Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
A veces conocemos mejor nuestro país viviendo lejos de él. Estando lejos podemos comparar y analizar objetivamente. Llegamos a apreciar o a repudiar ciertas cosas que al estar en casa ni notábamos. Esa experiencia la viven hoy miles de ecuatorianos en España, Estados Unidos, Italia y otros países.
Son ellos los primeros en leer los periódicos ecuatorianos, devorando cada noticia. No es raro por ello, que quienes más me escriben comentando esta columna están fuera del país. Se van, pero no olvidan. Viven con un pie acá.
Trabajan, producen, hacen dinero. Envían remesas que se convierten año a año en uno de los principales ingresos para el país.
Hace unos años participé en un grupo de mi universidad que investigó el efecto de las remesas colectivas en El Salvador. Asociaciones de salvadoreños en Estados Unidos, además de enviar dinero a sus familias, realizaban eventos y colectas para ejecutar proyectos en sus pueblos de origen. Los primeros proyectos eran generalmente la reconstrucción de iglesias, cementerios, escuelas y parques del pueblo. A medida que estas organizaciones de extranjeros crecían y maduraban, empezaron a invertir en proyectos productivos. Es decir, ya no solo construían un parque o arreglaban la escuela, sino que ahora buscaban que su dinero genere trabajo, producción y progreso para la gente de su pueblo. Pude conocer de cerca proyectos agrícolas con el financiamiento y asesoramiento de los grupos de salvadoreños en el extranjero. Iniciativas similares realizan grupos de emigrantes de varios países, incluyendo el nuestro.
Menciono esto para los ecuatorianos puertas afuera. Esos que trabajan por allá pero que siempre vuelven: en aviones, en los diarios que leen en internet, en las risas y las reuniones entre amigos ecuatorianos. Muchos me escriben diciendo que cuando regresen al país harán esto y lo otro por cambiarlo. No es necesario esperar al regreso. Pueden hacer muchísimo hoy y ahora, organizándose en el extranjero. Invirtiendo su dinero en proyectos productivos. Entendiendo la importancia de que el dinero que envíen no acabe solo en la ropa última moda para el sobrino o en una televisión plana para que la abuela vea la novela. Asegurándose que ese dinero ayude al desarrollo de la tierra donde aspiran regresar un día.
Aquí el gobierno podría jugar un papel. Otros países tienen programas en el que por cada dólar que los grupos de emigrantes envían para un proyecto comunitario, el gobierno –local y nacional– pone uno o más dólares. En un mundo ideal este sistema beneficiaría a muchos. Pero la falta de confianza que tenemos hoy hacia el gobierno me lleva a imaginar negociados con el dinero que con sudor han ganado los ecuatorianos en el extranjero, o gobiernos aprovechando esos fondos para obras que eran su obligación realizar. El sector privado, en cambio, sí es un socio natural para estos proyectos. De igual forma, muchos organismos internacionales de desarrollo ofrecen apoyo a estas iniciativas.
Vivir afuera no limita a nadie a ser un simple espectador de la realidad nacional. Las remesas convierten a los emigrantes en actores importantes de esa realidad.
Ellos tienen la oportunidad de multiplicar los beneficios de esas remesas para el bienestar de sus familias, sus comunidades y el día de su regreso.
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