, acompañada de subsidios y medidas cortoplacistas, Correa ha sabido construir y mantener esa popularidad.
La campaña le funcionó al Gobierno. Y el hábil estatuto electoral, con su supuesta igualdad de condiciones, aniquiló las posibilidades de la oposición. Todo nos dice que este domingo el país votará por darle el poder total a Rafael Correa.
De todos modos yo iré a votar, junto a una minoría, por los candidatos que intentarán moderar el curso gobiernista de la Asamblea. Solo espero que a nadie se le ocurra silbar la cancioncita esa, no vaya a ser que mi subconsciente me traicione mientras rayo la papeleta.
jueves, septiembre 27, 2007
jueves, septiembre 20, 2007
Lecciones españolas
Las recientes charlas en Guayaquil de los ex presidentes españoles Felipe González y José María Aznar me dejaron cierto sabor a esperanza, a pesar de los tiempos que vivimos.
González y Aznar contaron cómo España dejó atrás esa oscura historia como el patito feo de Europa en quien nadie creía, transformándose en una democracia liberal, estable y avanzada. Se puede cambiar. Ningún país está condenado al fracaso.
Según Aznar, el mayor éxito de los españoles fue que la transición democrática con la Constitución de 1978 se logró llegando a acuerdos. Sin imponer una sola visión o modelo. “Con el acuerdo de todos, todos ganaban más que si hubiera prevalecido la pretensión de solo alguna de las partes”. Importante lección para nuestra Asamblea, a la que lastimosamente el Presidente se refiere como una batalla y no un llamado al consenso. ¿Buscará, quien domine la Asamblea, otra Constitución pasajera hecha a su medida, o una que, como la de España, sirva a todos y siga fuerte treinta años después?
Aznar y González resaltaron también algo básico, que el Gobierno ecuatoriano parece no entender: la importancia de crear las condiciones para generar riqueza y empleo. “Solo los países que cuentan con instituciones sólidas y con seguridad jurídica obtienen un crecimiento económico y un desarrollo sostenible en el tiempo”, dijo Aznar. “El gran poder del Estado moderno no es el poder de producir directamente la riqueza, sino el poder de crear el marco regulatorio que haga previsible y segura la generación de riqueza”, dijo González. Rivales políticos, liberal y socialista, coinciden en que el Gobierno genere el clima para que el sector privado cumpla su rol generando riqueza y empleo. Muy distinto al clima antiempresa y de inseguridad que transmite nuestro Gobierno actual.
Aznar alertó sobre el peligro del socialismo del siglo XXI y el populismo revolucionario que atentan contra esta estabilidad, seguridad y libertad necesarias para generar producción y empleo. Y advirtió: “El objetivo común de imponerse democráticamente al proyecto del socialismo del siglo XXI reclama de quienes queremos que triunfe un orden de libertad, amplitud de miras, sentido de la responsabilidad y énfasis en lo mucho que nos une y no en lo que nos separa”.
Esto es clave. Solo con una oposición unida, inteligente y constructiva de quienes creemos en la libertad como principio y objetivo básico, evitaremos estar mañana como la débil oposición venezolana que mira y sufre impotente la destrucción de las libertades de su gente.
Tal vez es muy temprano para que la mayoría de ecuatorianos entienda y reaccione frente a los peligros del socialismo del siglo XXI, maquillado hoy a base de subsidios y politiquería. Pero mañana, cuando se rompa ese sueño, ojalá recordemos lo que escuchamos de estos líderes españoles. Y apoyemos políticas que brinden estabilidad, no aventuras; consensos, no divisiones; y que luchen por las libertades individuales, la apertura, la real democracia, las reglas claras, que los gobiernos socialistas y liberales de González y Aznar supieron defender en España.
España sorprendió a Europa. ¿Podremos algún día sorprender a Latinoamérica?
Por lo pronto, nos toca esperar. Este Gobierno camina para atrás. Cuando, como dijo González, midamos la política “por los resultados, no por las proclamas”, habremos dado un primer paso al frente.
González y Aznar contaron cómo España dejó atrás esa oscura historia como el patito feo de Europa en quien nadie creía, transformándose en una democracia liberal, estable y avanzada. Se puede cambiar. Ningún país está condenado al fracaso.
Según Aznar, el mayor éxito de los españoles fue que la transición democrática con la Constitución de 1978 se logró llegando a acuerdos. Sin imponer una sola visión o modelo. “Con el acuerdo de todos, todos ganaban más que si hubiera prevalecido la pretensión de solo alguna de las partes”. Importante lección para nuestra Asamblea, a la que lastimosamente el Presidente se refiere como una batalla y no un llamado al consenso. ¿Buscará, quien domine la Asamblea, otra Constitución pasajera hecha a su medida, o una que, como la de España, sirva a todos y siga fuerte treinta años después?
Aznar y González resaltaron también algo básico, que el Gobierno ecuatoriano parece no entender: la importancia de crear las condiciones para generar riqueza y empleo. “Solo los países que cuentan con instituciones sólidas y con seguridad jurídica obtienen un crecimiento económico y un desarrollo sostenible en el tiempo”, dijo Aznar. “El gran poder del Estado moderno no es el poder de producir directamente la riqueza, sino el poder de crear el marco regulatorio que haga previsible y segura la generación de riqueza”, dijo González. Rivales políticos, liberal y socialista, coinciden en que el Gobierno genere el clima para que el sector privado cumpla su rol generando riqueza y empleo. Muy distinto al clima antiempresa y de inseguridad que transmite nuestro Gobierno actual.
Aznar alertó sobre el peligro del socialismo del siglo XXI y el populismo revolucionario que atentan contra esta estabilidad, seguridad y libertad necesarias para generar producción y empleo. Y advirtió: “El objetivo común de imponerse democráticamente al proyecto del socialismo del siglo XXI reclama de quienes queremos que triunfe un orden de libertad, amplitud de miras, sentido de la responsabilidad y énfasis en lo mucho que nos une y no en lo que nos separa”.
Esto es clave. Solo con una oposición unida, inteligente y constructiva de quienes creemos en la libertad como principio y objetivo básico, evitaremos estar mañana como la débil oposición venezolana que mira y sufre impotente la destrucción de las libertades de su gente.
Tal vez es muy temprano para que la mayoría de ecuatorianos entienda y reaccione frente a los peligros del socialismo del siglo XXI, maquillado hoy a base de subsidios y politiquería. Pero mañana, cuando se rompa ese sueño, ojalá recordemos lo que escuchamos de estos líderes españoles. Y apoyemos políticas que brinden estabilidad, no aventuras; consensos, no divisiones; y que luchen por las libertades individuales, la apertura, la real democracia, las reglas claras, que los gobiernos socialistas y liberales de González y Aznar supieron defender en España.
España sorprendió a Europa. ¿Podremos algún día sorprender a Latinoamérica?
Por lo pronto, nos toca esperar. Este Gobierno camina para atrás. Cuando, como dijo González, midamos la política “por los resultados, no por las proclamas”, habremos dado un primer paso al frente.
jueves, septiembre 13, 2007
Un lector menos
“Nunca más voy a comprar esa porquería de Diario EL UNIVERSO, por si acaso. Se ha convertido en prensa rosa, y no lo hagan ustedes tampoco”, dijo nuestro Presidente en Manta.
Es una pena. Hemos perdido al lector que más necesita saber lo que los diarios reportan. Aunque ahora que lo pienso, el Presidente solo dijo que ya no comprará el diario. Lo que quiere decir que tal vez lo siga leyendo de algún vecino que se lo preste. Ojalá sea así. Porque el día que deje de leer los diarios que lo critican, ya no tendrá qué leer. Sus fuentes de información se limitarían a El Telégrafo, que ya es de todos, o sea de este Gobierno, y a su página web.
La semana pasada, Rafael Correa dijo en su entrevista con el periodista argentino Jorge Lanata, que lo que la prensa diga de él no le quita el sueño. No sé por qué no le creo. Más bien, imagino al Presidente pendiente de las notas en los diarios y la tele, para encontrar, por ejemplo, un medio a quien culpar por el precio del arroz. O repetir sus discursos sobre los periodistas mediocres, los medios incompetentes, y la famosa “democratización” de los medios, que según voy entendiendo, consiste en que los canales de televisión pasen a manos de “organizaciones sociales”, que mágicamente llenarán nuestros televisores con programas interesantísimos y noticiarios totalmente objetivos que no cuestionarán las decisiones del Presidente.
Por lo visto, Correa llamó porquería y prensa rosa a este Diario porque le molestó un reportaje sobre nepotismo, en el que el Presidente dice hay imprecisiones. Está en su derecho a reclamar y pedir una rectificación si cree que hay un error. Pero que no caiga bajo hablando así de un diario serio y respetado durante varias generaciones. Suenan tan poco presidenciables sus palabras.
Y ese es el problema de siempre con este Presidente. Que no quiere actuar como Presidente. Prefiere continuar como candidato que hace bulla por todo y le echa la culpa a terceros en lugar de asumir su rol.
No es que esperamos líderes acartonados que se guarden siempre lo que sienten. No se trata de eso. Pero sí esperamos líderes que sirvan de ejemplo. Que entiendan que sus palabras no son las de un ciudadano cualquiera. Que se ganen nuestro respeto. Le guste o no, la presidencia la lleva puesta encima todo el día. No la puede dejar en Carondelet por unas horas, como quien deja un sombrero. Cuando él habla, habla el Presidente.
Tal vez su actitud poco respetuosa y poco presidenciable es parte de su estrategia electoral. Total, ya nos dijo que se pasará haciendo campaña estos cuatro años para levantarnos el ánimo a los ecuatorianos. Es decir, será un eterno candidato que intentará hacernos olvidar de los problemas que como Presidente debiera resolver.
En fin, qué lástima que Correa ya no quiera comprar este Diario. Lo necesita más que nadie para saber las implicaciones de sus palabras y sus acciones, las buenas y las malas. Para descubrir las realidades del país, esas que sus asesores no siempre le cuentan. O al menos, para reírse con las caricaturas que hacen de ese Presidente que tantas veces se niega a ser.
Es una pena. Hemos perdido al lector que más necesita saber lo que los diarios reportan. Aunque ahora que lo pienso, el Presidente solo dijo que ya no comprará el diario. Lo que quiere decir que tal vez lo siga leyendo de algún vecino que se lo preste. Ojalá sea así. Porque el día que deje de leer los diarios que lo critican, ya no tendrá qué leer. Sus fuentes de información se limitarían a El Telégrafo, que ya es de todos, o sea de este Gobierno, y a su página web.
La semana pasada, Rafael Correa dijo en su entrevista con el periodista argentino Jorge Lanata, que lo que la prensa diga de él no le quita el sueño. No sé por qué no le creo. Más bien, imagino al Presidente pendiente de las notas en los diarios y la tele, para encontrar, por ejemplo, un medio a quien culpar por el precio del arroz. O repetir sus discursos sobre los periodistas mediocres, los medios incompetentes, y la famosa “democratización” de los medios, que según voy entendiendo, consiste en que los canales de televisión pasen a manos de “organizaciones sociales”, que mágicamente llenarán nuestros televisores con programas interesantísimos y noticiarios totalmente objetivos que no cuestionarán las decisiones del Presidente.
Por lo visto, Correa llamó porquería y prensa rosa a este Diario porque le molestó un reportaje sobre nepotismo, en el que el Presidente dice hay imprecisiones. Está en su derecho a reclamar y pedir una rectificación si cree que hay un error. Pero que no caiga bajo hablando así de un diario serio y respetado durante varias generaciones. Suenan tan poco presidenciables sus palabras.
