jueves, septiembre 28, 2006
¡Ay, Teresa!
Las y los Teresas-Tristezas que caminan por este país salieron a las calles con sus zapatos e iPods gringos, y sus celulares japoneses a oponerse a la apertura comercial. Y lo lograron. Esta vez se han dejado seducir nuevamente por promesas de cambios radicales. Por el todo o nada. La estabilidad es secundaria ante la promesa de una supuesta revolución.
¡Qué pena! No aprendemos. Elección tras elección nos dejamos impresionar por unas cuantas frases cargadas de emoción y discurso revolucionarios que pretenden acabar con todo para empezar de cero. Y la culpa no es del votante necesariamente. La culpa la llevan sobre todo los partidos y políticos que nos han desilusionado. Al final, el voto persigue promesas imposibles y populistas de gente nueva, antes que promesas posibles de los partidos de siempre.
Ya sucedió con Lucio hace cuatro años. Ese hombre nuevo que juró acabar con la corrupción sedujo al país que le dio su voto. Que no tuviera una gota de experiencia era secundario. Que haya participado en un golpe de Estado, tonterías. Que no tuviera un partido y grupo fuerte que lo respaldara, pequeñeces. Lo importante es que ofrecía el cambio que la gente quería escuchar.
Las hojas de vida de los candidatos se vuelven papel higiénico para la mayoría a la hora de votar. Bastan las frases bonitas, basta que nos digan que el gas continuará subsidiado, que la dignidad, la soberanía del pueblo ecuatoriano no serán pisoteadas y bla- bla-bla, todos felices, todos embobados con tanta frase emocionante.
La palabra estabilidad no le gusta a Teresa. Ella quiere revolución, agitación. Tanta revolución como aquella de los forajidos que nada logró. Quiere gritarle al mundo que es soberana e independiente, aunque ese grito la vuelva esclava de la pobreza y de un Estado que se alimenta de su trabajo individual. ¿Será acaso que nos gusta esto de botar a presidentes cada dos años? Por eso, que venga el más inestable. Hoy lo adoramos, mañana lo tumbamos.
Así vamos. Continuamos votando por más Estado, más control, menos apertura, menos progreso. Nos comemos el cuento de una Venezuela y una Cuba prósperas mientras pagamos a coyotes y hacemos colas en embajadas para emigrar a Estados Unidos y Europa. ¿Masoquismo, ignorancia, desilusión, hipnosis colectiva? Solo sabemos que como van las cosas, se repetirá la historia de nuestro fracaso político.
El país no necesita revoluciones. Necesita estabilidad. Que Teresa abra los ojos en estas elecciones. De lo contrario, seguirá llamándose Tristeza.
jueves, septiembre 21, 2006
En bici por Guayaquil
Pero este domingo tuvimos la oportunidad de ir más despacio y disfrutar de cerca la ciudad en el primer bicipaseo organizado por el Municipio. El bicipaseo me permitió, por primera vez en mi vida, andar en bicicleta por las calles del centro. Por unas horas varias calles fueron exclusividad de ciclistas y peatones para ir tranquilos y sin miedo a que nos atropellen. Se ve todo muy distinto cuando se va despacio, sin tráfico ni pitazos de taxistas apurados. Y se ve muy bien.
Con este evento Guayaquil ha dado un importante paso en la dirección de las grandes ciudades, que entienden que la modernidad no está en grandes autopistas y pasos a desnivel para mostrar desde foto aéreas. Sino lo contrario. La ciudad moderna es la que se ve y se siente bien desde cualquier vereda. La ciudad con espacios amigables para que el ciudadano a pie –o en bicicleta– no deba luchar contra los carros, sino que vayan de la mano.
Pero este bicipaseo no debe quedar como un evento aislado. Debe ser el comienzo de grandes cambios para tener una ciudad moderna, donde el ser humano es más importante que el carro. Primero, que se repita. Que como sucede en varias ciudades del mundo, cada semana o dos semanas se cierren calles céntricas de la ciudad para que todos podamos disfrutarlas. Guayaquil no tiene un gran parque deportivo. La mayoría de parquecitos gritan “mírame y no me toques”. Con este tipo de evento, las calles brindan por unas horas ese espacio y momento familiar que hace falta.
Segundo, que el respeto y la promoción del uso de la bicicleta no quede solo para el fin de semana. Que sea algo de todos los días. Que en la ciudad se construyan vías exclusivas para bicicletas, o ciclorrutas, que permitan a los guayaquileños utilizar la bicicleta a diario como medio de transporte. Bogotá es un ejemplo muy cercano de lo que se puede hacer. Ahí se han construido kilómetros de ciclorrutas que permiten a la gente ir en bicicleta a trabajar, o a hacer ejercicio con seguridad. Incluso Manhattan, entre su tráfico y su reducido espacio, se las arregla para tener extensas ciclorrutas en sus calles y bordeando el río. Guayaquil podría hacer lo mismo, y así los mejores paisajes serán para las personas y no los carros. Trotar, caminar y andar en bici en esas ciudades es un placer y una real alternativa para transportarse. ¿Por qué no aquí?
El espacio sobra en Guayaquil para avanzar en esta dirección. Como se ha hecho en Bogotá, las amplias vías de la ciudad, como la Domingo Comín, Francisco de Orellana, Juan Tanca Marengo, Terminal Terrestre-Pascuales, pueden complementarse con la construcción de carriles exclusivos para bicicletas. Así, ganan los autos y buses con menos congestión. Ganan el peatón y ciclista al tener un espacio propio con seguridad. Gana la ciudad.
El bicipaseo es otro paso importante hacia el Guayaquil amigable y realmente moderno. Bien por los guayaquileños. Esta vez solo faltó el alcalde en su bicicleta. Seguro habrá otras oportunidades para que nos acompañe y se dé una vuelta.
jueves, septiembre 14, 2006
¿Dónde estabas?
¿Dónde estabas cuando el hombre pisó la Luna?, le pregunta mi generación a nuestros padres. ¿Dónde estabas cuándo se derrumbaron las Torres Gemelas?, preguntarán nuestros hijos a mi generación. Mejor no sacar conclusiones de la diferencia entre estas preguntas sobre el mundo que vivimos.
Yo estaba en Nueva York. Tenía dos semanas de haber llegado a esa ciudad. Ese día, a esa hora, iniciaba una clase de economía en la universidad, varias calles arriba del World Trade Center. Alguien entró a nuestra clase con la noticia. Un avión se acababa de estrellar contra una de las torres. Salimos a ver lo que pasaba en la televisión de la sala de reunión de estudiantes. Luego vino el otro avión. Y las imágenes de las torres cayendo. Recuerdo a varios estudiantes llorando mientras intentaban comunicarse con amigos o familiares que trabajaban en las Torres Gemelas. Recuerdo las caras, nuestras caras, de horror.
Esa noche al salir de la universidad, la ciudad caminaba a otro ritmo. Los taxistas no pitaban en las calles, en el metro todos se miraban en silencio, adivinando los pensamientos en todas las cabezas. Los días siguientes, las paradas de bus estaban llenas de fotos de los desaparecidos con mensajes que dejaban sus familiares angustiados. Todos sabíamos que no había nada que hacer. No quedaba nada ni nadie que rescatar.
Ese fin de semana los bares estuvieron vacíos. No provocaba brindar por nada. Pero la vida continúa y la ciudad volvía poco a poco a la normalidad. Las clases, el trabajo, la música, los taxistas pitando, y la vida neoyorquina a mil por hora regresaban. No hay pena que dure para siempre. Esta no era la excepción.
