Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Era noche de farra entre estudiantes latinoamericanos. Los mexicanos, tequila en mano, cantaban su México lindo y querido. Los colombianos inundaban de aguardiente la noche universitaria cantando algún vallenato y bailando con Shakira y Carlos Vives. Los argentinos con su tango, su mate y su Charly García. Los chilenos brindaban pisco y coreaban a Los Prisioneros. Celebrábamos interpretando juntos canciones locales y tomando tragos nacionales que se vuelven latinoamericanos y hasta mundiales.
Y ahora veníamos los ecuatorianos. Brindábamos Espíritu del Ecuador, que aunque de trago típico no tenía mucho, al menos el nombre y la forma de la botella le daban ese toque tan nacional. Pero cuando de cantar se trataba estábamos en problemas. Nadie nos acompañaba en las canciones. Nadie se las sabía. A veces ni nosotros mismos. Pasado el clásico cortavenas Nuestro Juramento, ya no teníamos mayor repertorio. Más de una vez, ante la falta de canciones ecuatorianas, recurríamos al tema de la Selección, ese que tanto sonaba en la televisión.
Nos faltaba algo a los ecuatorianos comparado con los otros latinoamericanos. Nos sigue faltando. Ese algo que nos haga gritar al mundo el país de donde venimos y la cultura que representamos. Esa seguridad que da el poseer una identidad nacional fuerte y positiva. Aquí los animadores de televisión quieren ser argentinos, los niños quieren ser gringos, los adultos quieren ser españoles. Limitamos nuestro grito ecuatoriano a los goles de Delgado.
Nuestra falta de identidad y referentes casa adentro se refleja hacia fuera, hacia Latinoamérica y el mundo. No nos conocen. No nos distinguen. Todos conocemos al mexicano, peruano, venezolano, argentino, colombiano, chileno. Conocemos su acento, sus gustos y sus expresiones. Los escuchamos en canciones; los vemos en telenovelas, películas y shows de televisión; los leemos en versos y novelas. Pero pregúntales a ellos sobre Ecuador y no encontrarás mayor respuesta. Que te nombren alguna canción, algún artista, alguna novela de Ecuador, y con suerte asomará la cara de Julio Jaramillo. Somos un país anónimo en medio de países de rasgos fuertes.
Exportamos poquísima cultura. Nuestras canciones casi no salen del país. Nuestras novelas no las leemos ni nosotros mismos. Nuestros programas en televisión se quedan en casa. Sin una buena producción cultural y artística que llegue a todos los ecuatorianos y cruce fronteras nos quedarán solo las tardes de fútbol de eliminatorias para sentirnos ecuatorianos. Necesitamos de urgencia referentes culturales.
Nuestro vecino de arriba ha demostrado que incluso entre la pobreza y la guerrilla pueden surgir una cultura y una identidad rica. Tienen su Macondo, sus gordas de Botero, sus caderas de Shakira, su Betty la fea y mucho más. Sigamos sus pasos en lugar de cerrarles nuestras fronteras. Creemos nuestro sello propio. Nuestras canciones, nuestras novelas, nuestras películas de exportación.
Varios artistas ecuatorianos ya han empezado. Están construyendo una nueva identidad nacional que nos representa afuera. Pero falta ese empujón que los haga dar el siguiente paso.
Apostémosle a la cultura. A nuestra identidad. Que se unan el artista y el empresario. Que en la próxima reunión de latinoamericanos reconozcan nuestro acento. Que dejemos el anonimato. Que tengamos canciones que cantar y todos se sepan la letra.
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