Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
En la tele y los periódicos nos bombardean con mensajes de paz, amor y el último televisor de 50 pulgadas que debemos comprar en cómodas cuotas mensuales. Los niños hacen un pacto de obediencia con sus padres a cambio de la promesa de un juguete. Los aeropuertos se rebosan de emociones a la espera del próximo avión cargado de emigrantes.
Está claro. Llegó diciembre. Y con diciembre llegan los toros y la farra a Quito, el calor a Guayaquil, los árboles de Navidad, el tráfico insoportable, las libras de más, los villancicos en las tiendas –que cada año empiezan más temprano–, los regalos, la alegría, la familia, la soledad, las fiestas de oficina, la tristeza en cada semáforo, las promesas de que a partir del próximo año dejaremos el cigarrillo, haremos más ejercicio, empezaremos ese proyecto archivado en el fondo del velador y seremos mejores que hoy.
Si todos fuéramos como prometemos ser el próximo año, este país y este mundo serían, como dice Paloma, una maravilla. Pero al final somos humanos y flaqueamos. Muchas promesas de diciembre se van postergando a febrero, y en mayo ya están olvidadas, para renacer un siguiente diciembre.
Pero afortunadamente no todas las promesas de diciembre terminan en el basurero de abril. Y el mundo avanza y progresa porque hay hombres y mujeres que se proponen algo y lo cumplen. Porque aunque sea difícil, muchos sí dejan el cigarrillo, madrugan todos los días a hacer ejercicio, inician ese nuevo proyecto que daba vueltas en la cabeza, hacen ese viaje tantos años postergado, y dan el paso que tanto miedo causaba.
Por eso diciembre es importante. Porque en diciembre creemos. Y en diciembre tomamos viada para el año que viene con todo el optimismo que estos tiempos nos permiten tener. Creemos que sí hay futuro, que se puede salir adelante como país, y que la gente se pondrá de acuerdo esta vez.
Diciembre es el momento ideal para iniciar los pasos grandes, los pasos importantes. En diciembre nuestro cada vez más borroso Presidente puede empujar las iniciativas difíciles, que aunque creen rechazo de los atrasapueblos de siempre, nos beneficien a todos en el largo plazo. Nuestro Presidente puede darse cuenta, mientras medita frente al árbol de Navidad, que el pueblo no votó por él, que el poder se encontró con él, y como tal, su misión es ser un presidente de transición que se preocupe por facilitar el trabajo de su sucesor, tomando las decisiones duras pero buenas para el país. Que en lugar de imaginar cómo se verá su retrato en el salón Amarillo, imagine cómo se verá el país cuando deje el poder.
Que en diciembre nuestros flamantes jueces sean fuertes y no cedan a las presiones de ninguno de esos políticos que han vivido ya demasiados diciembres en el poder. Y que trabajen por la verdadera justicia más allá de las amenazas y críticas. Buen momento para cambios, decisiones y firmeza, este diciembre.
En diciembre gana el optimismo. Que ese optimismo venza el tiempo y las tentaciones de volver a lo mismo. Como casi siempre, muchas promesas de diciembre acabarán quemadas junto al año viejo y ni siquiera alcanzarán a dar la vuelta a la página del calendario. A ver si esta vez es diferente. Que diciembre dure más allá de diciembre.
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