Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
John Lennon, que hace veinticinco años dejó para siempre las calles de Nueva York, escribió una de las canciones de Navidad más lindas. La canción –Feliz Navidad (la guerra terminó)– dice más o menos: “Esto es Navidad/¿y qué hemos hecho?… Feliz Navidad/para los negros y los blancos/los amarillos y los rojos/qué tal si dejamos de pelear… Feliz Navidad y Feliz Año Nuevo/esperemos que sea uno bueno/sin ningún tipo de miedo”.
Cuando cantaba Lennon esa canción, a inicios de los setenta, la guerra acababa, pero el miedo seguía latente. Y nunca se fue del todo. El miedo a ataques terroristas, miedo a la pobreza y el desempleo, miedo a enfermedades incurables, miedo a desastres naturales y, sobre todo, miedo a políticos y líderes destructivos. Ellos, los fundamentalistas y dueños de la verdad, pueden opacar navidades y destruir más sueños que cualquier huracán o terremoto.
Lennon era un gran soñador que nos invitó a imaginar un mundo mejor sin países ni religiones, con la gente viviendo y compartiendo en paz. En Navidad, como Lennon, somos más positivos y también nos da por soñar. El sentimiento de la Navidad tiene esa fuerza capaz de ver más allá de credos y enredos, más allá del dinero y los bolsillos vacíos, más allá de la sopa aguada y el país que no avanza, más allá de las guerras y el fundamentalismo de Bush y Osama.
Y a pesar del caos, los robos y el tráfico, y de que en lugar de chimeneas, nieve y mejillas coloradas tenemos rejas, calor y sudor en la cara, en Navidad recuperamos algo de esa fantasía de cuando teníamos 5 años. Y creemos, o queremos creer, que la paz, la armonía, la felicidad y todas esas cosas que dicen las tarjetas de Hallmark se cumplirán en estos días y en el año que viene.
Pero la Navidad también nos despierta a la triste realidad de un país con sectores donde Papá Noel no se atreve a entrar. En este país de políticos mafiosos y corrupción impregnada, los niños pidiendo limosna en cada semáforo nos recuerdan que los centros comerciales repletos de gente hasta medianoche son un privilegio de pocos. Que en la mayoría de familias, Papá Noel ecuatoriano con suerte conseguirá un regalito que no cueste más de cinco.
La pobreza y el miedo son culpa de todos, pero sobre todo son culpa de unos pocos que por años y años han monopolizado la política del país y han impedido que Papá Noel nos visite en diciembre. Por eso, esta Navidad, con el optimismo y los sueños de John Lennon, yo solo le pido a Papá Noel, el Niño Dios, los Reyes Magos o quien nos quiera escuchar que, por el bien de todos, esos pocos se vayan y a partir del próximo año permitan con su ausencia el cambio. Si nos dan ese regalo, esas frases de esperanza y felicidad que tanto repetimos en estos días saldrán de las tarjetas y las canciones y se convertirán en una realidad para la mayoría. Mientras tanto, igual seguimos soñando, diciendo feliz Navidad y todo lo demás.
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