Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Felicitaciones, señores bloqueadores de carreteras. Lo han logrado. El Gobierno los escuchó, o mejor dicho, se arrodilló ante ustedes. Se pronunció contra la inversión privada, la ley, el libre mercado, el progreso. Y ahí la tienen, recién salidita del horno: la caducidad del contrato con la Oxy que tanto esperaban, por la que tanto gritaron y tantas llantas quemaron, sintiéndose muy revolucionarios y justicieros.
Los empleados de Petroecuador les agradecen de todo corazón sus esfuerzos por pasar los bienes privados a manos burócratas y políticas. Festejen junto a sus diputados el supuesto bienestar que esta decisión traerá al país. Festejen nomás, que en poco tiempo se estrellarán contra la triste realidad de lo que su apoyo ha causado.
Y mientras festejan, lanzando gastadas frases a los micrófonos de los periodistas, vamos descubriendo que el problema nunca fue lo que hizo o no hizo la Oxy. En el fondo, hasta el más fanático nacionalista estaría de acuerdo que el vender parte de las acciones de la empresa a otra sin la debida autorización, no es una falta tan grave que no se pueda solucionar con una negociación. El problema no está en los actos de la empresa. El problema está en su origen: la Oxy es una empresa gringa. Las protestas y la caducidad difícilmente se hubieran dado contra una empresa de otro país. Pero la Oxy cometió el error de ser una empresa del “imperio culpable de todos nuestros males”, como dirían a las cámaras nuestros triunfantes diputados y quema-llantas.
Los extremos son malos. Hay quienes se inclinan y besan los pies de Estados Unidos como nuestra única fuente posible de bienestar y progreso. Y está el otro extremo. Quienes ven en ese país al imperio malvado y explotador causante de todas nuestras desgracias. Ambas posturas son peligrosas. La caducidad del contrato de la Oxy marca el triunfo del segundo grupo, que se cree condenado a la pobreza a causa de la explotación de los países ricos y no de sus propios errores.
Las preferencias, inversiones y programas de cooperación de Estados Unidos con nuestro país seguramente disminuirán, junto al TLC que se irá esfumando. No vayan a llorar mañana quienes hoy celebran. Prohibido quejarse de explotación y marginación, cuando veamos a nuestros vecinos colombianos progresar a pasos acelerados aprovechando su TLC con Estados Unidos, mientras nosotros nos hundimos junto a nuestros vecinos bolivianos en nuestro aislamiento nacionalista. Ya escucho las quejas en pocos años: que Estados Unidos no nos permite hacer negocios con ellos, que nos cobra aranceles muy altos, que nos cierra sus fronteras. Ya los escucho reclamando que a Colombia los traten tan bien y a nosotros tan mal. Pobres de nosotros, siempre tan explotados y sufridores.
Hoy nos hemos alejado más del bienestar y progreso que traen la integración, el respeto a las leyes y el apoyo a la empresa privada. Felicitaciones, señores diputados; felicitaciones, señor Presidente; felicitaciones, señores quema-llantas. Nuestras renovadas dignidad y soberanía nos han asegurado más miseria y exclusión.
Palacio duerme tranquilo: se salvó de un juicio en el Congreso. Pero eso es secundario. Lo juzgará la historia por todo lo que hizo, deshizo y no dejó hacer. Lo enjuiciará el oscuro futuro que sembró su indecisión.
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