Estos días los espacios publicitarios del Tribunal Supremo Electoral rompen nuestra tranquilidad con las promesas de los miles de candidatos a la Asamblea Constituyente. En la televisión y la radio, los desconocidos candidatos interrumpen telenovelas y canciones con “propuestas” que olvidamos al instante. Imposible recordar algo entre tantas listas, caras y promesas.
Los candidatos han llegado. Y con ellos sus campañas, sus frustraciones, sus enojos, sus promesas y su demagogia. Demagogia que ahora ha alcanzado niveles increíbles, pues nos ofrecen cosas que nada tienen que ver con la Asamblea Constituyente. Antes dudábamos de las exageradas promesas de candidatos presidenciales. Pero al menos eran ofertas que un presidente en teoría podría realizar, como el clásico ofrecimiento de construir miles de casas. Ahora los candidatos van más allá. Nos prometen cosas que simplemente no son realizables desde una Asamblea.
Por ahí van los candidatos ofreciendo más empleo, apoyo a los artistas, créditos para los graduados, comisariatos del agricultor, cárcel para los corruptos, control de precios, subsidios y tantas cosas más. Como si se estuvieran lanzando para alcaldes de sus ciudades y no para escribir la nueva Constitución.
Siento pena por aquellos que llenos de optimismo creían firmemente que la Asamblea Constituyente sería la salvación del país. Ahora, al escuchar a ciertos candidatos, deben estar preguntándose ¿cómo me dejé engañar? La campaña presidencial de Rafael Correa logró convencer a casi todos los ecuatorianos que lo que necesitaban para resolver todos los problemas era una cosa mágica que se llama Asamblea Constituyente. Brillante estrategia para ganar votos creando sueños que acabarán en desilusión general.
Pero bueno, ya estamos metidos en esto. Debemos apoyar a esos candidatos que sí valen la pena. Aquellos con propuestas concretas, que pueden hacer un buen trabajo.
El problema es que por mucho que los cuento y vuelvo a contar, me sobran los dedos de mis manos para identificar a esos candidatos valiosos. Salvo excepciones, sobran candidatos de relleno y gente que parece realmente confundida sobre lo que harán en la Asamblea.
Los que todavía creen en esta Asamblea me dirán que no sea tan pesimista, que le dé tiempo a que se instale antes de perder las esperanzas sobre lo que esta pueda lograr. Pero es difícil ser optimista ante algo que desde sus inicios tenía una etiqueta verde y azul gigante que gritaba: “Esta Asamblea es una estrategia electoral. Lo importante no es lo que logre la Asamblea. Lo importante es crear este sueño en los ecuatorianos para que me den su voto y después ya veremos”.
Y ahora que nos encontramos en la etapa del ya veremos, el Gobierno habla poco de los cambios que espera que la Asamblea logre, y más bien se concentra en los poderes que quien controle la Asamblea tendrá para controlar al Estado.
En fin, la apatía general frente al proceso electoral para la Constituyente nos indica que la emoción y las ilusiones han disminuido.
Empezamos a entender que la Asamblea no arreglará este país. Queda el reto de asegurarnos que no lo destruya, evitando con nuestro voto que la mitad más uno vaya al peligroso Socialismo del Siglo XXI. O pasaremos de la desilusión a la desesperación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario