Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Entre tantos forwards con chistes, fotos sin censura, cursilerías, oraciones, angelitos, amenazas de castigo eterno si no reenviamos el mensaje, y promesas de una tal Foxy de largas noches de placer, recibí hace unos meses uno que me hizo reflexionar.
Era más o menos así: un latino de visita en Suecia acompañaba a su amigo sueco al trabajo. Llegaron temprano, antes que los otros trabajadores, cuando el parqueo de la empresa estaba casi vacío. Le llamó la atención al latino que el sueco se parqueara en uno de los espacios más lejanos al edificio de oficinas. Al preguntarle por qué no utilizaba un espacio más cercano, el sueco le dijo: “Como he llegado temprano, puedo darme el lujo de caminar y aun así llegar a tiempo. En cambio, mis compañeros que lleguen después tendrán más necesidad de los parqueos cercanos para entrar puntuales”.
¿Está loco nuestro amigo sueco? Acá le pondríamos una marca de idiota en la frente. ¿Parquearse lejos para dejar que los que llegan tarde ocupen los mejores parqueos? ¿Pensar en los demás antes que en uno mismo? Ninguno de nosotros haría algo semejante. Pensamos tanto en yo, yo, y yo que rara vez actuamos en base al nosotros. La historia me hizo reflexionar sobre el nivel de colaboración al que se puede llegar en una sociedad civilizada.
¿Qué tan civilizados somos nosotros? ¿Qué tanto pensamos en el bien colectivo y en nuestros vecinos? Vivimos a diario una agresividad y falta de consideración por los demás que deja mucho que desear. ¡Que no se metan conmigo, que me abran paso, que no me callen en el cine si me da la gana de contestar el celular, que me esperen para la reunión, yo me paso la cola si me da la gana, que se haga a un lado ese peatón, que cruce rápido la viejita o la atropello! Andamos todos apurados para llegar no sé adónde. La luz no cambia todavía a verde y ya estamos pitando desesperados. Todavía no salimos del ascensor y ya nos están empujando hacia adentro el grupo que intenta entrar. Terminamos de comer en un patio de comidas y dejamos todo perfectamente sucio para que lo limpie el siguiente.
El de al lado no importa. Nos preocupamos desde nuestra vereda para adentro. La basura en la calle no es cosa nuestra. La cerca de nuestra casa marca el límite de nuestra urbanidad.
No creo que lleguemos nunca a hacer lo que hace el sueco. No se puede pedir tanto. ¿Pero por qué tanta agresividad y falta de consideración? Hoy nos preocupamos más que nunca por la violencia y los robos en las calles de la ciudad. Podríamos contribuir un poco a aliviar tensiones con una actitud enfocada en el bien común en lugar de ver cómo fregamos al otro.
Como siempre la solución a nuestra conducta está en una buena educación. Pero esta va más allá de las matemáticas y geografía que aprendemos en el colegio. Esta se respira en el ambiente. Se enseña con el ejemplo.
Hace algunos años salían unos comerciales con Juanita Vallejo y un muñequito que enseñaba lo que se debía y no se debía hacer. Nos mostraban las actitudes positivas para hacer de nuestra ciudad y nuestro país un lugar civilizado donde vivir. Parece que olvidamos las lecciones. Que nos las enseñen otra vez.
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