Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
El huracán Katrina arrasó con las calles de Nueva Orleans. Katrina no perdonó. Suerte que los gringos tienen los medios para recuperarse, y antes que nos demos cuenta volverá la diversión, el jazz, y más camisetas levantándose a cambio de pepitas de colores en el Mardi Grass de Bourbon Street. Estados Unidos vive una tragedia de la que podemos estar seguros se recuperará con trabajo, esfuerzo y dinero.
Cuando vemos de lejos desgracias como estas nos preguntamos entre aliviados y asustados, ¿y si esto sucediera en nuestro país? ¿Resistirían nuestras ciudades, nuestra economía y sobre todo nuestro comportamiento ciudadano a un huracán Katrina? Escenas de caos total pasan por mi cabeza. Mejor no imaginarlo.
Somos muy afortunados y muy mal llevados. Aquí podemos relajarnos con los climas más predecibles del mundo. Sabemos con bastante exactitud en qué época lloverá o estará seco. Ni huracanes, ni ciclones, ni terremotos nos quitan el sueño.
No tenemos inviernos que nos congelen los huesos y cubran de nieve y lodo nuestras carreteras. Ni veranos ardientes que sofoquen a nuestros ancianos. Por ahí pasan algunos temblores que han causado daño. Pero nada más. Vivimos en paz con la naturaleza.
Nuestro problema está en que a falta de Katrinas reales, creamos nuestros propios Katrinas. Ahí va con fuerza el Katrina político que ha devastado el país en estos veinticinco años. No necesitamos desastres naturales para crear caos. Nuestros gobiernos se las han arreglado para destruirnos entre incompetencia, corrupción y hostilidad.
Ahí arrasa el Katrina educativo, negando el conocimiento y la capacidad para pensar a miles de ecuatorianos que buscarán su suerte en el siguiente barco a Guatemala. El huracán MPD-UNE pasa arruinando a nuestra niñez y juventud con ganas de aprender. Y en lugar de enfrentar y reparar los destrozos de este huracán, el Ministerio lo ignora y evade proponiendo ridiculeces.
Y ahí nos cae encima el Katrina centralista, frenando el progreso y destruyendo ciudades y regiones con su egoísmo y visión cuadrada. El Katrina centralista toma fuerza gracias a un estado obeso que se niega a hacer dieta y gobiernos de turno sin personalidad que se evitan la fatiga de molestar a sus amigos ministeriales, uniformados y petroleros.
Estos huracanes, a diferencia de Katrina que llegó, atacó y se fue, nos golpean día a día. No tienen planes de irse. Se han quedado para arruinarnos constantemente impidiendo nuestra educación, nuestro progreso, nuestra independencia.
¿Llegará el día en que apreciemos la tierra en la que vivimos y decidamos aprovecharla, trabajarla y sacarla adelante? Como explicaba en una conferencia el economista Jeffrey Sachs, la presencia del invierno frío y blanco en el Hemisferio Norte contribuyó a su progreso. Los habitantes de estas zonas con cambios climáticos drásticos trabajaban duro antes de la llegada del invierno, preparándose para no pasar hambre ni frío. En los países cálidos en cambio, no había de qué preocuparse. La tierra y el buen clima proveían todo lo que uno necesitaba. Con trabajar el mínimo necesario se estaba bien.
¿Será que nos vendría bien un Katrina que nos abra los ojos y nos ponga a trabajar unidos? Esperemos que no. Pero como van las cosas, nuestros propios huracanes no le dejarían mucho para destruir al huracán real. Ya hemos sufrido suficiente destrucción. Mientras no acabemos con nuestros huracanes no podremos empezar la reconstrucción.
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