Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
La carretera a la Costa es una vitrina de males centralistas que nos avergüenza ante cualquier turista y pone en riesgo nuestras vidas cada fin de semana. La muerte nos espera ansiosa en cada cambio de carril repentino, cada cráter y cada puente que no existe. Y lo malo es que, como con tantos otros abusos, nos hemos acostumbrado y ya ni protestamos. Atravesamos resignados esta pista de obstáculos mientras más de un burócrata incompetente recibe su sueldo cada mes allá en las alturas del Ministerio de Obras Públicas.
¿Quién responde por los accidentes y muertes en la carretera? En el MOP nadie sabe nada, ya han dicho que la Amazonia es prioridad. La Comisión de Tránsito del Guayas y el Consejo Provincial han hecho lo que les toca y ahí se piensan quedar. Al final, nadie da la cara y peor aún la billetera por los accidentados y sus familias.
¡Y así pretendemos atraer al turista! Con cientos de carteles le vendemos cerveza, lo animamos a cuidar la naturaleza y hasta le deseamos en árabe Habibi 2005, pero no somos capaces de avisarle con la debida anticipación que está a punto de estrellarse contra una barrera de concreto o que por el carril que parece de una vía ya mismo viene un bus en dirección contraria.
Aplaudo que, aunque con retraso, esté avanzando la ampliación de la carretera y que finalmente se estén licitando los puentes que algún genio olvidó. Pero esto no significa que se puede descuidar la seguridad en la carretera hasta su conclusión. Existen formas civilizadas de conducir el tránsito en tiempos de construcción que obviamente no se han implementado aquí. ¿Valen tan poco nuestras vidas como para no invertir en algo más que pequeños letreros junto a cada sorpresivo cambio de carril o puente inexistente?
La señalización que la CTG y el Consejo Provincial han colocado no es suficiente. Aunque no sea su responsabilidad directa, la CTG y el Consejo deben implementar hoy mismo un plan masivo de señalización e iluminación en las zonas más peligrosas. No esos cartelitos tímidos y obstáculos anaranjados que avisan el accidente, sino carteles gigantes y brillantes que lo prevengan y anuncien: ¡cuidado, trampa mortal a 500, a 100, a 50, a 20 metros! La CTG y el Consejo dirán que ellos ya hicieron su parte y eso no les corresponde. Yo solo sé que deben protegerme como peatón y conductor, y si esperamos que el MOP y sus ministros hagan algo por la seguridad en las carreteras costeñas, empezará a crecer maleza entre el asfalto. Mientras unos se pasan la pelotita y otros se lavan las manos, cada fin de semana estamos más cerca de accidentarnos y otro turista, con el corazón en la boca del último frenazo a raya, jurará no regresar a nuestras playas. La CTG y la Prefectura pueden y deben protegernos ahora.
La carretera a Salinas, junto a otras obras relegadas como el puente Carlos Pérez Perasso, muestra una vez más la ineficiencia y el peligro de nuestro centralismo. En un Ecuador descentralizado, donde los proyectos locales no dependiesen de la voluntad de algún burócrata de turno en su escritorio capitalino, estas obras estarían celebrando otro aniversario de construcción y progreso, y no de estancamiento, olvido y peligro. En este Ecuador ideal, turistas y locales viajaríamos tranquilos este fin de semana a nuestras playas y más de una familia no lloraría muertes y accidentes innecesarios.
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