Paris Hilton se metió en problemas. La condenaron a 45 días de prisión por violar el período de prueba impuesto tras una infracción por conducir ebria. Y ahora le toca pagar.
Si Paris va a la cárcel el mensaje que envían de California es claro: nadie está por encima de la ley. Los ricos y famosos siempre tendrán sus privilegios. Siempre los tratarán con más cariño, sobre todo si se trata de una rubia conocida por sus farras y vestidos escotados. Pero cuado hay justicia, tarde o temprano quien viola la ley debe atenerse a las consecuencias. Si no, que lo diga Martha Stewart.
Aquí no hay que ser famoso ni tener la plata de la heredera hotelera para esquivar la ley. La ley es selectiva: selecciona al que no puede pagar su escape o no tiene los contactos necesarios.
Todos conocen –o vivieron– la misma historia. Noche de farra. Tragos de más. A toda velocidad en media ciudad. Un vigilante. Ojos desorbitados. Tufo endemoniado. Arreglemos aquí nomás. Un billetito. Si eso no funciona, una llamada al Gobernador, al Capitán, o cualquier amigo con poder. Y asunto arreglado. ¡Lindo país!
Pero mientras esto ocurre, aparecen noticias que nos indican que las cosas pueden cambiar. Una de ellas viene de Ricardo Antón, el nuevo Director de la Comisión de Tránsito del Guayas, en una entrevista con este diario. Antón cuenta que cuando “amigos” lo llaman a pedir que intervenga para que no los lleven presos, simplemente les cuelga el teléfono. Y que cuando un vigilante detuvo el carro en que iba su mamá a Salinas por tener el permiso de circulación caducado, dio la orden de que regrese a Guayaquil para que legalice el documento. “Hasta mi mamá tiene que respetar la ley” dijo Antón. Bien dicho, por difícil que sea cumplirlo.
Sin embargo, nada es blanco y negro. Al comparar el caso de Paris Hilton con las detenciones que sufrimos acá, vienen dos problemas. Nuestras leyes tantas veces absurdas o exageradas. Y nuestra porquería de cárceles.
Si las leyes son bien pensadas es más fácil cumplirlas. Cuando son ridículas, la cosa cambia. Aquí, la ley sanciona con prisión al conductor cuando hay muertos o heridos en un accidente, sin importar de quien fue la culpa. O peor aún, cuando se rebase en curvas, puentes o túneles. Tan drástica sanción solo se presta para corrupción y abusos. Si las sanciones fueran razonables, menos amigos del Director de la CTG lo molestarían a medianoche a su celular.
Y nuestras cárceles. No es lo mismo cumplir una sentencia en la cárcel limpia, con agua potable, seguridad y privacidad que le toca a la Hilton, que en nuestras infernales cárceles. Por eso, evitamos como sea la cárcel en Ecuador. No se trata de burlar una condena, sino de evitar enfermedades y abusos. Cuestión de supervivencia.
La ley es para todos. Para Paris Hilton, el amigo del vigilante, todos. Pero para poder aplicarla con toda su fuerza, debe ser justa y razonable. Y para exigir que se cumpla una condena, las cárceles deben al menos ser habitables. Estamos tan lejos de eso. Hay mucho por hacer. Hasta que suceda, Paris andará aquí muy campante manejando borracha, riéndose en la cara de algún vigilante.
Si Paris va a la cárcel el mensaje que envían de California es claro: nadie está por encima de la ley. Los ricos y famosos siempre tendrán sus privilegios. Siempre los tratarán con más cariño, sobre todo si se trata de una rubia conocida por sus farras y vestidos escotados. Pero cuado hay justicia, tarde o temprano quien viola la ley debe atenerse a las consecuencias. Si no, que lo diga Martha Stewart.
Aquí no hay que ser famoso ni tener la plata de la heredera hotelera para esquivar la ley. La ley es selectiva: selecciona al que no puede pagar su escape o no tiene los contactos necesarios.
Todos conocen –o vivieron– la misma historia. Noche de farra. Tragos de más. A toda velocidad en media ciudad. Un vigilante. Ojos desorbitados. Tufo endemoniado. Arreglemos aquí nomás. Un billetito. Si eso no funciona, una llamada al Gobernador, al Capitán, o cualquier amigo con poder. Y asunto arreglado. ¡Lindo país!
Pero mientras esto ocurre, aparecen noticias que nos indican que las cosas pueden cambiar. Una de ellas viene de Ricardo Antón, el nuevo Director de la Comisión de Tránsito del Guayas, en una entrevista con este diario. Antón cuenta que cuando “amigos” lo llaman a pedir que intervenga para que no los lleven presos, simplemente les cuelga el teléfono. Y que cuando un vigilante detuvo el carro en que iba su mamá a Salinas por tener el permiso de circulación caducado, dio la orden de que regrese a Guayaquil para que legalice el documento. “Hasta mi mamá tiene que respetar la ley” dijo Antón. Bien dicho, por difícil que sea cumplirlo.
Sin embargo, nada es blanco y negro. Al comparar el caso de Paris Hilton con las detenciones que sufrimos acá, vienen dos problemas. Nuestras leyes tantas veces absurdas o exageradas. Y nuestra porquería de cárceles.
Si las leyes son bien pensadas es más fácil cumplirlas. Cuando son ridículas, la cosa cambia. Aquí, la ley sanciona con prisión al conductor cuando hay muertos o heridos en un accidente, sin importar de quien fue la culpa. O peor aún, cuando se rebase en curvas, puentes o túneles. Tan drástica sanción solo se presta para corrupción y abusos. Si las sanciones fueran razonables, menos amigos del Director de la CTG lo molestarían a medianoche a su celular.
Y nuestras cárceles. No es lo mismo cumplir una sentencia en la cárcel limpia, con agua potable, seguridad y privacidad que le toca a la Hilton, que en nuestras infernales cárceles. Por eso, evitamos como sea la cárcel en Ecuador. No se trata de burlar una condena, sino de evitar enfermedades y abusos. Cuestión de supervivencia.
La ley es para todos. Para Paris Hilton, el amigo del vigilante, todos. Pero para poder aplicarla con toda su fuerza, debe ser justa y razonable. Y para exigir que se cumpla una condena, las cárceles deben al menos ser habitables. Estamos tan lejos de eso. Hay mucho por hacer. Hasta que suceda, Paris andará aquí muy campante manejando borracha, riéndose en la cara de algún vigilante.
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