Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Guayaquil vive una difícil paradoja: mientras más se embellece y mejora, más nos alejamos de ella. Queremos a Guayaquil, pero de lejitos nomás. Los cambios positivos de la ciudad se comentan desde urbanizaciones privadas, tras enormes cercas, guardias y garitas. Ya no vivimos en la ciudad, vivimos junto a ella y a pesar de ella, encapsulados entre la urbanización y el mall. La ciudad se ha convertido en ese lugar que uno visita cuando viene algún amigo extranjero. Todos huyen buscando su pedazo de Disney criollo en las afueras. Hay para todos los gustos y bolsillos.
La inseguridad es sin duda la gran culpable de este aislamiento que buscamos los guayaquileños. Las experiencias de mis abuelos y padres viviendo y caminando tranquilamente por las calles del centro se han perdido. Hoy caminar es jugarse la vida entre robos y espacios construidos para una minoría motorizada. Hoy hacemos las compras lejos de la calle, en el mall. Hoy, un día ideal consiste no en vivir la ciudad sino en evitarla.
La inseguridad, la violencia y el temor a pisar las veredas de la ciudad están matando el espíritu de Guayaquil. El éxito de una ciudad no está en la dispersión de sus habitantes, sino en la densificación del espacio. Mientras más juntitos vivamos, mejor para todos. Los problemas de tráfico, por ejemplo, no se solucionan con avenidas más anchas ni con pasos a desnivel. Se solucionan cuando más gente vive y trabaja cerca, caminando o tomando viajes cortos a mercados, colegios y oficinas. Así mismo, la cultura de una ciudad se duerme dentro de las ciudadelas encerradas. La cultura vive cuando la gente, y sobre todos los jóvenes, comparten experiencias entre los sonidos, los personajes, la actividad de la ciudad. Cuando la ciudad es nuestra casa y no un lugar de pasada. Pero mientras la inseguridad continúe en las calles, la gente seguirá escapando, y la ciudad seguirá expandiéndose y perdiendo su personalidad.
La seguridad es el primer paso hacia un Guayaquil exitoso. Pero las soluciones pueden ir más allá. El Municipio puede crear planes que incentiven a la gente a vivir en la ciudad en lugar de sus afueras. Por ejemplo, como han hecho otras ciudades, se pueden brindar incentivos tributarios a los artistas que instalen sus viviendas y talleres en determinadas zonas centrales de la ciudad. Opciones para atraer a los guayaquileños a Guayaquil hay muchas. El primer paso es quererlo y entender su necesidad.
Ojalá nuestros hijos puedan vivir la ciudad y no protegidos y aislados de ella. El Municipio ha dado los primeros grandes pasos mejorando la infraestructura de Guayaquil. Que dé el siguiente paso comprendiendo que el futuro de la ciudad está en atraer a su gente a que viva en ella, y no simplemente a que visite los fines de semana sus parques cercados. Que entienda que sin seguridad no quedarán guayaquileños en la ciudad, y sin ellos simplemente no hay ciudad. Que Guayaquil mire más hacia las calles vibrantes de París o Nueva York y menos hacia las frías autopistas de Miami o Los Ángeles.
Volvamos a la ciudad. Guayaquil renace solo a medias mientras su gente escape de ella.
jueves, marzo 30, 2006
jueves, marzo 23, 2006
Lo difícil
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
En la época de colegio nos encantaban las huelgas y protestas. Esperábamos emocionados el noticiario solo para escuchar que “mañana se suspenden las clases en todos los establecimientos educativos...”. Música para nuestros oídos. Los maestros de la UNE, los indígenas, y todos esos señores que se dedicaban a hacer bulla, quemar llantas y bloquear carreteras eran nuestros mejores aliados. Que el país se hundiera o nuestros papás se quejaran era secundario. Mañana hay huelga, mañana no hay clases, mañana jugaremos.
Lástima que no podemos festejar eternamente los paros y protestas. Ahora varios indígenas bloquean carreteras para reclamar contra el TLC, la Oxy y cualquier cosa por las que les digan que deben protestar. Y el Gobierno, que ha demostrado una gran capacidad para conceder favores al que más grita, permite que bloqueen carreteras, generen caos y se pierdan millones de dólares.
Dudo mucho que quienes protestan sepan con claridad por qué lo hacen. Si nos dicen que el TLC es malo, malo ha de ser y por eso hay que quemar llantas. Luis Macas, presidente de la Conaie, dice que el TLC representa, entre otras cosas, una amenaza a nuestra “soberanía alimentaria”. ¡Por favor! ¿Desde cuándo es una amenaza importar alimentos más baratos y exportar más de nuestros productos? El término “soberanía” funciona para convencer a cualquiera con ganas de protestar. Queremos ser tan soberanos como la Cuba de Fidel donde nadie tiene hambre, todos tienen doctorados y nadie quiere huir a Florida. Este “patriótico” discurso sobre soberanía suena más a deseos de protagonismo y campaña electoral de la Conaie que a protesta legítima.
Hay momentos y razones para necesarias e impostergables protestas. ¿Pero quemar llantas contra el TLC? Los sectores que sienten que no podrán competir y que perderán con el TLC están en su derecho de exponer sus problemas, negociar protecciones y hacer todo el lobbying que deseen. Pero de eso a bloquear carreteras y el progreso de este país hay una gran diferencia.
Es fácil protestar. Recuerdo mi primera protesta. Estábamos en el colegio y arrancaba el Mundial del noventa. Los muy injustos curas pretendían dictar clase mientras en Italia se jugaba el partido inaugural. Ante tal abuso salimos a protestar frente a la oficina del rector, coreando en una sola voz “queremos Mundial, queremos Mundial”. El rector cedió ante el clamor popular. ¡Se hizo justicia! Se suspendieron las clases por el día y todos vimos jugar a Argentina. Fue fácil protestar por nuestro “derecho” a vagar, lo difícil era quedarse a estudiar y trabajar.
Hoy nuestros bloqueadores de carreteras hacen lo mismo: protestar por el gusto de protestar para exigir supuestos derechos. Es fácil protestar. Lo difícil es producir, trabajar responsablemente, crear empleo, e invertir en este país para generar la justicia, igualdad, libertad y oportunidades, por las que tantas llantas se queman.
Con su casi subterránea popularidad, Palacio tiene poco que perder y mucho que hacerle ganar al país. Que aproveche el momento, se ponga firme, se ajuste el cinturón que hoy tiene flojo y no conceda espacios a protestas irresponsables. Que llegue sin miedo al TLC y ejecute las acciones que el país necesita. Que a diferencia de quienes hoy protestan irresponsablemente, él sí haga lo difícil, lo responsable, lo correcto.
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
En la época de colegio nos encantaban las huelgas y protestas. Esperábamos emocionados el noticiario solo para escuchar que “mañana se suspenden las clases en todos los establecimientos educativos...”. Música para nuestros oídos. Los maestros de la UNE, los indígenas, y todos esos señores que se dedicaban a hacer bulla, quemar llantas y bloquear carreteras eran nuestros mejores aliados. Que el país se hundiera o nuestros papás se quejaran era secundario. Mañana hay huelga, mañana no hay clases, mañana jugaremos.
Lástima que no podemos festejar eternamente los paros y protestas. Ahora varios indígenas bloquean carreteras para reclamar contra el TLC, la Oxy y cualquier cosa por las que les digan que deben protestar. Y el Gobierno, que ha demostrado una gran capacidad para conceder favores al que más grita, permite que bloqueen carreteras, generen caos y se pierdan millones de dólares.
Dudo mucho que quienes protestan sepan con claridad por qué lo hacen. Si nos dicen que el TLC es malo, malo ha de ser y por eso hay que quemar llantas. Luis Macas, presidente de la Conaie, dice que el TLC representa, entre otras cosas, una amenaza a nuestra “soberanía alimentaria”. ¡Por favor! ¿Desde cuándo es una amenaza importar alimentos más baratos y exportar más de nuestros productos? El término “soberanía” funciona para convencer a cualquiera con ganas de protestar. Queremos ser tan soberanos como la Cuba de Fidel donde nadie tiene hambre, todos tienen doctorados y nadie quiere huir a Florida. Este “patriótico” discurso sobre soberanía suena más a deseos de protagonismo y campaña electoral de la Conaie que a protesta legítima.
Hay momentos y razones para necesarias e impostergables protestas. ¿Pero quemar llantas contra el TLC? Los sectores que sienten que no podrán competir y que perderán con el TLC están en su derecho de exponer sus problemas, negociar protecciones y hacer todo el lobbying que deseen. Pero de eso a bloquear carreteras y el progreso de este país hay una gran diferencia.
Es fácil protestar. Recuerdo mi primera protesta. Estábamos en el colegio y arrancaba el Mundial del noventa. Los muy injustos curas pretendían dictar clase mientras en Italia se jugaba el partido inaugural. Ante tal abuso salimos a protestar frente a la oficina del rector, coreando en una sola voz “queremos Mundial, queremos Mundial”. El rector cedió ante el clamor popular. ¡Se hizo justicia! Se suspendieron las clases por el día y todos vimos jugar a Argentina. Fue fácil protestar por nuestro “derecho” a vagar, lo difícil era quedarse a estudiar y trabajar.
Hoy nuestros bloqueadores de carreteras hacen lo mismo: protestar por el gusto de protestar para exigir supuestos derechos. Es fácil protestar. Lo difícil es producir, trabajar responsablemente, crear empleo, e invertir en este país para generar la justicia, igualdad, libertad y oportunidades, por las que tantas llantas se queman.
Con su casi subterránea popularidad, Palacio tiene poco que perder y mucho que hacerle ganar al país. Que aproveche el momento, se ponga firme, se ajuste el cinturón que hoy tiene flojo y no conceda espacios a protestas irresponsables. Que llegue sin miedo al TLC y ejecute las acciones que el país necesita. Que a diferencia de quienes hoy protestan irresponsablemente, él sí haga lo difícil, lo responsable, lo correcto.
jueves, marzo 16, 2006
Jugando solitario
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Nos encanta reclamar el apoyo del Estado. Varios artistas reclaman indignados que el Estado los tiene abandonados. Otros atletas exigen que el Estado pague su entrenamiento. Algunos empresarios demandan protección especial para sus negocios. Y así, muchos exigimos un personalizado “apoyo del Estado”.
A nuestro mofletudo Estado le encanta que la gente le pida este tipo de apoyo. Eso justifica su omnipresencia. Justifica la existencia de infinidad de puestos en ministerios y oficinas gubernamentales, especializados en jugar solitario en sus computadoras y en pintarse eternamente la uña del dedo chiquito, mientras reparten billetes en programas de “apoyo” para el que más grita.
Yo no quiero que el Estado me apoye gastando e interviniendo en mis intereses. Todo lo contrario. Que me apoye simplemente permitiéndome trabajar y producir sin su intervención ni sus trabas. Con que no estorbe, mejor. No quiero más oficinas ni burócratas para “apoyar” un nuevo programa. Al final, a los supuestos beneficiados les caen migajas, que los muy creativos responsables del programa se encargan de multiplicar, publicando en unos reportes lindos y llenos de fotos todo lo que supuestamente se ha logrado.
La mejor manera como el Estado nos puede ayudar es quitando sus narices de todos lados. Con que permita invertir, por ejemplo, en el sector eléctrico sin trabas ni amarres, consiguiendo así que bajen las tarifas, ya nos estaría apoyando más que con cualquier otra iniciativa. Permitiendo que el sector privado y organismos sin fines de lucro manejen lo que la burocracia dorada y la uniformada se niegan a ceder, el Estado apoyaría más que con cualquier supuesto programa de ayuda.
¿Queremos, por ejemplo, que el Estado apoye el arte? No necesitamos nuevos programas culturales, con más burocracia y sueldos inflados. Para apoyar el arte, el Estado lo que mejor puede hacer es invertir y dejar invertir en un solo frente: excelente educación en nuestras escuelas, colegios y universidades. Un país educado terminará apoyando e invirtiendo más en el arte, que todos los programitas aislados que financie el Estado. Solo cuando el Estado se enfoque en los grandes cambios –energía, telecomunicaciones, seguridad, justicia, educación, en fin, en las bases de una sociedad que funciona– apoyará realmente al artista, y a todos.
Cada vez que alguien pide apoyo al Estado y el Estado lo escucha, retrocedemos un poco. Ejemplo: atletas piden apoyo al Estado. El Estado “solidario” destina fondos para programas atléticos, construye una pista por aquí, reparte plata para equipos por acá, y en el proceso crea nuevos puestos, con oficinas, vehículos, choferes y computadoras para jugar solitario. Hasta que los fondos escasean. Y el atleta que creyó haber logrado algo, queda más abandonado que antes. Ahora, el Estado le chupa más plata a él, a sus amigos atletas y a las empresas que los auspician, para mantener la oficina de asuntos atléticos y sus empleados.
Hagámonos un favor: dejemos de justificar la obesidad del Estado. Exijamos los grandes cambios que vienen con la reducción del Estado. No el apoyo temporal y superficial del Estado populista. Un Estado reducido a su mínima y más práctica expresión beneficiará a todos y cada uno de nosotros, en especial a quienes hoy reclaman desesperados el apoyo del Estado.
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Nos encanta reclamar el apoyo del Estado. Varios artistas reclaman indignados que el Estado los tiene abandonados. Otros atletas exigen que el Estado pague su entrenamiento. Algunos empresarios demandan protección especial para sus negocios. Y así, muchos exigimos un personalizado “apoyo del Estado”.
A nuestro mofletudo Estado le encanta que la gente le pida este tipo de apoyo. Eso justifica su omnipresencia. Justifica la existencia de infinidad de puestos en ministerios y oficinas gubernamentales, especializados en jugar solitario en sus computadoras y en pintarse eternamente la uña del dedo chiquito, mientras reparten billetes en programas de “apoyo” para el que más grita.
Yo no quiero que el Estado me apoye gastando e interviniendo en mis intereses. Todo lo contrario. Que me apoye simplemente permitiéndome trabajar y producir sin su intervención ni sus trabas. Con que no estorbe, mejor. No quiero más oficinas ni burócratas para “apoyar” un nuevo programa. Al final, a los supuestos beneficiados les caen migajas, que los muy creativos responsables del programa se encargan de multiplicar, publicando en unos reportes lindos y llenos de fotos todo lo que supuestamente se ha logrado.
La mejor manera como el Estado nos puede ayudar es quitando sus narices de todos lados. Con que permita invertir, por ejemplo, en el sector eléctrico sin trabas ni amarres, consiguiendo así que bajen las tarifas, ya nos estaría apoyando más que con cualquier otra iniciativa. Permitiendo que el sector privado y organismos sin fines de lucro manejen lo que la burocracia dorada y la uniformada se niegan a ceder, el Estado apoyaría más que con cualquier supuesto programa de ayuda.
¿Queremos, por ejemplo, que el Estado apoye el arte? No necesitamos nuevos programas culturales, con más burocracia y sueldos inflados. Para apoyar el arte, el Estado lo que mejor puede hacer es invertir y dejar invertir en un solo frente: excelente educación en nuestras escuelas, colegios y universidades. Un país educado terminará apoyando e invirtiendo más en el arte, que todos los programitas aislados que financie el Estado. Solo cuando el Estado se enfoque en los grandes cambios –energía, telecomunicaciones, seguridad, justicia, educación, en fin, en las bases de una sociedad que funciona– apoyará realmente al artista, y a todos.
Cada vez que alguien pide apoyo al Estado y el Estado lo escucha, retrocedemos un poco. Ejemplo: atletas piden apoyo al Estado. El Estado “solidario” destina fondos para programas atléticos, construye una pista por aquí, reparte plata para equipos por acá, y en el proceso crea nuevos puestos, con oficinas, vehículos, choferes y computadoras para jugar solitario. Hasta que los fondos escasean. Y el atleta que creyó haber logrado algo, queda más abandonado que antes. Ahora, el Estado le chupa más plata a él, a sus amigos atletas y a las empresas que los auspician, para mantener la oficina de asuntos atléticos y sus empleados.
Hagámonos un favor: dejemos de justificar la obesidad del Estado. Exijamos los grandes cambios que vienen con la reducción del Estado. No el apoyo temporal y superficial del Estado populista. Un Estado reducido a su mínima y más práctica expresión beneficiará a todos y cada uno de nosotros, en especial a quienes hoy reclaman desesperados el apoyo del Estado.
miércoles, marzo 15, 2006
Revista la U - Marzo 2006
Ya está circulando la U de Marzo!
En esta edición:
- Reviews en la cultura y la fuga.
- ¿Cómo alcanzar el trabajo ideal? - Estrategias.
- El personaje: Mute.
- Viajando por las playas de Manabí.
- El lUk en Sole.
- Noticia de tu U. en la circular.
- La columna de Karola: hi5 addicted.
- El cuestionariU a José Barrezueta, rector de la U. Metropolitana.
- Gánate entradas para el concierto de Miranda!
...y mucho más.
Para mayor información o publicidad escríbeme a manueligomez@yahoo.com. Para colaborar con artículos, fotos, ideas o comentarios escríbenos a revistalau@yahoo.com.
En esta edición:
- Reviews en la cultura y la fuga.
- ¿Cómo alcanzar el trabajo ideal? - Estrategias.
- El personaje: Mute.
- Viajando por las playas de Manabí.
- El lUk en Sole.
- Noticia de tu U. en la circular.
- La columna de Karola: hi5 addicted.
- El cuestionariU a José Barrezueta, rector de la U. Metropolitana.
- Gánate entradas para el concierto de Miranda!
...y mucho más.
Para mayor información o publicidad escríbeme a manueligomez@yahoo.com. Para colaborar con artículos, fotos, ideas o comentarios escríbenos a revistalau@yahoo.com.
jueves, marzo 09, 2006
El gusto de escribir
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Cumplo un año escribiendo esta columna. En este tiempo han pasado muchas cosas en el país, pero al mismo tiempo no ha sucedido nada. Hace un año, por ejemplo, nos quejábamos del Presidente y la Corte Suprema. Hoy nos seguimos quejando de ambos, aunque tengan otras caras y otros nombres. Cambian algunos actores, pero la película nacional sigue tristemente igual. Solo nuestra forzada ilusión de que el próximo presidente será mejor nos trae ciertas esperanzas de un cambio.
Escribir permite desahogarse. Unos le gritan al televisor, otros se dan contra la pared, en mi caso puedo descargarme en un papel. El gusto de escribir aumenta con cada e-mail que recibo de los lectores. Los mensajes de apoyo me dejan claro que uno nunca está solo en lo que piensa. También las críticas me enseñan que nuestras diferencias están solo en la forma, pues en el fondo queremos lo mismo: un país mejor. Quienes viven fuera son los que más escriben, como si la página editorial fuera su conexión con el país que dejaron. Sus historias y mensajes me muestran ese Ecuador puertas afuera que trabaja mucho y extraña más.
Las felicitaciones y aprobaciones a esta columna siempre son agradables y constructivas. Pero las críticas y confrontaciones enseñan y enriquecen incluso más. Aquí unos pocos e-mail de este primer año que han quedado en mi memoria y que he rescatado de mi computadora:
Un capitán de la Armada en respuesta a un artículo que escribí en contra de los privilegios de las Fuerzas Armadas y a favor del desarrollo turístico de la Base de Salinas me advirtió: “...voy a pedir… que se impida su ingreso [a la Base de Salinas] y me encargaré personalmente de hacerlo. Somos leales hasta la muerte con nuestros amigos, pero también a nuestros enemigos los seguimos como perro en desierto”. Por lo visto estaba algo enojado ese lector de que me meta con las Fuerzas Armadas.
Otro e-mail, en esta categoría de los indignados, expresaba ante un artículo algo sentimental y personal que escribí “...nosotros no tenemos por qué soportar estas meloserías, dedíquese ya que intenta ser analista a comentar sobre nuestra situación política o social… ilústrese para que no tenga que recurrir a estúpidas cursilerías”. Ante el mismo artículo, otro lector en cambio escribió: “Con mucho sentimiento y verdad, esas letras pusieron lágrimas en mis ojos”. Por lo visto las cursilerías para unos son verdades que conmueven a otros. ¡Nada como las lágrimas o la piel de gallina en el lector como signo de aprobación!
