Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Entrevistaban a una animadora de televisión en un programa de farándula. Entre otras cosas, la entrevistada compartió que, animada por un partido político, sería candidata en las próximas elecciones al Congreso.
La futura diputada no mencionó sus planes para sacar adelante al país. Su postulación no obedece a esas cosas complicadas, sino a su capacidad para ganar. Se hizo un sondeo y su nombre aparecía con altos niveles de popularidad. Suficiente para que el partido la anime a participar. Su ideología, sus planes, su capacidad, eso es secundario, simple relleno. Lo que vale es ganar. Una vez en el Congreso ya se verá.
La política estará siempre ligada a personajes que llenan las páginas de farándula. Sucede en todos lados. Desde la Cicciolina en Italia, a Schwarzenegger en California, al mismo Ronald Reagan, a nuestros Pocho Harb y Silvana.
Sin duda, hay muchas celebridades preparadas y con excelentes credenciales para ocupar cargos públicos. La presencia de estos hombres y mujeres en política es tan válida como la de cualquier otro profesional. El problema no es que famosos entren en política. El problema es que nuestros partidos busquen entre ellos a sus candidatos estrella, más allá de lo que puedan tener en la cabeza. De repente, el rating que se genere por los movimientos de cadera o la simpatía frente a un público son una mejor carta de presentación para los partidos políticos que la experiencia, preparación y proyectos de los candidatos.
¿Cómo evitamos estos candidatos improvisados? El asunto se lo podría atacar por el lado de la oferta, exigiendo requisitos más estrictos para ser candidato: poseer título universitario, una maestría, algo que demuestre preparación. Pero ya sabemos que eso no serviría. Un título universitario, de los muchos que se ofrecen por ahí, no es necesariamente prueba de inteligencia o preparación. Además, este tipo de requisito se vería como discriminatorio, al excluir a personas inteligentes y con amplia experiencia que por falta de recursos u otras circunstancias solo pudieron atender la universidad de la vida.
Por el lado de la demanda, en cambio, sí se puede evitar estos candidatos: no demandando sus servicios, no votando por ellos. Y el camino para no votar por estos candidatos improvisados está en algo muchas veces repetido, pero que los partidos políticos, por obvias razones, no apoyan: acabar con el voto obligatorio. El día que solo vote el que quiera votar tendrán mejores oportunidades de llegar más de los candidatos con propuestas y experiencia. Más personas marcarán la cruz en la papeleta porque conocen y le apuestan a un candidato, y menos porque les ofrecieron una camiseta y un almuerzo a cambio. Las celebridades que ganen bajo un sistema de voto voluntario seguramente lo harán porque detrás de sus caras conocidas tienen algo que aportar, y no simplemente por el buen rating de sus programas.
La entrevistada en el programa de farándula posiblemente llegará a diputada. Su alegría, su popularidad, y su coqueteo con las cámaras sin duda merecerán el voto obligado de toda una multitud que ha bailado con ella. Por ahora, mejor disfrutamos el partido con Costa Rica y olvidamos lo que pronto se nos viene encima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario