Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
En el 2005 se fue un coronel incompetente y vino un doctor ineficiente a calentar el sillón de Carondelet. Los diputados trabajaron para sus bolsillos y los jefes de sus partidos. Los corruptos y sinvergüenzas hicieron su agosto todo el año. Emigrantes desesperados murieron en el mar buscando oportunidades en tierras más libres y justas. Nos quedamos sin Corte y sin justicia, para terminar con Corte, esperando la justicia. Año de incompetencia, corrupción y desesperación.
Pero también en el 2005 clasificamos al Mundial y empezamos a soñar en alemán. Jefferson cruzó primero la meta en Helsinki. Miles de niños aprendieron a leer y escribir, corrieron felices y metieron más de un golazo. Empresarios generaron empleo. Médicos curaron enfermos. Albañiles e ingenieros construyeron. Periodistas reportaron. Bailarinas bailaron. Vendedores vendieron. Profesoras enseñaron. Y miles de familias se sentaron a la mesa a comer en paz. Año de triunfos, emociones y victorias cotidianas.
En el 2005, un populista Chávez vendió falsos sueños financiados con petróleo. Un limitado Bush siguió llevando a su país y al mundo por el camino equivocado. Los disturbios en las calles de Francia abrieron los ojos a una Europa que busca su identidad. Y en Iraq, la muerte y el dolor continuaron en una guerra basada en engaños. Año de populismo, falsas ilusiones y estupideces.
También en el 2005 avanzamos, aunque a paso lento, hacia un TLC y el progreso. Los alcaldes de Quito y Guayaquil hicieron un buen trabajo, aunque pueden mejorarlo. Y varios ciudadanos acostumbrados a ver la historia por televisión esta vez se han levantado, piden un cambio y están dispuestos a hacer algo. Año de avances, acción y expectativas.
En el 2005 nacieron nuevos niños y nuevas promesas en el mundo. Fueron más, muchísimas más, las manos que trabajaron y ayudaron que las que apretaron un gatillo. Y más los labios que besaron y dijeron te quiero, que los que insultaron y maldijeron. En este 2005 cada uno de nosotros tuvo cientos de buenas historias, risas y sonrisas, a pesar de las tristezas pasajeras, las amarguras y las lágrimas por quienes ya no estarán con nosotros este Año Nuevo.
En el 2005 empecé a escribir esta columna. Recibí mis primeros e-mails con insultos y también con frases emotivas, de esas que ponen la piel de gallina. Y fue en este 2005 cuando una mujer muy linda me hizo feliz diciendo que sí, en la salud, la enfermedad y todo lo demás. Y junto a ella, cada mañana descubro que a pesar de la corrupción, los escándalos, los abusos y las estupideces que vivimos a diario, se puede ser feliz en este país, y se puede salir adelante cuando el Estado no mete sus narices donde no debe y nos deja trabajar en libertad.
Las manecillas del reloj se acercarán a las doce y al final del 2005. Quemaremos el año viejo llenando de camaretas sus cachetes, su ojo de vidrio, su enciclopedia, sus baches faciales, su estetoscopio, sus brazos levantados. Y cinco, cuatro, nos abrazaremos, brindaremos... y tres, dos, recordaremos a los que se fueron... y uno, celebraremos por un feliz Año Nuevo que nos traiga amor, salud, dinero, felicidad y un país que camine y que corra si es posible.
jueves, diciembre 29, 2005
jueves, diciembre 22, 2005
En esta Navidad
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
John Lennon, que hace veinticinco años dejó para siempre las calles de Nueva York, escribió una de las canciones de Navidad más lindas. La canción –Feliz Navidad (la guerra terminó)– dice más o menos: “Esto es Navidad/¿y qué hemos hecho?… Feliz Navidad/para los negros y los blancos/los amarillos y los rojos/qué tal si dejamos de pelear… Feliz Navidad y Feliz Año Nuevo/esperemos que sea uno bueno/sin ningún tipo de miedo”.
Cuando cantaba Lennon esa canción, a inicios de los setenta, la guerra acababa, pero el miedo seguía latente. Y nunca se fue del todo. El miedo a ataques terroristas, miedo a la pobreza y el desempleo, miedo a enfermedades incurables, miedo a desastres naturales y, sobre todo, miedo a políticos y líderes destructivos. Ellos, los fundamentalistas y dueños de la verdad, pueden opacar navidades y destruir más sueños que cualquier huracán o terremoto.
Lennon era un gran soñador que nos invitó a imaginar un mundo mejor sin países ni religiones, con la gente viviendo y compartiendo en paz. En Navidad, como Lennon, somos más positivos y también nos da por soñar. El sentimiento de la Navidad tiene esa fuerza capaz de ver más allá de credos y enredos, más allá del dinero y los bolsillos vacíos, más allá de la sopa aguada y el país que no avanza, más allá de las guerras y el fundamentalismo de Bush y Osama.
Y a pesar del caos, los robos y el tráfico, y de que en lugar de chimeneas, nieve y mejillas coloradas tenemos rejas, calor y sudor en la cara, en Navidad recuperamos algo de esa fantasía de cuando teníamos 5 años. Y creemos, o queremos creer, que la paz, la armonía, la felicidad y todas esas cosas que dicen las tarjetas de Hallmark se cumplirán en estos días y en el año que viene.
Pero la Navidad también nos despierta a la triste realidad de un país con sectores donde Papá Noel no se atreve a entrar. En este país de políticos mafiosos y corrupción impregnada, los niños pidiendo limosna en cada semáforo nos recuerdan que los centros comerciales repletos de gente hasta medianoche son un privilegio de pocos. Que en la mayoría de familias, Papá Noel ecuatoriano con suerte conseguirá un regalito que no cueste más de cinco.
La pobreza y el miedo son culpa de todos, pero sobre todo son culpa de unos pocos que por años y años han monopolizado la política del país y han impedido que Papá Noel nos visite en diciembre. Por eso, esta Navidad, con el optimismo y los sueños de John Lennon, yo solo le pido a Papá Noel, el Niño Dios, los Reyes Magos o quien nos quiera escuchar que, por el bien de todos, esos pocos se vayan y a partir del próximo año permitan con su ausencia el cambio. Si nos dan ese regalo, esas frases de esperanza y felicidad que tanto repetimos en estos días saldrán de las tarjetas y las canciones y se convertirán en una realidad para la mayoría. Mientras tanto, igual seguimos soñando, diciendo feliz Navidad y todo lo demás.
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
John Lennon, que hace veinticinco años dejó para siempre las calles de Nueva York, escribió una de las canciones de Navidad más lindas. La canción –Feliz Navidad (la guerra terminó)– dice más o menos: “Esto es Navidad/¿y qué hemos hecho?… Feliz Navidad/para los negros y los blancos/los amarillos y los rojos/qué tal si dejamos de pelear… Feliz Navidad y Feliz Año Nuevo/esperemos que sea uno bueno/sin ningún tipo de miedo”.
Cuando cantaba Lennon esa canción, a inicios de los setenta, la guerra acababa, pero el miedo seguía latente. Y nunca se fue del todo. El miedo a ataques terroristas, miedo a la pobreza y el desempleo, miedo a enfermedades incurables, miedo a desastres naturales y, sobre todo, miedo a políticos y líderes destructivos. Ellos, los fundamentalistas y dueños de la verdad, pueden opacar navidades y destruir más sueños que cualquier huracán o terremoto.
Lennon era un gran soñador que nos invitó a imaginar un mundo mejor sin países ni religiones, con la gente viviendo y compartiendo en paz. En Navidad, como Lennon, somos más positivos y también nos da por soñar. El sentimiento de la Navidad tiene esa fuerza capaz de ver más allá de credos y enredos, más allá del dinero y los bolsillos vacíos, más allá de la sopa aguada y el país que no avanza, más allá de las guerras y el fundamentalismo de Bush y Osama.
Y a pesar del caos, los robos y el tráfico, y de que en lugar de chimeneas, nieve y mejillas coloradas tenemos rejas, calor y sudor en la cara, en Navidad recuperamos algo de esa fantasía de cuando teníamos 5 años. Y creemos, o queremos creer, que la paz, la armonía, la felicidad y todas esas cosas que dicen las tarjetas de Hallmark se cumplirán en estos días y en el año que viene.
Pero la Navidad también nos despierta a la triste realidad de un país con sectores donde Papá Noel no se atreve a entrar. En este país de políticos mafiosos y corrupción impregnada, los niños pidiendo limosna en cada semáforo nos recuerdan que los centros comerciales repletos de gente hasta medianoche son un privilegio de pocos. Que en la mayoría de familias, Papá Noel ecuatoriano con suerte conseguirá un regalito que no cueste más de cinco.
La pobreza y el miedo son culpa de todos, pero sobre todo son culpa de unos pocos que por años y años han monopolizado la política del país y han impedido que Papá Noel nos visite en diciembre. Por eso, esta Navidad, con el optimismo y los sueños de John Lennon, yo solo le pido a Papá Noel, el Niño Dios, los Reyes Magos o quien nos quiera escuchar que, por el bien de todos, esos pocos se vayan y a partir del próximo año permitan con su ausencia el cambio. Si nos dan ese regalo, esas frases de esperanza y felicidad que tanto repetimos en estos días saldrán de las tarjetas y las canciones y se convertirán en una realidad para la mayoría. Mientras tanto, igual seguimos soñando, diciendo feliz Navidad y todo lo demás.
miércoles, diciembre 21, 2005
Revista la U - Diciembre 2005
Ya está circulando la U de Diciembre!
En esta edición:
- Conociendo a Cholomachine.
- Reviews de cine, CD, arte, libro y más.
- Reportaje: Corrida de Toros ¿Arte o Tortura?
- el lUk en la biblioteca de la UEES.
- Anécdota: Escapando de Katrina.
- ¿Cómo evitar el chuchaqui moral?
- Noticias de tu U.
- CuestionariU a Carlos Ortega, Rector de la UEES.
- Gánate un iPOD nano, explorando la ciudad!!!
...y mucho más.
Para mayor información o publicidad escríbeme a manueligomez@yahoo.com. Para colaborar con artículos, fotos, ideas o comentarios escríbenos a revistalau@yahoo.com.
En esta edición:
- Conociendo a Cholomachine.
- Reviews de cine, CD, arte, libro y más.
- Reportaje: Corrida de Toros ¿Arte o Tortura?
- el lUk en la biblioteca de la UEES.
- Anécdota: Escapando de Katrina.
- ¿Cómo evitar el chuchaqui moral?
- Noticias de tu U.
- CuestionariU a Carlos Ortega, Rector de la UEES.
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...y mucho más.
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jueves, diciembre 15, 2005
Votos por camisetas
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Termina el 2005 y empieza un año electoral. Año en que los candidatos y los que aspiran a serlo en secreto callan lo que piensan y gritan lo que la gente quiere oír. Ya empiezan a desfilar por la televisión esquivando preguntas, repitiendo eslóganes y vendiendo promesas a la mayoría desinformada que acudirá obligada a votar.
Las ideologías políticas de nuestros partidos y candidatos son tan confusas como las aguas de tamarindo que vende el Chavo del Ocho, que parecen de limón pero saben a coco. Aquí no hay partidos de derecha, izquierda o centro. Simplemente son partidos con aspiraciones al poder. Y para llegar al poder adoptarán la posición que más convenga. Si la mayoría del país se opone al TLC, entonces yo también, aunque en privado lo alabe. Si los votantes no quieren la privatización del seguro social, yo tampoco. El juego político exige callar soluciones realistas a nuestros males, para caer en la populista oferta de casas con jardín para todos.
El otro día conversaba con un amigo colombiano de visita en el país. Hablamos de cómo, a pesar de los problemas de la guerrilla y el narcotráfico, Colombia ha tenido una madurez y continuidad política digna de admirar. La popularidad de su presidente no tiene comparación en Latinoamérica, y las instituciones del Estado funcionan en relación a las de sus vecinos.
Mi amigo me decía que en Colombia nunca habrá un presidente populista por una sencilla razón: el voto voluntario. En Colombia el voto voluntario se traduce en una votación más meditada y responsable. Mientras más educación tiene una persona, más acude a votar. Nuestros vecinos de arriba gozan del principio básico de una verdadera democracia: el derecho a que vote quien quiera votar. Al que no le interesa quién lo gobernará se puede quedar en su casa viendo el fútbol.
Es más fácil ofrecer casas para todos que explicar un plan de gobierno responsable
que nos saque adelante. Por ello, la propuesta del voto voluntario difícilmente saldrá de nuestros partidos, acostumbrados a intercambiar votos por camisetas y promesas imposibles. Con el voto voluntario acudirían a votar mayoritariamente quienes sí tienen un interés en el proceso electoral, es decir, quienes se han informado sobre los candidatos. Así, se verían en problemas los candidatos acostumbrados a ganar tocando la fibra emocional de la mayoría desinformada. Y, en cambio, tendría opción quien demuestre seriedad y presente una propuesta de gobierno.
Como van las cosas, el 2006 nos trae nuevas promesas de borracho que se olvidan al día siguiente. Si algún candidato apoya el TLC, la privatización de la seguridad social y otros parásitos estatales, el fin del subsidio al gas, la reducción del Estado, la disciplina fiscal, entre otras posturas y soluciones, deberá callarlo o disimularlo. Aceptar sus posiciones, más allá de ser las acertadas, significaría su muerte política.
El voto obligatorio detendrá nuevamente a los candidatos con soluciones para impulsar a candidatos improvisados, como Lucio, vendedores de sueños y emociones. El voto voluntario no es ninguna receta mágica para lograr buenos gobernantes. Pero, al menos, exigiría a los candidatos presentar más planes y soluciones concretas y menos camisetas y maquetas de casas para ganar los votos de quienes voluntariamente rayarían la papeleta.
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Termina el 2005 y empieza un año electoral. Año en que los candidatos y los que aspiran a serlo en secreto callan lo que piensan y gritan lo que la gente quiere oír. Ya empiezan a desfilar por la televisión esquivando preguntas, repitiendo eslóganes y vendiendo promesas a la mayoría desinformada que acudirá obligada a votar.
Las ideologías políticas de nuestros partidos y candidatos son tan confusas como las aguas de tamarindo que vende el Chavo del Ocho, que parecen de limón pero saben a coco. Aquí no hay partidos de derecha, izquierda o centro. Simplemente son partidos con aspiraciones al poder. Y para llegar al poder adoptarán la posición que más convenga. Si la mayoría del país se opone al TLC, entonces yo también, aunque en privado lo alabe. Si los votantes no quieren la privatización del seguro social, yo tampoco. El juego político exige callar soluciones realistas a nuestros males, para caer en la populista oferta de casas con jardín para todos.
El otro día conversaba con un amigo colombiano de visita en el país. Hablamos de cómo, a pesar de los problemas de la guerrilla y el narcotráfico, Colombia ha tenido una madurez y continuidad política digna de admirar. La popularidad de su presidente no tiene comparación en Latinoamérica, y las instituciones del Estado funcionan en relación a las de sus vecinos.
Mi amigo me decía que en Colombia nunca habrá un presidente populista por una sencilla razón: el voto voluntario. En Colombia el voto voluntario se traduce en una votación más meditada y responsable. Mientras más educación tiene una persona, más acude a votar. Nuestros vecinos de arriba gozan del principio básico de una verdadera democracia: el derecho a que vote quien quiera votar. Al que no le interesa quién lo gobernará se puede quedar en su casa viendo el fútbol.
Es más fácil ofrecer casas para todos que explicar un plan de gobierno responsable
que nos saque adelante. Por ello, la propuesta del voto voluntario difícilmente saldrá de nuestros partidos, acostumbrados a intercambiar votos por camisetas y promesas imposibles. Con el voto voluntario acudirían a votar mayoritariamente quienes sí tienen un interés en el proceso electoral, es decir, quienes se han informado sobre los candidatos. Así, se verían en problemas los candidatos acostumbrados a ganar tocando la fibra emocional de la mayoría desinformada. Y, en cambio, tendría opción quien demuestre seriedad y presente una propuesta de gobierno.
Como van las cosas, el 2006 nos trae nuevas promesas de borracho que se olvidan al día siguiente. Si algún candidato apoya el TLC, la privatización de la seguridad social y otros parásitos estatales, el fin del subsidio al gas, la reducción del Estado, la disciplina fiscal, entre otras posturas y soluciones, deberá callarlo o disimularlo. Aceptar sus posiciones, más allá de ser las acertadas, significaría su muerte política.
El voto obligatorio detendrá nuevamente a los candidatos con soluciones para impulsar a candidatos improvisados, como Lucio, vendedores de sueños y emociones. El voto voluntario no es ninguna receta mágica para lograr buenos gobernantes. Pero, al menos, exigiría a los candidatos presentar más planes y soluciones concretas y menos camisetas y maquetas de casas para ganar los votos de quienes voluntariamente rayarían la papeleta.
martes, diciembre 06, 2005
viernes, diciembre 02, 2005
Reportaje en el Expreso del lanzamiento de la U
Presentación de revista La U
La comunidad universitaria cuenta con su propia revista la que se dio a conocer ante una selecta concurrencia en el restaurante Red Peppers. El director Manuel Ignacio Gómez y Pili Piana, editora general, hicieron el lanzamiento de la publicación que contiene artículos de opinión, reportajes, comentarios de cine, música, arte, deportes, entrevistas, humor, crónica, reseñas de bares, restaurantes, discotecas y tiendas, etc. La U, circulará gratuitamente en las universidades y para los alumnos de sextos cursos de los colegios. Además, participará en la realización de foros, conferencias y otros eventos.
La comunidad universitaria cuenta con su propia revista la que se dio a conocer ante una selecta concurrencia en el restaurante Red Peppers. El director Manuel Ignacio Gómez y Pili Piana, editora general, hicieron el lanzamiento de la publicación que contiene artículos de opinión, reportajes, comentarios de cine, música, arte, deportes, entrevistas, humor, crónica, reseñas de bares, restaurantes, discotecas y tiendas, etc. La U, circulará gratuitamente en las universidades y para los alumnos de sextos cursos de los colegios. Además, participará en la realización de foros, conferencias y otros eventos.
Reportaje en El Universo sobre el lanzamiento de revista la U
Revista La U, una opción para los universitarios
Diciembre 02, 2005
Artículos y reportajes para entretener e informar propone la nueva revista para los universitarios, La U, que se presentó la noche del pasado martes en el restaurante Red Peppers.
Manuel Ignacio Gómez, su director general, indicó que la revista, cuya publicación será mensual, “contiene temas sobre orientación, cultura, humor, moda, un cuestionario a autoridades de las universidades, oportunidades de trabajo, clasificados y más”.
En la edición general de la revista está Pilar Piana y la directora de arte es Jazmín Erazo. El grupo de redacción lo integran estudiantes voluntarios. Se tratará de buscar un equipo de trabajo permanente, comenta Gómez.
Explica que los alumnos de comunicación social pueden escribir en la revista y asumir ese trabajo como una pasantía, pero los estudiantes de otras carreras también pueden acceder a ella con sus artículos.
Piana señala que el lema de la revista es Grita. Reclama. Opina. Infórmate. Diviértete. Relájate. Y Gómez acota que La U “es una ventana de los descubrimientos de los jóvenes en la etapa universitaria”.
La revista se entregará gratuitamente en las universidades de la ciudad. También se tiene previsto repartirla en varios colegios, porque –manifiesta Gómez– los alumnos de bachillerato empezarán a sentir las inquietudes de los universitarios cuando egresen del colegio.
En la primera edición de la revista, que corresponde a noviembre, consta una entrevista al periodista deportivo Andrés Guschmer; una sesión de moda con María Antonieta Tanús, vicerreina de Guayaquil; un cuestionario de preguntas a Marcia Gilbert de Babra, concejala y rectora de la Universidad Casa Grande; y otros artículos.
Quienes deseen escribir notas y reportajes pueden hacerlo a revistalau@yahoo.com.
Diciembre 02, 2005
Artículos y reportajes para entretener e informar propone la nueva revista para los universitarios, La U, que se presentó la noche del pasado martes en el restaurante Red Peppers.
Manuel Ignacio Gómez, su director general, indicó que la revista, cuya publicación será mensual, “contiene temas sobre orientación, cultura, humor, moda, un cuestionario a autoridades de las universidades, oportunidades de trabajo, clasificados y más”.
En la edición general de la revista está Pilar Piana y la directora de arte es Jazmín Erazo. El grupo de redacción lo integran estudiantes voluntarios. Se tratará de buscar un equipo de trabajo permanente, comenta Gómez.
Explica que los alumnos de comunicación social pueden escribir en la revista y asumir ese trabajo como una pasantía, pero los estudiantes de otras carreras también pueden acceder a ella con sus artículos.
Piana señala que el lema de la revista es Grita. Reclama. Opina. Infórmate. Diviértete. Relájate. Y Gómez acota que La U “es una ventana de los descubrimientos de los jóvenes en la etapa universitaria”.
La revista se entregará gratuitamente en las universidades de la ciudad. También se tiene previsto repartirla en varios colegios, porque –manifiesta Gómez– los alumnos de bachillerato empezarán a sentir las inquietudes de los universitarios cuando egresen del colegio.
En la primera edición de la revista, que corresponde a noviembre, consta una entrevista al periodista deportivo Andrés Guschmer; una sesión de moda con María Antonieta Tanús, vicerreina de Guayaquil; un cuestionario de preguntas a Marcia Gilbert de Babra, concejala y rectora de la Universidad Casa Grande; y otros artículos.
Quienes deseen escribir notas y reportajes pueden hacerlo a revistalau@yahoo.com.
jueves, diciembre 01, 2005
Diciembre
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
En la tele y los periódicos nos bombardean con mensajes de paz, amor y el último televisor de 50 pulgadas que debemos comprar en cómodas cuotas mensuales. Los niños hacen un pacto de obediencia con sus padres a cambio de la promesa de un juguete. Los aeropuertos se rebosan de emociones a la espera del próximo avión cargado de emigrantes.
Está claro. Llegó diciembre. Y con diciembre llegan los toros y la farra a Quito, el calor a Guayaquil, los árboles de Navidad, el tráfico insoportable, las libras de más, los villancicos en las tiendas –que cada año empiezan más temprano–, los regalos, la alegría, la familia, la soledad, las fiestas de oficina, la tristeza en cada semáforo, las promesas de que a partir del próximo año dejaremos el cigarrillo, haremos más ejercicio, empezaremos ese proyecto archivado en el fondo del velador y seremos mejores que hoy.
Si todos fuéramos como prometemos ser el próximo año, este país y este mundo serían, como dice Paloma, una maravilla. Pero al final somos humanos y flaqueamos. Muchas promesas de diciembre se van postergando a febrero, y en mayo ya están olvidadas, para renacer un siguiente diciembre.
Pero afortunadamente no todas las promesas de diciembre terminan en el basurero de abril. Y el mundo avanza y progresa porque hay hombres y mujeres que se proponen algo y lo cumplen. Porque aunque sea difícil, muchos sí dejan el cigarrillo, madrugan todos los días a hacer ejercicio, inician ese nuevo proyecto que daba vueltas en la cabeza, hacen ese viaje tantos años postergado, y dan el paso que tanto miedo causaba.
Por eso diciembre es importante. Porque en diciembre creemos. Y en diciembre tomamos viada para el año que viene con todo el optimismo que estos tiempos nos permiten tener. Creemos que sí hay futuro, que se puede salir adelante como país, y que la gente se pondrá de acuerdo esta vez.
Diciembre es el momento ideal para iniciar los pasos grandes, los pasos importantes. En diciembre nuestro cada vez más borroso Presidente puede empujar las iniciativas difíciles, que aunque creen rechazo de los atrasapueblos de siempre, nos beneficien a todos en el largo plazo. Nuestro Presidente puede darse cuenta, mientras medita frente al árbol de Navidad, que el pueblo no votó por él, que el poder se encontró con él, y como tal, su misión es ser un presidente de transición que se preocupe por facilitar el trabajo de su sucesor, tomando las decisiones duras pero buenas para el país. Que en lugar de imaginar cómo se verá su retrato en el salón Amarillo, imagine cómo se verá el país cuando deje el poder.
Que en diciembre nuestros flamantes jueces sean fuertes y no cedan a las presiones de ninguno de esos políticos que han vivido ya demasiados diciembres en el poder. Y que trabajen por la verdadera justicia más allá de las amenazas y críticas. Buen momento para cambios, decisiones y firmeza, este diciembre.
En diciembre gana el optimismo. Que ese optimismo venza el tiempo y las tentaciones de volver a lo mismo. Como casi siempre, muchas promesas de diciembre acabarán quemadas junto al año viejo y ni siquiera alcanzarán a dar la vuelta a la página del calendario. A ver si esta vez es diferente. Que diciembre dure más allá de diciembre.
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
En la tele y los periódicos nos bombardean con mensajes de paz, amor y el último televisor de 50 pulgadas que debemos comprar en cómodas cuotas mensuales. Los niños hacen un pacto de obediencia con sus padres a cambio de la promesa de un juguete. Los aeropuertos se rebosan de emociones a la espera del próximo avión cargado de emigrantes.
Está claro. Llegó diciembre. Y con diciembre llegan los toros y la farra a Quito, el calor a Guayaquil, los árboles de Navidad, el tráfico insoportable, las libras de más, los villancicos en las tiendas –que cada año empiezan más temprano–, los regalos, la alegría, la familia, la soledad, las fiestas de oficina, la tristeza en cada semáforo, las promesas de que a partir del próximo año dejaremos el cigarrillo, haremos más ejercicio, empezaremos ese proyecto archivado en el fondo del velador y seremos mejores que hoy.
Si todos fuéramos como prometemos ser el próximo año, este país y este mundo serían, como dice Paloma, una maravilla. Pero al final somos humanos y flaqueamos. Muchas promesas de diciembre se van postergando a febrero, y en mayo ya están olvidadas, para renacer un siguiente diciembre.
Pero afortunadamente no todas las promesas de diciembre terminan en el basurero de abril. Y el mundo avanza y progresa porque hay hombres y mujeres que se proponen algo y lo cumplen. Porque aunque sea difícil, muchos sí dejan el cigarrillo, madrugan todos los días a hacer ejercicio, inician ese nuevo proyecto que daba vueltas en la cabeza, hacen ese viaje tantos años postergado, y dan el paso que tanto miedo causaba.
Por eso diciembre es importante. Porque en diciembre creemos. Y en diciembre tomamos viada para el año que viene con todo el optimismo que estos tiempos nos permiten tener. Creemos que sí hay futuro, que se puede salir adelante como país, y que la gente se pondrá de acuerdo esta vez.
Diciembre es el momento ideal para iniciar los pasos grandes, los pasos importantes. En diciembre nuestro cada vez más borroso Presidente puede empujar las iniciativas difíciles, que aunque creen rechazo de los atrasapueblos de siempre, nos beneficien a todos en el largo plazo. Nuestro Presidente puede darse cuenta, mientras medita frente al árbol de Navidad, que el pueblo no votó por él, que el poder se encontró con él, y como tal, su misión es ser un presidente de transición que se preocupe por facilitar el trabajo de su sucesor, tomando las decisiones duras pero buenas para el país. Que en lugar de imaginar cómo se verá su retrato en el salón Amarillo, imagine cómo se verá el país cuando deje el poder.
Que en diciembre nuestros flamantes jueces sean fuertes y no cedan a las presiones de ninguno de esos políticos que han vivido ya demasiados diciembres en el poder. Y que trabajen por la verdadera justicia más allá de las amenazas y críticas. Buen momento para cambios, decisiones y firmeza, este diciembre.
En diciembre gana el optimismo. Que ese optimismo venza el tiempo y las tentaciones de volver a lo mismo. Como casi siempre, muchas promesas de diciembre acabarán quemadas junto al año viejo y ni siquiera alcanzarán a dar la vuelta a la página del calendario. A ver si esta vez es diferente. Que diciembre dure más allá de diciembre.
miércoles, noviembre 30, 2005
Lanzamiento de revista la U
El 29 de noviembre, en el restaurante Red Peppers, realizamos el lanzamiento de revista la U, la nueva revista para universitarios. Revista la U brindará información, entretenimiento, opinión y oportunidades todos los meses a sus lectores. Se distribuye gratuitamente en las universidades de Guayaquil; además de cafeterías, tiendas y otros lugares frecuentados por estudiantes.
- Andrés Guschmer: la nueva cara del fútbol.
- El luk con Ma. Antonieta Tanús.
- La guía: Acampando en el frío.
- Anécdota: Otra cerveza en la tiendita.
- Noticias de por allá y por acá.
- Reviews de cultura y lugares donde salir.
- El cuestionariU a Marcia Gilbert, Rectora de la U. Casa Grande.
...y mucha más.
Quienes hacemos la U:
Manuel Ignacio Gómez - Director General
Pili Piana - Editora General
Jazmín Erazo - Directora de Arte
Para mayor información o publicidad escríbeme a manueligomez@yahoo.com. Para colaborar con artículos, fotos, ideas o comentarios escríbenos a revistalau@yahoo.com.
lunes, noviembre 28, 2005
jueves, noviembre 24, 2005
Si algo te debo, con esto te pago
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Polo Baquerizo en su programa ‘Haga Negocio Conmigo’ saldaba cuentas con sus participantes con un clásico bailecito y quiebre de caderas mientras repetía “si algo te debo, con esto te pago”. El famoso notario de Machala hizo un bailecito similar. La alegría del juego se acabó, y los participantes dejaron de divertirse.
Imagino que unos pocos desconocían la ilegalidad de lo que hacían al entregar su dinero al notario. Pero la gran mayoría sabía exactamente en lo que se metía. Sabían que había algo chueco. Ahora todos lloran, demandan, se hacen las víctimas y piden la intervención del Estado. Y ya todos vimos cómo intervinieron algunos militares y policías para arreglar la situación, su situación.
Esta historia del notario tiene todos los tintes de novela de realismo mágico con la que Sebastián Cordero podría hacer una excelente película digna del Oscar. Aquí hay de todo: millones y millones de dólares de dudosa procedencia, amantes, Viagra, un hombre aparentemente serio y respetado, secretarias y guardias forrados de plata, un muerto que creían no andaba muerto sino de parranda y el vergonzoso y tercermundista acto de invadir su tumba para asegurarse de que no había un muñeco sonriendo, con la infalible prensa sensacionalista fotografiando morbosamente su rostro desfigurado. Al final, el muerto resultó ser el más vivo de todos.
Más allá de lo alarmante y folclórico de este caso, lo preocupante es que los dedos apuntan a un solo culpable. Los demás son las pobres víctimas. Nadie violaba la ley, qué va. En el país de los sabidos, aquí no pasa nada. De donde sacaba la plata este señor era cosa de él. Las inocentes víctimas simplemente “invertían” responsablemente su dinero y cada mes cobraban su alegre y jugoso chequecito.
Este triste caso habla de un país y una época en donde lo que importa es el dinero fácil e inmediato. De dónde venga, a quién perjudique, cómo se lo obtenga, eso es secundario. El trabajo honesto es para tontos. ¿Para qué trabajar, invertir y producir cuando se puede hacer más plata con este eficiente negocio?
Aquí no hay estafa ni víctimas. Aquí hay un gran negociado entre muchísimos socios. Pero el principal de ellos falló cuando se le ocurrió morir. Y el resto se quedó en el aire. Incluso si fue la ignorancia o desesperación lo que llevó a algunos a confiar en el notario, esto no es excusa ni los libra de culpa. Se metieron en un juego sucio y tristemente hoy sufren las consecuencias de sus acciones y malas decisiones.
Al menos, esta experiencia servirá para que muchos piensen dos veces cuando les ofrezcan la oportunidad de hacer dinero fácil fuera de la ley. Estos acontecimientos nos abren los ojos a todos. Y estoy seguro que han abierto los ojos de los bancos, que saben todo el dinero que pueden captar si se acercan a más personas y ganan su confianza. Son varios millones que podrían estar reinvirtiéndose, produciendo y generando nuevos empleos.
Al programa de Polo la gente sabe a lo que va: a concursar, a divertirse, y con un poco de suerte a ganarse unos cuantos dólares. Todos sabían a lo que iban al entrar en la Notaría 2ª de Machala. Que no se piquen entonces si les hicieron el bailecito.
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Polo Baquerizo en su programa ‘Haga Negocio Conmigo’ saldaba cuentas con sus participantes con un clásico bailecito y quiebre de caderas mientras repetía “si algo te debo, con esto te pago”. El famoso notario de Machala hizo un bailecito similar. La alegría del juego se acabó, y los participantes dejaron de divertirse.
Imagino que unos pocos desconocían la ilegalidad de lo que hacían al entregar su dinero al notario. Pero la gran mayoría sabía exactamente en lo que se metía. Sabían que había algo chueco. Ahora todos lloran, demandan, se hacen las víctimas y piden la intervención del Estado. Y ya todos vimos cómo intervinieron algunos militares y policías para arreglar la situación, su situación.
Esta historia del notario tiene todos los tintes de novela de realismo mágico con la que Sebastián Cordero podría hacer una excelente película digna del Oscar. Aquí hay de todo: millones y millones de dólares de dudosa procedencia, amantes, Viagra, un hombre aparentemente serio y respetado, secretarias y guardias forrados de plata, un muerto que creían no andaba muerto sino de parranda y el vergonzoso y tercermundista acto de invadir su tumba para asegurarse de que no había un muñeco sonriendo, con la infalible prensa sensacionalista fotografiando morbosamente su rostro desfigurado. Al final, el muerto resultó ser el más vivo de todos.
Más allá de lo alarmante y folclórico de este caso, lo preocupante es que los dedos apuntan a un solo culpable. Los demás son las pobres víctimas. Nadie violaba la ley, qué va. En el país de los sabidos, aquí no pasa nada. De donde sacaba la plata este señor era cosa de él. Las inocentes víctimas simplemente “invertían” responsablemente su dinero y cada mes cobraban su alegre y jugoso chequecito.
Este triste caso habla de un país y una época en donde lo que importa es el dinero fácil e inmediato. De dónde venga, a quién perjudique, cómo se lo obtenga, eso es secundario. El trabajo honesto es para tontos. ¿Para qué trabajar, invertir y producir cuando se puede hacer más plata con este eficiente negocio?
Aquí no hay estafa ni víctimas. Aquí hay un gran negociado entre muchísimos socios. Pero el principal de ellos falló cuando se le ocurrió morir. Y el resto se quedó en el aire. Incluso si fue la ignorancia o desesperación lo que llevó a algunos a confiar en el notario, esto no es excusa ni los libra de culpa. Se metieron en un juego sucio y tristemente hoy sufren las consecuencias de sus acciones y malas decisiones.
Al menos, esta experiencia servirá para que muchos piensen dos veces cuando les ofrezcan la oportunidad de hacer dinero fácil fuera de la ley. Estos acontecimientos nos abren los ojos a todos. Y estoy seguro que han abierto los ojos de los bancos, que saben todo el dinero que pueden captar si se acercan a más personas y ganan su confianza. Son varios millones que podrían estar reinvirtiéndose, produciendo y generando nuevos empleos.
Al programa de Polo la gente sabe a lo que va: a concursar, a divertirse, y con un poco de suerte a ganarse unos cuantos dólares. Todos sabían a lo que iban al entrar en la Notaría 2ª de Machala. Que no se piquen entonces si les hicieron el bailecito.
jueves, noviembre 17, 2005
El cambio puertas afuera
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
A veces conocemos mejor nuestro país viviendo lejos de él. Estando lejos podemos comparar y analizar objetivamente. Llegamos a apreciar o a repudiar ciertas cosas que al estar en casa ni notábamos. Esa experiencia la viven hoy miles de ecuatorianos en España, Estados Unidos, Italia y otros países.
Son ellos los primeros en leer los periódicos ecuatorianos, devorando cada noticia. No es raro por ello, que quienes más me escriben comentando esta columna están fuera del país. Se van, pero no olvidan. Viven con un pie acá.
Trabajan, producen, hacen dinero. Envían remesas que se convierten año a año en uno de los principales ingresos para el país.
Hace unos años participé en un grupo de mi universidad que investigó el efecto de las remesas colectivas en El Salvador. Asociaciones de salvadoreños en Estados Unidos, además de enviar dinero a sus familias, realizaban eventos y colectas para ejecutar proyectos en sus pueblos de origen. Los primeros proyectos eran generalmente la reconstrucción de iglesias, cementerios, escuelas y parques del pueblo. A medida que estas organizaciones de extranjeros crecían y maduraban, empezaron a invertir en proyectos productivos. Es decir, ya no solo construían un parque o arreglaban la escuela, sino que ahora buscaban que su dinero genere trabajo, producción y progreso para la gente de su pueblo. Pude conocer de cerca proyectos agrícolas con el financiamiento y asesoramiento de los grupos de salvadoreños en el extranjero. Iniciativas similares realizan grupos de emigrantes de varios países, incluyendo el nuestro.
Menciono esto para los ecuatorianos puertas afuera. Esos que trabajan por allá pero que siempre vuelven: en aviones, en los diarios que leen en internet, en las risas y las reuniones entre amigos ecuatorianos. Muchos me escriben diciendo que cuando regresen al país harán esto y lo otro por cambiarlo. No es necesario esperar al regreso. Pueden hacer muchísimo hoy y ahora, organizándose en el extranjero. Invirtiendo su dinero en proyectos productivos. Entendiendo la importancia de que el dinero que envíen no acabe solo en la ropa última moda para el sobrino o en una televisión plana para que la abuela vea la novela. Asegurándose que ese dinero ayude al desarrollo de la tierra donde aspiran regresar un día.
Aquí el gobierno podría jugar un papel. Otros países tienen programas en el que por cada dólar que los grupos de emigrantes envían para un proyecto comunitario, el gobierno –local y nacional– pone uno o más dólares. En un mundo ideal este sistema beneficiaría a muchos. Pero la falta de confianza que tenemos hoy hacia el gobierno me lleva a imaginar negociados con el dinero que con sudor han ganado los ecuatorianos en el extranjero, o gobiernos aprovechando esos fondos para obras que eran su obligación realizar. El sector privado, en cambio, sí es un socio natural para estos proyectos. De igual forma, muchos organismos internacionales de desarrollo ofrecen apoyo a estas iniciativas.
Vivir afuera no limita a nadie a ser un simple espectador de la realidad nacional. Las remesas convierten a los emigrantes en actores importantes de esa realidad.
Ellos tienen la oportunidad de multiplicar los beneficios de esas remesas para el bienestar de sus familias, sus comunidades y el día de su regreso.
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
A veces conocemos mejor nuestro país viviendo lejos de él. Estando lejos podemos comparar y analizar objetivamente. Llegamos a apreciar o a repudiar ciertas cosas que al estar en casa ni notábamos. Esa experiencia la viven hoy miles de ecuatorianos en España, Estados Unidos, Italia y otros países.
Son ellos los primeros en leer los periódicos ecuatorianos, devorando cada noticia. No es raro por ello, que quienes más me escriben comentando esta columna están fuera del país. Se van, pero no olvidan. Viven con un pie acá.
Trabajan, producen, hacen dinero. Envían remesas que se convierten año a año en uno de los principales ingresos para el país.
Hace unos años participé en un grupo de mi universidad que investigó el efecto de las remesas colectivas en El Salvador. Asociaciones de salvadoreños en Estados Unidos, además de enviar dinero a sus familias, realizaban eventos y colectas para ejecutar proyectos en sus pueblos de origen. Los primeros proyectos eran generalmente la reconstrucción de iglesias, cementerios, escuelas y parques del pueblo. A medida que estas organizaciones de extranjeros crecían y maduraban, empezaron a invertir en proyectos productivos. Es decir, ya no solo construían un parque o arreglaban la escuela, sino que ahora buscaban que su dinero genere trabajo, producción y progreso para la gente de su pueblo. Pude conocer de cerca proyectos agrícolas con el financiamiento y asesoramiento de los grupos de salvadoreños en el extranjero. Iniciativas similares realizan grupos de emigrantes de varios países, incluyendo el nuestro.
Menciono esto para los ecuatorianos puertas afuera. Esos que trabajan por allá pero que siempre vuelven: en aviones, en los diarios que leen en internet, en las risas y las reuniones entre amigos ecuatorianos. Muchos me escriben diciendo que cuando regresen al país harán esto y lo otro por cambiarlo. No es necesario esperar al regreso. Pueden hacer muchísimo hoy y ahora, organizándose en el extranjero. Invirtiendo su dinero en proyectos productivos. Entendiendo la importancia de que el dinero que envíen no acabe solo en la ropa última moda para el sobrino o en una televisión plana para que la abuela vea la novela. Asegurándose que ese dinero ayude al desarrollo de la tierra donde aspiran regresar un día.
Aquí el gobierno podría jugar un papel. Otros países tienen programas en el que por cada dólar que los grupos de emigrantes envían para un proyecto comunitario, el gobierno –local y nacional– pone uno o más dólares. En un mundo ideal este sistema beneficiaría a muchos. Pero la falta de confianza que tenemos hoy hacia el gobierno me lleva a imaginar negociados con el dinero que con sudor han ganado los ecuatorianos en el extranjero, o gobiernos aprovechando esos fondos para obras que eran su obligación realizar. El sector privado, en cambio, sí es un socio natural para estos proyectos. De igual forma, muchos organismos internacionales de desarrollo ofrecen apoyo a estas iniciativas.
Vivir afuera no limita a nadie a ser un simple espectador de la realidad nacional. Las remesas convierten a los emigrantes en actores importantes de esa realidad.
Ellos tienen la oportunidad de multiplicar los beneficios de esas remesas para el bienestar de sus familias, sus comunidades y el día de su regreso.
jueves, noviembre 10, 2005
A pesar de Bush
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Cuando Bush hijo se estrenó como presidente y aseguró que Latinoamérica sería una prioridad en su gobierno, le creímos esperanzados. Luego Bush empezó a ser Bush, con todas las barbaridades que eso implica. Invadió Iraq mientras Osama seguía vivito y coleando. Optó por imponer su voluntad antes que crear alianzas e integrarse a la comunidad internacional. Y Latinoamérica, bien gracias.
Hoy reaparecen los eternos latinoamericanos antiglobalización, antilibre comercio, antiprogreso, que creen que en el estatismo, el autoritarismo y la represión en Cuba está el futuro. Ahí estaban en Argentina, reunidos con sus banderas del Che coreando olé, olé, olé Fidel. Seguían a un adelgazado Maradona que alaba a Fidel y a Cuba –y es que Cuba es linda cuando uno no es cubano y se llama Diego Armando–. Ahí estaba Hugo escupiendo otro de esos discursos llenos de recicladas frases patrióticas que suelen destruir países.
Lo preocupante de estas protestas, a las que ya estamos acostumbrados, no es únicamente que la gente siga alabando a Fidel y comprando el populismo de Chávez. Lo que preocupa es que muchos que nos oponemos a Fidel, Chávez y compañía, esta vez apoyábamos parcialmente las protestas, porque estamos en contra de Bush y la arrogancia de su gobierno. El bigotito hitleriano con que aparecía en las pancartas no le quedaba nada mal. Bush y su desastroso gobierno han logrado unir los más diversos grupos latinoamericanos tras la consigna principal en Mar del Plata: ¡fuera Bush!
