Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Estos días de terribles ataques terroristas en Londres y Egipto he recordado el 11 septiembre del 2001. Iniciaba mis estudios y mi vida en Nueva York mientras dos aviones horrorizaban la que sería mi ciudad durante tres años. Pero esa noche, a pesar de la tensión general, regresé de la Universidad caminando seguro por las calles de Manhattan. No había nada que temer. Estaba en una ciudad segura. El enemigo no era neoyorquino. El enemigo venía de afuera.
Acá, en cambio, el enemigo está adentro. No es extranjero. Los guardias armados en cada esquina de la ciudad nos recuerdan que no estamos en Nueva York ni Londres, donde el terror llegó en aviones y bombas terroristas. Nuestro miedo está aquí entre nosotros, en el joven desempleado que apenas estudió hasta cuarto grado y decide robar, y llega a matar. Está en la ignorancia que un sistema educativo decadente siembre en nuestros niños y que fácilmente se transforma en violencia.
Nuestro alcalde nos enorgullece con la gran obra que realiza por Guayaquil. Varias páginas que los diarios dedicaron a la ciudad muestran el buen momento que vivimos. Es difícil no emocionarse y llenarse de orgullo ante tantas mejoras. Pero, cada robo y cada asesinato nos recuerdan que no estamos a salvo. Queremos a nuestra ciudad, sus calles, sus parques, pero a la primera oportunidad huimos de esas calles para aislar a nuestra familia tras murallas, garitas y guardias armados.
Todos sabemos, al igual que el alcalde, que un millón de guardias y policías no son la solución. Todos sabemos que solo con una ciudad educada acabaremos la violencia. El Municipio ha iniciado importantes programas educativos. De igual manera, varias fundaciones trabajan a diario por la educación de los más pobres. Pero, todo esto es solo relleno. Existe una sola gran solución en manos del Municipio: asumir de una vez por todas la competencia de la educación.
Que hacerse cargo de la educación es muy difícil. Es verdad. Pero Guayaquil ha logrado cosas que parecían imposibles. Que la educación es asunto del Estado. Es verdad. Pero otros asuntos tradicionalmente del Estado han pasado a manos del Municipio. Que el alcalde no puede echarse encima un problema tan grande sin los fondos correspondientes. Es verdad. Ahí está el gran reto.
Es el momento para caminar hacia una autonomía en la educación. Guayaquil apoyará al alcalde hasta el final. Pondremos el pecho para detener las piedras de ignorancia y retraso que lancen la UNE y los centralistas de siempre. Apoyaremos las iniciativas para conseguir los fondos necesarios. Preferimos un niño en su pupitre que cinco guardias con las mejores armas.
Guayaquil seguramente no está en la lista de Ben Laden. Pero un terrorista no puede hacernos más daño del que nosotros mismos nos hacemos. Nuestra ignorancia es peor y genera más violencia que cien Ben Laden. Mientras sigamos escondiéndonos tras guardias y garitas no estaremos tranquilos. Solo educando a los niños y jóvenes de nuestra ciudad lograremos su transformación completa y su verdadera paz.
Nuestro alcalde ya tiene asegurado su nombre en los libros de historia. Pero puede llevarnos mucho más lejos si da este gran paso. Que el Municipio y los guayaquileños asumamos el reto. Que empiece la era de la educación desde Guayaquil para Guayaquil.
jueves, julio 28, 2005
jueves, julio 21, 2005
Yo me quedo en Guayaquil
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Con tus veranos calientes, tus inviernos ardientes. Con tu pana, tu ñaño, tu brother, tu man. Tu español sabroso que suena a jotas y nunca a eses. Con tus negros, tus indios, tus mestizos, tus blancos. Con tus rubias oxigenadas, tus flacas operadas, tus escotes al sol. Con tu ropa última moda, tu peinilla en el bolsillo, tu vacile a la pelada, tu caminar de bacán. Con tus sábados chuchaquis; tus domingos de iglesia, fútbol, siesta. Con tus busetas al vuelo, tu “no pase”, tu “pite y pase”. Tus conductores sabidos, tus vigilantes más sabidos. Con todo y a pesar de todo no dejamos de venir y caminamos orgullosos por las calles de Guayaquil.
Con tus abuelos de guayabera en tus parques y tus mall. Con tus mujeres que caminan con mirada decidida, ignorando los silbidos y el grito de mamashita. Con tus malabaristas, tus limpia-parabrisas, tu niño robot, tus vendedores de lo que sea en cada semáforo. Con tu grito amarillo en el Monumental, tu gol de cabeza en el Capwell, tu match point en la arcilla. Con tus iguanas en el parque, tus perros sin dueño, tus nubes de grillos en invierno. Con tu Guayas inmenso, tu Malecón tan moderno, tu Rotonda, tu reloj siempre en hora. Que despeguen vacíos los aviones a Madrid, que no nos movemos de Guayaquil.
Con tus sinvergüenzas de corbata, tus banqueros en fuga, tus asaltos express. Tu Elsa, tu Abdalá, tus pipones, tu PRE. Con tus autos suicidas, tus peatones toreros, tu tráfico a las seis. Tus vecinas chismosas, tu botox, tu comidilla social. Con tus evangelistas, tus católicos, tus mormones. Con tus vírgenes en altares, tus santos en el taxi, tus “Cristo te ama” en todas partes. Tus fanatismos, tus supersticiones, tu brujería. Con ellos y a pesar de ellos se está muy bien aquí, mientras damos un paseo por Guayaquil.
Con tu arroz con menestra, tu encebollado, tu quáker, tu cebiche, tu bolón. Tu Chifa, tu shawarma, tu hamburguesa en el Chino, tu empanada. Con tu biela, tu Trópico, tu whisky, tu ron. Tus lagarteros de madrugada, tu merengue bien agarrado, tu reggeaton en minifalda, tu pasillo desgarrador. Con tu Urdesa, tu Bastión, tu Santa Ana. Tu Guasmo, tu Centro, tu Centenario, tu Alborada. Tu norte, tu sur, tus esteros, tus ríos, tus cerros. Sírvete un trago, hermano, y súbele la música a mil, que esta noche nos la pegamos por Guayaquil.
Con tus empresas siempre despiertas, tus comerciantes, tus fábricas, tus obreros, tus oficinas, tu dinero, tu motor. Con tu rechazo a los impuestos, tu sospecha del político, tus pedradas al centralismo. Tus Juntas Cívica y de Beneficencia, tus cámaras, tus voluntarias, tu dar y tu ayudar. Madrugamos al trabajo y empezamos a competir; hacemos empresa, futuro y patria en Guayaquil.
Con tu sillón de Olmedo, tu Municipio, tu León, tu Nebot. Tu 25 de Julio, tu 9 de Octubre. Con tu saludemos gozosos, tu madera de guerrero, tu aurora gloriosa, tu perla que surgiste. Con tu grito de autonomía. Tu espíritu independiente. Tu “ahora o nunca”, tu “más ciudad”. Que se inunde el cielo de banderas celeste y blanco, que la autonomía se ve venir, que ahora mismo nos la jugamos por Guayaquil.
Con tu mañana que ya es hoy, con tu hoy que ya es ayer. Con tu progreso que viene corriendo, tu independencia que no se posterga. Con tu firmeza que nadie engaña. Con tus sueños, tus proyectos, tu realidad. Yo me quedo en Guayaquil. Nos quedamos a hacer ciudad. A hacer país.
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Con tus veranos calientes, tus inviernos ardientes. Con tu pana, tu ñaño, tu brother, tu man. Tu español sabroso que suena a jotas y nunca a eses. Con tus negros, tus indios, tus mestizos, tus blancos. Con tus rubias oxigenadas, tus flacas operadas, tus escotes al sol. Con tu ropa última moda, tu peinilla en el bolsillo, tu vacile a la pelada, tu caminar de bacán. Con tus sábados chuchaquis; tus domingos de iglesia, fútbol, siesta. Con tus busetas al vuelo, tu “no pase”, tu “pite y pase”. Tus conductores sabidos, tus vigilantes más sabidos. Con todo y a pesar de todo no dejamos de venir y caminamos orgullosos por las calles de Guayaquil.
Con tus abuelos de guayabera en tus parques y tus mall. Con tus mujeres que caminan con mirada decidida, ignorando los silbidos y el grito de mamashita. Con tus malabaristas, tus limpia-parabrisas, tu niño robot, tus vendedores de lo que sea en cada semáforo. Con tu grito amarillo en el Monumental, tu gol de cabeza en el Capwell, tu match point en la arcilla. Con tus iguanas en el parque, tus perros sin dueño, tus nubes de grillos en invierno. Con tu Guayas inmenso, tu Malecón tan moderno, tu Rotonda, tu reloj siempre en hora. Que despeguen vacíos los aviones a Madrid, que no nos movemos de Guayaquil.
Con tus sinvergüenzas de corbata, tus banqueros en fuga, tus asaltos express. Tu Elsa, tu Abdalá, tus pipones, tu PRE. Con tus autos suicidas, tus peatones toreros, tu tráfico a las seis. Tus vecinas chismosas, tu botox, tu comidilla social. Con tus evangelistas, tus católicos, tus mormones. Con tus vírgenes en altares, tus santos en el taxi, tus “Cristo te ama” en todas partes. Tus fanatismos, tus supersticiones, tu brujería. Con ellos y a pesar de ellos se está muy bien aquí, mientras damos un paseo por Guayaquil.
Con tu arroz con menestra, tu encebollado, tu quáker, tu cebiche, tu bolón. Tu Chifa, tu shawarma, tu hamburguesa en el Chino, tu empanada. Con tu biela, tu Trópico, tu whisky, tu ron. Tus lagarteros de madrugada, tu merengue bien agarrado, tu reggeaton en minifalda, tu pasillo desgarrador. Con tu Urdesa, tu Bastión, tu Santa Ana. Tu Guasmo, tu Centro, tu Centenario, tu Alborada. Tu norte, tu sur, tus esteros, tus ríos, tus cerros. Sírvete un trago, hermano, y súbele la música a mil, que esta noche nos la pegamos por Guayaquil.
Con tus empresas siempre despiertas, tus comerciantes, tus fábricas, tus obreros, tus oficinas, tu dinero, tu motor. Con tu rechazo a los impuestos, tu sospecha del político, tus pedradas al centralismo. Tus Juntas Cívica y de Beneficencia, tus cámaras, tus voluntarias, tu dar y tu ayudar. Madrugamos al trabajo y empezamos a competir; hacemos empresa, futuro y patria en Guayaquil.
Con tu sillón de Olmedo, tu Municipio, tu León, tu Nebot. Tu 25 de Julio, tu 9 de Octubre. Con tu saludemos gozosos, tu madera de guerrero, tu aurora gloriosa, tu perla que surgiste. Con tu grito de autonomía. Tu espíritu independiente. Tu “ahora o nunca”, tu “más ciudad”. Que se inunde el cielo de banderas celeste y blanco, que la autonomía se ve venir, que ahora mismo nos la jugamos por Guayaquil.
Con tu mañana que ya es hoy, con tu hoy que ya es ayer. Con tu progreso que viene corriendo, tu independencia que no se posterga. Con tu firmeza que nadie engaña. Con tus sueños, tus proyectos, tu realidad. Yo me quedo en Guayaquil. Nos quedamos a hacer ciudad. A hacer país.
jueves, julio 14, 2005
Con acento ecuatoriano
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Era noche de farra entre estudiantes latinoamericanos. Los mexicanos, tequila en mano, cantaban su México lindo y querido. Los colombianos inundaban de aguardiente la noche universitaria cantando algún vallenato y bailando con Shakira y Carlos Vives. Los argentinos con su tango, su mate y su Charly García. Los chilenos brindaban pisco y coreaban a Los Prisioneros. Celebrábamos interpretando juntos canciones locales y tomando tragos nacionales que se vuelven latinoamericanos y hasta mundiales.
Y ahora veníamos los ecuatorianos. Brindábamos Espíritu del Ecuador, que aunque de trago típico no tenía mucho, al menos el nombre y la forma de la botella le daban ese toque tan nacional. Pero cuando de cantar se trataba estábamos en problemas. Nadie nos acompañaba en las canciones. Nadie se las sabía. A veces ni nosotros mismos. Pasado el clásico cortavenas Nuestro Juramento, ya no teníamos mayor repertorio. Más de una vez, ante la falta de canciones ecuatorianas, recurríamos al tema de la Selección, ese que tanto sonaba en la televisión.
Nos faltaba algo a los ecuatorianos comparado con los otros latinoamericanos. Nos sigue faltando. Ese algo que nos haga gritar al mundo el país de donde venimos y la cultura que representamos. Esa seguridad que da el poseer una identidad nacional fuerte y positiva. Aquí los animadores de televisión quieren ser argentinos, los niños quieren ser gringos, los adultos quieren ser españoles. Limitamos nuestro grito ecuatoriano a los goles de Delgado.
Nuestra falta de identidad y referentes casa adentro se refleja hacia fuera, hacia Latinoamérica y el mundo. No nos conocen. No nos distinguen. Todos conocemos al mexicano, peruano, venezolano, argentino, colombiano, chileno. Conocemos su acento, sus gustos y sus expresiones. Los escuchamos en canciones; los vemos en telenovelas, películas y shows de televisión; los leemos en versos y novelas. Pero pregúntales a ellos sobre Ecuador y no encontrarás mayor respuesta. Que te nombren alguna canción, algún artista, alguna novela de Ecuador, y con suerte asomará la cara de Julio Jaramillo. Somos un país anónimo en medio de países de rasgos fuertes.
Exportamos poquísima cultura. Nuestras canciones casi no salen del país. Nuestras novelas no las leemos ni nosotros mismos. Nuestros programas en televisión se quedan en casa. Sin una buena producción cultural y artística que llegue a todos los ecuatorianos y cruce fronteras nos quedarán solo las tardes de fútbol de eliminatorias para sentirnos ecuatorianos. Necesitamos de urgencia referentes culturales.
Nuestro vecino de arriba ha demostrado que incluso entre la pobreza y la guerrilla pueden surgir una cultura y una identidad rica. Tienen su Macondo, sus gordas de Botero, sus caderas de Shakira, su Betty la fea y mucho más. Sigamos sus pasos en lugar de cerrarles nuestras fronteras. Creemos nuestro sello propio. Nuestras canciones, nuestras novelas, nuestras películas de exportación.
Varios artistas ecuatorianos ya han empezado. Están construyendo una nueva identidad nacional que nos representa afuera. Pero falta ese empujón que los haga dar el siguiente paso.
Apostémosle a la cultura. A nuestra identidad. Que se unan el artista y el empresario. Que en la próxima reunión de latinoamericanos reconozcan nuestro acento. Que dejemos el anonimato. Que tengamos canciones que cantar y todos se sepan la letra.
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Era noche de farra entre estudiantes latinoamericanos. Los mexicanos, tequila en mano, cantaban su México lindo y querido. Los colombianos inundaban de aguardiente la noche universitaria cantando algún vallenato y bailando con Shakira y Carlos Vives. Los argentinos con su tango, su mate y su Charly García. Los chilenos brindaban pisco y coreaban a Los Prisioneros. Celebrábamos interpretando juntos canciones locales y tomando tragos nacionales que se vuelven latinoamericanos y hasta mundiales.
Y ahora veníamos los ecuatorianos. Brindábamos Espíritu del Ecuador, que aunque de trago típico no tenía mucho, al menos el nombre y la forma de la botella le daban ese toque tan nacional. Pero cuando de cantar se trataba estábamos en problemas. Nadie nos acompañaba en las canciones. Nadie se las sabía. A veces ni nosotros mismos. Pasado el clásico cortavenas Nuestro Juramento, ya no teníamos mayor repertorio. Más de una vez, ante la falta de canciones ecuatorianas, recurríamos al tema de la Selección, ese que tanto sonaba en la televisión.
Nos faltaba algo a los ecuatorianos comparado con los otros latinoamericanos. Nos sigue faltando. Ese algo que nos haga gritar al mundo el país de donde venimos y la cultura que representamos. Esa seguridad que da el poseer una identidad nacional fuerte y positiva. Aquí los animadores de televisión quieren ser argentinos, los niños quieren ser gringos, los adultos quieren ser españoles. Limitamos nuestro grito ecuatoriano a los goles de Delgado.
