Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Caricaturas sobre el profeta Mahoma causan disturbios en el mundo islámico. Vuelven las escenas de violencia, que por muy acostumbrados que estemos a ver, se nos hacen difíciles de comprender. Ya son varios muertos. Muertos de la intolerancia y los prejuicios. Los fanatismos religiosos, raíz de tantos conflictos en la historia, vuelven al escenario.
Cada uno está en su libre derecho a desaprobar las burlas de otro, sobre todo hacia aquello que uno considera sagrado. Pero hay maneras más civilizadas de hacerlo. Quienes hoy crean disturbios y caos podrían simplemente haber enviado una carta al diario que publicó las caricaturas. Pero en las mentes de fanáticos y fundamentalistas, la libertad de expresión no existe, y ante eso nada mejor que la violencia.
Las religiones saben hacer el bien. Pero varios fundamentalistas dentro de ellas, suelen tener problemas en distinguir dónde termina el terreno religioso. Hoy grupos de musulmanes traen muerte y caos por unas cuantas caricaturas. Gringos ultraconservadores quieren imponer en las escuelas el cuento de Adán y Eva y relegar la teoría de la evolución de Darwin como una simple teoría más. Y así, varios grupos extremistas en distintas religiones siguen metiendo sus narices en la libertad de seres humanos que nada tienen que ver con su religión y visitan oficinas gubernamentales para que eso de la separación entre Estado y religión se cumpla solo en papel.
Ante estos disturbios y retrocesos debemos pensar cómo estamos aportando nosotros a la intolerancia o la tolerancia en el mundo. ¿Enseñamos a los más chicos en nuestras casas y colegios que hay un mundo fuera de nuestra urbanización, de las rejas del colegio, de la ciudad, en el que no todos son iguales a mí? ¿Saben nuestros niños que lo que les enseñan en clases de religión no es lo mismo que aprenden todos los niños del mundo? ¿Celebramos la diversidad de pensamientos, creencias y religiones?
Los fanatismos impiden que muchos vean más allá de sus narices ese mundo maravilloso con diversidad de razas, creencias, y formas de pensar. Nueva York, por ejemplo, es un buen modelo para vivir de cerca la diversidad de este mundo en paz. Musulmanes, judíos, católicos, protestantes, ateos, todos comparten juntos las calles. Cada uno adora a quien quiere y nadie se mete. Viven y dejan vivir. Los niños neoyorquinos entienden que el compañero de al lado no tiene que creer lo mismo que él. Yo acá, en cambio, crecí sintiendo lástima por aquellos niños que no se “salvarían” por estar en la religión “equivocada”. Crecemos con prejuicios y convicciones que nos impiden aceptar que no somos dueños de la verdad.
En un mundo que cambia, se mezcla y avanza, nuestras ciudades, antes con poblaciones homogéneas, son cada vez más diversas. Debemos enseñar, antes que todo, la tolerancia para evitar la violencia e injusticias que generan fundamentalistas que intentan imponer lo relativo como absoluto. Enseñar que el ideal no está en “evangelizar” o “iluminar” a quienes no conocen mi religión, sino en aceptar, tolerar y celebrar el hecho de que no todos creen en lo mismo. Fomentar ante todo la libertad: libertad para expresarse; libertad para adorar a uno o varios dioses, o a nadie; libertad para vivir dejando vivir.
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