La antipatía que despierta Bush, unida al oportunismo y carisma de Chávez, han creado un retroceso en el camino hacia una América integrada muy difícil de reponer en el corto plazo. Por ahora lo importante es que Latinoamérica entienda que Bush no es Estados Unidos. Bush es simplemente un resbalón de ocho años de un pueblo digno y fuerte que se equivocó al votar (¿no nos pasa eso a todos?). Latinoamérica no debe confundir las retorcidas políticas internacionales de Bush y Cheney con los positivos ideales “americanos” que han llevado a las instituciones y la sociedad de Estados Unidos a ser, en general, un ejemplo a seguir. Chávez y Fidel han sabido aprovechar este odio hacia Bush para fomentar el odio hacia Estados Unidos y todo lo bueno que ese país representa. Que Latinoamérica no se deje engañar.
Con todo lo malo de Bush, sus errores no llegan ni a los talones de la infamia de un Fidel que ha transformado a Cuba en una cárcel donde el pueblo se muere de hambre y desesperanza. Lástima que Bush haya desperdiciado la oportunidad histórica que brindaron los ataques de septiembre 11 para que Latinoamérica –y el mundo entero– se uniera a Estados Unidos, imitara sus virtudes y caminara hacia una región integrada.
Ojalá Latinoamérica pueda ver detrás de la incompetencia de Bush y reconocer las sólidas bases e instituciones estadounidenses dignas de imitar. Que vea detrás del carisma de Fidel y sus imitadores y reconozca el sufrimiento, la miseria y las injusticias que vive el pueblo cubano.
Que entendamos que ningún país ha progresado cerrando sus fronteras. Y que a pesar de Bush, nuestra salida del atraso y la pobreza está en la integración, el libre comercio y un Estado reducido, como lo apoya Estados Unidos, y no en el autoritarismo, proteccionismo y estatismo de Fidel, Chávez y, ¡ay! Maradona.
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Cuando Bush hijo se estrenó como presidente y aseguró que Latinoamérica sería una prioridad en su gobierno, le creímos esperanzados. Luego Bush empezó a ser Bush, con todas las barbaridades que eso implica. Invadió Iraq mientras Osama seguía vivito y coleando. Optó por imponer su voluntad antes que crear alianzas e integrarse a la comunidad internacional. Y Latinoamérica, bien gracias.
Hoy reaparecen los eternos latinoamericanos antiglobalización, antilibre comercio, antiprogreso, que creen que en el estatismo, el autoritarismo y la represión en Cuba está el futuro. Ahí estaban en Argentina, reunidos con sus banderas del Che coreando olé, olé, olé Fidel. Seguían a un adelgazado Maradona que alaba a Fidel y a Cuba –y es que Cuba es linda cuando uno no es cubano y se llama Diego Armando–. Ahí estaba Hugo escupiendo otro de esos discursos llenos de recicladas frases patrióticas que suelen destruir países.
Lo preocupante de estas protestas, a las que ya estamos acostumbrados, no es únicamente que la gente siga alabando a Fidel y comprando el populismo de Chávez. Lo que preocupa es que muchos que nos oponemos a Fidel, Chávez y compañía, esta vez apoyábamos parcialmente las protestas, porque estamos en contra de Bush y la arrogancia de su gobierno. El bigotito hitleriano con que aparecía en las pancartas no le quedaba nada mal. Bush y su desastroso gobierno han logrado unir los más diversos grupos latinoamericanos tras la consigna principal en Mar del Plata: ¡fuera Bush!
La antipatía que despierta Bush, unida al oportunismo y carisma de Chávez, han creado un retroceso en el camino hacia una América integrada muy difícil de reponer en el corto plazo. Por ahora lo importante es que Latinoamérica entienda que Bush no es Estados Unidos. Bush es simplemente un resbalón de ocho años de un pueblo digno y fuerte que se equivocó al votar (¿no nos pasa eso a todos?). Latinoamérica no debe confundir las retorcidas políticas internacionales de Bush y Cheney con los positivos ideales “americanos” que han llevado a las instituciones y la sociedad de Estados Unidos a ser, en general, un ejemplo a seguir. Chávez y Fidel han sabido aprovechar este odio hacia Bush para fomentar el odio hacia Estados Unidos y todo lo bueno que ese país representa. Que Latinoamérica no se deje engañar.
Con todo lo malo de Bush, sus errores no llegan ni a los talones de la infamia de un Fidel que ha transformado a Cuba en una cárcel donde el pueblo se muere de hambre y desesperanza. Lástima que Bush haya desperdiciado la oportunidad histórica que brindaron los ataques de septiembre 11 para que Latinoamérica –y el mundo entero– se uniera a Estados Unidos, imitara sus virtudes y caminara hacia una región integrada.
Ojalá Latinoamérica pueda ver detrás de la incompetencia de Bush y reconocer las sólidas bases e instituciones estadounidenses dignas de imitar. Que vea detrás del carisma de Fidel y sus imitadores y reconozca el sufrimiento, la miseria y las injusticias que vive el pueblo cubano.
Que entendamos que ningún país ha progresado cerrando sus fronteras. Y que a pesar de Bush, nuestra salida del atraso y la pobreza está en la integración, el libre comercio y un Estado reducido, como lo apoya Estados Unidos, y no en el autoritarismo, proteccionismo y estatismo de Fidel, Chávez y, ¡ay! Maradona.
jueves, noviembre 03, 2005
Sinvergüenzas conocidos
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Nos quejamos todos los días de la corrupción de nuestros políticos. Gritamos alarmados los escándalos en el Congreso. Lamentamos la falta de integridad de nuestros funcionarios públicos. Pero no nos preguntamos qué estamos haciendo nosotros para detener tanta corrupción. ¿Qué hacemos por acabar con aquello que tanto criticamos?
No se trata de salir con una capa roja a luchar por la justicia. Tampoco se trata de poner en riesgo nuestra libertad acusando sin pruebas a aquellos que sabemos son corruptos. Si bien no hacen falta documentos para identificar al corrupto que entró a pie al Gobierno y salió en Mercedes, sí necesitamos las pruebas para acusarlos.
Ellos caminan tranquilos por el país y el mundo. Roban en el Gobierno. Son acusados de corrupción. Dejan el país hasta que se enfríen las cosas y algún juez les quite la orden de prisión. Y poco a poco nos vamos olvidando que alguna vez robaron y que lo siguen haciendo. Hasta que un día cuando alguien pregunta por el origen de la fortuna de ese elegante señor que conversa tranquilamente, se escucha con indiferencia: “Ah, ese se forró de plata en el gobierno de tal presidente”.
¿Entonces qué hacemos? ¿Qué tal si en lugar de quejarnos por tanta corrupción empezamos por marginar a los corruptos cercanos a nosotros? Todos tenemos por ahí algún amigo o conocido que hizo más dinero de la cuenta con medios dudosos. Ese que sin tener dónde caer muerto, le bastaron un par de años en un puesto público para construirse una casa con piscina. Aquel conocido sabido que siempre está en negocios raros. Aquel otro tan simpático –y es que los ladrones suelen ser simpáticos– que está siempre cerca al poder político para llevarse una tajada del pastel.
¿Qué tal si la próxima vez que nos invitan a la fiesta de quien hizo su fortuna en un negociado nos quedamos en casa, en lugar de aceptar la invitación y bebernos el Johnny negro comprado con dinero sucio? ¿Qué tal si en lugar de abrazar efusivamente a ese que bien sabemos estaba endeudado hasta los calzoncillos hasta que entró al Gobierno, simplemente lo ignoramos?
No es fácil ni agradable darle la espalda a la gente, peor aún a quien conocemos. Pero no podemos quejarnos de la corrupción mientras visitamos las casas y bebemos el trago de sinvergüenzas. ¿Queremos menos corrupción? Empecemos por marginar a los corruptos que tenemos cerca en lugar de celebrar su riqueza.
Qué tal, por ejemplo, si todos pifiamos cuando vemos a un corrupto. O como se ha hecho en otros lugares, salimos del restaurante cuando entra un sinvergüenza. Se reciben más propuestas. Busquemos un método y apliquémoslo para que los ladrones sepan que no pasan desapercibidos. Para que se sientan acusados. Talvez nunca encontremos las pruebas ni los jueces para acusarlos y encarcelarlos, pero al menos impediremos que vivan vidas normales.
Si queremos acabar con la corrupción en el Gobierno, en los negocios y en el día a día de nuestro país debemos empezar por marginar a los corruptos. Mientras los ladrones se sientan tranquilos con sus fortunas seguirán robando y más personas los imitarán. La corrupción disminuirá cuando todos señalemos al ladrón y el ladrón se sienta perseguido.
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Nos quejamos todos los días de la corrupción de nuestros políticos. Gritamos alarmados los escándalos en el Congreso. Lamentamos la falta de integridad de nuestros funcionarios públicos. Pero no nos preguntamos qué estamos haciendo nosotros para detener tanta corrupción. ¿Qué hacemos por acabar con aquello que tanto criticamos?
No se trata de salir con una capa roja a luchar por la justicia. Tampoco se trata de poner en riesgo nuestra libertad acusando sin pruebas a aquellos que sabemos son corruptos. Si bien no hacen falta documentos para identificar al corrupto que entró a pie al Gobierno y salió en Mercedes, sí necesitamos las pruebas para acusarlos.
Ellos caminan tranquilos por el país y el mundo. Roban en el Gobierno. Son acusados de corrupción. Dejan el país hasta que se enfríen las cosas y algún juez les quite la orden de prisión. Y poco a poco nos vamos olvidando que alguna vez robaron y que lo siguen haciendo. Hasta que un día cuando alguien pregunta por el origen de la fortuna de ese elegante señor que conversa tranquilamente, se escucha con indiferencia: “Ah, ese se forró de plata en el gobierno de tal presidente”.
¿Entonces qué hacemos? ¿Qué tal si en lugar de quejarnos por tanta corrupción empezamos por marginar a los corruptos cercanos a nosotros? Todos tenemos por ahí algún amigo o conocido que hizo más dinero de la cuenta con medios dudosos. Ese que sin tener dónde caer muerto, le bastaron un par de años en un puesto público para construirse una casa con piscina. Aquel conocido sabido que siempre está en negocios raros. Aquel otro tan simpático –y es que los ladrones suelen ser simpáticos– que está siempre cerca al poder político para llevarse una tajada del pastel.
¿Qué tal si la próxima vez que nos invitan a la fiesta de quien hizo su fortuna en un negociado nos quedamos en casa, en lugar de aceptar la invitación y bebernos el Johnny negro comprado con dinero sucio? ¿Qué tal si en lugar de abrazar efusivamente a ese que bien sabemos estaba endeudado hasta los calzoncillos hasta que entró al Gobierno, simplemente lo ignoramos?
No es fácil ni agradable darle la espalda a la gente, peor aún a quien conocemos. Pero no podemos quejarnos de la corrupción mientras visitamos las casas y bebemos el trago de sinvergüenzas. ¿Queremos menos corrupción? Empecemos por marginar a los corruptos que tenemos cerca en lugar de celebrar su riqueza.
Qué tal, por ejemplo, si todos pifiamos cuando vemos a un corrupto. O como se ha hecho en otros lugares, salimos del restaurante cuando entra un sinvergüenza. Se reciben más propuestas. Busquemos un método y apliquémoslo para que los ladrones sepan que no pasan desapercibidos. Para que se sientan acusados. Talvez nunca encontremos las pruebas ni los jueces para acusarlos y encarcelarlos, pero al menos impediremos que vivan vidas normales.
Si queremos acabar con la corrupción en el Gobierno, en los negocios y en el día a día de nuestro país debemos empezar por marginar a los corruptos. Mientras los ladrones se sientan tranquilos con sus fortunas seguirán robando y más personas los imitarán. La corrupción disminuirá cuando todos señalemos al ladrón y el ladrón se sienta perseguido.
jueves, octubre 27, 2005
Como Rosa
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Rosa Parks se negó a cederle su puesto en el bus a un hombre blanco. Rosa era negra en la Alabama de los cincuenta, cuando la segregación era la norma. Pero Rosa no se dejó. Cuando el chofer del bus le pidió que se moviera a los asientos de atrás para darle su lugar a un hombre blanco, ella dijo no. Fue arrestada y multada como lo establecía la ley. Pero su encierro no fue en vano. Dio inicio a todo un movimiento por los derechos civiles liderado por un joven Martin Luther King Jr.
Rosa no pretendía iniciar ningún movimiento. Era simplemente una mujer humilde cansada de tener que obedecer las estúpidas leyes que la convertían en un ciudadano de segunda. Pero hizo algo valiente en el momento histórico preciso.
Hoy el ejemplo de Rosa es importante, sobre todo en este estancado y corrupto Tercer Mundo. En Estados Unidos existen injusticias imposibles de evitar como en cualquier lugar, pero en general la ley funciona y es justa. Acá en cambio necesitamos nuestras Rosas, hombres y mujeres valientes y decididos que desafíen las injusticias que a diario vivimos.
Podemos ser como Rosa cuando un vigilante nos pida para las colas. Rosa diría: cíteme nomás que yo no le doy un centavo. Podemos ser como Rosa cuando vemos negociados a nuestro alrededor. Rosa no se quedaría callada y denunciaría la corrupción. Estoy seguro de que Rosa movería cielo y tierra para que el Seguro Social la trate con dignidad y haga su trabajo. Como Rosa, no debemos ceder nuestros derechos.
Aquí no son las leyes sino los hombres los que segregan. Diputados que le quitan el puesto del bus al pueblo que votó por ellos, para cedérselo a los intereses del jefe del partido; burócratas centralistas que segregan ciudades y provincias para mantener contentos a sus vecinos de la capital y sus eternos cheques a fin de mes; profesores de la UNE que mandan a los asientos del fondo a la educación de los niños para ellos sentarse muy cómodos en la primera fila de su incompetencia.
Cuando las leyes no funcionan se las debe enfrentar y cambiar. Cuando la gente no funciona, debe renovarse. Rosa luchó por eso. Hoy tenemos la propuesta de una Constituyente para cambiar las cosas. Desconfío de lo que se pueda hacer en ella, pero al menos indica un deseo de renovación. El verdadero cambio vendrá cuando tengamos más de una Rosa diputada que se niegue a seguir el juego de la confrontación y los intereses ocultos y les abra los ojos a los demás. Cuando más de uno se niegue a cederle su puesto a los prepotentes de siempre y su acto no quede aislado, sino que reciba el apoyo popular y de un líder dispuesto a encabezar la marcha.
Rosa Parks murió este lunes a sus noventa y dos años. Su coraje no muere para los millones de negros en Estados Unidos que hoy se pueden sentar donde les dé la gana.
Rosa Parks se quedó en su asiento y desobedeció una ley injusta. Es difícil combatir la injusticia como lo hizo Rosa. Hay que ser muy valiente. Pero si se está en el lugar y el momento preciso, ese acto de valentía puede ir muy lejos.
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Rosa Parks se negó a cederle su puesto en el bus a un hombre blanco. Rosa era negra en la Alabama de los cincuenta, cuando la segregación era la norma. Pero Rosa no se dejó. Cuando el chofer del bus le pidió que se moviera a los asientos de atrás para darle su lugar a un hombre blanco, ella dijo no. Fue arrestada y multada como lo establecía la ley. Pero su encierro no fue en vano. Dio inicio a todo un movimiento por los derechos civiles liderado por un joven Martin Luther King Jr.
Rosa no pretendía iniciar ningún movimiento. Era simplemente una mujer humilde cansada de tener que obedecer las estúpidas leyes que la convertían en un ciudadano de segunda. Pero hizo algo valiente en el momento histórico preciso.
Hoy el ejemplo de Rosa es importante, sobre todo en este estancado y corrupto Tercer Mundo. En Estados Unidos existen injusticias imposibles de evitar como en cualquier lugar, pero en general la ley funciona y es justa. Acá en cambio necesitamos nuestras Rosas, hombres y mujeres valientes y decididos que desafíen las injusticias que a diario vivimos.
Podemos ser como Rosa cuando un vigilante nos pida para las colas. Rosa diría: cíteme nomás que yo no le doy un centavo. Podemos ser como Rosa cuando vemos negociados a nuestro alrededor. Rosa no se quedaría callada y denunciaría la corrupción. Estoy seguro de que Rosa movería cielo y tierra para que el Seguro Social la trate con dignidad y haga su trabajo. Como Rosa, no debemos ceder nuestros derechos.
Aquí no son las leyes sino los hombres los que segregan. Diputados que le quitan el puesto del bus al pueblo que votó por ellos, para cedérselo a los intereses del jefe del partido; burócratas centralistas que segregan ciudades y provincias para mantener contentos a sus vecinos de la capital y sus eternos cheques a fin de mes; profesores de la UNE que mandan a los asientos del fondo a la educación de los niños para ellos sentarse muy cómodos en la primera fila de su incompetencia.
Cuando las leyes no funcionan se las debe enfrentar y cambiar. Cuando la gente no funciona, debe renovarse. Rosa luchó por eso. Hoy tenemos la propuesta de una Constituyente para cambiar las cosas. Desconfío de lo que se pueda hacer en ella, pero al menos indica un deseo de renovación. El verdadero cambio vendrá cuando tengamos más de una Rosa diputada que se niegue a seguir el juego de la confrontación y los intereses ocultos y les abra los ojos a los demás. Cuando más de uno se niegue a cederle su puesto a los prepotentes de siempre y su acto no quede aislado, sino que reciba el apoyo popular y de un líder dispuesto a encabezar la marcha.
Rosa Parks murió este lunes a sus noventa y dos años. Su coraje no muere para los millones de negros en Estados Unidos que hoy se pueden sentar donde les dé la gana.
Rosa Parks se quedó en su asiento y desobedeció una ley injusta. Es difícil combatir la injusticia como lo hizo Rosa. Hay que ser muy valiente. Pero si se está en el lugar y el momento preciso, ese acto de valentía puede ir muy lejos.
viernes, octubre 21, 2005
Queda el Javier
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Artículo escrito para la Revista “Javier Deportivo” - Colegio Javier
Hoy que nos tomamos un trago con el recuerdo y reímos como si fuera ayer cuando nos graduamos hace diez años. Hoy que se ha ido la voz de gallo y en lugar de barba empieza a asomar la calva. Hoy que hemos pasado por universidades, noviazgos, amores, desamores, matrimonios, divorcios, hijos, triunfos, derrotas, satisfacciones, emociones.
Hoy que caminamos por la vida como artistas, empresarios, abogados, casados, solteros, hombres de derechas e izquierdas, ateos, creyentes, padres, hijos, esposos, amantes, jefes, empleados, profesionales, emigrantes. Hoy que trabajamos en países lejanos y en la vuelta de la esquina. Hoy que hacemos cuentas para llegar a fin de mes.
Hoy que entendemos que aquella frasecita “Al Javier se entra pero nunca se sale” es tan cierta como suena. Hoy que el tiempo borra lecciones pero no borra momentos. Hoy que en el fondo todavía tenemos quince años.
Hoy queda el Javier.
Y quedan las estrictas lecciones de Villegas, las lunáticas teorías de Reyes, las historias del Abogado Muñoz. Quedan los eternos sermones de Paquito, el delicioso y sospechoso sánduche de la madrina, la tarjeta amarilla de Alfredito, el relajo en el bus, la gramática de la Caballero.
Y quedan el debe y el haber de la Fray, y queda el workbook de la Servigón. El graffiti en los baños, la teología de Gustavo, el himno nacional de los lunes con Barriga. La rayita en los recreos, la corbata en los exámenes, el papel ministro de Salvador, las canciones de los curas argentinos, el sonido del timbre, las horas libres, las horas felices.
Y queda el remón de siempre pidiendo plata junto al bar, el gordo con su termo y sus sánduches que a nadie brindaba, los abusadores de sexto robándole k-chitos a los de primero. Quedan la tierra y las piedras en la cancha de fútbol y el sueño verde cuando solo era un sueño, la piscina que nadie usaba, el cigarrillo junto al bar y a escondidas, la aplastadera de la cola.
Y quedan los amigos que llegaron al final, los amigos que quedaron en el camino, los amigos que se fueron, los que volvieron, los que nunca más volvimos a ver, los que vemos siempre, los de las risas a carcajadas, los de los puñetes a la salida, los cómplices, los incondicionales.
Y queda la emoción del gol el sábado en la mañana, el sabor del mango en fundita a la salida, la sacadera de aire en clase con Pedro, el olor a sudor y la hoja que se pega al brazo después de un partido en el recreo. Queda la borrachera del viernes. Quedan las fiestas, las niñas, el baile, el deseo, los besos.
Y queda la sala de computación con computadoras que nunca prendían, los órganos disecados que alguna profesora nos hacía tocar, los fouls de los profesores que el árbitro nunca pitaba. Y queda la kermesse con las chicas y el rock, la fuga y la misa de primer viernes, el himno a la Dolorosa a todo pulmón, el grito de hora libre cuando el profesor no llegaba, las confesiones con Moreta de un padrenuestro y tres avemarías. Queda la camiseta, la ardillita, el uniforme concho de vino. Quedan los profesores, compañeros, los amigos.
En fin, queda una época. Quedan años mas sencillos cuando las puertas permanecían abiertas. Queda la adolescencia, la juventud, la esperanza. Quedan las ilusiones, los sueños, las ganas. Queda el Javier. Quedamos los javerianos. Mientras el resto seguirá pasando.
Artículo escrito para la Revista “Javier Deportivo” - Colegio Javier
Hoy que nos tomamos un trago con el recuerdo y reímos como si fuera ayer cuando nos graduamos hace diez años. Hoy que se ha ido la voz de gallo y en lugar de barba empieza a asomar la calva. Hoy que hemos pasado por universidades, noviazgos, amores, desamores, matrimonios, divorcios, hijos, triunfos, derrotas, satisfacciones, emociones.
Hoy que caminamos por la vida como artistas, empresarios, abogados, casados, solteros, hombres de derechas e izquierdas, ateos, creyentes, padres, hijos, esposos, amantes, jefes, empleados, profesionales, emigrantes. Hoy que trabajamos en países lejanos y en la vuelta de la esquina. Hoy que hacemos cuentas para llegar a fin de mes.
Hoy que entendemos que aquella frasecita “Al Javier se entra pero nunca se sale” es tan cierta como suena. Hoy que el tiempo borra lecciones pero no borra momentos. Hoy que en el fondo todavía tenemos quince años.
Hoy queda el Javier.
Y quedan las estrictas lecciones de Villegas, las lunáticas teorías de Reyes, las historias del Abogado Muñoz. Quedan los eternos sermones de Paquito, el delicioso y sospechoso sánduche de la madrina, la tarjeta amarilla de Alfredito, el relajo en el bus, la gramática de la Caballero.
Y quedan el debe y el haber de la Fray, y queda el workbook de la Servigón. El graffiti en los baños, la teología de Gustavo, el himno nacional de los lunes con Barriga. La rayita en los recreos, la corbata en los exámenes, el papel ministro de Salvador, las canciones de los curas argentinos, el sonido del timbre, las horas libres, las horas felices.
Y queda el remón de siempre pidiendo plata junto al bar, el gordo con su termo y sus sánduches que a nadie brindaba, los abusadores de sexto robándole k-chitos a los de primero. Quedan la tierra y las piedras en la cancha de fútbol y el sueño verde cuando solo era un sueño, la piscina que nadie usaba, el cigarrillo junto al bar y a escondidas, la aplastadera de la cola.
Y quedan los amigos que llegaron al final, los amigos que quedaron en el camino, los amigos que se fueron, los que volvieron, los que nunca más volvimos a ver, los que vemos siempre, los de las risas a carcajadas, los de los puñetes a la salida, los cómplices, los incondicionales.
Y queda la emoción del gol el sábado en la mañana, el sabor del mango en fundita a la salida, la sacadera de aire en clase con Pedro, el olor a sudor y la hoja que se pega al brazo después de un partido en el recreo. Queda la borrachera del viernes. Quedan las fiestas, las niñas, el baile, el deseo, los besos.
Y queda la sala de computación con computadoras que nunca prendían, los órganos disecados que alguna profesora nos hacía tocar, los fouls de los profesores que el árbitro nunca pitaba. Y queda la kermesse con las chicas y el rock, la fuga y la misa de primer viernes, el himno a la Dolorosa a todo pulmón, el grito de hora libre cuando el profesor no llegaba, las confesiones con Moreta de un padrenuestro y tres avemarías. Queda la camiseta, la ardillita, el uniforme concho de vino. Quedan los profesores, compañeros, los amigos.
En fin, queda una época. Quedan años mas sencillos cuando las puertas permanecían abiertas. Queda la adolescencia, la juventud, la esperanza. Quedan las ilusiones, los sueños, las ganas. Queda el Javier. Quedamos los javerianos. Mientras el resto seguirá pasando.
jueves, octubre 20, 2005
¿Quién quiere ser presidente?
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
“Cuando estaba en la universidad/… yo también soñaba con ser presidente/pero ahora me da una flojera infinita/… Yo no quiero ser presidente.../no quiero servir al pueblo /yo sólo deseo fervientemente /servirme a mí mismo... /qué pereza ser presidente/despertarse temprano /inaugurar carreteras... / dar discursos memorables... /tener fe en el futuro…”, escribe Jaime Bayly.
Muchos, al igual que Bayly, abandonan la idea de ser presidente. La presidencia complica a la familia y saca demasiadas canas. Sucede en todos lados. Nuestro problema es que a los sacrificios naturales del poder debemos añadirle una segura orden de arresto. Así, ¿quién quiere ser presidente, o ministro, o lo que sea?
Los noticiarios nos acaban de mostrar a dos ex presidentes siendo escoltados a su encierro. Es vergonzoso y alarmante que todos nuestros ex presidentes a partir de Abdalá han tenido órdenes de arresto. Más allá de que sean víctimas de persecuciones o de su propia sinvergüencería, la figura del presidente ha pasado de ser respetada a condenada.
Los extremos siempre son malos. El extremo con gobernantes infalibles e intocables nunca es bueno. Pero el extremo al que hemos llegado, en el que ser presidente viene acompañado de persecuciones garantizadas, es peor. Obviamente, se debe castigar siguiendo el debido proceso legal los actos deshonestos de quienes nos gobiernan. Pero, en nuestro país lo legal y lo justo ya perdieron su significado. Si los últimos años sirven de ejemplo, antes que pensar en la constituyente o la refundación de este hundido país, Palacio debería buscarse un buen abogado y un plan de escape.
¿Quién quiere ser presidente en el país de la prisión preventiva, la Corte inexistente y los jueces comprados? ¿Quién quiere entrar en política en la tierra donde todo depende de la voluntad de unos cuantos políticos poderosos?
Me asusta pensar en quienes sí quieren ser presidentes: o son muy valientes, o confunden el ¿quién quiere ser presidente? con ¿quién quiere ser millonario?, o tienen tanto dinero que esto de ser presidente suena divertido, o están algo locos.
Palacio se encontró con la presidencia que aspiraba en silencio. Hoy habla con frases serias e importantes. Que no pierda su tiempo. Conque ayude a que más gente preparada quiera entrar en política, habrá hecho mucho por el país. Conque en lugar de insistir en consultas y constituyentes que acabarán en más escándalos y letra muerta se concentre en asegurar una Corte con jueces independientes, preparados y honestos que permitan a su sucesor gobernar con tranquilidad, para algo habrá servido su estadía en Carondelet.
Mientras la persecución, la cárcel y el exilio acompañen los puestos públicos nadie que sea honesto y valga la pena querrá ocuparlos. El tiempo vuela y ya mismo votaremos por un nuevo gobernante. Si nada cambia, Palacio y sus sucesores pasarán a la creciente lista de exiliados que cometieron el grave delito de ser presidentes.
Bayly termina escribiendo “yo no quiero ser presidente /por todo eso y algo más: /porque ser el preferido de la mayoría /suele ser una vulgaridad”. Ya quisiéramos que acá los presidentes fueran los preferidos de la mayoría, como sucede en Colombia y otros países. Mientras se puedan seguir ordenando arrestos de un telefonazo, dudo que alcancemos buenos gobernantes.
¿Quién quiere ser presidente?, pregunta la profesora. Hoy se levantan pocas manos.
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
“Cuando estaba en la universidad/… yo también soñaba con ser presidente/pero ahora me da una flojera infinita/… Yo no quiero ser presidente.../no quiero servir al pueblo /yo sólo deseo fervientemente /servirme a mí mismo... /qué pereza ser presidente/despertarse temprano /inaugurar carreteras... / dar discursos memorables... /tener fe en el futuro…”, escribe Jaime Bayly.
Muchos, al igual que Bayly, abandonan la idea de ser presidente. La presidencia complica a la familia y saca demasiadas canas. Sucede en todos lados. Nuestro problema es que a los sacrificios naturales del poder debemos añadirle una segura orden de arresto. Así, ¿quién quiere ser presidente, o ministro, o lo que sea?
Los noticiarios nos acaban de mostrar a dos ex presidentes siendo escoltados a su encierro. Es vergonzoso y alarmante que todos nuestros ex presidentes a partir de Abdalá han tenido órdenes de arresto. Más allá de que sean víctimas de persecuciones o de su propia sinvergüencería, la figura del presidente ha pasado de ser respetada a condenada.
Los extremos siempre son malos. El extremo con gobernantes infalibles e intocables nunca es bueno. Pero el extremo al que hemos llegado, en el que ser presidente viene acompañado de persecuciones garantizadas, es peor. Obviamente, se debe castigar siguiendo el debido proceso legal los actos deshonestos de quienes nos gobiernan. Pero, en nuestro país lo legal y lo justo ya perdieron su significado. Si los últimos años sirven de ejemplo, antes que pensar en la constituyente o la refundación de este hundido país, Palacio debería buscarse un buen abogado y un plan de escape.
¿Quién quiere ser presidente en el país de la prisión preventiva, la Corte inexistente y los jueces comprados? ¿Quién quiere entrar en política en la tierra donde todo depende de la voluntad de unos cuantos políticos poderosos?
Me asusta pensar en quienes sí quieren ser presidentes: o son muy valientes, o confunden el ¿quién quiere ser presidente? con ¿quién quiere ser millonario?, o tienen tanto dinero que esto de ser presidente suena divertido, o están algo locos.
Palacio se encontró con la presidencia que aspiraba en silencio. Hoy habla con frases serias e importantes. Que no pierda su tiempo. Conque ayude a que más gente preparada quiera entrar en política, habrá hecho mucho por el país. Conque en lugar de insistir en consultas y constituyentes que acabarán en más escándalos y letra muerta se concentre en asegurar una Corte con jueces independientes, preparados y honestos que permitan a su sucesor gobernar con tranquilidad, para algo habrá servido su estadía en Carondelet.
Mientras la persecución, la cárcel y el exilio acompañen los puestos públicos nadie que sea honesto y valga la pena querrá ocuparlos. El tiempo vuela y ya mismo votaremos por un nuevo gobernante. Si nada cambia, Palacio y sus sucesores pasarán a la creciente lista de exiliados que cometieron el grave delito de ser presidentes.
Bayly termina escribiendo “yo no quiero ser presidente /por todo eso y algo más: /porque ser el preferido de la mayoría /suele ser una vulgaridad”. Ya quisiéramos que acá los presidentes fueran los preferidos de la mayoría, como sucede en Colombia y otros países. Mientras se puedan seguir ordenando arrestos de un telefonazo, dudo que alcancemos buenos gobernantes.
¿Quién quiere ser presidente?, pregunta la profesora. Hoy se levantan pocas manos.
jueves, octubre 13, 2005
Tomando nota
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Continuidad. Buenos directores técnicos. Saber aprovechar las ventajas. Tres elementos que contribuyeron al éxito de nuestra selección de fútbol. Tres elementos que no existen a nivel de gobierno y país.
La selección está donde está gracias al trabajo continuo y perseverante de sus técnicos y jugadores. Maturana, Bolillo y Suárez han sabido complementarse, formar y construir continuando el trabajo iniciado por Draskovic. Los cambios positivos no se dan de la noche a la mañana. Se dan a base de un trabajo continuo, sin virajes bruscos de timón. No se pasa de retro a quinta. Hay que pasar por primera, segunda, tercera.
Nuestros gobiernos han hecho todo lo contrario. Lo que un gobierno inicia, el siguiente lo desecha para empezar de cero. Tratan de arrancar en tercera, nos prometen que en pocos meses andaremos en quinta para terminar de retro. Las mejoras en Guayaquil y Quito son claros ejemplos de lo que una continuidad de políticas públicas puede lograr. No se trata de continuar con el mismo partido político, ni con el mismo estilo de gobierno. Ni siquiera con la misma tendencia política. Se puede ir de un gobierno de izquierda a derecha y mantener una continuidad de políticas básicas. Se trata de construir sobre lo construido y no destruir para construir a medias. Planear a largo plazo para que los grandes proyectos sobrevivan a los gobiernos.
Y para esto se necesitan buenos líderes y dirigentes. Mientras en fútbol se planea a futuro, se busca con cuidado al técnico y se le exige experiencia y calificaciones idóneas para su posición, en política votamos por cualquiera. No hay nada más ecuatoriano que la selección de fútbol. Nada que nos haga sentir el país tanto como esos once jugadores en la cancha. Y sin embargo, quienes han guiado los pasos de la selección han sido extranjeros. Es que en fútbol, a la hora de escoger un director técnico dejamos a un lado nacionalismos y otras ridiculeces y buscamos simplemente al mejor, sin importar de dónde venga. ¿Llegará el momento en que hagamos lo mismo con nuestro presidente? El día que discutamos por largas horas las calificaciones de tal o cual candidato como lo hacemos con los técnicos. El día que miremos más allá del empaque y la sonrisa y votemos simplemente por el mejor ecuatoriano para el puesto.
Y lo tercero: saber aprovechar ventajas comparativas. La selección aprovechó al máximo la oportunidad que le da jugar en la altura de Quito. No perdió ni un partido en casa. ¿Cuántos partidos pierden a diario nuestros gobiernos? Tenemos recursos naturales para explotar al máximo con proyectos que postergamos entre trabas y corrupción. Tenemos regiones ideales para el turismo que desaprovechamos. Archivamos nuestras ventajas comparativas. Nos comemos los goles en casa y nos dejamos golear por el equipo visitante.
Los goles no entran de suerte. El progreso no llega de repente. En el país de la improvisación la selección nos ha dado una lección de lo que el trabajo constante y a largo plazo, escogiendo buenos dirigentes y jugadores y aprovechando las ventajas comparativas, puede lograr. La meta es clara en fútbol: hacer goles y ganar partidos. Fijemos nuestra meta como país y avancemos en esa dirección. Que tomen nota nuestros políticos. Que tomemos nota todos.
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Continuidad. Buenos directores técnicos. Saber aprovechar las ventajas. Tres elementos que contribuyeron al éxito de nuestra selección de fútbol. Tres elementos que no existen a nivel de gobierno y país.
La selección está donde está gracias al trabajo continuo y perseverante de sus técnicos y jugadores. Maturana, Bolillo y Suárez han sabido complementarse, formar y construir continuando el trabajo iniciado por Draskovic. Los cambios positivos no se dan de la noche a la mañana. Se dan a base de un trabajo continuo, sin virajes bruscos de timón. No se pasa de retro a quinta. Hay que pasar por primera, segunda, tercera.
Nuestros gobiernos han hecho todo lo contrario. Lo que un gobierno inicia, el siguiente lo desecha para empezar de cero. Tratan de arrancar en tercera, nos prometen que en pocos meses andaremos en quinta para terminar de retro. Las mejoras en Guayaquil y Quito son claros ejemplos de lo que una continuidad de políticas públicas puede lograr. No se trata de continuar con el mismo partido político, ni con el mismo estilo de gobierno. Ni siquiera con la misma tendencia política. Se puede ir de un gobierno de izquierda a derecha y mantener una continuidad de políticas básicas. Se trata de construir sobre lo construido y no destruir para construir a medias. Planear a largo plazo para que los grandes proyectos sobrevivan a los gobiernos.
Y para esto se necesitan buenos líderes y dirigentes. Mientras en fútbol se planea a futuro, se busca con cuidado al técnico y se le exige experiencia y calificaciones idóneas para su posición, en política votamos por cualquiera. No hay nada más ecuatoriano que la selección de fútbol. Nada que nos haga sentir el país tanto como esos once jugadores en la cancha. Y sin embargo, quienes han guiado los pasos de la selección han sido extranjeros. Es que en fútbol, a la hora de escoger un director técnico dejamos a un lado nacionalismos y otras ridiculeces y buscamos simplemente al mejor, sin importar de dónde venga. ¿Llegará el momento en que hagamos lo mismo con nuestro presidente? El día que discutamos por largas horas las calificaciones de tal o cual candidato como lo hacemos con los técnicos. El día que miremos más allá del empaque y la sonrisa y votemos simplemente por el mejor ecuatoriano para el puesto.
Y lo tercero: saber aprovechar ventajas comparativas. La selección aprovechó al máximo la oportunidad que le da jugar en la altura de Quito. No perdió ni un partido en casa. ¿Cuántos partidos pierden a diario nuestros gobiernos? Tenemos recursos naturales para explotar al máximo con proyectos que postergamos entre trabas y corrupción. Tenemos regiones ideales para el turismo que desaprovechamos. Archivamos nuestras ventajas comparativas. Nos comemos los goles en casa y nos dejamos golear por el equipo visitante.
Los goles no entran de suerte. El progreso no llega de repente. En el país de la improvisación la selección nos ha dado una lección de lo que el trabajo constante y a largo plazo, escogiendo buenos dirigentes y jugadores y aprovechando las ventajas comparativas, puede lograr. La meta es clara en fútbol: hacer goles y ganar partidos. Fijemos nuestra meta como país y avancemos en esa dirección. Que tomen nota nuestros políticos. Que tomemos nota todos.
jueves, octubre 06, 2005
El futuro con linterna
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Al paso que vamos, en poco tiempo escribiré esta columna con pluma y papel. Otra vez nos amenazan los apagones. Adiós a las computadoras, el e-mail, el fax. En la era de la tecnología, la globalización, la electrónica y la información volando a toda velocidad, los ecuatorianos estamos a punto de volver a los chasquis. La falta de planificación de nuestros gobiernos nos sumerge en lo más profundo del fango tercermundista. Hablamos de competitividad, libre comercio, reactivación y dudamos si podremos encender nuestras computadoras y hacer andar nuestras fábricas.
¿Quién responde por la falta de planificación? ¿Quién nos paga las pérdidas? ¿A quién le cobra el pobre ciudadano por su refrigeradora quemada por los cambios de voltaje? ¿Quién le paga a las empresas las horas perdidas con maquinaria apagada? Nadie responde. Silencio en la capital. Los culpables se esconden en las esquinas de nuestra oscura historia política. A cambio nos ofrecen multas si no ahorramos electricidad.
Gobierno tras gobierno se han lanzado la pelotita del futuro para concentrarse en lo inmediato. Nadie analiza las acciones que se deben tomar para el país del 2010, 2015, 2020. Nuestros gobiernos se concentran en sobrevivir. Como alcohólicos en recuperación, solo piensan en el día a día. Hoy no tomaré un trago. Hoy no me echarán del poder. En mañana y pasado mañana que piensen otros. Es cierto que no podemos echarle la culpa a los actuales gobernantes y políticos por la crisis energética (aunque algunos de ellos sí son parte de las decisiones que no se tomaron en un pasado), pero sí debemos exigirles que no cometan los mismos errores.
Vamos todos a ahorrar electricidad como nos piden porque no queremos apagones, porque no queremos pérdidas, porque queremos salir de esta crisis y porque no queremos que nos multen. Por lo pronto podemos apagar la televisión y en lugar de envenenarnos con la crónica roja y programas que dan vergüenza ajena, podemos leer un libro o simplemente conversar. Pero el asunto no puede quedarse ahí. Este Gobierno debe diseñar y mostrarnos el mapa para un Ecuador con energía.
El Congreso ya puede hacer lo suyo apoyando el proyecto para crear incentivos tributarios, que atraería a empresas extranjeras a invertir en el sector eléctrico. Y este Gobierno tiene la oportunidad de convertirse en el Gobierno de la energía ejecutando los proyectos que otros han postergado año tras año, invirtiendo en el Ecuador de los próximos años y no de la próxima encuesta de popularidad.
Pero estoy soñando. Este Gobierno de paso, al igual que los anteriores, se concentrará en sobrevivir, en caerle bien a los grupos de poder, en desfilar por conferencias y asambleas internacionales, en esperar a que venga el siguiente. No hará nada por nuestro futuro. Dejará a un lado los proyectos eléctricos, la educación, la salud y todo aquello que no ofrezca resultados inmediatos. Se irá Palacio sin pena ni gloria logrando su objetivo: sobrevivir en el poder. Que del mañana se encargue el siguiente gobierno. Y el siguiente y el siguiente.
Ojalá esté equivocado. Que este Gobierno nos sorprenda. Que las acciones de hoy enciendan las luces y las máquinas del Ecuador del 2010. Por lo pronto voy comprando velas y linternas para iluminar los oscuros días que nos esperan.
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador
Al paso que vamos, en poco tiempo escribiré esta columna con pluma y papel. Otra vez nos amenazan los apagones. Adiós a las computadoras, el e-mail, el fax. En la era de la tecnología, la globalización, la electrónica y la información volando a toda velocidad, los ecuatorianos estamos a punto de volver a los chasquis. La falta de planificación de nuestros gobiernos nos sumerge en lo más profundo del fango tercermundista. Hablamos de competitividad, libre comercio, reactivación y dudamos si podremos encender nuestras computadoras y hacer andar nuestras fábricas.
¿Quién responde por la falta de planificación? ¿Quién nos paga las pérdidas? ¿A quién le cobra el pobre ciudadano por su refrigeradora quemada por los cambios de voltaje? ¿Quién le paga a las empresas las horas perdidas con maquinaria apagada? Nadie responde. Silencio en la capital. Los culpables se esconden en las esquinas de nuestra oscura historia política. A cambio nos ofrecen multas si no ahorramos electricidad.
Gobierno tras gobierno se han lanzado la pelotita del futuro para concentrarse en lo inmediato. Nadie analiza las acciones que se deben tomar para el país del 2010, 2015, 2020. Nuestros gobiernos se concentran en sobrevivir. Como alcohólicos en recuperación, solo piensan en el día a día. Hoy no tomaré un trago. Hoy no me echarán del poder. En mañana y pasado mañana que piensen otros. Es cierto que no podemos echarle la culpa a los actuales gobernantes y políticos por la crisis energética (aunque algunos de ellos sí son parte de las decisiones que no se tomaron en un pasado), pero sí debemos exigirles que no cometan los mismos errores.
Vamos todos a ahorrar electricidad como nos piden porque no queremos apagones, porque no queremos pérdidas, porque queremos salir de esta crisis y porque no queremos que nos multen. Por lo pronto podemos apagar la televisión y en lugar de envenenarnos con la crónica roja y programas que dan vergüenza ajena, podemos leer un libro o simplemente conversar. Pero el asunto no puede quedarse ahí. Este Gobierno debe diseñar y mostrarnos el mapa para un Ecuador con energía.
El Congreso ya puede hacer lo suyo apoyando el proyecto para crear incentivos tributarios, que atraería a empresas extranjeras a invertir en el sector eléctrico. Y este Gobierno tiene la oportunidad de convertirse en el Gobierno de la energía ejecutando los proyectos que otros han postergado año tras año, invirtiendo en el Ecuador de los próximos años y no de la próxima encuesta de popularidad.