Nuestra falta de identidad y referentes casa adentro se refleja hacia fuera, hacia Latinoamérica y el mundo. No nos conocen. No nos distinguen. Todos conocemos al mexicano, peruano, venezolano, argentino, colombiano, chileno. Conocemos su acento, sus gustos y sus expresiones. Los escuchamos en canciones; los vemos en telenovelas, películas y shows de televisión; los leemos en versos y novelas. Pero pregúntales a ellos sobre Ecuador y no encontrarás mayor respuesta. Que te nombren alguna canción, algún artista, alguna novela de Ecuador, y con suerte asomará la cara de Julio Jaramillo. Somos un país anónimo en medio de países de rasgos fuertes.
Exportamos poquísima cultura. Nuestras canciones casi no salen del país. Nuestras novelas no las leemos ni nosotros mismos. Nuestros programas en televisión se quedan en casa. Sin una buena producción cultural y artística que llegue a todos los ecuatorianos y cruce fronteras nos quedarán solo las tardes de fútbol de eliminatorias para sentirnos ecuatorianos. Necesitamos de urgencia referentes culturales.
Nuestro vecino de arriba ha demostrado que incluso entre la pobreza y la guerrilla pueden surgir una cultura y una identidad rica. Tienen su Macondo, sus gordas de Botero, sus caderas de Shakira, su Betty la fea y mucho más. Sigamos sus pasos en lugar de cerrarles nuestras fronteras. Creemos nuestro sello propio. Nuestras canciones, nuestras novelas, nuestras películas de exportación.
Varios artistas ecuatorianos ya han empezado. Están construyendo una nueva identidad nacional que nos representa afuera. Pero falta ese empujón que los haga dar el siguiente paso.
Apostémosle a la cultura. A nuestra identidad. Que se unan el artista y el empresario. Que en la próxima reunión de latinoamericanos reconozcan nuestro acento. Que dejemos el anonimato. Que tengamos canciones que cantar y todos se sepan la letra.
jueves, julio 07, 2005
El hijo del vecino en París
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Yo hubiese querido ser funcionario en alguna embajada en el gobierno de Lucio. Recibiría un sueldito de diez mil dólares, y si eso no me alcanzase para llegar a fin de mes, podría venderle visas a unos cuantos chinos. ¡Qué rica vida la de los ilustres embajadores del Coronel!
Pero esto en realidad no debería impresionarnos. Al fin y al cabo la famosa cuota política le permite al presidente de turno llenar la cuarta parte de nuestras embajadas y consulados con sus hermanos, primos, panas y el pobre y desempleado hijo del vecino que siempre quiso vivir en París. Así, cada cuatro años, o en nuestro caso cada uno o dos, a los diplomáticos de carrera, que logran sus puestos a base de estudio y experiencia, les toca ver llegar a sus oficinas a varios felices portadores de palancas presidenciales, listos para disfrutar de sus vacaciones pagadas en el extranjero.
La cuota político-familiar le pone a nuestras embajadas la misma cara de nuestros gobiernos de turno. Funciona como espejo de quien duerme en Carondelet. En el caso de Lucio le puso una nariz bastante larga con tendencia a la improvisación y el engaño. En otros casos más afortunados, la cuota política ha ayudado a que hombres y mujeres respetables trabajen en el extranjero por los intereses del país. Es decir, la cuota política no es mala por naturaleza. La cuota política es mala cuando el presidente es malo como el Coronel. Nuestros presidentes necesitan hombres y mujeres de confianza en embajadas clave. La cuota política no debe desaparecer, sino reducirse y limitarse.
Si se concretan las iniciativas para reformar el Servicio Exterior reduciendo la cuota política del 25% al 15% y limitando el uso de la misma para cargos exclusivamente de embajadores, se dará un importante paso por el camino correcto. Sobre todo la reforma debe concentrarse en lo segundo, es decir, permitir que la cuota se aplique única y exclusivamente a embajadores. Ningún otro cargo. Los diplomáticos de carrera y funcionarios del servicio exterior pueden cumplir todos los demás cargos en embajadas y consulados sin la interferencia de apadrinados políticos. El presidente no necesita a sus conocidos en la ventanilla de un consulado tramitando visas. Sí necesita a personas de confianza a la cabeza de los esfuerzos diplomáticos como embajadores en países clave. Si bien limitar la cuota política al cargo de embajador no impide futuros escándalos ni casos de nepotismo, al menos impide que el hijo del vecino del presidente reciba un sueldo de gerente en algún consulado sin importancia, mientras aprovecha para terminar la universidad y de paso tramitar ilícitamente unas cuantas visas.
