Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
En estos días de optimismo futbolístico nos llueven reportajes, artículos y conversaciones que nos invitan a soñar, a creer en nosotros y en el país. Si la Selección pudo, el país también, es el eslogan de hoy.
Pero al llevar comparaciones de la Selección hacia la política y la sociedad olvidamos que la Selección no pudo de repente, por suerte, porque las estrellas y los astros se alinearon a su favor, o porque Diosito quiso. A Alemania no llegaron jugadores improvisados, con algún técnico novato de turno, con una estrategia de juego de última hora. No, a Alemania llegó un equipo preparado, con objetivos claros. No se pudo porque sí, se pudo porque trabajaron para que se pueda.
“Señores, vamos a jugar un Mundial: Maten a sus vacas”, les dijo, según un reportaje que aparece en la página web de la FIFA, Luis Fernando Suárez a sus jugadores antes de empezar el campeonato en Alemania. La frase hace referencia a un cuento que aparece en el libro que Suárez les regaló.
Una familia vivía una vida cómoda sin mayores sacrificios gracias a su vaca que les proporcionaba comida, bebida y abrigo. Tenían todo lo que necesitaban, o creían necesitar. Hasta que alguien mata la vaca y la familia empieza una nueva vida, llena de sacrificios, esfuerzos y nuevos desafíos, que les permite progresar y construir una gran hacienda con muchos animales y comodidades. La vaca que tanto les daba, los condenaba al conformismo. Sin la vaca, llegó el trabajo y el progreso.
Los jugadores de nuestra Selección supieron matar sus vacas: del conformismo, de depender de pocas estrellas en el equipo, de antiguas excusas, y otras vacas personales. Trabajaron unidos, con esfuerzo y lograron vencer los desafíos.
¿Está listo el país para matar sus vacas sagradas y empezar a trabajar? ¿Estamos listos para aplicar todas estas lecciones sacadas del fútbol? El Estado ordeña su vaca petrolera y con eso alimenta a una creciente burocracia, nos subsidia el gas y la luz, nos crea una falsa comodidad y una real dependencia. ¿Matar a la vaca petrolera? Nunca. Es demasiado gorda y da demasiada leche como para que alguien la quiera matar. Un día morirá sola. Mientras tanto, ¿la está aprovechando el Estado? ¿O, al igual que la familia del cuento, se ha vuelto conformista y dependiente de esta vaca, olvidando que hay otras fuentes, otros negocios, otras áreas que desarrollar? ¿Es necesario esperar que muera la vaca petrolera para que el Estado abra los ojos y ponga a trabajar el dinero?
Hoy solo se habla del petróleo, potencial fuente de desarrollo y progreso, pero en gran medida, fuente de un Estado gordo, y de grupos que esperan la repartición antes que trabajar para producir. Mientras dependamos de una sola vaca, el resto quedará estancado. Que el Estado utilice el petróleo para generar y promover nuevos sectores. Que en lugar de conducir al conformismo y pasividad, el dinero petrolero permita a empresarios y emprendedores crear nuevas oportunidades. Que el paisito que hoy depende de una vaca, sea mañana inmenso e irreconocible con cientos de vacas bien alimentadas.
No basta con gritar “sí se puede”. Se trata de trabajar y trabajar. De matar las vacas, o al menos saber aprovecharlas. Pero ya sabemos lo difícil que es lo segundo, sobre todo cuando las decisiones vienen de una decadente clase política acostumbrada a comer gratis.
jueves, junio 29, 2006
jueves, junio 22, 2006
Choferes dorados
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Según la última revista Vistazo, de las aproximadamente cuatro mil personas que viajaron de Ecuador a Alemania para el Mundial, mil forman parte de nuestra privilegiada burocracia. Más allá de que estas personas estén en su derecho a viajar y disfrutar su mes de vacaciones, esto nos hace pensar, y nos debe preocupar.
Según el reportaje, “un jardinero que trabaja para la Superintendencia de Compañías recibe una remuneración mensual unificada de 907,7 dólares. Un chofer en la misma dependencia gana 1.385,2 dólares mensuales”. Ese jardinero debe ser hijo del mismísimo Eduardo Manostijeras para ganar tanta plata. Y el chofer debe ser apellido Schumacher, o al menos Montoya. Imagino que el señor jardinero cuida muy bien las plantas y las flores burócratas, y que el señor chofer conduce con total seguridad y puntualidad a nuestros funcionarios públicos a importantísimas reuniones en algún restaurante de la capital. Más les vale con esos sueldos. Así, no debe sorprendernos que tantos funcionarios públicos viajen al Mundial.
Mientras esto pasa, vuelve con fuerza a nuestra siempre olvidadiza Latinoamérica este necio deseo de que el Estado lo maneje todo. Si nos va mal, debe ser por culpa de las empresas privadas que hacen mucha plata y no reparten, piensan nuestras brillantes mentes hundidas en el fango nacionalista. No entienden, o no quieren entender, que si estamos mal es justamente porque el Estado despilfarra en sueldos y excesos de empleados y arrimados, el dinero que las empresas producen, en lugar de invertirlo en nuestra educación, salud y en más empresas privadas que produzcan más dinero. Por lo visto hay quienes creen que no hay suficientes ecuatorianos alentando a la Selección en los estadios alemanes. Qué mejor entonces que nacionalizar unas cuantas empresas, para que haya más carros burocráticos con choferes con sueldos de ejecutivos que les permita irse al Mundial.
Quienes en sus discursos dicen buscar más igualdad y mejor distribución de la riqueza, son quienes proponen justamente la peor distribución de la misma. No hay repartición más injusta de las riquezas de un país que cuando una enorme tajada de los ingresos del Estado va a una burocracia obesa y dorada. En lugar de pensar en nacionalizar, quienes quieren más igualdad y oportunidades para los más pobres deberían apoyar un Estado mínimo que permita al sector privado producir y generar empleo. Pero eso no entra en las cabezas amantes del Estado papá. Eso de trabajar y producir no gusta. En cambio, gastar y repartir atrae más.
Nada de lo público funciona bien en nuestro país: nuestra seguridad social es todo menos segura y social, nuestra educación se hunde mientras los maestros se construyen urbanizaciones, nuestros hospitales públicos son centros de escándalos. Y sin embargo, en nuestras calles se escuchan gritos que piden que el Estado administre más e intervenga más. Junto a ellos, aparecerán candidatos con la palabra nacionalización en cada frase. Si a Evo le funcionó para ganar, por qué a mí no, pensarán nuestros candidatos.
Afortunadamente no todos nuestros funcionarios públicos son dorados. Pero sin decisiones ni cambios, continuarán rodando en nuestras calles más vehículos dorados para que choferes dorados conduzcan a nuestra burocracia.
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Según la última revista Vistazo, de las aproximadamente cuatro mil personas que viajaron de Ecuador a Alemania para el Mundial, mil forman parte de nuestra privilegiada burocracia. Más allá de que estas personas estén en su derecho a viajar y disfrutar su mes de vacaciones, esto nos hace pensar, y nos debe preocupar.
Según el reportaje, “un jardinero que trabaja para la Superintendencia de Compañías recibe una remuneración mensual unificada de 907,7 dólares. Un chofer en la misma dependencia gana 1.385,2 dólares mensuales”. Ese jardinero debe ser hijo del mismísimo Eduardo Manostijeras para ganar tanta plata. Y el chofer debe ser apellido Schumacher, o al menos Montoya. Imagino que el señor jardinero cuida muy bien las plantas y las flores burócratas, y que el señor chofer conduce con total seguridad y puntualidad a nuestros funcionarios públicos a importantísimas reuniones en algún restaurante de la capital. Más les vale con esos sueldos. Así, no debe sorprendernos que tantos funcionarios públicos viajen al Mundial.
Mientras esto pasa, vuelve con fuerza a nuestra siempre olvidadiza Latinoamérica este necio deseo de que el Estado lo maneje todo. Si nos va mal, debe ser por culpa de las empresas privadas que hacen mucha plata y no reparten, piensan nuestras brillantes mentes hundidas en el fango nacionalista. No entienden, o no quieren entender, que si estamos mal es justamente porque el Estado despilfarra en sueldos y excesos de empleados y arrimados, el dinero que las empresas producen, en lugar de invertirlo en nuestra educación, salud y en más empresas privadas que produzcan más dinero. Por lo visto hay quienes creen que no hay suficientes ecuatorianos alentando a la Selección en los estadios alemanes. Qué mejor entonces que nacionalizar unas cuantas empresas, para que haya más carros burocráticos con choferes con sueldos de ejecutivos que les permita irse al Mundial.
Quienes en sus discursos dicen buscar más igualdad y mejor distribución de la riqueza, son quienes proponen justamente la peor distribución de la misma. No hay repartición más injusta de las riquezas de un país que cuando una enorme tajada de los ingresos del Estado va a una burocracia obesa y dorada. En lugar de pensar en nacionalizar, quienes quieren más igualdad y oportunidades para los más pobres deberían apoyar un Estado mínimo que permita al sector privado producir y generar empleo. Pero eso no entra en las cabezas amantes del Estado papá. Eso de trabajar y producir no gusta. En cambio, gastar y repartir atrae más.
Nada de lo público funciona bien en nuestro país: nuestra seguridad social es todo menos segura y social, nuestra educación se hunde mientras los maestros se construyen urbanizaciones, nuestros hospitales públicos son centros de escándalos. Y sin embargo, en nuestras calles se escuchan gritos que piden que el Estado administre más e intervenga más. Junto a ellos, aparecerán candidatos con la palabra nacionalización en cada frase. Si a Evo le funcionó para ganar, por qué a mí no, pensarán nuestros candidatos.
Afortunadamente no todos nuestros funcionarios públicos son dorados. Pero sin decisiones ni cambios, continuarán rodando en nuestras calles más vehículos dorados para que choferes dorados conduzcan a nuestra burocracia.
jueves, junio 15, 2006
Las caderas al poder
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Entrevistaban a una animadora de televisión en un programa de farándula. Entre otras cosas, la entrevistada compartió que, animada por un partido político, sería candidata en las próximas elecciones al Congreso.
La futura diputada no mencionó sus planes para sacar adelante al país. Su postulación no obedece a esas cosas complicadas, sino a su capacidad para ganar. Se hizo un sondeo y su nombre aparecía con altos niveles de popularidad. Suficiente para que el partido la anime a participar. Su ideología, sus planes, su capacidad, eso es secundario, simple relleno. Lo que vale es ganar. Una vez en el Congreso ya se verá.
La política estará siempre ligada a personajes que llenan las páginas de farándula. Sucede en todos lados. Desde la Cicciolina en Italia, a Schwarzenegger en California, al mismo Ronald Reagan, a nuestros Pocho Harb y Silvana.
Sin duda, hay muchas celebridades preparadas y con excelentes credenciales para ocupar cargos públicos. La presencia de estos hombres y mujeres en política es tan válida como la de cualquier otro profesional. El problema no es que famosos entren en política. El problema es que nuestros partidos busquen entre ellos a sus candidatos estrella, más allá de lo que puedan tener en la cabeza. De repente, el rating que se genere por los movimientos de cadera o la simpatía frente a un público son una mejor carta de presentación para los partidos políticos que la experiencia, preparación y proyectos de los candidatos.
¿Cómo evitamos estos candidatos improvisados? El asunto se lo podría atacar por el lado de la oferta, exigiendo requisitos más estrictos para ser candidato: poseer título universitario, una maestría, algo que demuestre preparación. Pero ya sabemos que eso no serviría. Un título universitario, de los muchos que se ofrecen por ahí, no es necesariamente prueba de inteligencia o preparación. Además, este tipo de requisito se vería como discriminatorio, al excluir a personas inteligentes y con amplia experiencia que por falta de recursos u otras circunstancias solo pudieron atender la universidad de la vida.
Por el lado de la demanda, en cambio, sí se puede evitar estos candidatos: no demandando sus servicios, no votando por ellos. Y el camino para no votar por estos candidatos improvisados está en algo muchas veces repetido, pero que los partidos políticos, por obvias razones, no apoyan: acabar con el voto obligatorio. El día que solo vote el que quiera votar tendrán mejores oportunidades de llegar más de los candidatos con propuestas y experiencia. Más personas marcarán la cruz en la papeleta porque conocen y le apuestan a un candidato, y menos porque les ofrecieron una camiseta y un almuerzo a cambio. Las celebridades que ganen bajo un sistema de voto voluntario seguramente lo harán porque detrás de sus caras conocidas tienen algo que aportar, y no simplemente por el buen rating de sus programas.
La entrevistada en el programa de farándula posiblemente llegará a diputada. Su alegría, su popularidad, y su coqueteo con las cámaras sin duda merecerán el voto obligado de toda una multitud que ha bailado con ella. Por ahora, mejor disfrutamos el partido con Costa Rica y olvidamos lo que pronto se nos viene encima.
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Entrevistaban a una animadora de televisión en un programa de farándula. Entre otras cosas, la entrevistada compartió que, animada por un partido político, sería candidata en las próximas elecciones al Congreso.
La futura diputada no mencionó sus planes para sacar adelante al país. Su postulación no obedece a esas cosas complicadas, sino a su capacidad para ganar. Se hizo un sondeo y su nombre aparecía con altos niveles de popularidad. Suficiente para que el partido la anime a participar. Su ideología, sus planes, su capacidad, eso es secundario, simple relleno. Lo que vale es ganar. Una vez en el Congreso ya se verá.
La política estará siempre ligada a personajes que llenan las páginas de farándula. Sucede en todos lados. Desde la Cicciolina en Italia, a Schwarzenegger en California, al mismo Ronald Reagan, a nuestros Pocho Harb y Silvana.
Sin duda, hay muchas celebridades preparadas y con excelentes credenciales para ocupar cargos públicos. La presencia de estos hombres y mujeres en política es tan válida como la de cualquier otro profesional. El problema no es que famosos entren en política. El problema es que nuestros partidos busquen entre ellos a sus candidatos estrella, más allá de lo que puedan tener en la cabeza. De repente, el rating que se genere por los movimientos de cadera o la simpatía frente a un público son una mejor carta de presentación para los partidos políticos que la experiencia, preparación y proyectos de los candidatos.
¿Cómo evitamos estos candidatos improvisados? El asunto se lo podría atacar por el lado de la oferta, exigiendo requisitos más estrictos para ser candidato: poseer título universitario, una maestría, algo que demuestre preparación. Pero ya sabemos que eso no serviría. Un título universitario, de los muchos que se ofrecen por ahí, no es necesariamente prueba de inteligencia o preparación. Además, este tipo de requisito se vería como discriminatorio, al excluir a personas inteligentes y con amplia experiencia que por falta de recursos u otras circunstancias solo pudieron atender la universidad de la vida.
Por el lado de la demanda, en cambio, sí se puede evitar estos candidatos: no demandando sus servicios, no votando por ellos. Y el camino para no votar por estos candidatos improvisados está en algo muchas veces repetido, pero que los partidos políticos, por obvias razones, no apoyan: acabar con el voto obligatorio. El día que solo vote el que quiera votar tendrán mejores oportunidades de llegar más de los candidatos con propuestas y experiencia. Más personas marcarán la cruz en la papeleta porque conocen y le apuestan a un candidato, y menos porque les ofrecieron una camiseta y un almuerzo a cambio. Las celebridades que ganen bajo un sistema de voto voluntario seguramente lo harán porque detrás de sus caras conocidas tienen algo que aportar, y no simplemente por el buen rating de sus programas.
La entrevistada en el programa de farándula posiblemente llegará a diputada. Su alegría, su popularidad, y su coqueteo con las cámaras sin duda merecerán el voto obligado de toda una multitud que ha bailado con ella. Por ahora, mejor disfrutamos el partido con Costa Rica y olvidamos lo que pronto se nos viene encima.
jueves, junio 08, 2006
La felicidad en cómodas cuotas
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
¿Es idea mía, o estos días muchos andan con tanta plata que salen a comprar como en Navidad? Cualquier día, a cualquier hora, en cualquier centro comercial se rebosan los parqueaderos. Los vendedores de televisores de ochocientas pulgadas parecen no tener descanso. Los celulares más caros y avanzados vuelan de las tiendas, aunque cuesten varios sueldos y ayuno de un mes. Y por las calles circulan cada vez más carros flamantes, todavía con el plástico de los asientos.
Nada de malo en comprar más y mejores cosas. Todo lo contrario. Así funcionan las economías, circula el dinero y se mueve el mercado. Pero preocupa que por querer comprar la felicidad en cómodas cuotas mensuales, nos esclavicemos al banco, la tarjeta de crédito o algún chulquero. Ver el Mundial en pantalla gigante se siente muy bien. Pero ver el Mundial en la pantalla gigante que nos costó cinco sueldos y la duda de si podremos pagar el colegio de nuestros hijos, no es nada divertido. Tener dinero o acceso a crédito trae consigo opciones y decisiones. ¿Endeudarnos y disfrutar hoy para pagar más mañana? ¿O invertir hoy para progresar y recibir más mañana?
Con el país pasa igual. El Estado recibirá ahora todo ese dinero petrolero que ayer no tenía. Y tendrá la opción de gastar y endeudarse más que antes. ¿Qué hará el Estado con la plata? ¿Se la feriará en aumentos de sueldos, más puestos burocráticos, las concesiones de siempre a los uniformados, regalos para todo el que grita y el despilfarro al que nos hemos acostumbrado? ¿O lo pondrá a trabajar y producir, invirtiendo en educación, salud y generación de empleo a través del apoyo a la empresa? ¿Aumentará el Estado su obesidad? ¿O finalmente optará por un buen plan de ejercicios y dietas que lo pongan en forma?
Ya hemos desperdiciado demasiado dinero del petróleo desde el tristemente glorioso día en que se lo descubrió. En lugar de invertir y ahorrar, nos endeudamos. La tentación vuelve a rondar. ¿Qué hará el Gobierno esta vez?
Todo depende de las decisiones y firmeza de Palacio y de quien llegue después de él. Todo depende de nuestro voto. Administrar esta aparente riqueza será más difícil que administrar la pobreza. Todos piden y reclaman al que tiene plata. Al pobre lo dejan tranquilo. Nuestro siguiente presidente lidiará con grupos que le exigirán una falsa y pasajera felicidad a crédito, en lugar del duradero bienestar que trae la inversión y producción. Necesitamos un gobierno con capacidad de invertir, no de gastar y repartir. El candidato que hable de cómo va a invertir y hacer producir ese dinero, en lugar de cómo lo va a distribuir, tiene mi voto.
Por ahora podemos estar tranquilos. El mundo no se acabó este martes 666. Y mañana miraremos felices el Mundial sin pensar en excusas para faltar a trabajar. La emoción y la alegría se respiran en calles y oficinas. Al menos por estas semanas, andaremos con la cabeza en una pelota y en el grito de gol, en lugar de las deudas y un Estado fracasado. Pero cuando termine la fiesta y el árbitro diga “no va más”, trabajemos y votemos para no lamentar por otros millones que se nos volvieron a esfumar.
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
¿Es idea mía, o estos días muchos andan con tanta plata que salen a comprar como en Navidad? Cualquier día, a cualquier hora, en cualquier centro comercial se rebosan los parqueaderos. Los vendedores de televisores de ochocientas pulgadas parecen no tener descanso. Los celulares más caros y avanzados vuelan de las tiendas, aunque cuesten varios sueldos y ayuno de un mes. Y por las calles circulan cada vez más carros flamantes, todavía con el plástico de los asientos.
Nada de malo en comprar más y mejores cosas. Todo lo contrario. Así funcionan las economías, circula el dinero y se mueve el mercado. Pero preocupa que por querer comprar la felicidad en cómodas cuotas mensuales, nos esclavicemos al banco, la tarjeta de crédito o algún chulquero. Ver el Mundial en pantalla gigante se siente muy bien. Pero ver el Mundial en la pantalla gigante que nos costó cinco sueldos y la duda de si podremos pagar el colegio de nuestros hijos, no es nada divertido. Tener dinero o acceso a crédito trae consigo opciones y decisiones. ¿Endeudarnos y disfrutar hoy para pagar más mañana? ¿O invertir hoy para progresar y recibir más mañana?
Con el país pasa igual. El Estado recibirá ahora todo ese dinero petrolero que ayer no tenía. Y tendrá la opción de gastar y endeudarse más que antes. ¿Qué hará el Estado con la plata? ¿Se la feriará en aumentos de sueldos, más puestos burocráticos, las concesiones de siempre a los uniformados, regalos para todo el que grita y el despilfarro al que nos hemos acostumbrado? ¿O lo pondrá a trabajar y producir, invirtiendo en educación, salud y generación de empleo a través del apoyo a la empresa? ¿Aumentará el Estado su obesidad? ¿O finalmente optará por un buen plan de ejercicios y dietas que lo pongan en forma?
Ya hemos desperdiciado demasiado dinero del petróleo desde el tristemente glorioso día en que se lo descubrió. En lugar de invertir y ahorrar, nos endeudamos. La tentación vuelve a rondar. ¿Qué hará el Gobierno esta vez?
Todo depende de las decisiones y firmeza de Palacio y de quien llegue después de él. Todo depende de nuestro voto. Administrar esta aparente riqueza será más difícil que administrar la pobreza. Todos piden y reclaman al que tiene plata. Al pobre lo dejan tranquilo. Nuestro siguiente presidente lidiará con grupos que le exigirán una falsa y pasajera felicidad a crédito, en lugar del duradero bienestar que trae la inversión y producción. Necesitamos un gobierno con capacidad de invertir, no de gastar y repartir. El candidato que hable de cómo va a invertir y hacer producir ese dinero, en lugar de cómo lo va a distribuir, tiene mi voto.
Por ahora podemos estar tranquilos. El mundo no se acabó este martes 666. Y mañana miraremos felices el Mundial sin pensar en excusas para faltar a trabajar. La emoción y la alegría se respiran en calles y oficinas. Al menos por estas semanas, andaremos con la cabeza en una pelota y en el grito de gol, en lugar de las deudas y un Estado fracasado. Pero cuando termine la fiesta y el árbitro diga “no va más”, trabajemos y votemos para no lamentar por otros millones que se nos volvieron a esfumar.
jueves, junio 01, 2006
Emociones, por otro lado
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
¿Por qué no podemos tener un presidente como él, al menos la mitad de él?, se decían guayaquileños y quiteños ante la presencia del ex presidente chileno Ricardo Lagos. Nos resignamos a nuestro doctor que improvisa de presidente, mientras los chilenos gozan de la estabilidad y progreso que trae una continuidad de buenos líderes y Colombia reelige a un mandatario bien parado.
La eficiencia deja atrás barreras ideológicas. Lagos va más allá de izquierdas y derechas. Recoge lo mejor, lo práctico, lo eficiente de cada tendencia para consolidarlo en un socialismo que funciona. Aquí no hay discursos antiyanquis, anti libre mercado, antiglobalización que tanto gustan a muchos de nuestros socialistas criollos. Todo lo contrario, Lagos entiende que la liberación de la economía, los tratados de libre comercio con Estados Unidos, Europa, China o quien sea, el apoyo a las inversiones y la empresa privada, la generación de riqueza en lugar de la distribución de miseria y la responsabilidad fiscal están más allá de la ideología y van de la mano perfectamente con políticas socialistas. Es simple cuestión de pragmatismo: la apertura, el libre mercado y la promoción del sector privado beneficia a todos, y eso es lo importante a la hora de tomar decisiones desde el gobierno. Así funcionó en Chile, así funcionaría aquí.
Lo interesante y lo preocupante es que la visita de Lagos pasó relativamente desapercibida en el país justamente para grupos socialistas que deberían ser sus más ardientes seguidores. Fueron los empresarios –que en su mayoría no se identifican con el socialismo, pues en su versión criolla suele engordar al Estado y poner trabas a la producción privada– quienes lo aplaudieron y recibieron con la orquesta completa. En cambio, grupos de izquierda reservaron sus aplausos y vivas para la venida de Hugo Chávez, representante de una izquierda populista y caduca cuyo gobierno no llega a los talones del de Lagos.
Esto nos hace pensar que aquí lo que más vale es hablar bonito y no gobernar eficientemente. Que los gestos, discursos, gritos de soberanía y palabras emocionantes valen más que los buenos resultados, la producción y el progreso. La popularidad de nuestros líderes parece alimentarse de la emoción que estos despiertan en sus seguidores, en lugar del bienestar que generan con su trabajo.
De emociones no comemos ni ganamos. Comemos y ganamos con estrategias, acciones, resultados. La emoción y carisma de los jugadores de nuestra selección de fútbol no gana partidos. Los goles sí. Chávez emociona. Lagos mete goles. En este mundial preferimos ganar partidos aburridos, antes que perder partidos emocionantes. Lo mismo debe ser a nivel de gobierno: apoyar líderes que nos hagan ganar antes que emocionar.
Revisemos nuestros candidatos presidenciales. Aunque no veamos a ningún Lagos, escojamos a quien sepa meter goles y dure todo el partido de pie. No a quien nos entretenga y emocione para ser expulsado a mitad del camino. Aunque seguramente no tendremos al presidente ideal, que al menos este traiga la estabilidad y el inicio de la continuidad que tanto necesitamos. Que las emociones vengan de otro lugar.
PD: Me he unido al mundo de los blogs. Los invito a leer todos mis artículos y dar sus opiniones en www.gomezlecaro.blogspot.com
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
¿Por qué no podemos tener un presidente como él, al menos la mitad de él?, se decían guayaquileños y quiteños ante la presencia del ex presidente chileno Ricardo Lagos. Nos resignamos a nuestro doctor que improvisa de presidente, mientras los chilenos gozan de la estabilidad y progreso que trae una continuidad de buenos líderes y Colombia reelige a un mandatario bien parado.
La eficiencia deja atrás barreras ideológicas. Lagos va más allá de izquierdas y derechas. Recoge lo mejor, lo práctico, lo eficiente de cada tendencia para consolidarlo en un socialismo que funciona. Aquí no hay discursos antiyanquis, anti libre mercado, antiglobalización que tanto gustan a muchos de nuestros socialistas criollos. Todo lo contrario, Lagos entiende que la liberación de la economía, los tratados de libre comercio con Estados Unidos, Europa, China o quien sea, el apoyo a las inversiones y la empresa privada, la generación de riqueza en lugar de la distribución de miseria y la responsabilidad fiscal están más allá de la ideología y van de la mano perfectamente con políticas socialistas. Es simple cuestión de pragmatismo: la apertura, el libre mercado y la promoción del sector privado beneficia a todos, y eso es lo importante a la hora de tomar decisiones desde el gobierno. Así funcionó en Chile, así funcionaría aquí.
Lo interesante y lo preocupante es que la visita de Lagos pasó relativamente desapercibida en el país justamente para grupos socialistas que deberían ser sus más ardientes seguidores. Fueron los empresarios –que en su mayoría no se identifican con el socialismo, pues en su versión criolla suele engordar al Estado y poner trabas a la producción privada– quienes lo aplaudieron y recibieron con la orquesta completa. En cambio, grupos de izquierda reservaron sus aplausos y vivas para la venida de Hugo Chávez, representante de una izquierda populista y caduca cuyo gobierno no llega a los talones del de Lagos.
Esto nos hace pensar que aquí lo que más vale es hablar bonito y no gobernar eficientemente. Que los gestos, discursos, gritos de soberanía y palabras emocionantes valen más que los buenos resultados, la producción y el progreso. La popularidad de nuestros líderes parece alimentarse de la emoción que estos despiertan en sus seguidores, en lugar del bienestar que generan con su trabajo.
De emociones no comemos ni ganamos. Comemos y ganamos con estrategias, acciones, resultados. La emoción y carisma de los jugadores de nuestra selección de fútbol no gana partidos. Los goles sí. Chávez emociona. Lagos mete goles. En este mundial preferimos ganar partidos aburridos, antes que perder partidos emocionantes. Lo mismo debe ser a nivel de gobierno: apoyar líderes que nos hagan ganar antes que emocionar.
Revisemos nuestros candidatos presidenciales. Aunque no veamos a ningún Lagos, escojamos a quien sepa meter goles y dure todo el partido de pie. No a quien nos entretenga y emocione para ser expulsado a mitad del camino. Aunque seguramente no tendremos al presidente ideal, que al menos este traiga la estabilidad y el inicio de la continuidad que tanto necesitamos. Que las emociones vengan de otro lugar.
PD: Me he unido al mundo de los blogs. Los invito a leer todos mis artículos y dar sus opiniones en www.gomezlecaro.blogspot.com
Suscribirse a:
Entradas (Atom)