Pero estoy soñando. Este Gobierno de paso, al igual que los anteriores, se concentrará en sobrevivir, en caerle bien a los grupos de poder, en desfilar por conferencias y asambleas internacionales, en esperar a que venga el siguiente. No hará nada por nuestro futuro. Dejará a un lado los proyectos eléctricos, la educación, la salud y todo aquello que no ofrezca resultados inmediatos. Se irá Palacio sin pena ni gloria logrando su objetivo: sobrevivir en el poder. Que del mañana se encargue el siguiente gobierno. Y el siguiente y el siguiente.
Ojalá esté equivocado. Que este Gobierno nos sorprenda. Que las acciones de hoy enciendan las luces y las máquinas del Ecuador del 2010. Por lo pronto voy comprando velas y linternas para iluminar los oscuros días que nos esperan.
jueves, septiembre 29, 2005
En el país del diez por ciento
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
O quince, o veinte, o más. Tanto para ti, tanto para mí. Los dos contentos. Solo pierde el país. Perdemos todos.
Supuestamente la vida política es mal pagada. Pero yo no veo a nuestros políticos en apuros económicos. Entran con sus ternos gastados y salen relucientes con corbatas italianas mientras un brillante Rolex reemplaza al viejo Citizen. Veo a mis políticos con sus casas con piscina, sus carros alemanes y sus comodidades, hablar de honestidad, de combatir la corrupción y tanta cosa más. Y me pregunto si hemos llegado a tal punto de amoralidad que entre políticos ya no se considera corrupción el recibir un porcentaje del valor del contrato de una obra, o el ser accionista de una empresa constructora que, oh sorpresa, gana todos los contratos públicos, o el utilizar sus influencias políticas a favor de sus empresas y las de sus amigos.
En el país del diez o más por ciento cada obra pública tiene su precio político, sus sobornos, sus favores y todo depende del “cuánto hay”. Los negocios importantes están reservados para los aliados del partido. Los cercanos al poder hacen accionistas a sus amigos políticos y juntos ven sus cuentas llenarse de ceros. El apoyo para la construcción de una obra requiere contratar los servicios de la empresa de tal o cual político. En el país del diez por ciento hemos caído tan bajo que consideramos un buen funcionario a aquel que “aunque robe y tenga sus negociados haga bien las cosas”.
No es sencillo combatir la corrupción del diez por ciento. No es tan descarada como llevarse fundas de fondos de gastos reservados. Se esconde detrás de un manto inofensivo. Si las obras se construyen y la gente está contenta, ¿qué tiene de malo que yo me lleve mi partecita?, dirá nuestro político. Hay otros que no hacen nada y se lo llevan todo, yo en cambio hago bien las cosas, y solo recibo lo que merezco por mi trabajo, continuará nuestro humilde funcionario. Y claro, cuando acudimos a votar, nos vamos por el del diez por ciento que sí trabaja, antes que por el santo que se deja ver la cara.
Los bajos sueldos del sector público siempre son una excusa para la corrupción. Hay quienes justifican las coimas que piden los vigilantes de la Comisión de Tránsito diciendo que necesitan redondearse sus pobres sueldos. Lo mismo dirán nuestros humildes diputados, alcaldes, prefectos y ministros. Nos pagan tan poco que debemos completarnos el sueldo a base de influencias, privilegios y veinte por ciento.
Un reciente artículo de Thomas Friedman en el New York Times comenta cómo en Singapur los altos sueldos que se pagan a los funcionarios públicos permiten tener a las mejores personas en el gobierno. Si bien en nuestro país mucha gente preparada y honesta no está dispuesta a trabajar en el sector público por los malos sueldos, dudo que sueldos competitivos sean la solución para deshacernos de tanta corrupción. Las raíces son más profundas.
Mientras aceptemos con nuestro silencio y nuestro voto la cultura del tanto por ciento, nuestros políticos se seguirán enriqueciendo con total tranquilidad. Y tristemente, cada día más personas dirán que “no tiene nada de malo, si todo el mundo lo hace”.
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
O quince, o veinte, o más. Tanto para ti, tanto para mí. Los dos contentos. Solo pierde el país. Perdemos todos.
Supuestamente la vida política es mal pagada. Pero yo no veo a nuestros políticos en apuros económicos. Entran con sus ternos gastados y salen relucientes con corbatas italianas mientras un brillante Rolex reemplaza al viejo Citizen. Veo a mis políticos con sus casas con piscina, sus carros alemanes y sus comodidades, hablar de honestidad, de combatir la corrupción y tanta cosa más. Y me pregunto si hemos llegado a tal punto de amoralidad que entre políticos ya no se considera corrupción el recibir un porcentaje del valor del contrato de una obra, o el ser accionista de una empresa constructora que, oh sorpresa, gana todos los contratos públicos, o el utilizar sus influencias políticas a favor de sus empresas y las de sus amigos.
En el país del diez o más por ciento cada obra pública tiene su precio político, sus sobornos, sus favores y todo depende del “cuánto hay”. Los negocios importantes están reservados para los aliados del partido. Los cercanos al poder hacen accionistas a sus amigos políticos y juntos ven sus cuentas llenarse de ceros. El apoyo para la construcción de una obra requiere contratar los servicios de la empresa de tal o cual político. En el país del diez por ciento hemos caído tan bajo que consideramos un buen funcionario a aquel que “aunque robe y tenga sus negociados haga bien las cosas”.
No es sencillo combatir la corrupción del diez por ciento. No es tan descarada como llevarse fundas de fondos de gastos reservados. Se esconde detrás de un manto inofensivo. Si las obras se construyen y la gente está contenta, ¿qué tiene de malo que yo me lleve mi partecita?, dirá nuestro político. Hay otros que no hacen nada y se lo llevan todo, yo en cambio hago bien las cosas, y solo recibo lo que merezco por mi trabajo, continuará nuestro humilde funcionario. Y claro, cuando acudimos a votar, nos vamos por el del diez por ciento que sí trabaja, antes que por el santo que se deja ver la cara.
Los bajos sueldos del sector público siempre son una excusa para la corrupción. Hay quienes justifican las coimas que piden los vigilantes de la Comisión de Tránsito diciendo que necesitan redondearse sus pobres sueldos. Lo mismo dirán nuestros humildes diputados, alcaldes, prefectos y ministros. Nos pagan tan poco que debemos completarnos el sueldo a base de influencias, privilegios y veinte por ciento.
Un reciente artículo de Thomas Friedman en el New York Times comenta cómo en Singapur los altos sueldos que se pagan a los funcionarios públicos permiten tener a las mejores personas en el gobierno. Si bien en nuestro país mucha gente preparada y honesta no está dispuesta a trabajar en el sector público por los malos sueldos, dudo que sueldos competitivos sean la solución para deshacernos de tanta corrupción. Las raíces son más profundas.
Mientras aceptemos con nuestro silencio y nuestro voto la cultura del tanto por ciento, nuestros políticos se seguirán enriqueciendo con total tranquilidad. Y tristemente, cada día más personas dirán que “no tiene nada de malo, si todo el mundo lo hace”.
jueves, septiembre 22, 2005
¿Malos vecinos, nosotros?
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Con justa razón, la revista colombiana Semana se acaba de referir a los ecuatorianos como “malos vecinos”. El artículo dice que “no pocos ciudadanos colombianos asentados en el vecino país –desde refugiados y obreros, hasta altos ejecutivos, empresarios e inversionistas– sostienen que ha comenzado a desatarse cierta ola xenófoba”.
Nos caen muy bien los colombianos mientras nos hagan bailar con su música, dirijan a nuestros futbolistas para clasificar al mundial y nos entretengan con sus telenovelas. Pero cuando vienen a competir en nuestro suelo, nos picamos y les cerramos las puertas. Las modelos locales gritan foul ante las modelos colombianas que nos invaden con su metro ochenta de curvas y simpatía. Nuestros profesionales viven la “injusticia” de perder puestos de trabajo ante profesionales colombianos con maestrías que cobran más barato. Y nuestros pobres vendedores son relegados en sus funciones por vendedores del país vecino, que saben vender arena en el desierto con una sonrisa. Ahí se acaba el baile con Carlos Vives y las alabanzas al Bolillo y Suárez. Y cómplicemente empujamos a las autoridades para que devuelvan a su tierra a estos colombianos guerrilleros.
A base de una buena preparación, educación y alimentación (porque definitivamente algo extra comen esas modelos colombianas) nuestros vecinos del norte nos están ganando puestos en nuestro propio terreno. Y claro, ante tal abuso, nuestras siempre competentes autoridades han propuesto medidas como la de pedirles visa o perseguirlos como criminales. Con la excusa de que muchos “indeseables” vienen del norte a cometer asaltos, actos guerrilleros y otros crímenes, metemos a todos en el mismo costal, y así nos libramos tanto del criminal como del panadero colombiano de la esquina que le quita trabajo al panadero local. ¡Que viva la integración andina! ¡Arriba la hermandad latinoamericana! ¡Negociemos juntos el TLC! Pero todo de lejitos nomás.
Practicamos un doble discurso. Nos quejamos y denunciamos el mal trato, abusos y dificultades que deben soportar nuestros emigrantes en Estados Unidos y Europa. Pero resulta que a la hora de recibir extranjeros somos iguales o peores que aquellos a quienes denunciamos. En lugar de recibir a nuestros vecinos con brazos abiertos y sentirnos orgullosos de que otros dejen sus países para venir al nuestro, se nos suben los humos y les cerramos las puertas.
Nuestras flaquezas no se superan evitando la competencia. Si no nos gusta que nos ganen en nuestro propio terreno, entonces estudiemos y preparémonos bien. Invirtamos más, mucho más, en nuestra educación y capacitación. En lugar de quejarnos y discriminar a los inmigrantes, sepamos competir o unirnos a ellos. Obviamente no todos los colombianos en Ecuador son unos santos. Como no todos los ecuatorianos en Madrid o Nueva York lo son. Pero no podemos justificar la discriminación y xenofobia contra todos nuestros vecinos solo porque unos cuantos anden en cosas chuecas.
Aprendamos de las fortalezas del vecino y enseñémosles las nuestras. Tenemos muchas cosas buenas en nuestro país, que van más allá del dólar, que hacen venir a colombianos y peruanos. Tenemos mucho que aprender los unos de los otros, pero estamos desaprovechando la oportunidad entre ridiculeces, prejuicios y nacionalismos.
Nos encanta hablar de una Latinoamérica fuerte y unida. Empecemos por recibir bien a nuestros vecinos. Si no somos capaces de eso, Latinoamérica es solo un sueño.
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Con justa razón, la revista colombiana Semana se acaba de referir a los ecuatorianos como “malos vecinos”. El artículo dice que “no pocos ciudadanos colombianos asentados en el vecino país –desde refugiados y obreros, hasta altos ejecutivos, empresarios e inversionistas– sostienen que ha comenzado a desatarse cierta ola xenófoba”.
Nos caen muy bien los colombianos mientras nos hagan bailar con su música, dirijan a nuestros futbolistas para clasificar al mundial y nos entretengan con sus telenovelas. Pero cuando vienen a competir en nuestro suelo, nos picamos y les cerramos las puertas. Las modelos locales gritan foul ante las modelos colombianas que nos invaden con su metro ochenta de curvas y simpatía. Nuestros profesionales viven la “injusticia” de perder puestos de trabajo ante profesionales colombianos con maestrías que cobran más barato. Y nuestros pobres vendedores son relegados en sus funciones por vendedores del país vecino, que saben vender arena en el desierto con una sonrisa. Ahí se acaba el baile con Carlos Vives y las alabanzas al Bolillo y Suárez. Y cómplicemente empujamos a las autoridades para que devuelvan a su tierra a estos colombianos guerrilleros.
A base de una buena preparación, educación y alimentación (porque definitivamente algo extra comen esas modelos colombianas) nuestros vecinos del norte nos están ganando puestos en nuestro propio terreno. Y claro, ante tal abuso, nuestras siempre competentes autoridades han propuesto medidas como la de pedirles visa o perseguirlos como criminales. Con la excusa de que muchos “indeseables” vienen del norte a cometer asaltos, actos guerrilleros y otros crímenes, metemos a todos en el mismo costal, y así nos libramos tanto del criminal como del panadero colombiano de la esquina que le quita trabajo al panadero local. ¡Que viva la integración andina! ¡Arriba la hermandad latinoamericana! ¡Negociemos juntos el TLC! Pero todo de lejitos nomás.
Practicamos un doble discurso. Nos quejamos y denunciamos el mal trato, abusos y dificultades que deben soportar nuestros emigrantes en Estados Unidos y Europa. Pero resulta que a la hora de recibir extranjeros somos iguales o peores que aquellos a quienes denunciamos. En lugar de recibir a nuestros vecinos con brazos abiertos y sentirnos orgullosos de que otros dejen sus países para venir al nuestro, se nos suben los humos y les cerramos las puertas.
Nuestras flaquezas no se superan evitando la competencia. Si no nos gusta que nos ganen en nuestro propio terreno, entonces estudiemos y preparémonos bien. Invirtamos más, mucho más, en nuestra educación y capacitación. En lugar de quejarnos y discriminar a los inmigrantes, sepamos competir o unirnos a ellos. Obviamente no todos los colombianos en Ecuador son unos santos. Como no todos los ecuatorianos en Madrid o Nueva York lo son. Pero no podemos justificar la discriminación y xenofobia contra todos nuestros vecinos solo porque unos cuantos anden en cosas chuecas.
Aprendamos de las fortalezas del vecino y enseñémosles las nuestras. Tenemos muchas cosas buenas en nuestro país, que van más allá del dólar, que hacen venir a colombianos y peruanos. Tenemos mucho que aprender los unos de los otros, pero estamos desaprovechando la oportunidad entre ridiculeces, prejuicios y nacionalismos.
Nos encanta hablar de una Latinoamérica fuerte y unida. Empecemos por recibir bien a nuestros vecinos. Si no somos capaces de eso, Latinoamérica es solo un sueño.
jueves, septiembre 15, 2005
Se busca líder
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Antes, hace unos diez años, estábamos más tranquilos con el país. Teníamos problemas, deudas, huelgas y corrupción como hoy. Pero, con todas las dificultades, poníamos más confianza y esperanzas en nuestros gobiernos.
Hasta hace diez años, nuestros presidentes no tenían que hacer maletas para huir del país. Bien o mal hicieron respetar la figura de la presidencia. Bien o mal sus ministros y funcionarios duraban más de tres meses.
Con la caída de Abdalá, la aparente estabilidad empezó a derrumbarse. Y cayeron también nuestra confianza en el país y nuestras ganas de quedarnos. Hoy, investigamos con lupa en las ramas de nuestro árbol genealógico, para ver si nos llega, aunque sea de chanfle, suficiente sangre española, italiana o la que sea que nos permita alcanzar un pasaporte europeo. Hoy, jugamos a la ruleta rusa huyendo en barcos con destinos inciertos. Solo ayer, llenamos los vuelos a Madrid mientras las puertas de Europa estuvieron abiertas. Los sueños del joven bachiller apuntan lejos de nuestras fronteras.
En este país del que todos huyen, sin Corte Suprema, con un Congreso que da pena y un Ejecutivo sin personalidad, buscamos de urgencia un nuevo líder. En un país de bases débiles como el nuestro, los líderes hacen las instituciones. Se busca un líder que fortalezca estas instituciones, o lo que queda de ellas. Un líder con visión a largo plazo. Un líder que enfoque sus esfuerzos en el país del futuro, antes que en las encuestas de popularidad de la semana. ¿Es mucho pedir? Hoy por hoy, parece que sí.
Ninguno de los candidatos y posibles candidatos presidenciales inspiran ese sentido de liderazgo y visión a largo plazo. Ante la amenaza de apagones, vemos los problemas y las pérdidas que una falta de planificación y visión puede causar. Ante el endeudamiento que nos impone un presupuesto que prefiere aflojar el cinturón del Estado antes que ponerlo a adelgazar, vemos cómo desaprovechamos el alto precio del petróleo con una postura clientelista en lugar de una visión de producción y desarrollo. Queremos ese líder visionario con un plan bajo el brazo, no un improvisador. Un líder con la inteligencia y el carisma que nos motive a poner el hombro por el país.
Buscamos de urgencia este nuevo líder. Pero vivimos el dilema del partido político contra el individuo. Nuestra desconfianza total en los partidos nos impide creer que pueda salir de ellos un verdadero líder, que no tenga que responder directamente a los intereses –personales y no ideológicos– de los partidos. Por otro lado, sabemos que un líder independiente por muy bueno que sea, no podrá gobernar sin el apoyo de los partidos políticos. Necesitamos entonces el punto medio: ese líder independiente que sepa gobernar junto pero no revuelto con los partidos.
Mientras tanto, ¿qué podría hacer Palacio? Comportarse como un líder, aunque tenga que fingirlo y gobernar para facilitar el trabajo del próximo presidente. Tomar las decisiones difíciles, que busquen cambios a largo plazo y no los aplausos inmediatos de burócratas y arrimados. Tristemente, hasta ahora, no hemos visto nada de eso.
Se busca un nuevo líder. Si alguien lo conoce que lo presente. Si eres tú, acepta el reto. Falta menos de lo que pensamos para las elecciones, y si no llega el líder que buscamos, ya sabemos quién nos espera agitando sus brazos.
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Antes, hace unos diez años, estábamos más tranquilos con el país. Teníamos problemas, deudas, huelgas y corrupción como hoy. Pero, con todas las dificultades, poníamos más confianza y esperanzas en nuestros gobiernos.
Hasta hace diez años, nuestros presidentes no tenían que hacer maletas para huir del país. Bien o mal hicieron respetar la figura de la presidencia. Bien o mal sus ministros y funcionarios duraban más de tres meses.
Con la caída de Abdalá, la aparente estabilidad empezó a derrumbarse. Y cayeron también nuestra confianza en el país y nuestras ganas de quedarnos. Hoy, investigamos con lupa en las ramas de nuestro árbol genealógico, para ver si nos llega, aunque sea de chanfle, suficiente sangre española, italiana o la que sea que nos permita alcanzar un pasaporte europeo. Hoy, jugamos a la ruleta rusa huyendo en barcos con destinos inciertos. Solo ayer, llenamos los vuelos a Madrid mientras las puertas de Europa estuvieron abiertas. Los sueños del joven bachiller apuntan lejos de nuestras fronteras.
En este país del que todos huyen, sin Corte Suprema, con un Congreso que da pena y un Ejecutivo sin personalidad, buscamos de urgencia un nuevo líder. En un país de bases débiles como el nuestro, los líderes hacen las instituciones. Se busca un líder que fortalezca estas instituciones, o lo que queda de ellas. Un líder con visión a largo plazo. Un líder que enfoque sus esfuerzos en el país del futuro, antes que en las encuestas de popularidad de la semana. ¿Es mucho pedir? Hoy por hoy, parece que sí.
Ninguno de los candidatos y posibles candidatos presidenciales inspiran ese sentido de liderazgo y visión a largo plazo. Ante la amenaza de apagones, vemos los problemas y las pérdidas que una falta de planificación y visión puede causar. Ante el endeudamiento que nos impone un presupuesto que prefiere aflojar el cinturón del Estado antes que ponerlo a adelgazar, vemos cómo desaprovechamos el alto precio del petróleo con una postura clientelista en lugar de una visión de producción y desarrollo. Queremos ese líder visionario con un plan bajo el brazo, no un improvisador. Un líder con la inteligencia y el carisma que nos motive a poner el hombro por el país.
Buscamos de urgencia este nuevo líder. Pero vivimos el dilema del partido político contra el individuo. Nuestra desconfianza total en los partidos nos impide creer que pueda salir de ellos un verdadero líder, que no tenga que responder directamente a los intereses –personales y no ideológicos– de los partidos. Por otro lado, sabemos que un líder independiente por muy bueno que sea, no podrá gobernar sin el apoyo de los partidos políticos. Necesitamos entonces el punto medio: ese líder independiente que sepa gobernar junto pero no revuelto con los partidos.
Mientras tanto, ¿qué podría hacer Palacio? Comportarse como un líder, aunque tenga que fingirlo y gobernar para facilitar el trabajo del próximo presidente. Tomar las decisiones difíciles, que busquen cambios a largo plazo y no los aplausos inmediatos de burócratas y arrimados. Tristemente, hasta ahora, no hemos visto nada de eso.
Se busca un nuevo líder. Si alguien lo conoce que lo presente. Si eres tú, acepta el reto. Falta menos de lo que pensamos para las elecciones, y si no llega el líder que buscamos, ya sabemos quién nos espera agitando sus brazos.
jueves, septiembre 08, 2005
A la cola
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Empezó la repartición de los fondos de reserva, y con ella las colas, los empujones y la aplastadera tras una ventanilla. Al igual que tantas veces, se necesita fuerza, resistencia y paciencia para recibir un servicio del Estado. Hoy es la cola por los fondos de reserva, mañana la de la jubilación, todos los días la de la cédula. Los eternos himnos de la incompetencia del sector público: no hay sistema, se acabó el material, vuelva mañana o en cinco días, se escuchan en interminables filas y trámites que el subdesarrollo nos obliga a hacer.
El subdesarrollo de un país se puede medir por la cantidad de papeleos, trámites y el largo de las filas en entes públicos. El Tercer Mundo se aplasta, empuja y burla el sueño toda la noche haciendo colas interminables en las veredas para recibir del Estado lo que le pertenece. Las colas del primer mundo, en cambio, esperan el estreno de La Guerra de las Galaxias o el lanzamiento del nuevo tomo de Harry Potter.
Pero no todo es culpa de nuestros ineficientes entes estatales que se niegan a modernizar o pasar al sector privado. La culpa la tenemos también quienes hacemos la cola, o nos negamos a hacerla. Recuerdo el bar de mi colegio. Para comprar necesitábamos alguna estrategia que permitiera evadir la masa de estudiantes gritándole a la madrina. Imperaba la ley del más fuerte, la del brazo más largo o la del que recurría a los estudiantes tramitadores, que sentados en el mesón del bar agilitaban la compra a cambio de quedarse con el vuelto. Así nos formamos y así continuamos, entre empujones y la ley del más sabido, como si aquí no pasó nada.
Debemos aplaudir a instituciones como el SRI que han implementado un sistema organizado en donde uno espera su turno sentado y tranquilo con numerito en mano. Esto demuestra que se puede cambiar y organizar los servicios. De igual forma, gracias al uso de la internet para realizar trámites, entidades públicas y privadas nos evitan largas filas y facilitan la vida. Pero la gran mayoría de ecuatorianos no tiene una computadora en su casa. Deben seguir de cola en cola, de empujón en empujón, de abuso en abuso.
No podemos pasar por alto las largas filas, empujones y reclamos en nuestras instituciones públicas, sobre todo nuestro Seguro Social. No podemos acostumbrarnos a ellas y aceptarlas como lo normal. Estas colas van más allá de la espera, los empellones, la pérdida de tiempo productivo y la incomodidad. Estas colas hablan de ineficiencia e indiferencia de las instituciones públicas. Hablan del quemeimportismo de quien no tiene competencia y no teme perder sus clientes. Hablan de corrupción, pipones y nepotismo. Hablan de un Estado que continúa interviniendo en sectores que deben estar en manos privadas. Hablan de falta de cultura de quienes hacemos la cola. Hablan de una mentalidad que se niega a cambiar.
Lastimosamente es difícil poner a competir a las instituciones públicas para que nos den un mejor servicio. Pero sí podemos reclamar. Sí podemos apoyar las iniciativas que busquen su privatización o su administración privada, en lugar de seguir creyéndole a cada candidato que defiende los empujones y colas del IESS como nuestro derecho natural. Solo así escucharemos menos el coro de “no hay material, no hay sistema” y la próxima cola la haremos sentados y en aire acondicionado.
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Empezó la repartición de los fondos de reserva, y con ella las colas, los empujones y la aplastadera tras una ventanilla. Al igual que tantas veces, se necesita fuerza, resistencia y paciencia para recibir un servicio del Estado. Hoy es la cola por los fondos de reserva, mañana la de la jubilación, todos los días la de la cédula. Los eternos himnos de la incompetencia del sector público: no hay sistema, se acabó el material, vuelva mañana o en cinco días, se escuchan en interminables filas y trámites que el subdesarrollo nos obliga a hacer.
El subdesarrollo de un país se puede medir por la cantidad de papeleos, trámites y el largo de las filas en entes públicos. El Tercer Mundo se aplasta, empuja y burla el sueño toda la noche haciendo colas interminables en las veredas para recibir del Estado lo que le pertenece. Las colas del primer mundo, en cambio, esperan el estreno de La Guerra de las Galaxias o el lanzamiento del nuevo tomo de Harry Potter.
Pero no todo es culpa de nuestros ineficientes entes estatales que se niegan a modernizar o pasar al sector privado. La culpa la tenemos también quienes hacemos la cola, o nos negamos a hacerla. Recuerdo el bar de mi colegio. Para comprar necesitábamos alguna estrategia que permitiera evadir la masa de estudiantes gritándole a la madrina. Imperaba la ley del más fuerte, la del brazo más largo o la del que recurría a los estudiantes tramitadores, que sentados en el mesón del bar agilitaban la compra a cambio de quedarse con el vuelto. Así nos formamos y así continuamos, entre empujones y la ley del más sabido, como si aquí no pasó nada.
Debemos aplaudir a instituciones como el SRI que han implementado un sistema organizado en donde uno espera su turno sentado y tranquilo con numerito en mano. Esto demuestra que se puede cambiar y organizar los servicios. De igual forma, gracias al uso de la internet para realizar trámites, entidades públicas y privadas nos evitan largas filas y facilitan la vida. Pero la gran mayoría de ecuatorianos no tiene una computadora en su casa. Deben seguir de cola en cola, de empujón en empujón, de abuso en abuso.
No podemos pasar por alto las largas filas, empujones y reclamos en nuestras instituciones públicas, sobre todo nuestro Seguro Social. No podemos acostumbrarnos a ellas y aceptarlas como lo normal. Estas colas van más allá de la espera, los empellones, la pérdida de tiempo productivo y la incomodidad. Estas colas hablan de ineficiencia e indiferencia de las instituciones públicas. Hablan del quemeimportismo de quien no tiene competencia y no teme perder sus clientes. Hablan de corrupción, pipones y nepotismo. Hablan de un Estado que continúa interviniendo en sectores que deben estar en manos privadas. Hablan de falta de cultura de quienes hacemos la cola. Hablan de una mentalidad que se niega a cambiar.
Lastimosamente es difícil poner a competir a las instituciones públicas para que nos den un mejor servicio. Pero sí podemos reclamar. Sí podemos apoyar las iniciativas que busquen su privatización o su administración privada, en lugar de seguir creyéndole a cada candidato que defiende los empujones y colas del IESS como nuestro derecho natural. Solo así escucharemos menos el coro de “no hay material, no hay sistema” y la próxima cola la haremos sentados y en aire acondicionado.
jueves, septiembre 01, 2005
Nuestros Katrinas
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
El huracán Katrina arrasó con las calles de Nueva Orleans. Katrina no perdonó. Suerte que los gringos tienen los medios para recuperarse, y antes que nos demos cuenta volverá la diversión, el jazz, y más camisetas levantándose a cambio de pepitas de colores en el Mardi Grass de Bourbon Street. Estados Unidos vive una tragedia de la que podemos estar seguros se recuperará con trabajo, esfuerzo y dinero.
Cuando vemos de lejos desgracias como estas nos preguntamos entre aliviados y asustados, ¿y si esto sucediera en nuestro país? ¿Resistirían nuestras ciudades, nuestra economía y sobre todo nuestro comportamiento ciudadano a un huracán Katrina? Escenas de caos total pasan por mi cabeza. Mejor no imaginarlo.
Somos muy afortunados y muy mal llevados. Aquí podemos relajarnos con los climas más predecibles del mundo. Sabemos con bastante exactitud en qué época lloverá o estará seco. Ni huracanes, ni ciclones, ni terremotos nos quitan el sueño.
No tenemos inviernos que nos congelen los huesos y cubran de nieve y lodo nuestras carreteras. Ni veranos ardientes que sofoquen a nuestros ancianos. Por ahí pasan algunos temblores que han causado daño. Pero nada más. Vivimos en paz con la naturaleza.
Nuestro problema está en que a falta de Katrinas reales, creamos nuestros propios Katrinas. Ahí va con fuerza el Katrina político que ha devastado el país en estos veinticinco años. No necesitamos desastres naturales para crear caos. Nuestros gobiernos se las han arreglado para destruirnos entre incompetencia, corrupción y hostilidad.
Ahí arrasa el Katrina educativo, negando el conocimiento y la capacidad para pensar a miles de ecuatorianos que buscarán su suerte en el siguiente barco a Guatemala. El huracán MPD-UNE pasa arruinando a nuestra niñez y juventud con ganas de aprender. Y en lugar de enfrentar y reparar los destrozos de este huracán, el Ministerio lo ignora y evade proponiendo ridiculeces.
Y ahí nos cae encima el Katrina centralista, frenando el progreso y destruyendo ciudades y regiones con su egoísmo y visión cuadrada. El Katrina centralista toma fuerza gracias a un estado obeso que se niega a hacer dieta y gobiernos de turno sin personalidad que se evitan la fatiga de molestar a sus amigos ministeriales, uniformados y petroleros.
Estos huracanes, a diferencia de Katrina que llegó, atacó y se fue, nos golpean día a día. No tienen planes de irse. Se han quedado para arruinarnos constantemente impidiendo nuestra educación, nuestro progreso, nuestra independencia.
¿Llegará el día en que apreciemos la tierra en la que vivimos y decidamos aprovecharla, trabajarla y sacarla adelante? Como explicaba en una conferencia el economista Jeffrey Sachs, la presencia del invierno frío y blanco en el Hemisferio Norte contribuyó a su progreso. Los habitantes de estas zonas con cambios climáticos drásticos trabajaban duro antes de la llegada del invierno, preparándose para no pasar hambre ni frío. En los países cálidos en cambio, no había de qué preocuparse. La tierra y el buen clima proveían todo lo que uno necesitaba. Con trabajar el mínimo necesario se estaba bien.
¿Será que nos vendría bien un Katrina que nos abra los ojos y nos ponga a trabajar unidos? Esperemos que no. Pero como van las cosas, nuestros propios huracanes no le dejarían mucho para destruir al huracán real. Ya hemos sufrido suficiente destrucción. Mientras no acabemos con nuestros huracanes no podremos empezar la reconstrucción.
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
El huracán Katrina arrasó con las calles de Nueva Orleans. Katrina no perdonó. Suerte que los gringos tienen los medios para recuperarse, y antes que nos demos cuenta volverá la diversión, el jazz, y más camisetas levantándose a cambio de pepitas de colores en el Mardi Grass de Bourbon Street. Estados Unidos vive una tragedia de la que podemos estar seguros se recuperará con trabajo, esfuerzo y dinero.
Cuando vemos de lejos desgracias como estas nos preguntamos entre aliviados y asustados, ¿y si esto sucediera en nuestro país? ¿Resistirían nuestras ciudades, nuestra economía y sobre todo nuestro comportamiento ciudadano a un huracán Katrina? Escenas de caos total pasan por mi cabeza. Mejor no imaginarlo.
Somos muy afortunados y muy mal llevados. Aquí podemos relajarnos con los climas más predecibles del mundo. Sabemos con bastante exactitud en qué época lloverá o estará seco. Ni huracanes, ni ciclones, ni terremotos nos quitan el sueño.
No tenemos inviernos que nos congelen los huesos y cubran de nieve y lodo nuestras carreteras. Ni veranos ardientes que sofoquen a nuestros ancianos. Por ahí pasan algunos temblores que han causado daño. Pero nada más. Vivimos en paz con la naturaleza.
Nuestro problema está en que a falta de Katrinas reales, creamos nuestros propios Katrinas. Ahí va con fuerza el Katrina político que ha devastado el país en estos veinticinco años. No necesitamos desastres naturales para crear caos. Nuestros gobiernos se las han arreglado para destruirnos entre incompetencia, corrupción y hostilidad.
Ahí arrasa el Katrina educativo, negando el conocimiento y la capacidad para pensar a miles de ecuatorianos que buscarán su suerte en el siguiente barco a Guatemala. El huracán MPD-UNE pasa arruinando a nuestra niñez y juventud con ganas de aprender. Y en lugar de enfrentar y reparar los destrozos de este huracán, el Ministerio lo ignora y evade proponiendo ridiculeces.
Y ahí nos cae encima el Katrina centralista, frenando el progreso y destruyendo ciudades y regiones con su egoísmo y visión cuadrada. El Katrina centralista toma fuerza gracias a un estado obeso que se niega a hacer dieta y gobiernos de turno sin personalidad que se evitan la fatiga de molestar a sus amigos ministeriales, uniformados y petroleros.
Estos huracanes, a diferencia de Katrina que llegó, atacó y se fue, nos golpean día a día. No tienen planes de irse. Se han quedado para arruinarnos constantemente impidiendo nuestra educación, nuestro progreso, nuestra independencia.
¿Llegará el día en que apreciemos la tierra en la que vivimos y decidamos aprovecharla, trabajarla y sacarla adelante? Como explicaba en una conferencia el economista Jeffrey Sachs, la presencia del invierno frío y blanco en el Hemisferio Norte contribuyó a su progreso. Los habitantes de estas zonas con cambios climáticos drásticos trabajaban duro antes de la llegada del invierno, preparándose para no pasar hambre ni frío. En los países cálidos en cambio, no había de qué preocuparse. La tierra y el buen clima proveían todo lo que uno necesitaba. Con trabajar el mínimo necesario se estaba bien.
¿Será que nos vendría bien un Katrina que nos abra los ojos y nos ponga a trabajar unidos? Esperemos que no. Pero como van las cosas, nuestros propios huracanes no le dejarían mucho para destruir al huracán real. Ya hemos sufrido suficiente destrucción. Mientras no acabemos con nuestros huracanes no podremos empezar la reconstrucción.
jueves, agosto 25, 2005
Con el Che en la camiseta
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Salen barcos llenos de esperanzas sorteando peligros en el mar. El hambre, el sacrificio y los riesgos del viaje, todo se aguanta ante la ilusión de alcanzar el sueño americano. Los sueños del joven azuayo no están en las calles de Cuenca sino en la avenida Roosevelt de Queens. La libertad, progreso y oportunidades en Estados Unidos atraen como un imán y no dan descanso a coyotes, aerolíneas y consulados. Una greencard vale más que cualquier tarjeta ilimitada. Pero mientras todo esto pasa, el gobierno gringo crea rechazo y Hugo y Fidel ganan adeptos.
Extraña paradoja. Latinoamérica emigra donde el Tío Sam vistiendo la camiseta del Che. Latinoamérica huye a Estados Unidos, pero alaba a Cuba y Venezuela. No veo barcos navegando a La Habana con emigrantes apretados en su interior. No veo aviones volando a Caracas con pasajeros que piensan quedarse. Sin embargo, cada día suenan más las voces a favor de Chávez. Y se escucha nuevamente la eterna cantaleta de que en Cuba nadie tiene hambre y todos gozan de buena educación y salud.
Fidel y Hugo saben vender sueños empaquetados en imágenes y discursos. Con demostraciones como la del “ejército de batas blancas” Latinoamérica les cree y empieza a hablar del éxito de Venezuela y el paraíso que es Cuba. Las pobres realidades de esos países no importan cuando sus discursos y sus actos transmiten esperanza a un pueblo desesperado. Hugo y Fidel serían recibidos hoy entre vivas y banderines. Pero claro, el próximo barco a Cuba saldrá vacío.
Bush Jr. y el gobierno gringo, en cambio, pierden la oportunidad de hacerse querer y avergüenzan al mundo. Su guerra en Iraq cada día apesta más a injusticia y muerte. Su doble discurso alaba el TLC y la integración para luego poner trabas a cualquiera que afecte a sus grupillos protegidos. Su arrogante y cuadrado ultraconservadurismo pretende evangelizar al mundo con una sola verdad, la verdad gringa. La positiva realidad de Estados Unidos pasa a segundo plano ante tanta noticia negativa que nos envían. Bush sería recibido hoy entre yucas y pifias. Pero claro, el próximo barco a Guatemala con destino final a Estados Unidos irá lleno a reventar.
Bush está perdiendo a sus aliados del sur por sus propios errores y arrogancia. Los gringos tienen argumentos y realidades de sobra para que Latinoamérica se convierta en su mejor aliado. Su tradición democrática, seguridad jurídica, oportunidades, igualdad de derechos, libertad de expresión, apoyo a la empresa privada, educación para todos, entre muchísimas virtudes más, son un ejemplo para Latinoamérica. Sin embargo, Bush no nos extiende la mano mientras Chávez nos abre los brazos. Latinoamérica encuentra aliados en quienes se ofrecen serlo. Y en Estados Unidos nadie contesta a la puerta.
Los barcos no van a la Habana ni a Caracas. Van a New York, a Miami, a Madrid, a Londres. Van a países donde las leyes permiten trabajar, hacer dinero y crear empleo. Pero la imaginación de Latinoamérica no sigue a los barcos, sigue discursos y sueños de uniforme y boina. Si Estados Unidos quiere que miremos arriba del Caribe que nos manden una señal. Que demuestren no en palabras sino en hechos que les importamos. De lo contrario Estados Unidos seguirá ganando inmigrantes y perdiendo aliados.
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Salen barcos llenos de esperanzas sorteando peligros en el mar. El hambre, el sacrificio y los riesgos del viaje, todo se aguanta ante la ilusión de alcanzar el sueño americano. Los sueños del joven azuayo no están en las calles de Cuenca sino en la avenida Roosevelt de Queens. La libertad, progreso y oportunidades en Estados Unidos atraen como un imán y no dan descanso a coyotes, aerolíneas y consulados. Una greencard vale más que cualquier tarjeta ilimitada. Pero mientras todo esto pasa, el gobierno gringo crea rechazo y Hugo y Fidel ganan adeptos.
Extraña paradoja. Latinoamérica emigra donde el Tío Sam vistiendo la camiseta del Che. Latinoamérica huye a Estados Unidos, pero alaba a Cuba y Venezuela. No veo barcos navegando a La Habana con emigrantes apretados en su interior. No veo aviones volando a Caracas con pasajeros que piensan quedarse. Sin embargo, cada día suenan más las voces a favor de Chávez. Y se escucha nuevamente la eterna cantaleta de que en Cuba nadie tiene hambre y todos gozan de buena educación y salud.
Fidel y Hugo saben vender sueños empaquetados en imágenes y discursos. Con demostraciones como la del “ejército de batas blancas” Latinoamérica les cree y empieza a hablar del éxito de Venezuela y el paraíso que es Cuba. Las pobres realidades de esos países no importan cuando sus discursos y sus actos transmiten esperanza a un pueblo desesperado. Hugo y Fidel serían recibidos hoy entre vivas y banderines. Pero claro, el próximo barco a Cuba saldrá vacío.
Bush Jr. y el gobierno gringo, en cambio, pierden la oportunidad de hacerse querer y avergüenzan al mundo. Su guerra en Iraq cada día apesta más a injusticia y muerte. Su doble discurso alaba el TLC y la integración para luego poner trabas a cualquiera que afecte a sus grupillos protegidos. Su arrogante y cuadrado ultraconservadurismo pretende evangelizar al mundo con una sola verdad, la verdad gringa. La positiva realidad de Estados Unidos pasa a segundo plano ante tanta noticia negativa que nos envían. Bush sería recibido hoy entre yucas y pifias. Pero claro, el próximo barco a Guatemala con destino final a Estados Unidos irá lleno a reventar.
Bush está perdiendo a sus aliados del sur por sus propios errores y arrogancia. Los gringos tienen argumentos y realidades de sobra para que Latinoamérica se convierta en su mejor aliado. Su tradición democrática, seguridad jurídica, oportunidades, igualdad de derechos, libertad de expresión, apoyo a la empresa privada, educación para todos, entre muchísimas virtudes más, son un ejemplo para Latinoamérica. Sin embargo, Bush no nos extiende la mano mientras Chávez nos abre los brazos. Latinoamérica encuentra aliados en quienes se ofrecen serlo. Y en Estados Unidos nadie contesta a la puerta.
Los barcos no van a la Habana ni a Caracas. Van a New York, a Miami, a Madrid, a Londres. Van a países donde las leyes permiten trabajar, hacer dinero y crear empleo. Pero la imaginación de Latinoamérica no sigue a los barcos, sigue discursos y sueños de uniforme y boina. Si Estados Unidos quiere que miremos arriba del Caribe que nos manden una señal. Que demuestren no en palabras sino en hechos que les importamos. De lo contrario Estados Unidos seguirá ganando inmigrantes y perdiendo aliados.
jueves, agosto 18, 2005
¿Tendrá razón el gringo?
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Un amigo gringo me contaba que había sentido una fuerte dosis de racismo y discriminación en su visita al Ecuador. No el tipo de discriminación que vivió su país, cuando los negros debían ocupar los asientos traseros de los buses; sino esa discriminación silenciosa presente en nuestra sociedad latinoamericana, donde el puesto que en ella ocupamos parece predeterminado por nuestros rasgos físicos y color de piel.
Le impactaba a mi amigo ver esta segregación natural entre razas. Como si unos estuvieran destinados a servir, mientras otros gozaran eternamente el placer de ser atendidos. Para él, es común ver en su país a personas pobres de distintas razas y orígenes superarse y que sus hijos se eduquen y logren una buena situación económica. Acá eso no sucede. La raza parece dictar que el que nace pobre muera pobre.
Le expliqué a mi amigo gringo que el racismo o discriminación que él cree ver no es sino una realidad social producto de la gran brecha entre ricos y pobres y de una condición que permanece desde tiempos de la Colonia. No es que se discrimine a quien realiza trabajos mal pagados, simplemente cada persona trabaja según su formación y habilidades.
El gringo aceptó la explicación, pero yo me quedé pensando. Si bien no creo que se discrimine a quien trabaja limpiando baños, la pregunta es si queremos que las cosas cambien y llegue el día que, como en los países desarrollados, se acabe el servicio doméstico o la mano de obra baratos. ¿O será que preferimos que todo siga igual, continuando con los privilegios del Tercer Mundo?
Puede que esto no sea discriminación, pero sí, en muchos casos, indiferencia y hasta complacencia por nuestra realidad social. Muchos disfrutan de las comodidades que trae la existencia de una gran población pobre con poca educación. Y no quieren que eso cambie.
Nuestra pésima educación pública es sin duda la gran culpable de este estancamiento que sufren los pobres. Sin educación no se avanza y la brecha entre pobres y ricos solo se agranda, perpetuándose esta división que mi amigo gringo ve como discriminación. Pero más allá de la falta de oportunidades, producto de una mala educación y descuido de nuestros gobiernos, la culpa es también de quien disfruta el subdesarrollo y el statu quo y no promueve un cambio.
Latinoamérica se seguirá blanqueando la piel y aclarando el pelo para ser aceptada mientras no exista un cambio de actitud, miremos más allá de los rasgos físicos y color de piel, y aspiremos a ver sentado en el puesto de gerente de una compañía a quien nació pobre y con la piel oscura. Mi amigo gringo tenía algo de razón. Nos hemos acostumbrado a la situación. El jefe quiere que el país progrese, pero que a su empleada tan eficiente no se le ocurra estudiar mucho para luego avanzar a un puesto mejor, que continúe en la cocina sirviéndolo. Queremos que el país progrese, pero que no nos quiten las comodidades del Tercer Mundo.
Que la raza predetermine el lugar que uno ocupa en una sociedad nunca debe ser lo normal. Mi amigo gringo dejará de sentir discriminación en nuestra sociedad el día que realmente luchemos para que esto cambie. El día que soñemos y trabajemos por un país en el que sea demasiado caro tener una empleada en casa.
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Un amigo gringo me contaba que había sentido una fuerte dosis de racismo y discriminación en su visita al Ecuador. No el tipo de discriminación que vivió su país, cuando los negros debían ocupar los asientos traseros de los buses; sino esa discriminación silenciosa presente en nuestra sociedad latinoamericana, donde el puesto que en ella ocupamos parece predeterminado por nuestros rasgos físicos y color de piel.
Le impactaba a mi amigo ver esta segregación natural entre razas. Como si unos estuvieran destinados a servir, mientras otros gozaran eternamente el placer de ser atendidos. Para él, es común ver en su país a personas pobres de distintas razas y orígenes superarse y que sus hijos se eduquen y logren una buena situación económica. Acá eso no sucede. La raza parece dictar que el que nace pobre muera pobre.
Le expliqué a mi amigo gringo que el racismo o discriminación que él cree ver no es sino una realidad social producto de la gran brecha entre ricos y pobres y de una condición que permanece desde tiempos de la Colonia. No es que se discrimine a quien realiza trabajos mal pagados, simplemente cada persona trabaja según su formación y habilidades.
El gringo aceptó la explicación, pero yo me quedé pensando. Si bien no creo que se discrimine a quien trabaja limpiando baños, la pregunta es si queremos que las cosas cambien y llegue el día que, como en los países desarrollados, se acabe el servicio doméstico o la mano de obra baratos. ¿O será que preferimos que todo siga igual, continuando con los privilegios del Tercer Mundo?
Puede que esto no sea discriminación, pero sí, en muchos casos, indiferencia y hasta complacencia por nuestra realidad social. Muchos disfrutan de las comodidades que trae la existencia de una gran población pobre con poca educación. Y no quieren que eso cambie.
Nuestra pésima educación pública es sin duda la gran culpable de este estancamiento que sufren los pobres. Sin educación no se avanza y la brecha entre pobres y ricos solo se agranda, perpetuándose esta división que mi amigo gringo ve como discriminación. Pero más allá de la falta de oportunidades, producto de una mala educación y descuido de nuestros gobiernos, la culpa es también de quien disfruta el subdesarrollo y el statu quo y no promueve un cambio.
Latinoamérica se seguirá blanqueando la piel y aclarando el pelo para ser aceptada mientras no exista un cambio de actitud, miremos más allá de los rasgos físicos y color de piel, y aspiremos a ver sentado en el puesto de gerente de una compañía a quien nació pobre y con la piel oscura. Mi amigo gringo tenía algo de razón. Nos hemos acostumbrado a la situación. El jefe quiere que el país progrese, pero que a su empleada tan eficiente no se le ocurra estudiar mucho para luego avanzar a un puesto mejor, que continúe en la cocina sirviéndolo. Queremos que el país progrese, pero que no nos quiten las comodidades del Tercer Mundo.
Que la raza predetermine el lugar que uno ocupa en una sociedad nunca debe ser lo normal. Mi amigo gringo dejará de sentir discriminación en nuestra sociedad el día que realmente luchemos para que esto cambie. El día que soñemos y trabajemos por un país en el que sea demasiado caro tener una empleada en casa.
jueves, agosto 11, 2005
Saber jubilarse
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Nuestros políticos tienen un problema: no saben jubilarse. Se creen indispensables para el pueblo que alguna vez los siguió y hasta idolatró entre barras, multitudes y triunfos electorales. Se aferran a sus partidos y al poder. No entienden que su eterna presencia ya no ayuda a nadie, que no son imprescindibles.
No solo en Ecuador, en toda Latinoamérica nuestros políticos han sufrido en estos últimos años de estos aires de grandeza. Ex presidentes se niegan a dejar el poder y han vuelto una y otra vez a la contienda electoral, empeñados en continuar dirigiendo el destino de sus partidos y países. En Perú, Bolivia y Ecuador los hemos visto ir y venir sin fin. Los mismos rostros de siempre que se niegan a ceder posiciones en sus partidos y a aceptar que su turno ha pasado.
Sería bueno que nuestros eternos políticos aprendieran de los presidentes gringos. Llegan a la Casa Blanca, hacen lo que tienen que hacer, a veces bien y a veces mal, y cuando llega el día de partir, hacen sus maletas y se van. Saben jubilarse de la vida política. Por tradición dan paso a la siguiente generación de políticos.
En Latinoamérica la tradición política parece dictar lo contrario. Que no se le ocurra a ningún nuevo líder ocupar mi lugar. En este país y en este partido mando yo y mandaré hasta mi muerte. Como antiguos dictadores ejercen el poder que su nombre les da y evitan que sus partidos crezcan y evolucionen. Al final, solo le hacen daño al país que dicen querer y defender. Y dejan huérfanas de nuevos líderes a las siguientes generaciones.
En nuestro país, lo normal sería que con el éxito de varios gobiernos locales, miles de jóvenes serios y preparados corran a enlistarse en las filas de los partidos políticos responsables de este éxito. Sin embargo, no veo ninguna cola en las afueras de las sedes de los partidos. Desconfiamos de los partidos políticos. En el Congreso los partidos hacen desaparecer cualquier orgullo que sentimos a nivel municipal. Mientras los mismos de siempre sigan a la cabeza, los jóvenes no se sentirán atraídos a los partidos. No ven cambio. No ven futuro.
La pasión por el poder de unos cuantos está matando a nuestros partidos latinoamericanos. Estas entidades que pudieron ser la base y el soporte de nuestra democracia son en cambio las trincheras de dirigentes vitalicios que se niegan a jubilar. Jóvenes serios, trabajadores y comprometidos con el país no se sienten representados, y prefieren mantenerse al margen de la política antes que tratar con los jefes políticos de siempre. Si bien algunos de estos eternos políticos se han jubilado finalmente, o dicen haberlo hecho, les tomó demasiado tiempo. Intentaron regresar al poder más de una vez, evitaron formar a nuevos líderes, y sus partidos quedaron con terribles vacíos.
Que llegue pronto el día en que se jubilen los eternos políticos latinoamericanos y empiece el cambio. Que no sigan sofocando a sus partidos y a sus países. Que se vayan a descansar. Que entiendan que sus países estarían mejor con su retiro. Que abran nuevos espacios. Perdieron la oportunidad de formar nuevos líderes que tomen la posta. Ahora lo mejor que pueden hacer por sus partidos y sus países es hacerse a un lado.
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Nuestros políticos tienen un problema: no saben jubilarse. Se creen indispensables para el pueblo que alguna vez los siguió y hasta idolatró entre barras, multitudes y triunfos electorales. Se aferran a sus partidos y al poder. No entienden que su eterna presencia ya no ayuda a nadie, que no son imprescindibles.
No solo en Ecuador, en toda Latinoamérica nuestros políticos han sufrido en estos últimos años de estos aires de grandeza. Ex presidentes se niegan a dejar el poder y han vuelto una y otra vez a la contienda electoral, empeñados en continuar dirigiendo el destino de sus partidos y países. En Perú, Bolivia y Ecuador los hemos visto ir y venir sin fin. Los mismos rostros de siempre que se niegan a ceder posiciones en sus partidos y a aceptar que su turno ha pasado.
Sería bueno que nuestros eternos políticos aprendieran de los presidentes gringos. Llegan a la Casa Blanca, hacen lo que tienen que hacer, a veces bien y a veces mal, y cuando llega el día de partir, hacen sus maletas y se van. Saben jubilarse de la vida política. Por tradición dan paso a la siguiente generación de políticos.
En Latinoamérica la tradición política parece dictar lo contrario. Que no se le ocurra a ningún nuevo líder ocupar mi lugar. En este país y en este partido mando yo y mandaré hasta mi muerte. Como antiguos dictadores ejercen el poder que su nombre les da y evitan que sus partidos crezcan y evolucionen. Al final, solo le hacen daño al país que dicen querer y defender. Y dejan huérfanas de nuevos líderes a las siguientes generaciones.
En nuestro país, lo normal sería que con el éxito de varios gobiernos locales, miles de jóvenes serios y preparados corran a enlistarse en las filas de los partidos políticos responsables de este éxito. Sin embargo, no veo ninguna cola en las afueras de las sedes de los partidos. Desconfiamos de los partidos políticos. En el Congreso los partidos hacen desaparecer cualquier orgullo que sentimos a nivel municipal. Mientras los mismos de siempre sigan a la cabeza, los jóvenes no se sentirán atraídos a los partidos. No ven cambio. No ven futuro.
La pasión por el poder de unos cuantos está matando a nuestros partidos latinoamericanos. Estas entidades que pudieron ser la base y el soporte de nuestra democracia son en cambio las trincheras de dirigentes vitalicios que se niegan a jubilar. Jóvenes serios, trabajadores y comprometidos con el país no se sienten representados, y prefieren mantenerse al margen de la política antes que tratar con los jefes políticos de siempre. Si bien algunos de estos eternos políticos se han jubilado finalmente, o dicen haberlo hecho, les tomó demasiado tiempo. Intentaron regresar al poder más de una vez, evitaron formar a nuevos líderes, y sus partidos quedaron con terribles vacíos.
Que llegue pronto el día en que se jubilen los eternos políticos latinoamericanos y empiece el cambio. Que no sigan sofocando a sus partidos y a sus países. Que se vayan a descansar. Que entiendan que sus países estarían mejor con su retiro. Que abran nuevos espacios. Perdieron la oportunidad de formar nuevos líderes que tomen la posta. Ahora lo mejor que pueden hacer por sus partidos y sus países es hacerse a un lado.
jueves, agosto 04, 2005
La camiseta
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Que me ponga la camiseta me pide el Presidente. Yo me la pongo feliz de la vida, pero primero que me explique nuestro médico en Carondelet qué camiseta me debo poner. La camiseta del país, la del orgullo nacional, me responderán en el Gobierno. La camiseta del cambio, de la nueva república, la nueva patria, me dirán. Yo sigo buscando este nuevo país, este cambio y todavía no lo encuentro.
El Presidente celebra sus 100 días, famoso numerito que sirve como plazo para pedirle primeras acciones y resultados. Y aunque aquella frasecita de “refundar la patria” siempre resultó difícil de creer y sonó más a grito desesperado para ganarse el cariño y evitar las pedradas de los forajidos, su sentido prometía algún cambio que seguimos esperando. Cien días son pocos para cambiar el país, pero son suficientes para indicarnos un norte.
Hoy tenemos la sensación de que avanzamos por inercia, donde nos lleve la corriente. La ausencia de noticias suele ser una buena noticia. Lucio se las arreglaba para estar en primera plana a cada rato y en la caricatura de aquí arriba con frecuencia. Incluso en estos días sigue tomando, o mejor dicho le siguen regalando, espacio en los noticiarios para continuar avergonzándonos. Nuestro nuevo Presidente, en cambio, se las ha arreglado para que los caricaturistas y los noticieros hasta cierto punto lo ignoren. ¿Es buena noticia esta falta de noticias? Este Gobierno no despierta mayores pasiones. No tenemos ni piedras ni flores en la mano para echarle al Presidente.
Entonces, volviendo a la camiseta, yo antes de ponérmela y saber si me aprieta o me queda floja, o si viene bien cosida, o con una manga más larga que la otra, necesito ver a mi Presidente ponérsela. Necesito que me muestre los colores y medidas exactas de su camiseta. Tengo una idea general de la talla de la camiseta en lo que a política exterior se refiere. También me han mostrado el color de la camiseta nacional en el área de economía, que aunque sea con tonos rojos como la boina de Chávez, al menos es un color definido que nos indica una intención. Del resto no estoy seguro. Ahí la camiseta pierde su forma y se convierte en un trapo descolorido. Ojalá que no nos sorprendan con una camisa negra como la de Juanes.
Si quieren que nos pongamos la camiseta, que nos la muestren primero. Que nos indiquen hacia dónde vamos. La camiseta celeste y blanco nos la ponemos sin problema. Sabemos y conocemos las medidas y colores de la camiseta municipal. Hay un norte, un plan, un camino recorrido y por recorrer en la ciudad. Pero la camiseta nacional que Palacio me invita a usar, todavía no la tengo clara. Solo sé que no es tan fea, desteñida, sucia y con huecos como la que Lucio dejó tirada en el piso nacional. Han recogido esa camiseta, echado en la lavadora y ha salido más limpia. Qué tanto más limpia, aún no sabemos.
Nos pondremos la camiseta del país con ganas, con orgullo y con esperanza cuando nos muestren su diseño correcto, o al menos un diseño. Cuando nos presenten un camino y un norte por el cual vestir los colores de este Gobierno. Mientras tanto, será difícil comprarle la campaña al Presidente.
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Que me ponga la camiseta me pide el Presidente. Yo me la pongo feliz de la vida, pero primero que me explique nuestro médico en Carondelet qué camiseta me debo poner. La camiseta del país, la del orgullo nacional, me responderán en el Gobierno. La camiseta del cambio, de la nueva república, la nueva patria, me dirán. Yo sigo buscando este nuevo país, este cambio y todavía no lo encuentro.
El Presidente celebra sus 100 días, famoso numerito que sirve como plazo para pedirle primeras acciones y resultados. Y aunque aquella frasecita de “refundar la patria” siempre resultó difícil de creer y sonó más a grito desesperado para ganarse el cariño y evitar las pedradas de los forajidos, su sentido prometía algún cambio que seguimos esperando. Cien días son pocos para cambiar el país, pero son suficientes para indicarnos un norte.
Hoy tenemos la sensación de que avanzamos por inercia, donde nos lleve la corriente. La ausencia de noticias suele ser una buena noticia. Lucio se las arreglaba para estar en primera plana a cada rato y en la caricatura de aquí arriba con frecuencia. Incluso en estos días sigue tomando, o mejor dicho le siguen regalando, espacio en los noticiarios para continuar avergonzándonos. Nuestro nuevo Presidente, en cambio, se las ha arreglado para que los caricaturistas y los noticieros hasta cierto punto lo ignoren. ¿Es buena noticia esta falta de noticias? Este Gobierno no despierta mayores pasiones. No tenemos ni piedras ni flores en la mano para echarle al Presidente.
Entonces, volviendo a la camiseta, yo antes de ponérmela y saber si me aprieta o me queda floja, o si viene bien cosida, o con una manga más larga que la otra, necesito ver a mi Presidente ponérsela. Necesito que me muestre los colores y medidas exactas de su camiseta. Tengo una idea general de la talla de la camiseta en lo que a política exterior se refiere. También me han mostrado el color de la camiseta nacional en el área de economía, que aunque sea con tonos rojos como la boina de Chávez, al menos es un color definido que nos indica una intención. Del resto no estoy seguro. Ahí la camiseta pierde su forma y se convierte en un trapo descolorido. Ojalá que no nos sorprendan con una camisa negra como la de Juanes.
Si quieren que nos pongamos la camiseta, que nos la muestren primero. Que nos indiquen hacia dónde vamos. La camiseta celeste y blanco nos la ponemos sin problema. Sabemos y conocemos las medidas y colores de la camiseta municipal. Hay un norte, un plan, un camino recorrido y por recorrer en la ciudad. Pero la camiseta nacional que Palacio me invita a usar, todavía no la tengo clara. Solo sé que no es tan fea, desteñida, sucia y con huecos como la que Lucio dejó tirada en el piso nacional. Han recogido esa camiseta, echado en la lavadora y ha salido más limpia. Qué tanto más limpia, aún no sabemos.
Nos pondremos la camiseta del país con ganas, con orgullo y con esperanza cuando nos muestren su diseño correcto, o al menos un diseño. Cuando nos presenten un camino y un norte por el cual vestir los colores de este Gobierno. Mientras tanto, será difícil comprarle la campaña al Presidente.
jueves, julio 28, 2005
Peor que Ben Laden
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Estos días de terribles ataques terroristas en Londres y Egipto he recordado el 11 septiembre del 2001. Iniciaba mis estudios y mi vida en Nueva York mientras dos aviones horrorizaban la que sería mi ciudad durante tres años. Pero esa noche, a pesar de la tensión general, regresé de la Universidad caminando seguro por las calles de Manhattan. No había nada que temer. Estaba en una ciudad segura. El enemigo no era neoyorquino. El enemigo venía de afuera.
Acá, en cambio, el enemigo está adentro. No es extranjero. Los guardias armados en cada esquina de la ciudad nos recuerdan que no estamos en Nueva York ni Londres, donde el terror llegó en aviones y bombas terroristas. Nuestro miedo está aquí entre nosotros, en el joven desempleado que apenas estudió hasta cuarto grado y decide robar, y llega a matar. Está en la ignorancia que un sistema educativo decadente siembre en nuestros niños y que fácilmente se transforma en violencia.
Nuestro alcalde nos enorgullece con la gran obra que realiza por Guayaquil. Varias páginas que los diarios dedicaron a la ciudad muestran el buen momento que vivimos. Es difícil no emocionarse y llenarse de orgullo ante tantas mejoras. Pero, cada robo y cada asesinato nos recuerdan que no estamos a salvo. Queremos a nuestra ciudad, sus calles, sus parques, pero a la primera oportunidad huimos de esas calles para aislar a nuestra familia tras murallas, garitas y guardias armados.
Todos sabemos, al igual que el alcalde, que un millón de guardias y policías no son la solución. Todos sabemos que solo con una ciudad educada acabaremos la violencia. El Municipio ha iniciado importantes programas educativos. De igual manera, varias fundaciones trabajan a diario por la educación de los más pobres. Pero, todo esto es solo relleno. Existe una sola gran solución en manos del Municipio: asumir de una vez por todas la competencia de la educación.
Que hacerse cargo de la educación es muy difícil. Es verdad. Pero Guayaquil ha logrado cosas que parecían imposibles. Que la educación es asunto del Estado. Es verdad. Pero otros asuntos tradicionalmente del Estado han pasado a manos del Municipio. Que el alcalde no puede echarse encima un problema tan grande sin los fondos correspondientes. Es verdad. Ahí está el gran reto.
Es el momento para caminar hacia una autonomía en la educación. Guayaquil apoyará al alcalde hasta el final. Pondremos el pecho para detener las piedras de ignorancia y retraso que lancen la UNE y los centralistas de siempre. Apoyaremos las iniciativas para conseguir los fondos necesarios. Preferimos un niño en su pupitre que cinco guardias con las mejores armas.
Guayaquil seguramente no está en la lista de Ben Laden. Pero un terrorista no puede hacernos más daño del que nosotros mismos nos hacemos. Nuestra ignorancia es peor y genera más violencia que cien Ben Laden. Mientras sigamos escondiéndonos tras guardias y garitas no estaremos tranquilos. Solo educando a los niños y jóvenes de nuestra ciudad lograremos su transformación completa y su verdadera paz.
Nuestro alcalde ya tiene asegurado su nombre en los libros de historia. Pero puede llevarnos mucho más lejos si da este gran paso. Que el Municipio y los guayaquileños asumamos el reto. Que empiece la era de la educación desde Guayaquil para Guayaquil.
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Estos días de terribles ataques terroristas en Londres y Egipto he recordado el 11 septiembre del 2001. Iniciaba mis estudios y mi vida en Nueva York mientras dos aviones horrorizaban la que sería mi ciudad durante tres años. Pero esa noche, a pesar de la tensión general, regresé de la Universidad caminando seguro por las calles de Manhattan. No había nada que temer. Estaba en una ciudad segura. El enemigo no era neoyorquino. El enemigo venía de afuera.
Acá, en cambio, el enemigo está adentro. No es extranjero. Los guardias armados en cada esquina de la ciudad nos recuerdan que no estamos en Nueva York ni Londres, donde el terror llegó en aviones y bombas terroristas. Nuestro miedo está aquí entre nosotros, en el joven desempleado que apenas estudió hasta cuarto grado y decide robar, y llega a matar. Está en la ignorancia que un sistema educativo decadente siembre en nuestros niños y que fácilmente se transforma en violencia.
Nuestro alcalde nos enorgullece con la gran obra que realiza por Guayaquil. Varias páginas que los diarios dedicaron a la ciudad muestran el buen momento que vivimos. Es difícil no emocionarse y llenarse de orgullo ante tantas mejoras. Pero, cada robo y cada asesinato nos recuerdan que no estamos a salvo. Queremos a nuestra ciudad, sus calles, sus parques, pero a la primera oportunidad huimos de esas calles para aislar a nuestra familia tras murallas, garitas y guardias armados.
Todos sabemos, al igual que el alcalde, que un millón de guardias y policías no son la solución. Todos sabemos que solo con una ciudad educada acabaremos la violencia. El Municipio ha iniciado importantes programas educativos. De igual manera, varias fundaciones trabajan a diario por la educación de los más pobres. Pero, todo esto es solo relleno. Existe una sola gran solución en manos del Municipio: asumir de una vez por todas la competencia de la educación.
Que hacerse cargo de la educación es muy difícil. Es verdad. Pero Guayaquil ha logrado cosas que parecían imposibles. Que la educación es asunto del Estado. Es verdad. Pero otros asuntos tradicionalmente del Estado han pasado a manos del Municipio. Que el alcalde no puede echarse encima un problema tan grande sin los fondos correspondientes. Es verdad. Ahí está el gran reto.
Es el momento para caminar hacia una autonomía en la educación. Guayaquil apoyará al alcalde hasta el final. Pondremos el pecho para detener las piedras de ignorancia y retraso que lancen la UNE y los centralistas de siempre. Apoyaremos las iniciativas para conseguir los fondos necesarios. Preferimos un niño en su pupitre que cinco guardias con las mejores armas.
