Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Cuando viví en Nueva York, el alcalde Bloomberg tomó la decisión de prohibir el cigarrillo en bares y discotecas. Lo primero que pensé fue: “se fregó la farra en Nueva York, ya nadie saldrá a bailar o a tomarse un trago en un bar”. Estuve muy equivocado. La vida nocturna en esa ciudad siguió tan vibrante como siempre, con la única diferencia de que ahora se podía respirar mejor en los bares, los ojos no te ardían y no llegabas a casa con el olor a cigarrillo impregnado en la ropa.
En esos días, como leyéndonos la mente a quienes vivíamos en Nueva York, apareció una campaña publicitaria con frases y pensamientos que muchos han tenido a medida que se ha ido prohibiendo el cigarrillo en distintos lugares. “Si prohíben fumar en los aviones, ya nadie volará”, decía uno de los avisos. “Si prohíben fumar en restaurantes, ya nadie saldrá a comer”, decía otro. Muchos lo pensaron en algún momento, y todos estuvimos equivocados. Los fumadores siguen viajando, comiendo, trabajando y divirtiéndose más allá de que los acompañe o no la nicotina.
Hoy en día existe un mayor respeto y conciencia por parte de los fumadores. Hace quince o veinte años era muy normal que un fumador encendiera un cigarrillo en la sala de la casa de un amigo, en la mesa de un restaurante o en una reunión de trabajo. Hoy, rara vez lo hacen. Los fumadores han aceptado y muchas veces apoyan el hecho de que el cigarrillo debe limitarse a espacios privados.
Todo esto me ha venido a la cabeza leyendo el editorial de ayer de este Diario titulado ‘Fumadores pasivos’. El editorial menciona los riesgos que tienen los no fumadores al inhalar el humo del cigarrillo. E indica que el Ecuador “es uno de los países más retrasados en la obligación de desterrar el vicio del tabaquismo”.
Uno nunca quiere ser el tipo pesado que le pide al señor de al lado que apague su cigarrillo. Al fin y al cabo, todos tenemos buenos amigos y parientes que fuman. Sin embargo, creo que es tiempo de que nuestras ciudades ingresen al mundo civilizado, prohibiendo el cigarrillo en restaurantes, bares y discotecas.
Mis razones para apoyar estas medidas no miran tanto a las enfermedades y estadísticas fatídicas que menciona el editorial de ayer. Se trata de simple consideración y respeto a terceros. Cada uno tiene el derecho a “hacerse mal” fumándose un tabaco o algo más fuerte, comiéndose una de esas hamburguesas tapa-arterias, o tomándose unos tragos, pero siempre que ello no afecte a terceros. Los que quieren fumar pueden hacerlo, pero que no nos dañen la comida en un restaurante o nos causen dolores de garganta. Por eso, nuestros alcaldes, como ya lo han hecho alcaldes en otras ciudades, deberían prohibir el cigarrillo en restaurantes, bares, discotecas, y todos los lugares donde uno no tiene por qué respirar humo ajeno. Estoy seguro, como ya se ha demostrado en otros lugares, que la farra seguirá igual, los bares se seguirán llenando, los patios de comida en los malls seguirán rebosándose de gente. Y todos nos sentiremos más sanos al llegar a casa.
Qué tal si por las fiestas en Guayaquil nuestro Alcalde nos regala más aire puro.
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