Hace poco inscribí a mi hija en el nuevo Registro Civil de Guayaquil. Fue el trámite más sencillo y organizado que he hecho. No había tramitadores, ni vendedores de comida en tarrina, ni tumultos y colas interminables, ni sudor y suciedad, ni funcionarios desganados diciendo que no hay sistema, ni ninguna de esas folclóricas, agotadoras y subdesarrolladas experiencias del antiguo Registro Civil. Acá todo fue orden, limpieza, agilidad, buen servicio. Como debe ser.
Lo que el Municipio de Guayaquil ha logrado con el Registro Civil es otra muestra de lo que sucede cuando los gobiernos locales asumen responsabilidades y trabajan con autonomía en sus cosas, sepultando el fracasado modelo centralista.
Pero el éxito de los gobiernos y entes locales autónomos parece no convenir al socialismo del siglo XXI, que camina en dirección opuesta. Chávez anunció que terminará con las autonomías de los entes estatales y que centralizará industrias estratégicas, como la electricidad. El socialismo del siglo XXI venezolano necesita controlarlo todo desde arriba. Por eso, la gestión y autonomía local no cuadran con su plan.
En nuestro país, nuestro Gobierno que abraza el socialismo del siglo XXI, en teoría no concuerda con ese modelo centralista de Chávez. Durante su campaña, Correa siempre apoyó las autonomías y la descentralización.
Digo “en teoría” porque si bien el Presidente dice apoyar las autonomías, sus recientes actos en contra de Guayaquil y de instituciones autónomas, como la Comisión de Tránsito del Guayas, muestran lo contrario. Meter las narices del poder central en temas que no le competen, como el uso de vías de acceso a una ciudad, no son precisamente acciones de un Gobierno que apoya las autonomías y la independencia local. Si a esto le añadimos la oposición del Presidente a que el Municipio de Guayaquil asuma la competencia del puerto, aumentan nuestras dudas sobre su vocación autonomista. ¿Puede un modelo socialista que busca planificarlo y controlarlo todo desde arriba ir de la mano con las autonomías locales?
No está claro cuál es la intención del Presidente al irse en contra de una ciudad eficiente e independiente como Guayaquil. ¿Medición de fuerzas con el Alcalde? ¿Desprecio hacia la independencia y autonomía de gobiernos e instituciones locales que el Gobierno central no puede controlar? Lo primero sería grave, pero pasajero. Lo segundo sería muy preocupante para el futuro de este país que necesita desesperadamente enterrar para siempre el centralismo.
Mario Vargas Llosa en su reciente entrevista con Diario EL UNIVERSO dijo: “Hay una tradición en América Latina de preferir las promesas a las realidades. Las palabras son más importantes que los hechos y eso es lo que le da a la demagogia una enorme vigencia en nuestros países”. Entonces, el país preferiría las promesas de una patria altiva y soberana antes que los hechos y realidades de las obras y cambios en Guayaquil. Y el Gobierno parece apostarle a ello.
Esperemos que mañana las promesas electorales del Presidente a favor de las autonomías se conviertan en realidades a través de los votos de sus asambleístas. Aunque el socialismo del siglo XXI requiera un Estado central planificador y regulador, este Gobierno debe demostrar que eso no significa un Estado centralista y antiautonomista. Más centralismo es lo último que el país necesita. Y Guayaquil nunca lo aceptará.
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