Y ese es el problema de siempre con este Presidente. Que no quiere actuar como Presidente. Prefiere continuar como candidato que hace bulla por todo y le echa la culpa a terceros en lugar de asumir su rol.
No es que esperamos líderes acartonados que se guarden siempre lo que sienten. No se trata de eso. Pero sí esperamos líderes que sirvan de ejemplo. Que entiendan que sus palabras no son las de un ciudadano cualquiera. Que se ganen nuestro respeto. Le guste o no, la presidencia la lleva puesta encima todo el día. No la puede dejar en Carondelet por unas horas, como quien deja un sombrero. Cuando él habla, habla el Presidente.
Tal vez su actitud poco respetuosa y poco presidenciable es parte de su estrategia electoral. Total, ya nos dijo que se pasará haciendo campaña estos cuatro años para levantarnos el ánimo a los ecuatorianos. Es decir, será un eterno candidato que intentará hacernos olvidar de los problemas que como Presidente debiera resolver.
En fin, qué lástima que Correa ya no quiera comprar este Diario. Lo necesita más que nadie para saber las implicaciones de sus palabras y sus acciones, las buenas y las malas. Para descubrir las realidades del país, esas que sus asesores no siempre le cuentan. O al menos, para reírse con las caricaturas que hacen de ese Presidente que tantas veces se niega a ser.
jueves, septiembre 06, 2007
¿Cuál botón?
“El gerente de una fábrica llamó a un técnico para que repare una importante máquina. Tras observarla un momento, el técnico apretó un botón. Y la máquina volvió a funcionar. Antes de irse, el técnico entregó al gerente una factura por mil dólares. ¡Mil dólares solo por apretar un botón!, se quejó el gerente. Ante la insistencia, el técnico escribió otra factura más detallada. Decía así: apretar un botón, un dólar; saber qué botón apretar, 999 dólares”.
Esta historia, que alguna vez leí, muestra que el valor del trabajo de una persona no lo da el tiempo que toma hacerlo, sino los resultados. La preparación, conocimientos y experiencia nos permiten ser más productivos, hacer un mejor trabajo y ser retribuidos por ello, más allá de las horas o minutos que nos tome.
Esto que parece lógico, no cuadra con el socialismo del siglo XXI, según su creador Heinz Dieterich. Para Dieterich, que nos acaba de visitar, el valor del trabajo o un bien lo determina el tiempo invertido. Así, algo que toma cinco horas fabricar debe ser siempre más caro que lo que toma solo minutos. De igual forma, un gerente que trabaja ocho horas diarias, debe recibir lo mismo que el conserje que trabaja el mismo número de horas.
Para Dieterich, la oferta y demanda o la calidad del producto son secundarias. Las cualidades, preparación o experiencia de una persona importan poco. Lo que realmente importa al momento de valorar algo es el tiempo de trabajo.
Que se propongan estas ideas no es el problema. El problema es que la gente las tome en serio. Y peor aun, que líderes como Chávez las tomen muy en serio y que en nuestra ilógica Latinoamérica se conduzcan planes de gobierno con ellas.
El presidente Rafael Correa también se proclama seguidor del socialismo del siglo XXI. Sus discursos ponen al Estado y la sociedad por encima del individuo y mucho de lo que dice va en esta línea antimercado de Dieterich. Sin embargo, resulta difícil pensar que nuestro Presidente apoyaría, por ejemplo, que los choferes que manejan buses entre Guayaquil y Quito ganen más que los pilotos de avión que cubren la misma ruta, argumentando que el viaje de los choferes requiere más horas de trabajo.
Sí preocupa, en cambio, que el cacareado socialismo del siglo XXI de este Gobierno siga los planteamientos generales de lo que Dieterich propone.
Es decir, un sistema que rechaza la propiedad privada. Un sistema donde enriquecerse es un mal que debe terminar, para dar paso a un individuo que debe vivir y trabajar en función de un plan social impuesto desde arriba, y no en función de sus propios deseos, gustos y ambiciones. En otras palabras, un sistema igualito al fracasado comunismo de siempre, pero empaquetado distinto.
Asusta pensar que este Gobierno se tome en serio estas teorías para conducir al país… Aunque pensándolo mejor, ya que estamos en esta onda socialista del siglo XXI, por qué no aplicarlo para tomarnos la vida con más calma. Trabajaremos por largas horas sin apuros, ni estrés, ni competencia.
Total, ahora solo importa que el tiempo corra. Nuestras horas de ineficiencia serán premiadas, aunque al final del día ni sepamos qué botón presionar. Sería todo mejor, ¿o no?
Esta historia, que alguna vez leí, muestra que el valor del trabajo de una persona no lo da el tiempo que toma hacerlo, sino los resultados. La preparación, conocimientos y experiencia nos permiten ser más productivos, hacer un mejor trabajo y ser retribuidos por ello, más allá de las horas o minutos que nos tome.
Esto que parece lógico, no cuadra con el socialismo del siglo XXI, según su creador Heinz Dieterich. Para Dieterich, que nos acaba de visitar, el valor del trabajo o un bien lo determina el tiempo invertido. Así, algo que toma cinco horas fabricar debe ser siempre más caro que lo que toma solo minutos. De igual forma, un gerente que trabaja ocho horas diarias, debe recibir lo mismo que el conserje que trabaja el mismo número de horas.
Para Dieterich, la oferta y demanda o la calidad del producto son secundarias. Las cualidades, preparación o experiencia de una persona importan poco. Lo que realmente importa al momento de valorar algo es el tiempo de trabajo.
Que se propongan estas ideas no es el problema. El problema es que la gente las tome en serio. Y peor aun, que líderes como Chávez las tomen muy en serio y que en nuestra ilógica Latinoamérica se conduzcan planes de gobierno con ellas.
El presidente Rafael Correa también se proclama seguidor del socialismo del siglo XXI. Sus discursos ponen al Estado y la sociedad por encima del individuo y mucho de lo que dice va en esta línea antimercado de Dieterich. Sin embargo, resulta difícil pensar que nuestro Presidente apoyaría, por ejemplo, que los choferes que manejan buses entre Guayaquil y Quito ganen más que los pilotos de avión que cubren la misma ruta, argumentando que el viaje de los choferes requiere más horas de trabajo.
Sí preocupa, en cambio, que el cacareado socialismo del siglo XXI de este Gobierno siga los planteamientos generales de lo que Dieterich propone.
Es decir, un sistema que rechaza la propiedad privada. Un sistema donde enriquecerse es un mal que debe terminar, para dar paso a un individuo que debe vivir y trabajar en función de un plan social impuesto desde arriba, y no en función de sus propios deseos, gustos y ambiciones. En otras palabras, un sistema igualito al fracasado comunismo de siempre, pero empaquetado distinto.
Asusta pensar que este Gobierno se tome en serio estas teorías para conducir al país… Aunque pensándolo mejor, ya que estamos en esta onda socialista del siglo XXI, por qué no aplicarlo para tomarnos la vida con más calma. Trabajaremos por largas horas sin apuros, ni estrés, ni competencia.
Total, ahora solo importa que el tiempo corra. Nuestras horas de ineficiencia serán premiadas, aunque al final del día ni sepamos qué botón presionar. Sería todo mejor, ¿o no?
miércoles, septiembre 05, 2007
Revista la U. - Septiembre 2007
Ya está circulando la U. de septiembre en tu universidad!!!
Para pautar en revista la U. escribe a revistalau@yahoo.com. Envíanos tus artículos, fotos, ideas o comentarios a revistalau@yahoo.com.
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