Son muchos y variados los comentarios, sugerencias y bofetadas de los lectores que han enriquecido mi primer año en EL UNIVERSO. Gracias por el apoyo, las historias compartidas, los comentarios y las críticas. Estos solo confirman que hay mucho que decir y que no queremos ni podemos quedarnos callados.
Lo que escribía hace un año se puede repetir casi idéntico hoy. Solo habría que cambiar ciertos nombres de los personajes. El país no avanza. Pero sigue la esperanza. La esperanza de poder escribir más sobre el progreso que empezamos a vivir, y menos sobre los mismos problemas de ayer. Si bien escribir esta columna no cambia las cosas, al menos puede ayudar a pensar un poco. Y quién sabe, con algo de suerte, puede hacer que algún político en algún momento importante tome mejores decisiones.
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Cumplo un año escribiendo esta columna. En este tiempo han pasado muchas cosas en el país, pero al mismo tiempo no ha sucedido nada. Hace un año, por ejemplo, nos quejábamos del Presidente y la Corte Suprema. Hoy nos seguimos quejando de ambos, aunque tengan otras caras y otros nombres. Cambian algunos actores, pero la película nacional sigue tristemente igual. Solo nuestra forzada ilusión de que el próximo presidente será mejor nos trae ciertas esperanzas de un cambio.
Escribir permite desahogarse. Unos le gritan al televisor, otros se dan contra la pared, en mi caso puedo descargarme en un papel. El gusto de escribir aumenta con cada e-mail que recibo de los lectores. Los mensajes de apoyo me dejan claro que uno nunca está solo en lo que piensa. También las críticas me enseñan que nuestras diferencias están solo en la forma, pues en el fondo queremos lo mismo: un país mejor. Quienes viven fuera son los que más escriben, como si la página editorial fuera su conexión con el país que dejaron. Sus historias y mensajes me muestran ese Ecuador puertas afuera que trabaja mucho y extraña más.
Las felicitaciones y aprobaciones a esta columna siempre son agradables y constructivas. Pero las críticas y confrontaciones enseñan y enriquecen incluso más. Aquí unos pocos e-mail de este primer año que han quedado en mi memoria y que he rescatado de mi computadora:
Un capitán de la Armada en respuesta a un artículo que escribí en contra de los privilegios de las Fuerzas Armadas y a favor del desarrollo turístico de la Base de Salinas me advirtió: “...voy a pedir… que se impida su ingreso [a la Base de Salinas] y me encargaré personalmente de hacerlo. Somos leales hasta la muerte con nuestros amigos, pero también a nuestros enemigos los seguimos como perro en desierto”. Por lo visto estaba algo enojado ese lector de que me meta con las Fuerzas Armadas.
Otro e-mail, en esta categoría de los indignados, expresaba ante un artículo algo sentimental y personal que escribí “...nosotros no tenemos por qué soportar estas meloserías, dedíquese ya que intenta ser analista a comentar sobre nuestra situación política o social… ilústrese para que no tenga que recurrir a estúpidas cursilerías”. Ante el mismo artículo, otro lector en cambio escribió: “Con mucho sentimiento y verdad, esas letras pusieron lágrimas en mis ojos”. Por lo visto las cursilerías para unos son verdades que conmueven a otros. ¡Nada como las lágrimas o la piel de gallina en el lector como signo de aprobación!
Son muchos y variados los comentarios, sugerencias y bofetadas de los lectores que han enriquecido mi primer año en EL UNIVERSO. Gracias por el apoyo, las historias compartidas, los comentarios y las críticas. Estos solo confirman que hay mucho que decir y que no queremos ni podemos quedarnos callados.
Lo que escribía hace un año se puede repetir casi idéntico hoy. Solo habría que cambiar ciertos nombres de los personajes. El país no avanza. Pero sigue la esperanza. La esperanza de poder escribir más sobre el progreso que empezamos a vivir, y menos sobre los mismos problemas de ayer. Si bien escribir esta columna no cambia las cosas, al menos puede ayudar a pensar un poco. Y quién sabe, con algo de suerte, puede hacer que algún político en algún momento importante tome mejores decisiones.
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