Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Diciembre, mes oficial del tarjeteo, quedó atrás. Ahora a pagar. Con esto de las cómodas cuotas mensuales nos tomamos a pecho eso de disfrutar hoy para pagar mañana. Gastamos sin miedo esperando que el próximo año no ocurra ningún imprevisto que nos impida pagar las cuotas a tiempo.
Con el país sucede algo parecido. Nuestros gobiernos disfrutan hoy para pagar quién sabe cuándo. Vivimos en un eterno diciembre en el que mientras haya crédito, hay plata que gastar. Gastemos hoy y que paguen mañana los próximos gobiernos.
En nombre de la solidaridad, esa palabrita que tantas cosas buenas debería significar, nuestros eternos amantes de un Estado papá despilfarran el dinero de todos en programas “sociales” con fondos que terminan en sueldos burócratas, subsidios supuestamente para el pueblo, y “estudios” para justificar la existencia de consultores y consultorías. A mí, por ejemplo, este generoso Estado solidario me subsidia todos los días el agua caliente en mi casa y me permite cocinar con un gas baratísimo. Miles de taxistas, cocinas de restaurantes, piscinas temperadas y peruanos agradecen al Estado por este gas solidario.
La “solidaridad” de los estados retrógrados crea programas y subsidios que derrochan el dinero que debería ir al pueblo en buena educación y salud. Perpetúa instituciones decadentes como el IESS con la excusa de atender a los más pobres, impidiendo la libre competencia con el sector privado que garantizaría un mejor servicio. Mantiene monstruos estatales como Pacifictel y rechaza que empresas pasen a manos extranjeras en nombre de nuestra “soberanía” (otra palabra favorita de los amantes del Estado omnipresente). Y rechaza el TLC y la apertura de los mercados para preservar nuestra “seguridad nacional” y otros conceptos con oscuros tintes nacionalistas que nada tienen que ver en el asunto.
¿Quieren un verdadero Estado solidario? Redúzcanlo al mínimo necesario. Que sea un Estado promotor y regulador. No interventor y paralizador. Un Estado que garantice la libertad y bienestar de los ciudadanos y no los sueldos inflados de unos cuantos empleados del Gobierno. Un Estado que pague lo que debe y no gaste más de lo que gane. Que no tarjetee hoy para que otros paguen mañana.
Como individuos sabemos que las deudas personales se pagan, no se transfieren. Pero el país tarjetea sin miedo y le pasa la factura a las siguientes generaciones. Este Gobierno débil de transición aprueba presupuestos inflados para mantener un estilo de vida falso que pagarán los que vengan después. En lugar de facilitar el siguiente gobierno, lo complica. Nuestro Estado obeso, omnipresente y “solidario” se endeuda irresponsablemente para que sus hijos favoritos no pierdan su trabajo.
En estas elecciones que se acercan, desconfiemos de esos candidatos a quienes les encanta lanzar a las cámaras palabras como solidaridad, soberanía y dignidad nacional. Y escuchemos con atención a quien hable de eficiencia, producción, libre competencia, mercado, y reducción del tamaño de este Estado que hoy nada tiene de solidario. Salvo que este nuevo Ministro de Finanzas sepa ajustarse los pantalones y decir que no, el Estado “solidario” de Palacio seguirá tarjeteando nuestro futuro. Y ni todo ese petróleo, tan bendito y tan maldito, servirá ya de mucho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario