Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
¿Por qué no podemos tener un presidente como él, al menos la mitad de él?, se decían guayaquileños y quiteños ante la presencia del ex presidente chileno Ricardo Lagos. Nos resignamos a nuestro doctor que improvisa de presidente, mientras los chilenos gozan de la estabilidad y progreso que trae una continuidad de buenos líderes y Colombia reelige a un mandatario bien parado.
La eficiencia deja atrás barreras ideológicas. Lagos va más allá de izquierdas y derechas. Recoge lo mejor, lo práctico, lo eficiente de cada tendencia para consolidarlo en un socialismo que funciona. Aquí no hay discursos antiyanquis, anti libre mercado, antiglobalización que tanto gustan a muchos de nuestros socialistas criollos. Todo lo contrario, Lagos entiende que la liberación de la economía, los tratados de libre comercio con Estados Unidos, Europa, China o quien sea, el apoyo a las inversiones y la empresa privada, la generación de riqueza en lugar de la distribución de miseria y la responsabilidad fiscal están más allá de la ideología y van de la mano perfectamente con políticas socialistas. Es simple cuestión de pragmatismo: la apertura, el libre mercado y la promoción del sector privado beneficia a todos, y eso es lo importante a la hora de tomar decisiones desde el gobierno. Así funcionó en Chile, así funcionaría aquí.
Lo interesante y lo preocupante es que la visita de Lagos pasó relativamente desapercibida en el país justamente para grupos socialistas que deberían ser sus más ardientes seguidores. Fueron los empresarios –que en su mayoría no se identifican con el socialismo, pues en su versión criolla suele engordar al Estado y poner trabas a la producción privada– quienes lo aplaudieron y recibieron con la orquesta completa. En cambio, grupos de izquierda reservaron sus aplausos y vivas para la venida de Hugo Chávez, representante de una izquierda populista y caduca cuyo gobierno no llega a los talones del de Lagos.
Esto nos hace pensar que aquí lo que más vale es hablar bonito y no gobernar eficientemente. Que los gestos, discursos, gritos de soberanía y palabras emocionantes valen más que los buenos resultados, la producción y el progreso. La popularidad de nuestros líderes parece alimentarse de la emoción que estos despiertan en sus seguidores, en lugar del bienestar que generan con su trabajo.
De emociones no comemos ni ganamos. Comemos y ganamos con estrategias, acciones, resultados. La emoción y carisma de los jugadores de nuestra selección de fútbol no gana partidos. Los goles sí. Chávez emociona. Lagos mete goles. En este mundial preferimos ganar partidos aburridos, antes que perder partidos emocionantes. Lo mismo debe ser a nivel de gobierno: apoyar líderes que nos hagan ganar antes que emocionar.
Revisemos nuestros candidatos presidenciales. Aunque no veamos a ningún Lagos, escojamos a quien sepa meter goles y dure todo el partido de pie. No a quien nos entretenga y emocione para ser expulsado a mitad del camino. Aunque seguramente no tendremos al presidente ideal, que al menos este traiga la estabilidad y el inicio de la continuidad que tanto necesitamos. Que las emociones vengan de otro lugar.
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1 comentario:
Parece que mi opinión será la primera. Estoy de acuerdo contigo Juan Ignacio. Hombre, qué es verdad. Chávez no mete goles. En todo caso es el petróleo.
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