Lucio no fue el primero en aprovecharse de la cuota política, arriesgando la reputación del país y despilfarrando los fondos de nuestro limitado presupuesto. La cuota política es y ha sido el instrumento perfecto para pagar favores políticos. Mientras nuestros presidentes la tengan a su disposición la seguirán utilizando. Seguirán colocando en embajadas y consulados a personas sin experiencia que al final nos avergüenzan.
Acabemos con este medio de corrupción, privilegios y nepotismo. Que la diplomacia sea sinónimo de profesionalismo y no de palancas. Que nuestras embajadas y consulados sirvan al país y no a sus funcionarios.
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Yo hubiese querido ser funcionario en alguna embajada en el gobierno de Lucio. Recibiría un sueldito de diez mil dólares, y si eso no me alcanzase para llegar a fin de mes, podría venderle visas a unos cuantos chinos. ¡Qué rica vida la de los ilustres embajadores del Coronel!
Pero esto en realidad no debería impresionarnos. Al fin y al cabo la famosa cuota política le permite al presidente de turno llenar la cuarta parte de nuestras embajadas y consulados con sus hermanos, primos, panas y el pobre y desempleado hijo del vecino que siempre quiso vivir en París. Así, cada cuatro años, o en nuestro caso cada uno o dos, a los diplomáticos de carrera, que logran sus puestos a base de estudio y experiencia, les toca ver llegar a sus oficinas a varios felices portadores de palancas presidenciales, listos para disfrutar de sus vacaciones pagadas en el extranjero.
La cuota político-familiar le pone a nuestras embajadas la misma cara de nuestros gobiernos de turno. Funciona como espejo de quien duerme en Carondelet. En el caso de Lucio le puso una nariz bastante larga con tendencia a la improvisación y el engaño. En otros casos más afortunados, la cuota política ha ayudado a que hombres y mujeres respetables trabajen en el extranjero por los intereses del país. Es decir, la cuota política no es mala por naturaleza. La cuota política es mala cuando el presidente es malo como el Coronel. Nuestros presidentes necesitan hombres y mujeres de confianza en embajadas clave. La cuota política no debe desaparecer, sino reducirse y limitarse.
Si se concretan las iniciativas para reformar el Servicio Exterior reduciendo la cuota política del 25% al 15% y limitando el uso de la misma para cargos exclusivamente de embajadores, se dará un importante paso por el camino correcto. Sobre todo la reforma debe concentrarse en lo segundo, es decir, permitir que la cuota se aplique única y exclusivamente a embajadores. Ningún otro cargo. Los diplomáticos de carrera y funcionarios del servicio exterior pueden cumplir todos los demás cargos en embajadas y consulados sin la interferencia de apadrinados políticos. El presidente no necesita a sus conocidos en la ventanilla de un consulado tramitando visas. Sí necesita a personas de confianza a la cabeza de los esfuerzos diplomáticos como embajadores en países clave. Si bien limitar la cuota política al cargo de embajador no impide futuros escándalos ni casos de nepotismo, al menos impide que el hijo del vecino del presidente reciba un sueldo de gerente en algún consulado sin importancia, mientras aprovecha para terminar la universidad y de paso tramitar ilícitamente unas cuantas visas.
Lucio no fue el primero en aprovecharse de la cuota política, arriesgando la reputación del país y despilfarrando los fondos de nuestro limitado presupuesto. La cuota política es y ha sido el instrumento perfecto para pagar favores políticos. Mientras nuestros presidentes la tengan a su disposición la seguirán utilizando. Seguirán colocando en embajadas y consulados a personas sin experiencia que al final nos avergüenzan.
Acabemos con este medio de corrupción, privilegios y nepotismo. Que la diplomacia sea sinónimo de profesionalismo y no de palancas. Que nuestras embajadas y consulados sirvan al país y no a sus funcionarios.
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