Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Según la última revista Vistazo, de las aproximadamente cuatro mil personas que viajaron de Ecuador a Alemania para el Mundial, mil forman parte de nuestra privilegiada burocracia. Más allá de que estas personas estén en su derecho a viajar y disfrutar su mes de vacaciones, esto nos hace pensar, y nos debe preocupar.
Según el reportaje, “un jardinero que trabaja para la Superintendencia de Compañías recibe una remuneración mensual unificada de 907,7 dólares. Un chofer en la misma dependencia gana 1.385,2 dólares mensuales”. Ese jardinero debe ser hijo del mismísimo Eduardo Manostijeras para ganar tanta plata. Y el chofer debe ser apellido Schumacher, o al menos Montoya. Imagino que el señor jardinero cuida muy bien las plantas y las flores burócratas, y que el señor chofer conduce con total seguridad y puntualidad a nuestros funcionarios públicos a importantísimas reuniones en algún restaurante de la capital. Más les vale con esos sueldos. Así, no debe sorprendernos que tantos funcionarios públicos viajen al Mundial.
Mientras esto pasa, vuelve con fuerza a nuestra siempre olvidadiza Latinoamérica este necio deseo de que el Estado lo maneje todo. Si nos va mal, debe ser por culpa de las empresas privadas que hacen mucha plata y no reparten, piensan nuestras brillantes mentes hundidas en el fango nacionalista. No entienden, o no quieren entender, que si estamos mal es justamente porque el Estado despilfarra en sueldos y excesos de empleados y arrimados, el dinero que las empresas producen, en lugar de invertirlo en nuestra educación, salud y en más empresas privadas que produzcan más dinero. Por lo visto hay quienes creen que no hay suficientes ecuatorianos alentando a la Selección en los estadios alemanes. Qué mejor entonces que nacionalizar unas cuantas empresas, para que haya más carros burocráticos con choferes con sueldos de ejecutivos que les permita irse al Mundial.
Quienes en sus discursos dicen buscar más igualdad y mejor distribución de la riqueza, son quienes proponen justamente la peor distribución de la misma. No hay repartición más injusta de las riquezas de un país que cuando una enorme tajada de los ingresos del Estado va a una burocracia obesa y dorada. En lugar de pensar en nacionalizar, quienes quieren más igualdad y oportunidades para los más pobres deberían apoyar un Estado mínimo que permita al sector privado producir y generar empleo. Pero eso no entra en las cabezas amantes del Estado papá. Eso de trabajar y producir no gusta. En cambio, gastar y repartir atrae más.
Nada de lo público funciona bien en nuestro país: nuestra seguridad social es todo menos segura y social, nuestra educación se hunde mientras los maestros se construyen urbanizaciones, nuestros hospitales públicos son centros de escándalos. Y sin embargo, en nuestras calles se escuchan gritos que piden que el Estado administre más e intervenga más. Junto a ellos, aparecerán candidatos con la palabra nacionalización en cada frase. Si a Evo le funcionó para ganar, por qué a mí no, pensarán nuestros candidatos.
Afortunadamente no todos nuestros funcionarios públicos son dorados. Pero sin decisiones ni cambios, continuarán rodando en nuestras calles más vehículos dorados para que choferes dorados conduzcan a nuestra burocracia.
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