Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
¡Ser rico es malo!, ha dicho Hugo Chávez. Por eso Latinoamérica sonríe entre siestas, cervezas y reggaetones, porque ser pobre es bueno y acá todos somos pobres. Como Moti, nos vamos acostumbrando a decir “¡pegue, patrón!”, mientras los gringos, chinos y europeos se hacen más ricos.
El eterno populismo encabezado por Chávez se alimenta de crear conflictos entre ricos y pobres. Culpa y desprestigia al rico hasta lograr una masa de seguidores que aprenden a odiar términos como capitalismo, empresario, utilidades y accionistas. Es el mismo discurso de los Abdalás, los Lucios y demás integrantes del club de fans de Chávez: estamos como estamos por culpa del rico explotador.
Y luego Chávez y compañía pretenden que nuestros países se hagan ricos. País rico, sí; individuo rico, no. Ignoran que la riqueza y desarrollo de un país emerge de la suma de individuos trabajando por darle lo mejor a sus familias. Con la eterna excusa de una patria solidaria, nuestros populistas condenan el esfuerzo y éxito personal. En lugar de apoyar a empresarios para que generen riquezas, plazas de trabajo y una vida digna para miles de personas, aquellos que dicen luchar por los pobres ponen trabas a la inversión y el progreso. Crean comisiones, secretarías y demás entes burocráticos al supuesto servicio de los necesitados que no hacen más que consumir fondos en sueldos inútiles y corrupción.
Los gobernantes gringos, asiáticos y de demás países desarrollados, en cambio, admiran y fomentan la riqueza. Saben que cada nuevo rico significa trabajo para muchos pobres y progreso para el país. Sus gobiernos promueven el desarrollo individual en lugar de condenarlo, y entienden que una sociedad rica nace cuando sus miembros generan riqueza y no cuando sus gobernantes se dedican a extraerla para “distribuirla”.
Algún seguidor de Chávez me dirá que exagero, que lo que él quiso decir no es que hacer dinero sea malo, sino acumular demasiado dinero y no compartirlo. Eso no cambia el mensaje de nuestro eterno populismo: hacerse rico está mal, el dinero es sucio, la dignidad está en la pobreza y no en la riqueza. ¿Quiere Chávez y su pandilla que el dinero de los ricos llegue a los pobres? Den a los ricos oportunidades de invertir y de generar empleos en lugar de alejarlos del país con trabas burocráticas y politiquería. Y si eso no basta, den incentivos a las empresas para invertir en la comunidad, en lugar de criticarlas por hacer bien su trabajo.
Mientras condenemos la riqueza, nos seguirán hundiendo otros países que han sabido acogerla y fomentarla. Cambiaremos como países y sociedades solo cuando aceptemos la riqueza como un ideal positivo, no algo vergonzoso. Cuando nuestros gobernantes entiendan que facilitando la riqueza se genera más riqueza y se combate la pobreza. Cambiaremos cuando nuestros colegios y universidades estatales siembren valores empresariales y no semillas de rechazo y protesta contra todo lo que huela a derecha. Cambiaremos cuando el discurso político, en lugar de condenar al rico, lo invite a invertir, a producir más y hacerse más rico, porque así los pobres tendrán más trabajo y podrán también un día ser ricos.
Solo así Latinoamérica dejará de esconder su rostro dentro del poncho sucio y roto del subdesarrollo. Solo así el patrón gringo, europeo y asiático dejará de pegarnos. Solo así la verdadera distribución de riqueza a los más necesitados pasará de gastados discursos y falsas promesas a la práctica.
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