Guayaquil seguramente no está en la lista de Ben Laden. Pero un terrorista no puede hacernos más daño del que nosotros mismos nos hacemos. Nuestra ignorancia es peor y genera más violencia que cien Ben Laden. Mientras sigamos escondiéndonos tras guardias y garitas no estaremos tranquilos. Solo educando a los niños y jóvenes de nuestra ciudad lograremos su transformación completa y su verdadera paz.
Nuestro alcalde ya tiene asegurado su nombre en los libros de historia. Pero puede llevarnos mucho más lejos si da este gran paso. Que el Municipio y los guayaquileños asumamos el reto. Que empiece la era de la educación desde Guayaquil para Guayaquil.
jueves, julio 21, 2005
Yo me quedo en Guayaquil
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Con tus veranos calientes, tus inviernos ardientes. Con tu pana, tu ñaño, tu brother, tu man. Tu español sabroso que suena a jotas y nunca a eses. Con tus negros, tus indios, tus mestizos, tus blancos. Con tus rubias oxigenadas, tus flacas operadas, tus escotes al sol. Con tu ropa última moda, tu peinilla en el bolsillo, tu vacile a la pelada, tu caminar de bacán. Con tus sábados chuchaquis; tus domingos de iglesia, fútbol, siesta. Con tus busetas al vuelo, tu “no pase”, tu “pite y pase”. Tus conductores sabidos, tus vigilantes más sabidos. Con todo y a pesar de todo no dejamos de venir y caminamos orgullosos por las calles de Guayaquil.
Con tus abuelos de guayabera en tus parques y tus mall. Con tus mujeres que caminan con mirada decidida, ignorando los silbidos y el grito de mamashita. Con tus malabaristas, tus limpia-parabrisas, tu niño robot, tus vendedores de lo que sea en cada semáforo. Con tu grito amarillo en el Monumental, tu gol de cabeza en el Capwell, tu match point en la arcilla. Con tus iguanas en el parque, tus perros sin dueño, tus nubes de grillos en invierno. Con tu Guayas inmenso, tu Malecón tan moderno, tu Rotonda, tu reloj siempre en hora. Que despeguen vacíos los aviones a Madrid, que no nos movemos de Guayaquil.
Con tus sinvergüenzas de corbata, tus banqueros en fuga, tus asaltos express. Tu Elsa, tu Abdalá, tus pipones, tu PRE. Con tus autos suicidas, tus peatones toreros, tu tráfico a las seis. Tus vecinas chismosas, tu botox, tu comidilla social. Con tus evangelistas, tus católicos, tus mormones. Con tus vírgenes en altares, tus santos en el taxi, tus “Cristo te ama” en todas partes. Tus fanatismos, tus supersticiones, tu brujería. Con ellos y a pesar de ellos se está muy bien aquí, mientras damos un paseo por Guayaquil.
Con tu arroz con menestra, tu encebollado, tu quáker, tu cebiche, tu bolón. Tu Chifa, tu shawarma, tu hamburguesa en el Chino, tu empanada. Con tu biela, tu Trópico, tu whisky, tu ron. Tus lagarteros de madrugada, tu merengue bien agarrado, tu reggeaton en minifalda, tu pasillo desgarrador. Con tu Urdesa, tu Bastión, tu Santa Ana. Tu Guasmo, tu Centro, tu Centenario, tu Alborada. Tu norte, tu sur, tus esteros, tus ríos, tus cerros. Sírvete un trago, hermano, y súbele la música a mil, que esta noche nos la pegamos por Guayaquil.
Con tus empresas siempre despiertas, tus comerciantes, tus fábricas, tus obreros, tus oficinas, tu dinero, tu motor. Con tu rechazo a los impuestos, tu sospecha del político, tus pedradas al centralismo. Tus Juntas Cívica y de Beneficencia, tus cámaras, tus voluntarias, tu dar y tu ayudar. Madrugamos al trabajo y empezamos a competir; hacemos empresa, futuro y patria en Guayaquil.
Con tu sillón de Olmedo, tu Municipio, tu León, tu Nebot. Tu 25 de Julio, tu 9 de Octubre. Con tu saludemos gozosos, tu madera de guerrero, tu aurora gloriosa, tu perla que surgiste. Con tu grito de autonomía. Tu espíritu independiente. Tu “ahora o nunca”, tu “más ciudad”. Que se inunde el cielo de banderas celeste y blanco, que la autonomía se ve venir, que ahora mismo nos la jugamos por Guayaquil.
Con tu mañana que ya es hoy, con tu hoy que ya es ayer. Con tu progreso que viene corriendo, tu independencia que no se posterga. Con tu firmeza que nadie engaña. Con tus sueños, tus proyectos, tu realidad. Yo me quedo en Guayaquil. Nos quedamos a hacer ciudad. A hacer país.
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Con tus veranos calientes, tus inviernos ardientes. Con tu pana, tu ñaño, tu brother, tu man. Tu español sabroso que suena a jotas y nunca a eses. Con tus negros, tus indios, tus mestizos, tus blancos. Con tus rubias oxigenadas, tus flacas operadas, tus escotes al sol. Con tu ropa última moda, tu peinilla en el bolsillo, tu vacile a la pelada, tu caminar de bacán. Con tus sábados chuchaquis; tus domingos de iglesia, fútbol, siesta. Con tus busetas al vuelo, tu “no pase”, tu “pite y pase”. Tus conductores sabidos, tus vigilantes más sabidos. Con todo y a pesar de todo no dejamos de venir y caminamos orgullosos por las calles de Guayaquil.
Con tus abuelos de guayabera en tus parques y tus mall. Con tus mujeres que caminan con mirada decidida, ignorando los silbidos y el grito de mamashita. Con tus malabaristas, tus limpia-parabrisas, tu niño robot, tus vendedores de lo que sea en cada semáforo. Con tu grito amarillo en el Monumental, tu gol de cabeza en el Capwell, tu match point en la arcilla. Con tus iguanas en el parque, tus perros sin dueño, tus nubes de grillos en invierno. Con tu Guayas inmenso, tu Malecón tan moderno, tu Rotonda, tu reloj siempre en hora. Que despeguen vacíos los aviones a Madrid, que no nos movemos de Guayaquil.
Con tus sinvergüenzas de corbata, tus banqueros en fuga, tus asaltos express. Tu Elsa, tu Abdalá, tus pipones, tu PRE. Con tus autos suicidas, tus peatones toreros, tu tráfico a las seis. Tus vecinas chismosas, tu botox, tu comidilla social. Con tus evangelistas, tus católicos, tus mormones. Con tus vírgenes en altares, tus santos en el taxi, tus “Cristo te ama” en todas partes. Tus fanatismos, tus supersticiones, tu brujería. Con ellos y a pesar de ellos se está muy bien aquí, mientras damos un paseo por Guayaquil.
Con tu arroz con menestra, tu encebollado, tu quáker, tu cebiche, tu bolón. Tu Chifa, tu shawarma, tu hamburguesa en el Chino, tu empanada. Con tu biela, tu Trópico, tu whisky, tu ron. Tus lagarteros de madrugada, tu merengue bien agarrado, tu reggeaton en minifalda, tu pasillo desgarrador. Con tu Urdesa, tu Bastión, tu Santa Ana. Tu Guasmo, tu Centro, tu Centenario, tu Alborada. Tu norte, tu sur, tus esteros, tus ríos, tus cerros. Sírvete un trago, hermano, y súbele la música a mil, que esta noche nos la pegamos por Guayaquil.
Con tus empresas siempre despiertas, tus comerciantes, tus fábricas, tus obreros, tus oficinas, tu dinero, tu motor. Con tu rechazo a los impuestos, tu sospecha del político, tus pedradas al centralismo. Tus Juntas Cívica y de Beneficencia, tus cámaras, tus voluntarias, tu dar y tu ayudar. Madrugamos al trabajo y empezamos a competir; hacemos empresa, futuro y patria en Guayaquil.
Con tu sillón de Olmedo, tu Municipio, tu León, tu Nebot. Tu 25 de Julio, tu 9 de Octubre. Con tu saludemos gozosos, tu madera de guerrero, tu aurora gloriosa, tu perla que surgiste. Con tu grito de autonomía. Tu espíritu independiente. Tu “ahora o nunca”, tu “más ciudad”. Que se inunde el cielo de banderas celeste y blanco, que la autonomía se ve venir, que ahora mismo nos la jugamos por Guayaquil.
Con tu mañana que ya es hoy, con tu hoy que ya es ayer. Con tu progreso que viene corriendo, tu independencia que no se posterga. Con tu firmeza que nadie engaña. Con tus sueños, tus proyectos, tu realidad. Yo me quedo en Guayaquil. Nos quedamos a hacer ciudad. A hacer país.
jueves, julio 14, 2005
Con acento ecuatoriano
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Era noche de farra entre estudiantes latinoamericanos. Los mexicanos, tequila en mano, cantaban su México lindo y querido. Los colombianos inundaban de aguardiente la noche universitaria cantando algún vallenato y bailando con Shakira y Carlos Vives. Los argentinos con su tango, su mate y su Charly García. Los chilenos brindaban pisco y coreaban a Los Prisioneros. Celebrábamos interpretando juntos canciones locales y tomando tragos nacionales que se vuelven latinoamericanos y hasta mundiales.
Y ahora veníamos los ecuatorianos. Brindábamos Espíritu del Ecuador, que aunque de trago típico no tenía mucho, al menos el nombre y la forma de la botella le daban ese toque tan nacional. Pero cuando de cantar se trataba estábamos en problemas. Nadie nos acompañaba en las canciones. Nadie se las sabía. A veces ni nosotros mismos. Pasado el clásico cortavenas Nuestro Juramento, ya no teníamos mayor repertorio. Más de una vez, ante la falta de canciones ecuatorianas, recurríamos al tema de la Selección, ese que tanto sonaba en la televisión.
Nos faltaba algo a los ecuatorianos comparado con los otros latinoamericanos. Nos sigue faltando. Ese algo que nos haga gritar al mundo el país de donde venimos y la cultura que representamos. Esa seguridad que da el poseer una identidad nacional fuerte y positiva. Aquí los animadores de televisión quieren ser argentinos, los niños quieren ser gringos, los adultos quieren ser españoles. Limitamos nuestro grito ecuatoriano a los goles de Delgado.
Nuestra falta de identidad y referentes casa adentro se refleja hacia fuera, hacia Latinoamérica y el mundo. No nos conocen. No nos distinguen. Todos conocemos al mexicano, peruano, venezolano, argentino, colombiano, chileno. Conocemos su acento, sus gustos y sus expresiones. Los escuchamos en canciones; los vemos en telenovelas, películas y shows de televisión; los leemos en versos y novelas. Pero pregúntales a ellos sobre Ecuador y no encontrarás mayor respuesta. Que te nombren alguna canción, algún artista, alguna novela de Ecuador, y con suerte asomará la cara de Julio Jaramillo. Somos un país anónimo en medio de países de rasgos fuertes.
Exportamos poquísima cultura. Nuestras canciones casi no salen del país. Nuestras novelas no las leemos ni nosotros mismos. Nuestros programas en televisión se quedan en casa. Sin una buena producción cultural y artística que llegue a todos los ecuatorianos y cruce fronteras nos quedarán solo las tardes de fútbol de eliminatorias para sentirnos ecuatorianos. Necesitamos de urgencia referentes culturales.
Nuestro vecino de arriba ha demostrado que incluso entre la pobreza y la guerrilla pueden surgir una cultura y una identidad rica. Tienen su Macondo, sus gordas de Botero, sus caderas de Shakira, su Betty la fea y mucho más. Sigamos sus pasos en lugar de cerrarles nuestras fronteras. Creemos nuestro sello propio. Nuestras canciones, nuestras novelas, nuestras películas de exportación.
Varios artistas ecuatorianos ya han empezado. Están construyendo una nueva identidad nacional que nos representa afuera. Pero falta ese empujón que los haga dar el siguiente paso.
Apostémosle a la cultura. A nuestra identidad. Que se unan el artista y el empresario. Que en la próxima reunión de latinoamericanos reconozcan nuestro acento. Que dejemos el anonimato. Que tengamos canciones que cantar y todos se sepan la letra.
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Era noche de farra entre estudiantes latinoamericanos. Los mexicanos, tequila en mano, cantaban su México lindo y querido. Los colombianos inundaban de aguardiente la noche universitaria cantando algún vallenato y bailando con Shakira y Carlos Vives. Los argentinos con su tango, su mate y su Charly García. Los chilenos brindaban pisco y coreaban a Los Prisioneros. Celebrábamos interpretando juntos canciones locales y tomando tragos nacionales que se vuelven latinoamericanos y hasta mundiales.
Y ahora veníamos los ecuatorianos. Brindábamos Espíritu del Ecuador, que aunque de trago típico no tenía mucho, al menos el nombre y la forma de la botella le daban ese toque tan nacional. Pero cuando de cantar se trataba estábamos en problemas. Nadie nos acompañaba en las canciones. Nadie se las sabía. A veces ni nosotros mismos. Pasado el clásico cortavenas Nuestro Juramento, ya no teníamos mayor repertorio. Más de una vez, ante la falta de canciones ecuatorianas, recurríamos al tema de la Selección, ese que tanto sonaba en la televisión.
Nos faltaba algo a los ecuatorianos comparado con los otros latinoamericanos. Nos sigue faltando. Ese algo que nos haga gritar al mundo el país de donde venimos y la cultura que representamos. Esa seguridad que da el poseer una identidad nacional fuerte y positiva. Aquí los animadores de televisión quieren ser argentinos, los niños quieren ser gringos, los adultos quieren ser españoles. Limitamos nuestro grito ecuatoriano a los goles de Delgado.
Nuestra falta de identidad y referentes casa adentro se refleja hacia fuera, hacia Latinoamérica y el mundo. No nos conocen. No nos distinguen. Todos conocemos al mexicano, peruano, venezolano, argentino, colombiano, chileno. Conocemos su acento, sus gustos y sus expresiones. Los escuchamos en canciones; los vemos en telenovelas, películas y shows de televisión; los leemos en versos y novelas. Pero pregúntales a ellos sobre Ecuador y no encontrarás mayor respuesta. Que te nombren alguna canción, algún artista, alguna novela de Ecuador, y con suerte asomará la cara de Julio Jaramillo. Somos un país anónimo en medio de países de rasgos fuertes.
Exportamos poquísima cultura. Nuestras canciones casi no salen del país. Nuestras novelas no las leemos ni nosotros mismos. Nuestros programas en televisión se quedan en casa. Sin una buena producción cultural y artística que llegue a todos los ecuatorianos y cruce fronteras nos quedarán solo las tardes de fútbol de eliminatorias para sentirnos ecuatorianos. Necesitamos de urgencia referentes culturales.
Nuestro vecino de arriba ha demostrado que incluso entre la pobreza y la guerrilla pueden surgir una cultura y una identidad rica. Tienen su Macondo, sus gordas de Botero, sus caderas de Shakira, su Betty la fea y mucho más. Sigamos sus pasos en lugar de cerrarles nuestras fronteras. Creemos nuestro sello propio. Nuestras canciones, nuestras novelas, nuestras películas de exportación.
Varios artistas ecuatorianos ya han empezado. Están construyendo una nueva identidad nacional que nos representa afuera. Pero falta ese empujón que los haga dar el siguiente paso.
Apostémosle a la cultura. A nuestra identidad. Que se unan el artista y el empresario. Que en la próxima reunión de latinoamericanos reconozcan nuestro acento. Que dejemos el anonimato. Que tengamos canciones que cantar y todos se sepan la letra.
jueves, julio 07, 2005
El hijo del vecino en París
Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Yo hubiese querido ser funcionario en alguna embajada en el gobierno de Lucio. Recibiría un sueldito de diez mil dólares, y si eso no me alcanzase para llegar a fin de mes, podría venderle visas a unos cuantos chinos. ¡Qué rica vida la de los ilustres embajadores del Coronel!
Pero esto en realidad no debería impresionarnos. Al fin y al cabo la famosa cuota política le permite al presidente de turno llenar la cuarta parte de nuestras embajadas y consulados con sus hermanos, primos, panas y el pobre y desempleado hijo del vecino que siempre quiso vivir en París. Así, cada cuatro años, o en nuestro caso cada uno o dos, a los diplomáticos de carrera, que logran sus puestos a base de estudio y experiencia, les toca ver llegar a sus oficinas a varios felices portadores de palancas presidenciales, listos para disfrutar de sus vacaciones pagadas en el extranjero.
La cuota político-familiar le pone a nuestras embajadas la misma cara de nuestros gobiernos de turno. Funciona como espejo de quien duerme en Carondelet. En el caso de Lucio le puso una nariz bastante larga con tendencia a la improvisación y el engaño. En otros casos más afortunados, la cuota política ha ayudado a que hombres y mujeres respetables trabajen en el extranjero por los intereses del país. Es decir, la cuota política no es mala por naturaleza. La cuota política es mala cuando el presidente es malo como el Coronel. Nuestros presidentes necesitan hombres y mujeres de confianza en embajadas clave. La cuota política no debe desaparecer, sino reducirse y limitarse.
Si se concretan las iniciativas para reformar el Servicio Exterior reduciendo la cuota política del 25% al 15% y limitando el uso de la misma para cargos exclusivamente de embajadores, se dará un importante paso por el camino correcto. Sobre todo la reforma debe concentrarse en lo segundo, es decir, permitir que la cuota se aplique única y exclusivamente a embajadores. Ningún otro cargo. Los diplomáticos de carrera y funcionarios del servicio exterior pueden cumplir todos los demás cargos en embajadas y consulados sin la interferencia de apadrinados políticos. El presidente no necesita a sus conocidos en la ventanilla de un consulado tramitando visas. Sí necesita a personas de confianza a la cabeza de los esfuerzos diplomáticos como embajadores en países clave. Si bien limitar la cuota política al cargo de embajador no impide futuros escándalos ni casos de nepotismo, al menos impide que el hijo del vecino del presidente reciba un sueldo de gerente en algún consulado sin importancia, mientras aprovecha para terminar la universidad y de paso tramitar ilícitamente unas cuantas visas.
Lucio no fue el primero en aprovecharse de la cuota política, arriesgando la reputación del país y despilfarrando los fondos de nuestro limitado presupuesto. La cuota política es y ha sido el instrumento perfecto para pagar favores políticos. Mientras nuestros presidentes la tengan a su disposición la seguirán utilizando. Seguirán colocando en embajadas y consulados a personas sin experiencia que al final nos avergüenzan.
Acabemos con este medio de corrupción, privilegios y nepotismo. Que la diplomacia sea sinónimo de profesionalismo y no de palancas. Que nuestras embajadas y consulados sirvan al país y no a sus funcionarios.
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador
Yo hubiese querido ser funcionario en alguna embajada en el gobierno de Lucio. Recibiría un sueldito de diez mil dólares, y si eso no me alcanzase para llegar a fin de mes, podría venderle visas a unos cuantos chinos. ¡Qué rica vida la de los ilustres embajadores del Coronel!
Pero esto en realidad no debería impresionarnos. Al fin y al cabo la famosa cuota política le permite al presidente de turno llenar la cuarta parte de nuestras embajadas y consulados con sus hermanos, primos, panas y el pobre y desempleado hijo del vecino que siempre quiso vivir en París. Así, cada cuatro años, o en nuestro caso cada uno o dos, a los diplomáticos de carrera, que logran sus puestos a base de estudio y experiencia, les toca ver llegar a sus oficinas a varios felices portadores de palancas presidenciales, listos para disfrutar de sus vacaciones pagadas en el extranjero.
La cuota político-familiar le pone a nuestras embajadas la misma cara de nuestros gobiernos de turno. Funciona como espejo de quien duerme en Carondelet. En el caso de Lucio le puso una nariz bastante larga con tendencia a la improvisación y el engaño. En otros casos más afortunados, la cuota política ha ayudado a que hombres y mujeres respetables trabajen en el extranjero por los intereses del país. Es decir, la cuota política no es mala por naturaleza. La cuota política es mala cuando el presidente es malo como el Coronel. Nuestros presidentes necesitan hombres y mujeres de confianza en embajadas clave. La cuota política no debe desaparecer, sino reducirse y limitarse.
Si se concretan las iniciativas para reformar el Servicio Exterior reduciendo la cuota política del 25% al 15% y limitando el uso de la misma para cargos exclusivamente de embajadores, se dará un importante paso por el camino correcto. Sobre todo la reforma debe concentrarse en lo segundo, es decir, permitir que la cuota se aplique única y exclusivamente a embajadores. Ningún otro cargo. Los diplomáticos de carrera y funcionarios del servicio exterior pueden cumplir todos los demás cargos en embajadas y consulados sin la interferencia de apadrinados políticos. El presidente no necesita a sus conocidos en la ventanilla de un consulado tramitando visas. Sí necesita a personas de confianza a la cabeza de los esfuerzos diplomáticos como embajadores en países clave. Si bien limitar la cuota política al cargo de embajador no impide futuros escándalos ni casos de nepotismo, al menos impide que el hijo del vecino del presidente reciba un sueldo de gerente en algún consulado sin importancia, mientras aprovecha para terminar la universidad y de paso tramitar ilícitamente unas cuantas visas.
Lucio no fue el primero en aprovecharse de la cuota política, arriesgando la reputación del país y despilfarrando los fondos de nuestro limitado presupuesto. La cuota política es y ha sido el instrumento perfecto para pagar favores políticos. Mientras nuestros presidentes la tengan a su disposición la seguirán utilizando. Seguirán colocando en embajadas y consulados a personas sin experiencia que al final nos avergüenzan.
Acabemos con este medio de corrupción, privilegios y nepotismo. Que la diplomacia sea sinónimo de profesionalismo y no de palancas. Que nuestras embajadas y consulados sirvan al país y no a sus funcionarios.
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