Cinco años después, lo más triste es que las muertes y la tragedia del 11 de septiembre son pequeñas frente a la tragedia que se vive en Iraq, que nada tuvo que ver con los atentados. Bush tuvo en sus manos la oportunidad de oro de unir al mundo. La mañana del 12 de septiembre ciudades y periódicos en todo el planeta se unían a la frase “todos somos norteamericanos”. El mundo entero se unía a Estados Unidos y sus ideales de libertad y democracia. Pero pocos meses después el mundo rechazaba las acciones de Bush. En lugar de aprovechar el momento histórico de unir al planeta detrás de todo lo bueno que representa Estados Unidos, dividió al planeta tratando de justificar una invasión a Iraq. Chávez, Fidel y todos quienes representan el atraso en Latinoamérica se lo agradecen profundamente a Bush. Las acciones del Presidente tejano hicieron más fuerte la causa de los gobiernos que caminan para atrás. Cayó Hussein, que nada tenía que ver, en lugar de Ben Laden, que anda por ahí campante. Siguieron otros atentados. Y el mundo no se siente más seguro.
Esa mañana de Nueva York marcará de cierta forma nuestra generación. ¿Dónde estabas? ¿Qué sentías? Esperemos que no haya más días similares que recordar. Pero dudamos de que las políticas de Bush ayuden a lograrlo.
jueves, septiembre 07, 2006
Nacionalismos absurdos
Detrás de esto está un fuerte y absurdo nacionalismo empeñado en apoyar lo nacional y rechazar lo extranjero, más allá de cualquier otra consideración. Se trata de una postura aldeana que olvida que el mundo no termina en la esquina del pueblo. Hay todo un mundo con gente, ideas y productos que bien pueden enriquecer nuestro país y competir contra lo local.
Veo como algo positivo la campaña que nos invita a los ecuatorianos a consumir lo nuestro. Al igual que cualquier otra campaña, esta promueve un producto y una marca determinada: la del país. La campaña puede motivarme a considerar con mayor atención los productos locales. Pero al final, como consumidor escogeré el producto con la calidad y precio que me convenga, sin importar si lo hizo un gringo, un chino o un ecuatoriano. A mi pie le importa la calidad y comodidad del zapato y a mi bolsillo su precio. Si el zapato que escojo se hizo en Ecuador, en buena hora. Si se hizo en otro país, bien por mi pie también. El comercio se mueve por oferta y demanda, no por banderas. La competencia internacional nos hace más fuertes y eficientes. El proteccionismo impuesto por un perjudicial nacionalismo nos hunde en el pasado.
Mientras la selección ecuatoriana ganaba partidos en el Mundial, nunca escuché ni leí ningún reclamo porque un extranjero la dirigía. Nadie dijo por ahí que un ecuatoriano podría hacerlo mejor. La pasión del fútbol puso en segundo plano los nacionalismos absurdos. El trabajo de Suárez con la Selección demuestra que las banderas son secundarias a la hora de manejar bien las cosas.
¿Acaso los goles de la Selección eran menos ecuatorianos porque un extranjero nos dirigía? ¿Acaso una empresa ecuatoriana es menos ecuatoriana porque su gerente sea extranjero? ¿Acaso Nueva York es menos gringa porque esté repleta de acentos e idiomas extranjeros?
¿Acaso es distinto con nuestro país?
Es de pequeños países y pequeñas mentes cerrarse al mundo. Es de grandes países y grandes mentes abrirse al mundo. Eso de apoyar lo nuestro está muy bien, siempre que lo nuestro esté en libre competencia con lo de afuera y lo compremos por precio o calidad, y no por imposición o compasión. El mundo es uno solo. Las fronteras son líneas artificiales que se han ido trazando según el poder y antojo de líderes y pueblos. Para progresar necesitamos a los mejores y lo mejor en el país. Pero, mientras "protejamos" lo nacional marginando y cerrando la puerta a productos, personas e ideas con acento extranjero, por el simple hecho de ser extranjeros, no iremos muy lejos.